El motivo artístico de la cultura griega ha sido, durante cientos de años, un eje central en la producción artística de la humanidad. Psicológicamente hablando, podemos hallar en ello dos motivos superficiales: En primer lugar, la juventud y virilidad que podemos encontrar en las modelos de estas obras, suelen ser una proyección de la juventud frustrada del artista. En segundo lugar, y quizás estriba en ello el carácter arquetípico del motivo artístico, nos evocan a aquello que Hegel llamaba “la infancia dorada de la humanidad”. Efectivamente, Grecia siempre va estar a la mano para evocar todo lo paradisíaco, lo anterior a la inocencia perdida, y a la apertura de la Caja de Pandora (pues quizás con ella inicia la vida adulta de la humanidad, con sus defectos y virtudes).
El tema homosexual, quizás porque es inseparable de la existencia humana, constituye también un motivo recurrente en la literatura y el arte en general. Con la caída del mundo antiguo y la emergencia del cristianismo, el universo simbólico de evocación a lo homosexual queda, pues, recluido al mundo helénico antiguo o algún ocasional motivo de martirio cristiano (como el de San Sebastián). Es por ello que el motivo mediterráneo es fuente recurrente de representación de escenas homoeróticas desde el Renacimiento en adelante, y se hiciera muy fuerte con la emergencia del “Gran Tour” a finales del siglo XVIII.
Por Gran Tour se recoge en la historia, a una tendencia de viajes que determinaría el turismo tal como lo conocemos hoy. Sobre esta época era muy común que jóvenes aristócratas ingleses (en menor medida alemanes y franceses) iniciaran un viaje a través de Europa con punto de finalización en el sur de Italia. El viaje tenía dos motivos básicos: el rito de iniciación masculino y una legitimación simbólica de dichas familias en el legado helénico. Grandes personalidades como Lord Byron realizaron este viaje, y como él, muchos aristócratas homosexuales realizaban el viaje para liberarse de las ataduras moralistas del “norte civilizado”. Efectivamente, el “exótico sur” permitía la vivencia de experiencias sexuales prohibidas en el norte.
Para finales del siglo XIX, el sur de Italia como sitio de peregrinación homosexual estaba consolidado. Y si bien la existencia de la pintura permitía reproducir escenas del legado helénico en el sur, con la emergencia de las fotografías y su carácter (a decir de Benjamin) de reproductividad técnica, es que realmente se consolida la zona como motivo turístico recurrente en Europa.
Les presento en especial la historia del Baron Wilhelm von Gloeden, aristócrata germano asentado en Taormina, Sicilia; que con sus fotos se levantó la polémica sobre el límite entre el autoerotismo y la más prosaica pederastia. Muchas de sus fotos deben su carácter sublime a la pátina simbólica del tiempo, pues vistas en la actualidad serían condenables bajo las leyes vigentes.
Enfermo de tuberculosis, decide bajar al sur en busca de climas más propicios, asentándose en un puerto en las costas de Sicilia. Debido a escándalos financieros familiares, pierde su herencia y se dedica totalmente a la fotografía. La ciudad de Taormina era especial para esto, pues tenía numerosas ruinas greco-romanas y una vista privilegiada al monte Etna. Por ello, rápidamente montó un negocio de tarjetas de viajes con escenas pastoriles y fotografías de adolescentes semidesnudos ataviados con motivos griegos.
Si bien existen muchas fotos en donde hay una exposición total de genitalia de ambos sexos, no podemos afirmar que en ninguna de ellas se presente ninguna escena sexual de carácter explícito. Decir tal cosa, sería afirmar que mucha pintura renacentista es pornografía. El problema estriba aquí en el medio fotográfico, pues su propia naturaleza reproductiva da un matiz pornográfico ligero a las fotos, de ser vistas con los estándares contemporáneos (Aldrich, 2002, p. 216).
Todo aquello convirtió a Taormina en un sitio de peregrinación gay. Figuras de la talla de Oscar Wilde lo visitaron y quedaron sorprendidos por la atmósfera greco-romana de lugar, así como por la moralidad laxa de sus habitantes. Un motivo central en las fotos lo constituye el cuadro de Hippolyte Flandrin que mostramos acá. Para algunos historiadores (Aldrich, 2002, p. 216) del movimiento homosexual, constituye una representación simbólica de lo que significaba ser homosexuales a finales de siglo: una expresión de desnudez que busca abrirse al gozo del mundo, un grito de libertad que busca abrirse paso entre las voces ensordecedoras de las convenciones y los prejuicios sociales. Von Gloeden conoce todo esto, y por ello legitima su obra de arte en motivos universales de represión homosexual.
Se apropia, por otra parte, del ideal de pederastia griega para darle valor artístico a su fotografía. La abrumadora presencia de lo homosexual en la cultura griega constituía un secreto a voces en su época, y por ello reproduce muchos motivos dionisiacos en sus obras: sobre todo sátiros y dioses griegos antiguos, figuras de eterno hedonismo que pueden contrarrestar, al menos simbólicamente, la férrea moral victoriana de la época. En ello estriba en valor de su obra, en constituir un resquicio de marcusiana cultura afirmativa, un escape fantasmagóricamente mental y autoerótico en donde gozar el polimorfismo perverso que la sociedad les negaba.
Ahora bien, se sabe que Von Gloeden mantenía relaciones con uno de sus modelos. Lo cual nos hace pensar que podría haberlas tenido con cualquiera. El reciente “affaire Focault” ha puesto en tela de juicio la legalidad de las relaciones sexuales con adolescentes. Por ello si proyectamos nuestras leyes al pasado, podríamos clasificar a nuestro fotógrafo como pederasta por igual. Pero, ¿acaso por ello debemos condenar la belleza de una obra y motivo artístico universal? Evidentemente no.
El tema de la pederastia en este caso es, a lo sumo, bastante gris legalmente. Podemos decir sin ningún temor que la adolescencia es un producto bastante contemporáneo: un adolescente de 13 años, en una villa de pescadores al sur de Italia, estaba posiblemente casado y esperando hijos en esta época. No hay espacio para adolescencia cuando la esperanza de vida es baja, ni cuando se debe traer desde niño un sustento a casa. Por ello mucho de la historiografía gay contemporánea justifica este tipo de relaciones niño-adulto sobre la base del atraso socioeconómico y las diferencias culturales. En mi opinión, sin embargo, se debe tener un criterio objetivo para definir qué es un niño y qué es un adulto, y sobre la base de dicho criterio se debe condenar todo maltrato infantil, incluido la pederastia.
Pero como decía, no por ello se debe condenar todo un hermoso motivo estético al ostracismo. Ni todo artista que reproduce un desnudo masculino es homosexual, ni todo homosexual que reproduce un desnudo adolescente es pederasta. Sí es cierto que la fotografía de este tipo a adolescentes es un producto casi exclusivo del siglo XIX. Ya en el siglo XX existe una legalidad mundial más uniforme, lo cual no significa que no proliferen escándalos de maltrato infantil tanto en el norte como en el sur.
Pero ninguno de estos elementos puede condenar este paradigma estético. La juventud se va, ello es un hecho innegable. Por eso siempre va a existir quien admire estas fotos, pues le recuerdan lo que fue y lo que pudo ser en su juventud. Condenemos todo acto de abuso infantil, pero regocijémonos en el valor artístico de estas fotos. Desechemos los desnudos infantiles (que por razones lógicas no se reproducen aquí), pero quedémonos con el doblemente hermoso simbolismo que nos muestran: por una parte, la juventud corporal; y por otra, la juventud espiritual del Hombre.
La obra de Von Gloeden es, más allá de sus manchas, un tributo imperecedero a la belleza de la juventud, a la inocencia del cuerpo y el mundo, y una constatación de que no existe el tiempo en el inconsciente: la noción de la juventud del espíritu es inseparable a una noción de poesía y de arte en general. Investigue, lector, la belleza del erostismo en Von Gloeden, y la evocación de juventud eterna que sus obras nos ofrecen. Fantasee la posibilidad (aunque instantánea y simbólica) de volver a ser aquel joven, cuyas carnes aún son libres del mancillar del tiempo, y que contempla el horizonte infinito de posibilidades futuras. Despertará seguramente, pero tendrá para siempre estas fotos, como una eterna invitación para soñar sueños de eterna juventud.
Referencias:
Aldrich, R. (Ed.). (2002). Who’s Who in gay and lesbien history. Routledge.