Filosofía 2020: Reflexiones entre la pandemia y la posverdad

diciembre 31, 2020
Filosofía 2020

The Conversation
Eva Catalán, The Conversation

La Filosofía analiza, busca conexiones, se hace las preguntas de más difícil respuesta: ante una pandemia sin precedentes, nuestros expertos en este campo no han dejado de reflexionar sobre las posibles consecuencias en el devenir de la humanidad de un evento histórico.

Roberto R. Amarayo, del Instituto de Filosofía del CSIC, decidió hacerlo con un afán constructivo. En su artículo Reflexiones desde la filosofía: lo que el COVID puede enseñarnos, Aramayo se pregunta si un reto planetario como el actual podría servir para algo bueno. No sólo para recordarnos la importancia de invertir en ciencia y salud, y obligarnos a un necesario replanteamiento de nuestras prioridades (colectivas y personales), sino sencillamente obligándonos a sacar lecciones positivas, a aprender de lo sucedido y vivido, y trascender las lecturas catastrofistas.

La prueba de que los lectores ansiaban una reflexión en positivo está en que su artículo es, por el momento, el más leído de la sección de Cultura.

Posverdad: ¿la estupidez de siempre?

En 2020 ha habido también pensamiento más allá de la pandemia. Uno de los temas que más nos ha preocupado, y sobre el que más han trabajado los filósofos en todo el mundo, es el de la posverdad y el impacto político y social que tienen los medios de comunicación digitales y en particular las redes sociales.

Agustín Arrieta, de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), nos ayuda a comprender los peligros de esta tendencia que no deja de crecer. Estableciendo el germen de este concepto en los escritos de Harry G. Frankfurt, Hannah Arendt, y Lee McIntyre, Arrieta explica cómo la actitud de desprecio hacia la verdad y lo que la rodea (los hechos, las pruebas, la objetividad, la evidencia) fomenta la aparición de afirmaciones tan preocupantes como que “la objetividad no existe” o actitudes negacionistas frente a las verdades científicas. Por eso, sostiene Arrieta, La posverdad es más peligrosa que la mentira.

Una de los causantes de la posverdad es un mal tan antiguo como la humanidad. En ¿Qué es la estupidez?, Antonio Fernández Vicente, de la Universidad de Castilla La Mancha, la define: son las personas convencidas de estar en lo cierto. Su fanatismo, responsable en buena medida de la polarización ideológica que nos rodea, se propaga especialmente en los mensajes breves y unidireccionales de Twitter y Facebook.

La estupidez es peor que la maldad: hiere sin ni siquiera reportar un beneficio al que lo hace. Estúpido es quien rechaza la autocrítica y la duda. Termina con una recomendación: ya que la estupidez siempre insiste, deberíamos acudir al único antídoto posible, y hacernos, cada cierto tiempo, una pregunta imprescindible: “¿Y si estuviese equivocado?”.

Demócrito (Johannes Moreelse, 1630). Wikimedia Commons / Centraal Museum de Utrecht

Soledad no deseada

Otra pandemia, esta silenciosa y menos inmediata en su impacto, afecta a la sociedad del siglo XXI: la soledad. Melania Moscoso Pérez y Txetxu Ausín, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, nos avisan de Por qué no debemos romantizar la soledad. Al contrario de lo que la literatura romántica y la ética protestante transmiten, la soledad, sobre todo la no buscada, no es fecunda ni facilita la producción intelectual.

La soledad no deseada, incluso aunque nos encuentre en un “cuarto propio hiperconectado”, tiene consecuencias nefastas para la salud, la mental, como es obvio, pero también para la salud física. Y no están solas únicamente las personas de edad avanzada o sin familia: uno de los colectivos con mayor probabilidad de padecerla son las madres solteras de 18 a 24 años. Porque la dedicación exclusiva al cuidado, como la que realizan en nuestro país una mayoría de mujeres que se dedican a la atención de personas dependientes, favorece la cronificación de la soledad. Más allá de los avatares particulares de cada biografía, hay factores estructurales que agravan la soledad, como el género, el entorno físico, la situación económica o el nivel de estudios.

Y para luchar contra la soledad, y contra muchas otras injusticias o situaciones no deseables, no importa solamente lo que podemos hacer, sino también, o incluso más, lo que no debemos dejar de hacer. Sobre esta pertinente disquisición escribió Txetxu Ausín en Hacer o no hacer: la importancia de la ética en la enseñanza. Como sujetos de un mundo de espectadores, profusamente interconectado, no podemos eludir nuestra responsabilidad, ni por acción, ni por omisión. Por eso preocupa la decisión de retirar la asignatura de Ética de segundo de la ESO, puesto que es una asignatura que debería ayudar a los futuros adultos ciudadanos a entender sus responsabilidades cívicas.

Dialoguemos y exijamos a nuestro intelecto ir más allá de lo fácil y de lo cómodo. Eso intentamos en The Conversation.

Eva Catalán, Cultura, The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Foto por Moritz Knöringer