En medio de la luz enceguecedora del trópico, esa misma que intensifica el color de los interiores de Amelia y de los paisajes de Carlos Enríquez, se desenvuelven las figuras espectrales de Fidelio Ponce. Testimonio del desencanto característico de su época y de las experiencias de este pintor entre la gente pobre con la que vivió[1], sus cuadros constituyen un sutil recordatorio de que en esa luz preciosa que favorece la sensualidad y lo verde, habita también la destrucción. A Ponce se le ha llamado “el pintor de los pinceles tristes”, pues su obra alberga un desconsuelo que sobrepasa a la mera presencia de la muerte. Es la aflicción causada por el desamparo, por la imposibilidad de comunicarnos con el otro, de recibir o de brindar ayuda, en un mundo donde la luz se convierte en barrera al difuminar la realidad. Los personajes de Fidelio están a punto de borrarse: Los niños[2] son tiernos, pero ya han sido condenados, ¿sin nadie que se ocupe de ellos, sin futuro tal vez?; La pianista se aleja mientras ofrece su belleza; su Cristo apenas se distingue en un lienzo demasiado amarillo, y somos en su Paisaje esa barca pequeñísima a punto de perderse entre los árboles.
Todo en Fidelio se desvanece y nos lleva a la angustia, a la convicción de que estamos de paso; al presentimiento de que, para las personas de Cuba, como para las de cualquier parte, ese paso se realiza con frecuencia por un camino frustrado y solitario, pero donde todavía podemos posicionarnos ante el arte “como purga de pecados, como expiación del dolor, como receptáculo de la angustia y detonante de una probable salvación en la espiritualidad”[3]. Porque aún rodeado de tanto abatimiento, Fidelio nunca renunció a la posibilidad de lo sublime.
De modo similar al uso de la luz en Ponce, el Paisaje Cubano de Marcelo Pogolotti sobrepasa todas las expectativas. ¿Quién no espera antes de verlo una escena campesina llena de palmas? ¿Cuánta no es la sorpresa al hallar, en cambio, un discurso de carácter social? El campo de Pogolotti no es un lugar idílico de esparcimiento y descanso, ni tampoco el sitio donde se labora tranquilamente como en La vuelta del trabajo de Romañach, o se libran batallas épicas como en el Gómez en campaña de Menocal. Paisaje… es el espacio donde el campesino cubano es maltratado por el guardia rural cubano, que trabaja en interés del industrial rico, cubano también.
Marcelo Pogolotti es un pintor–filósofo[4], quiere desentrañar el sentido del mundo y esto provoca que no se centre en ninguna circunstancia específica. Por eso, hasta en los cuadros de tema nacional como Paisaje…, su discurso va más allá de la Isla y se coloca en el centro de la reflexión sobre la vida en la sociedad industrial. Sus seres desprovistos de facciones nos hablan de la tragedia de la explotación del hombre por el hombre, de la pobreza, de la lucha por la reivindicación de los derechos, de la indiferencia hacia el padecimiento de los otros. Al contemplar esas figuras anónimas nos descubrimos capaces de llenar sus rostros vacíos con los nuestros, de ser lo mismo el obrero golpeado que el policía que golpea, de vivir resignados como los trabajadores de El alba, de imaginar un mundo de sirenas como la costurera de Evasión, o de persistir, como El intelectual. Pero siempre formando parte de los engranajes de sus universos grises y violentos en los que, sin embargo, no faltan ni la esperanza ni los sueños.
Al igual que Pogolotti, aunque en un tono más íntimo, Fidelio nos anima a no albergar la indiferencia. Este sentido del compromiso con el destino de los otros es un rasgo común a los dos pintores, mas no es el único. Ambos fueron capaces de trascender lo aparente, de hablar de los cubanos y hacia los cubanos con un lenguaje carente de banalidades folklóricas y falso exotismo. Ambos invitan así a abandonar cualquier enfoque localista y provinciano de la nacionalidad, y al mismo tiempo exhortan a mirar a nuestro alrededor y ver, realmente ver, al resto del mundo y al prójimo.
Fernando Ortiz decía que deberíamos aspirar una “cubanidad con las tres virtudes —dichas teologales—, de fe, esperanza y amor”[5]. ¿Qué amor más grande puede esperarse que aquel que emana de la solidaridad? ¿Qué fe más fuerte que la profesada por estos dos pintores a la capacidad redentora del arte, a su poder para devolvernos una vez, y otra, y todas las que sean necesarias, a las sendas de la belleza y la esperanza?
Notas
[1] Pogolotti, Graziella. Fidelio Ponce de León, el más grande de los pintores cubanos.
Disponible en https://ginapicart.wordpress.com/2013/11/23/fidelio–ponce–de–leon–el–mas–grande–de–los–pintores–cubanos/.
[2] Los nombres de los cuadros aparecen en cursivas.
[3] Caballero, Rufo. “La aspereza que precede al amor”. En ocasión de la muerte de Antonia Eiriz, en Rufo Caballero, Agua Bendita; crítica de arte, 1987–2007. La Habana. ArteCubano ediciones. 2009.
[4] Caballero, Rufo. “El gustazo de prescindir”. La modernidad, la vanguardia, los aportes de Marcelo Pogolotti, en Rufo Caballero, Agua Bendita; crítica de arte, 1987–2007. La Habana. ArteCubano ediciones. 2009.
[5] Ortiz, Fernando. Los factores humanos de la cubanidad, en Norma Suárez, Fernando Ortiz y la cubanidad. Ediciones Unión. Cuidad de La Habana, 1996, pp 36–43.