Un puente a la filosofía francesa del siglo XX
El vitalismo espiritualista de Henri Bergson, roseado por un vigoroso misticismo, destaca entre las numerosas reacciones que a principios del siglo XX genera la preponderancia del positivismo y el materialismo mecanicista en el escenario occidental. Su pensamiento gravita en torno a dos problemas fundamentales. Primero, la noción de intuición, específicamente la intuición de la duración. Segundo, la crítica a la reducción naturalista del hombre que impera en las interpretaciones positivistas del evolucionismo.
En defensa de la menospreciada dimensión espiritual del hombre, su pensamiento se convierte en un punto de convergencia en que son invocadas la herencia teórica del espiritualismo francés de Main de Biran y Ravisso. Ello sin dejar a un lado el evolucionismo anglosajón de Herbert Spencer.
Hijo de una joven irlandesa y un polaco de origen judío, Henri Louis Bergson nace en Auteuil, Francia, en 1859. Estudia filosofía en la Escuela Normal Superior y desde muy joven se vincula a la docencia en numerosos liceos franceses.
Durante estos años Bergson se familiariza con las obras de muchos de los autores determinantes en la elaboración de sus teorías. En 1889 obtiene el doctorado con dos tesis: Quid Aristóteles de loco senserit y Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. En estos años publica algunas de sus obras más impactantes: Materia y memoria (1896), La risa (1900) y La evolución creadora (1907).
La fama que le ganó su trabajo le facilita obtener una cátedra en el célebre Collège de France. Durante la I Guerra Mundial, Bergson ocupa diversos cargos diplomáticos en representación de la República Francesa. Lo cual, le proporciona una excelente oportunidad para la difusión de sus teorías. Así pues, llega a impartir conferencias en distinguidas universidades norteamericanas. En 1914 pasa a formar parte de la Academia Francesa y es reconocido con el Premio Nobel de Literatura de 1928. Fallece en 1941 durante la ocupación de Francia por la Alemania nazi. Otras obras suyas de notable impacto son Duración y simultaneidad (1922) y Las fuentes de la moral y la religión (1932).
Henri Bergson: Una Introducción a su Filosofía
Bergson se propone superar el carácter racional y teleológico con que se ha entendido la teoría evolutiva. Así pues, intenta realizar esto, examinando la noción de proceso ciego e irracional en el que la energía vital es derrochada sin fin alguno.
De ello deriva su afirmación de que el hombre tal como existe hoy —al igual que todos los organismos vivos— es solo el fruto de una de las infinitas posibilidades en las que podía haber desembocado el proceso evolutivo y no un fin lógico previamente planificado por la naturaleza, pues esta, ni es racional ni actúa regida por patrones.
Este proceder irracional, afirma el autor, estará marcado por el desinterés, por el cual el élan vital —principio metafísico que recuerda de alguna manera la voluntad de Schopenhauer o la voluntad de poder de Nietzsche—, se manifiesta pródigamente, sin lugar a privilegios.
La tentativa de reinterpretación de los datos científicos desemboca en un tema recurrente en la obra bergsoniana: el problema del estatus que debía ocupar la filosofía en un mundo en el que impera el discurso científico como valor legitimador.
En pos de demostrar que la filosofía podía tener una objetividad similar a la de las ciencias positivistas, con un marcado rigor y precisión, solo que de otra naturaleza —dada por la aceptación de la variabilidad, de lo múltiple—, Bergson escribe ensayos como Introducción a la Metafísica (1903).
La intuición y la duración
Magistral intento de renovación metafísica y de un estilo y claridad inusual, Introducción… parte de la distinción de dos fuentes de conocimiento: la inteligencia y la intuición; y la incapacidad de la primera de ellas —altamente valorada en la cultura occidental, en detrimento de la segunda—, para explicar los fenómenos vitales.
Según Bergson el carácter dinámico de la realidad imposibilita que el intelecto, determinado por establecer tablas mentales y por depender de representaciones, logre captarla en su esencia. “Hay una realidad exterior y, sin embargo, dada inmediatamente a nuestro espíritu. […] Esa realidad es movilidad”, la vía por la que se nos da inmediatamente la realidad, enfatiza, es por la intuición.
La intuición bergsoniana, resultado evolutivo de los instintos, procede en el sentido de la vida y se expresa como superación de la razón discursiva. Entendida como conciencia inmediata, Bergson la convierte en un método que se propone determinar las condiciones por las cuales podemos considerar la veracidad de los problemas.
Con ello busca superar la dependencia del símbolo a la que se atienen tanto las ciencias como la metafísica. Estas afirmaciones conducen a una ruptura que se da en esta nueva manera de fundamentar la metafísica en la intuición y, por extensión, como el medio por el cual se desarrolla la filosofía, pues la dimensión espiritual y los fenómenos vitales escapan al dominio del discurso racional típicamente distanciador.
Desde esta formulación de la intuición se vuelve sobre la compleja noción de duración (tiempo irracional que busca superar la abstracción y la insensibilidad a las diferencias cualitativas del tiempo matemático). De igual manera la intuición abre el camino a la diferenciación de naturalezas entre pasado y presente, engendrada en la base de una concepción de la memoria que, en clara oposición a la manera en que la psicología y gran parte de la tradición filosófica le ha concebido, establece un movimiento inverso del recuerdo a la percepción. Todos estos tópicos fueron muy discutidos en la academia. La propia noción de duración, en especial la intuición de la duración, se torna sumamente polémica.
Conclusión
Con Bergson la posición tensa que genera el tema metafísico para el siglo XXI parece relajarse, no antojándosenos ya del todo ajena. Dotar a la ciencia de la dimensión metafísica que carece y no suplantar la una por la otra es intención clave de la filosofía del pensador francés.
Entender el legado de Bergson hoy, nos hace mirar con otros ojos la Ciencia. Y junto a ella la metafísica en su más reciente desarrollo. Sin ser un Martin Heidegger, Sartre o Merleau Ponty, al menos nos ofrece una alternativa. Es cierto, quizás no sea una idea tan compleja y consistente como la intencionalidad. Pero al menos nos invita a pensar la relación continua del hombre con el mundo. Y el carácter complejo de nuestra intuición. Todo ello en tiempos en los que ni intuición, ni mundo, ni espíritu, son pensados en profundidad. Como ha apuntado Gilles Deleuze:
Continuar hoy a Bergson es, por ejemplo, constituir una imagen metafísica del pensamiento que corresponda con los nuevos planos, relaciones, saltos, dinamismos descubiertos por una biología molecular del cerebro: nuevos encadenamientos y reencadenamientos en el pensamiento.