Frankenstein y el Romanticismo son dos conceptos profundamente entrelazados que reflejan la esencia de una época marcada por grandes transformaciones. El movimiento romántico surge en el siglo XVIII, con sus primeras manifestaciones hacia mediados de este siglo, como una respuesta al racionalismo europeo imperante. En un contexto de restauración de las monarquías, creciente industrialización, consolidación de los primeros movimientos obreros y luchas independentistas en Hispanoamérica, esta sociedad en cambio acelerado desarrolló una necesidad de expresar sentimientos y deseos humanos desde una perspectiva más personal e introspectiva, una característica central en la obra de Mary Shelley y en su Frankenstein, una de las novelas que mejor encapsula el espíritu del Romanticismo.
El romanticismo se caracteriza por su rebeldía, rompiendo con el estructurado, sereno y racional neoclasicismo. Las emociones de la sociedad debían traerse a flote. La humanidad no es objetiva, más bien es pasional, imperfecta y dramática. La belleza no era una verdad universal, sino una concepción subjetiva mucho más realista y sensible. De eso se trataba todo. Por consiguiente, su originalidad; incluso las cosas que a simple vista podrían ser consideradas grotescas, perturbadoras e incluso carentes de belleza, desde el romanticismo se podían ver con una mirada distinta, logrando ver lo humano y lo sentimental en estas obras. Asimismo, se buscaba una romanización de la realidad, encontrar un ideal al cual la persona se aferra para sobreponerse ante las tragedias de la vida cotidiana, explorando los sueños y las fantasías como método de evasión de una realidad cruel.
Así, podemos concluir con una estructura para identificar una obra romántica. El sujeto se encuentra con cierta fuerza que le impide llegar a su objetivo, ese impedimento puede variar dependiendo del caso, como las circunstancias sociales, sus ideales y pensamientos, su orgullo, sentimientos profundos de venganza, o la sociedad misma. Por su parte, el sujeto está tratando de vencer los límites impuestos a través de diversos elementos que van desde el amor hasta la superación de un evento trágico en su vida.
En la pintura romántica podemos ver obras que expresan el deseo de la aventura, como El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich, hasta obras como La pesadilla (1781) de Johann Heinrich Füssli, que representan los deseos más profundos e indebidos de los seres humanos.
En la literatura, podemos encontrar muchos ejemplos de este estilo.
Uno de los más icónicos sería Orgullo y prejuicio, en el que se nos presenta a la heroína Elizabeth Bennet y su contraparte, Mr. Darcy. Para ambos protagonistas, son sus defectos, su orgullo y prejuicios ante el otro, lo que les impide alcanzar el amor. Conforme se desarrolla la historia, ambos personajes logran sobreponerse ante esos defectos, y al ver la realidad de las situaciones que los rodeaban, logran encontrar un punto de mutuo entendimiento, admitiendo finalmente sus sentimientos mutuos. No hay nada más romántico que dos sujetos encontrando el amor verdadero después de un turbulento viaje de infinitas dificultades.
Ahora llegamos a la pregunta clave en la obra de Mary Shelley: ¿Qué sucede cuando el sujeto no logra sobreponerse a los límites que le impiden alcanzar su deseo? Los deseos comienzan siendo sinceros, pero a causa de la crueldad humana, estos se destrozan en pedazos, y no le queda más remedio al protagonista que sucumbir ante el deseo de venganza para tratar de satisfacer sus frustradas ilusiones.
Esto podría llamarse la otra cara del romanticismo. El romanticismo oscuro es cuando el sujeto no es capaz de sobreponerse a las adversas situaciones que le presenta la vida y no encuentra su objetivo inicial, sino que este se desvía, dándole un giro más oscuro y macabro a sus ideales, llevándolo a la locura o a la muerte.
La obra de Mary Shelley nos presenta a Víctor Frankenstein como el protagonista de la historia, un joven suizo que desde pequeño se encontró fascinado por los secretos de la naturaleza que esconde el mundo a su alrededor: los cambios de las estaciones, el color del cielo, la altitud de las montañas, pero, sobre todo, la vida humana y su creación.
Cuando crece y se va a la universidad, se pone como propósito crear vida. Tras varios intentos fallidos y años de ser consumido por su ambición, Víctor logra su propósito, sin embargo, no fue capaz de imaginar las consecuencias y desgracias que le traería su creación, llevándolo hasta la muerte.
Cuando Frankenstein regresa al hogar de su infancia tras la trágica muerte de su hermano menor, la presunta culpable es una de las sirvientas de la casa, llamada Justine, quien jura no haber asesinado al pequeño William. Víctor realmente quiere creer en la inocencia de Justine, pero todas las pruebas apuntan a ella. Entonces, unos días antes del juicio, se le presenta su abominable creación, el ser que había creado. Era una aterradora visión, más grande que cualquier humano, con una melena negra larga y extremidades enormes. Cuando el científico finalmente conoce a su creación, no cabe duda de que fue él quien asesinó a su hermano menor. Después de la sentencia a muerte de Justine, Frankenstein vuelve a encontrarse con su creación, quien le pide que lo siga hasta su escondite para escuchar su historia. Frankenstein se rehúsa y lo maldice por toda la miseria que le ha hecho pasar, pero al final acepta y lo acompaña a una cueva en los Alpes.
Allí, el monstruo comienza a relatar su historia desde el momento en que tuvo conciencia: cómo sufrió para sobrevivir y adaptarse al ambiente desconocido. Tiempo después, en medio del bosque, vio una cabaña donde vivía una familia. Así, comenzó a observar todas las noches, los escuchaba leer historias, comer y convivir. Poco a poco, fue aprendiendo sobre el mundo. Pero un deseo más grande crecía en su interior: el deseo de ser parte de esa familia. En el ser de horripilante aspecto empezó a crecer la esperanza de que algún día podría acercarse a ellos y formar parte de la familia. Así que un día, finalmente lo intentó y fue a visitarlos, pero la familia quedó completamente horrorizada por su apariencia y lo obligaron a volver a recluirse en el bosque. Con todas sus esperanzas destruidas, el monstruo no tuvo más opción que ser una solitaria criatura en lo profundo de las montañas, consumido por la decepción y la tristeza, pero sobre todo por la ira de no obtener lo que deseaba. Decidió buscar a su creador y exigirle que crease un ser igual a él, prometiendo así no volver a hacer daño a nadie. Tras conocer la desgarradora historia del monstruo, el científico sigue sin sentir algo más que odio y repugnancia hacia la criatura, por lo que se niega rotundamente a conceder su deseo. Ante esto, el monstruo insiste en que, si no, él acabaría con toda la felicidad de Víctor y luego con su vida. Resignado, el científico no tiene más opción que aceptar.
Una de las inspiraciones de Mary Shelley para esta obra fue el deseo de traer a su madre de vuelta a la vida. Aunque su madre murió unos días tras su nacimiento, sus obras influyeron mucho en el desarrollo de Mary. Un tiempo antes de comenzar a escribir la novela, la joven había sucumbido ante una fuerte depresión a causa de la muerte de su primera hija. Su turbulenta relación con Percy Shelley y el sentimiento de ser subestimada como escritora ante Lord Byron la consumieron en la búsqueda de encontrar la temática perfecta para una historia de terror. Así fue como una noche tormentosa de verano, la joven se despertó tras una pesadilla, y allí fue donde vio por primera vez al monstruo que la llevaría a escribir Frankenstein.
Tomando esto en cuenta, podemos entender cómo esta obra fue fuertemente influenciada por los sentimientos más profundos de la autora, una característica clave del romanticismo. Sin embargo, donde más podemos ver el romanticismo oscuro en su máxima expresión no es en el protagonista de la historia, sino en su creación.
El monstruo, a diferencia de lo que se piensa, era un ser racional e inteligente, capaz de comprender las emociones de las personas. Un ser que deseaba ser amado. Al ser rechazado y aborrecido por todo el mundo, no le queda más que rendirse y aceptar el destino que se le impuso: ser un monstruo. Pero antes de ser consumido por las desdichas y la amargura de la vida, mostró mucha más humanidad que el protagonista de la historia.
Claramente, allí es donde podemos ver cómo este ser empezó con un objetivo: el objetivo de ser amado. La fuerza que se interponía en su camino era el no ser humano, ser tan físicamente horroroso que jamás podría ser considerado lo suficientemente bello a los ojos del ser humano como para poder existir. A pesar de eso, el monstruo valoraba su vida, a pesar de solo haber sufrido desdichas. Hasta el último momento en que suplicó a Frankenstein que le hiciera una compañera, mantuvo la esperanza de que al final todo tendría sentido porque lograría encontrar la felicidad y compañía de otro ser igual a él.
Entonces, cuando su creador lo traiciona y decide no cumplir su promesa, no le queda más en el mundo que atormentar a su creador hasta llevarlo a la muerte. No le queda nada más para seguir viviendo que acabar con la felicidad del hombre que él considera es el impedimento de la suya. Así, en la segunda mitad de la novela, vemos cómo Víctor cae cada vez más en la paranoia de que el monstruo siempre está
observando cada movimiento que da, evaluando si está cumpliendo su promesa de hacerle una compañera, esperando el momento para atacar. Cuando Frankenstein decide romper la promesa y arriesgarse a casarse con Elizabeth, la criatura es consumida por la ira y no duda en perseguir a su creador; y, tras matar a su esposa en la noche de bodas, Víctor decide perseguirlo hasta la Antártida para acabar con él, pero, desafortunadamente, tras una batalla, Víctor muere enfermo.
Aun así, tras haber cumplido su objetivo de haber matado a su creador, el monstruo nunca logró sentir ese afecto y amor que siempre había deseado, ya que no quedaba nadie en la tierra que pudiera proporcionarle compañía. De todo esto, podemos concluir que esta maravillosa novela de Mary Shelley nos muestra la otra cara del romanticismo.
La pérdida, la ira, la venganza y los sentimientos de rencor son parte de la naturaleza humana. Precisamente eso es lo que buscaba el romanticismo: traer a flote las experiencias personales y, con ellas, las emociones que estas conllevan, mostrando la humanidad de la manera en que es.
Bibliografía
Shelley, M. (2022). Frankenstein o el moderno Prometeo. Panamericana. Bogotá D.C., Colombia
Esta colaboración ha sido publicada gracias al esfuerzo conjunto de Dialektika y Colegio Montessori Cartagena. Para saber más sobre este proyecto creativo siga el enlace.