En los años noventa, Vattimo venía mucho a Madrid y a otros lugares de España de la mano de Teresa Oñate y Zubía, y aquí le recibíamos de mil amores, tanto en el momento de su charla –Vattimo era políglota, y hablaba bastante bien español- como después, cenas y copas.
Sus libros eran, además, brillantes y clarísimos, siempre que conocieras bien a los autores y temáticas que tocaba (estoy de acuerdo con Ernesto Castro en que el filósofo vivo deber dar por sentado que su auditorio ya ha leído o saben al menos de qué tratan todos los libros clásicos de su materia, no se va a escuchar a alguien de la talla de Vattimo para que te haga de divulgador de Kant, pongamos por caso).
Cierto es que su interpretación de Nietzsche y Heidegger, a cuya divulgación, pese a lo dicho anteriormente, dedicó sendos libritos, resulta algo roma y simplista, como si ambos titanes pudiesen ser reducidos a fórmulas o esloganes de fácil manejo, sin embargo, Vattimo sacaba un grandísimo rendimiento filosófico de esa jibarización, y lo que pensaba a través de ella era muy sugestivo, completamente razonable y sobre todo responsable para con el pensamiento y el mundo, una cualidad menos común entre los filósofos contemporáneos de lo que se suele creer.
Recuerdo que cuando presentó en el Paraninfo de la Complutense de Madrid su giro hacia el cristianismo, un profesor autóctono glosó su nueva obra en términos tan elogiosos como abstrusos, desmenuzando el título del libro, Creer que se cree (1996, Paidós estudio), como si por sí mismo valiera como una reflexión filosófica profunda. Vattimo, al término, repuso con mucha gracia: «únicamente es un título, lo analiza usted como si yo fuera un presocrático…» –hubo risas generales.
Vattimo nunca estuvo en las nubes, sabía muy bien que un libro es un libro y que los libros hablan de la realidad, no son milagros autorreferenciales a la manera que pretendía Stéphane Mallarmé
A eso me refiero, a que Vattimo nunca estuvo en las nubes, sabía muy bien que un libro es un libro y que los libros hablan de la realidad, no son milagros autorreferenciales a la manera que pretendía Stéphane Mallarmé. Los suyos hoy en día continúan siendo pertinentes y perfectamente legibles, además de esclarecedores y e instructivos.
Vattimo fue quien vio, como un heraldo, que la hermenéutica de su maestro Gadamer (bajo cuya óptica, por cierto, leía a Nietzsche y Heidegger) era la encrucijada, el lugar de reunión de las distintas ramas de la filosofía de su tiempo, pero hoy, ante la noticia de su muerte, se me ocurre pensar que en realidad el coagulante de la filosofía de aquel tiempo era él.
Aquel libro en que manifestaba su adopción personal del cristianismo como una posibilidad posmoderna del pensar del futuro resultó muy chocante a todos sus seguidores, pero contenía momentos de gran agudeza en los que se demostraba que Vattimo se hacía responsable de cada palabra que decía como pocos dogmáticos sabrían hacerlo, por ejemplo:
«En lugar de presentarse como un defensor de la sacralizad e intangibilidad de los “Valores”, el cristiano debería actuar, sobre todo, como un anarquista no violento, como un reconstructor irónico de las pretensiones de los órdenes históricos, guiado no por una búsqueda de una mayor comodidad para él, sino por el principio de la caridad hacia los otros» (Ibídem, pg. 116).
Esa jugada, no obstante, no le salió existencialmente bien, por así decirlo, y no hace mucho que mostraba en una entrevista en la prensa española su desencanto por la filosofía y también por la vida en general.
El motivo ya lo había apuntado Nietzsche de manera célebre: «El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo. Y si miras demasiado a un abismo, el abismo terminarán por devolverte la mirada…»
Supongo que hoy en casi todos los medios que se hagan eco de su fallecimiento se rotulará en letras grandes lo del pensiero debole, como si ese fuera el hit principal de la carrera filosófica de Vattimo, algo así como el Satisfaction de los Rolling Stones o el All you need is love de los Beatles, y como si la «debilidad» del «pensamiento débil» fuera justamente lo que condujo a Vattimo a derivas tan inesperadas en su trayectoria filosófica, pero no tiene nada absolutamente que ver.
El pensiero debole es debole porque es consciente de que la Metafísica daba lugar a identidades conceptuales duras, cerradas, y por tanto a menudo violentas, mientras que lo que intentaba hacer Vattimo fue ablandar esa rigidez
El pensiero debole es debole porque es consciente de que la Metafísica daba lugar a identidades conceptuales duras, cerradas, y por tanto a menudo violentas, mientras que lo que intentaba hacer Vattimo fue ablandar esa rigidez, evitar la violencia de la metafísica abriendo los conceptos a identidades blandas, susceptibles de una ductilidad que las permitiese permearse unas con otras en vez de ahormar el mundo, y eso en mi opinión era una noble empresa.
En fin, nos ha dejado y yo lo siento como una muerte en la familia, una muerte de la que tal vez no haya expectativa de rescate, como él mismo escribió,
Tal vez Pascal, el teórico del divertissement, diría que, con todo, incluso quien consiguiese vivir toda la vida en un clima de ininterrumpida intensidad proyectiva no haría sino esconder de este modo la amenazante posibilidad de la muerte individual, para la que no hay a la vista ninguna esperanza razonable de rescate (Ibídem, p. 15)
Sin embargo, cosas más raras se han visto…
Lo conocí en Córdoba, Argentina, donde vivo. Una persona sumamente agradable, y honesta consigo misma y con el mundo. Ejerciendo la deriva del pensamiento. ¿se puede pedir algo más de un ser humano? ¿pedírnoslo a nosotros mismos?