Cuando la tarea de orden es definir a la tradición francesa del pensamiento contemporáneo, resalta un vocablo a fin a todos sus integrantes: irreverencia.
En dos aspectos se distingue este fenómeno. En la legitimación de lo anti-normativo y en el rechazo constante a la clasificación histórica. Sin embargo, aún en la multiplicidad de reflexiones, se mantiene el principio de una unidad indisoluble: los unos estructuralistas, los otros hermeneutas, del pensamiento de la diferencia, del psicoanálisis, la fenomenología; muchos bajo el sello del clásico intelectual y activista político, del escritor ensimismado de cafés…y entonces está Bataille.
Los esfuerzos por catalogar el pensamiento de Georges Bataille, comportan el peligro de entrar en zona traicionera de arenas movedizas, además de no encontrar un término que lo precise más que la propia indeterminación. Hay en toda su obra un desdén por la vocación filosófica estricta y una simpatía por el caos y por el no comprometimiento. Más bien su móvil es la condena del flujo y la organización desde el mismo instante en que se concibe el texto, en un espacio donde la escritura se automatiza y son la incoherencia y el desorden los supuestos del sentido.
En el plano propiamente dicho de lo reflexivo, la configuración del pensamiento en Bataille proviene fundamentalmente de tres fuentes: de Hegel (la religión), de Nietzsche (el sentimiento, lo no racional) y de la admiración-desconfianza que le asestó el Heidegger de Ser y tiempo. De esas líneas procede lo que Bataille concibió su formación filosófica. Es comprensible el porqué de esa selección, solo en ella se describe el problema del límite, de la sensibilidad y del conocimiento sin agotamiento ni misericordias:
«Dentro de un contexto más o menos homogéneo que ofrece su decidido tono literario, emergen innumerables temas en apariencia heterogéneos(…) sin embargo, no hay que olvidar que Bataille nunca tuvo reparo en combinar la mayoría de sus textos en una serie de fronteras siempre móviles»[1].
Todas estas artimañas para dejar en claro que su obra aparentando ser contraproducente, conserva una lógica interna que invita al lector a entender su rechazo a las etiquetas y en especial a la armadura de escritor. Bataille prefiere mil veces trasladar las ideas que asaltan al espíritu de forma caótica a incurrir en la tónica vacía y aburrida del sistema, de la concatenación, de la estructura organizada:
«(…) consciente de sus limitaciones para trabajar, para estructurar la secuencia de sus ideas, el desorden es en realidad su método, voluntariamente adoptado, para liberarse de las normas racionales que dominan la expresión discursiva» [2].
Tres son también las móviles que impulsan la dispersión en la escritura: muerte, erotismo y transgresión. El discurso sufre la incoherencia, la falta de redondez y concreción, pero continúa sin agotarse, claro que se refiere a la experiencia interior, al extremo de lo posible:
«(…) Bataille reduce toda la actividad trascendente del hombre al erotismo. La importancia de esta idea reside sobre todo en el hecho de que el erotismo más que una forma de dar origen a nuevos seres humanos es un método de disciplina interior que pretende sobreponerla conciencia de la posibilidad ineluctable de la muerte mediante su imitación en el acto sexual» [3].
La meditación implícita de la experiencia interior
Si bien se manifiesta como una esfera particular de la existencia humana, la experiencia interior, se presenta como una renuncia al fundamento místico y la exhortación a la posibilidad de su transgresión. Bataille señala al dogma como articulador de la herejía y responsable del límite, lo condena a la hoguera y lo enjuicia como si él mismo fuese la Santa Inquisición de lo espiritual-existencial: «La experiencia no revela nada, y no puede ni fundar la creencia ni partir de ella. La experiencia es la puesta en cuestión (puesta a prueba), en la fiebre y la angustia, de lo que un hombre sabe por el hecho de existir» [4].
Lo que resulta un mensaje entre líneas a veces visible en ocasiones no, es de que se trata de un texto autobiográfico que matiza con lo didáctico. La intención de Bataille es refutar la clara imagen que tiene acerca de sí mismo desde la figura del no escritor, pero todo el tiempo, paradójicamente, se presenta como preocupado por el estilo y por el grado de apropiación que pueda tener el lector. De esta manera, conjuga la nitidez con el silencio, la dejación con el interés, el conjunto con la formulación a medias; siguiendo un estilo libre, acomodándose a la libertad necesaria para «de alguna manera, responder un movimiento; no puede ser una seca traducción verbal, ejecutable ordenadamente»[5].
Sin importar las circunstancias, Bataille no pasa por alto el análisis detallista, aunque el resultado final sea el advenimiento de una refracción o la transferencia a otro estadío singular. Sin embargo, todo se reduce y transporta a la pretensión de indagar acerca de la naturaleza intrínseca humana, un impulso equilibradamente influenciado por Lacan, perniciosamente prescrito por Nietzsche, pero que, sin importar cuan disgregada esté la idea, toma en consideración siempre las condiciones de su apertura: «Llamo experiencia a un viaje hasta el límite de lo posible para el hombre. Cada cual puede no hacer ese viaje, pero si lo hace esto supone que niega las autoridades y los valores existentes, que limitan lo posible» [6].
La experiencia interior tal y como Bataille la entiende, se libra de su ropaje científico, de las cadenas del saber, del lenguaje estético, y solo se ve como una posición espiritual en tanto ella misma expresa su valor y autoridad, parafraseando al francés: el espíritu se pone al desnudo por un «íntimo cese de toda operación intelectual». Por tanto, el encuentro con la experiencia interior requiere un ejercicio de reapropiación de la discursividad y rechazo a los signos lógicos. En este punto el discurso seduce bajo la promesa de asimilar lo desconocido en una alta labor que, ni siquiera la filosofía puede asumir con total efectividad. En pos de un movimiento sin precisar, la experiencia interior se aleja de lo fenomenológico clásico y reinventa desde el dramatismo, la estructura de lo espiritual del sujeto.
Notas
[1] Díaz de la Serna, Ignacio: Para leer a George Bataille, Fondo de cultura económica, México, 2015, pág.12.
[2] Ídem.pág.15.
[3] Elizondo, Salvador: George Bataille y la experiencia interior, en revista Litoral octubre de 2006, México, pág.118.
[4] Bataille, George: La experiencia interior, Ediciones Taurus, Madrid, 1973, pág.14.
[5] Ídem. pág.15.
[6] Ídem, pág.17.