Hermana Abeja

diciembre 13, 2023
Abeja libando flor
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En un país multicolor…

Waldemar Bonsels

Es un milagro, sin el «como». El diminuto insecto zumbante se posa en la flor para libar néctar. Todo su cuerpo, cargado de electricidad estática (esa que hemos sentido alguna vez, especialmente de niños), se impregna de polen debido al constante aleteo. Así, al volar alegremente de flor en flor recolectando su precioso néctar, el polen se transfiere, fecundando las plantas femeninas con el polen de las masculinas. Esta acción, quizás inadvertida pero vital, representa tanto una actividad de ocio como de supervivencia para la abeja, colocando el primer eslabón en la cadena trófica que sustenta la rica y diversa vida en la Tierra

Es lo que lo llamo, emulando el cuentecillo de Jorge Luís Borges, el «Argumento Apicológico de la Existencia de Gaia». Porque, en efecto, la conocida como Hipótesis Gaia trataba de eso, de lo que el viejo Anaxágoras decía cuando afirmaba que «todo conspira con todo», y que James Lovelock ejemplificaba anteayer mediante las margaritas, pero que se ve mejor, en mi opinión, con la asombrosa sintonía entre abejas, colibrís y otros polinizadores con toda la gama, divinamente variada y hermosa, de las flores.

Las flores son tan bellas y huelen tan bien porque tienen novios y novias. Sus novias, que viven un lapso breve pero transido de puro enamoramiento, junto con sus contrapartes, son ceremonialmente desposadas por Gaia. Entre unas y otras, facilitan la vida en la Tierra, así, sin más, bajo la vigilancia del Sol, ese ojo que jamás parpadea.

No es Alá, no es Yahweh, no son los Vengadores, ni el Carbono, el ADN, la Explosión Cámbrica, ni siquiera Internet. Son las humildes y numerosas abejas, principalmente, las que, danzando entre las flores, y estas últimas, tentando abiertamente y con descaro a las abejas en un cabaret colorido, eterno y al aire libre, hacen posible el funcionamiento cotidiano de nuestros cuerpos, del rock and roll, de las finanzas, de Yahweh, de los Vengadores y hasta de la Explosión Cámbrica. Sin embargo, en los últimos veinte años, la población de insectos en el planeta se ha reducido en un 85 por ciento. En la COP28 de Dubái, esa bochornosa cumbre del clima, todos los asistentes ya lo saben, pero a la vez, todos miran hacia otro lado.

Y aún resulta difícil entender por qué, considerando que el prodigio de la polinización es un millón de veces más embriagador y fascinante que miles de mosquitos metálicos realizando fracking (los «Dark Mills of Evil», como escribía William Blake) en la corteza terrestre, en beneficio de unos pocos y aburridos chupópteros humanos. De hecho, se ha calculado que lo que las abejas aportan cada año, más allá de su contribución a la Naturaleza en su conjunto, equivale a un valor de 265.000 millones de euros en mano de obra gratuita. ¡Gratuita!, han leído bien.

En un giro del destino marcadamente anti-capitalista y, por tanto, extremadamente arriesgado dentro del panorama global, que las COP intentan disimular como cortina de humo, nos encontramos ante la necesidad, en los próximos años, de reemplazar a las abejas por trabajadores manuales, a quienes, aunque sea poco, habrá que remunerar. O quizás por drones del tamaño de abejas, como aquellos que vimos en un episodio de Black Mirror, actualmente en desarrollo por mentes inquietas en prestigiosas universidades de Estados Unidos. Esta es la tónica del mundo en pleno siglo XXI: si tener pareja es complicado, se opta por una muñeca hinchable. Es decir, en vez de salvar a los polinizadores, que se dirigen hacia una extinción absurda e innecesaria, creamos alternativas inferiores, réplicas efímeras e imperfectas de la naturaleza.

Naturalmente, y nunca mejor dicho, la sustitución de las abejas no es equiparable, pues ellas, entre otras funciones vitales, incrementan el porcentaje de oxígeno en la atmósfera y ayudan a amortiguar la contaminación, algo que los polinizadores asalariados, mecánicos o robóticos no podrán replicar. A pesar de esto, seguimos creyendo que la solución a los problemas creados por la tecnociencia es más tecnociencia, como si para curarnos de un resfriado decidiéramos salir a la calle desnudos. El problema se intensifica y los expertos en ecosistemas, a diferencia de aquellos enfocados en el dinero y el beneficio, predicen que en apenas quince años la crisis ecológica derivada de la extinción de las abejas desencadenará una catástrofe alimentaria. Esta realidad, conocida pero ignorada en el COP28, parece no afectar a nuestros representantes. Pareciera que están preparados para un futuro estéril o que han asegurado reservas para sus descendientes. Las macrogranjas persisten a pesar de la pandemia de Covid, y los monocultivos extensivos, que indirectamente generan las plagas que los pesticidas pretenden combatir, siguen triunfando. Los polinizadores son como el sueño dorado del Tío Gilito, pero irónicamente, él contribuye a su destrucción.

Pero no se trata solo de eso. La ilógica de esta locura trasciende la crítica a las contradicciones del capitalismo o la absurda carrera por el poder y la influencia. Es, simplemente, que la «Hermana Abeja», como la llamaba San Francisco de Asís, trabaja para el mundo con infatigable diligencia y, a diferencia de otras clases sociales o animales explotados, lo hace con regocijo. Maurice Maeterlinck, en su admirable «Vida de las abejas» (Cap. XVIII, Libro Séptimo), obra que bien podría ser declarada por la UNESCO patrimonio intangible de la humanidad, escribía:

«Es posible que todo esto sea vano y que nuestra espiral de destellos, como la de las abejas, no brille más que para entretener las tinieblas. También es posible que un incidente enorme, procedente de fuera, de otro mundo, o de un fenómeno nuevo, dé, de pronto, un sentido definitivo a ese esfuerzo o que lo destruya definitivamente. Pero sigamos nuestra ruta como si nada anormal debiese suceder. Si supiéramos que mañana una revelación, por ejemplo, una comunicación con un planeta más antiguo y más luminoso, iba a trastornar nuestra Naturaleza, suprimir las pasiones, las leyes las verdades esenciales de nuestro ser, lo mejor sería consagrar el día de hoy a interesarnos por esas pasiones, esas ley se y por esas verdades, a concertarlas en nuestros espíritu, a permanecer fieles a nuestro destino, consistente en dominar y elevar un poco, en nosotros mismos y en torno a nosotros, las fuerzas oscuras de la vida. Es posible que nada de esto subsista en la nueva revelación, pero es imposible que los que hayan cumplido hasta el fin la misión que es, por excelencia, la misión humana, no se encuentren en un lugar destacado para acoger esa revelación; y aun cuando se les revelase que el único deber verdadero era no aprender y la resignación ante lo incomprensible sabrían comprender mejor que los otros esa incuria y esa resignación definitiva y sacar partido de ellas».

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  1. Esta lectura me hace reflexionar que tan importante son las abejas y como nuestro planeta está sufriendo y pocos estamos concientes de ello. Gracias hermosa lectura.

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