La conveniencia del déficit
«La naturaleza ama esconderse», nos advierte un bello trozo de la filosofía de Heráclito. No quisiera yo que se hubiese conservado para la posteridad todo un tratado de la especulación de este grande de Éfeso. Por suerte la historia a veces es óptima en sus criterios de selección. «Todo fluye», mas los corpúsculos heracliteanos quedan como destellos de lucidez provenientes de ese logos parlante desde las entrañas ocultas del alma y del mundo.
La filosofía de Heráclito no reclama una hermenéutica que fusione los diversos fragmentos en una totalidad doctrinal coherente, más bien nos induce hacia un cambio de actitud en nuestros modos de «leer»: es necesario hacerlo hacia dentro, en la dirección misma del ocultamiento, y dejar de una buena vez de quejarnos por lo que supuestamente nos falta.
Cambio de perspectiva
La exclusión es un fácil e irresponsable vicio seudo-filosófico, y quien procede de este modo es derrotado de antemano en la vieja batalla filosófica de lo uno contra lo múltiple. Así, cuando ciertos esquematizadores del pensamiento de la antigüedad lanzan a los cuatro vientos la afirmación de que a Sócrates no le interesaba el problema de la naturaleza, se están excluyendo a sí mismos del mundo virtuoso del saber.
Sólo el cosmos humano es digno de conocimiento, pues sólo el hombre puede conocer. Figura circular: el hombre es un cielo centrado. No sólo los conceptos socráticos proceden de la especulación cosmológica. La naturaleza es un espejo del hombre y no a la inversa.
