Johann Gottlieb Fichte nace en Rammenau, el 19 de mayo de 1762, en el seno de una familia muy pobre. Por su bajo estatus social y económico tuvo que trabajar manualmente durante su infancia, aunque no lo suficiente como para que esto inhibiese sus instintos intelectuales. Su innata inteligencia le ganó el favor del Barón von Miltiz quien financió sus estudios, y gracias a quien pudo ingresar en la facultad de Teología de Jena en 1780. A pesar de haber alcanzado la universidad, se vio obligado –nuevamente por cuestiones económicas- a abandonar los estudios y a comenzar a impartir lecciones privadas en 1784.
Fichte fue representante en el campo de la filosofía de una nueva fase del espíritu en Europa: el Romanticismo, en honor a la verdad, uno de sus iniciadores. El Romanticismo, surgido en Alemania, hacia el año 1790, fue un movimiento que se caracterizó por una reacción hacia lo moderno.
Si bien la idea de progreso alimentada por la mano de la diosa razón resultaba un paradigma hasta cierto punto aceptable, entrañaba por otra parte, el problema del saldo humano. A cambio de sus bonanzas, la razón demandaba el olvido del individuo, del yo; lo emotivo era secundario, casi superfluo, así también las particularidades, deseos y sueños eran abandonadas por el pensamiento.
Las filosofías inspiradas en el paradigma del investigador riguroso sólo veían del mundo los engranajes. Todo lo que nos hacía humanos nacía en nosotros para ser desechado. Puede que en su momento esta reacción a un pathos cristiano y su fanatismo fuere vanguardista; pero ya a finales del siglo XVIII, cuando emergía de la masa un pathos moderno, resultaba asfixiante –y hasta cruel- que se pensase un ser humano cuya existencia contemplase la armonía del uno con el todo a través del sacrificio absoluto de sus sentimientos y donde el dolor o la felicidad no importaran a nadie.
La filosofía kantiana anclada en el metodismo y la rigurosidad, había dejado a los filósofos en medio de una encrucijada. Era un instrumento adecuado para el contemplativo investigador. Pero el siglo XIX nacía en medio de un proceso sin precedentes. La Revolución de las ideas se había convertido en la Revolución del pueblo: la práctica llamaba al compromiso, la pasividad y la prudencia no estaban de moda.
Ante tan fantástica realización de las ensoñaciones ilustradas, los pensadores volcaron toda su energía mental en conciliar la práctica con las ideas que le habían dado origen. Más que un sujeto investigador, se demandaba un sujeto-revolucionario; a la luz de los acontecimientos, la filosofía kantiana profetizaba la posibilidad de alcanzar el absoluto de la realización del espíritu moderno, pero le faltó la ambición o quizás el valor de encarar tal giro.
Fichte, inspirado por Francia y ante los problemas de una Alemania fraccionada y deficientemente, consciente de ello aplicó a la obra kantiana sus propias herramientas, pero buscó salidas más radicales. No le convencía la idea del equilibrio entre individuo-estado. El status quo no era suficiente cuando lo que apremiaba a la humanidad era librarse de las cadenas del hábito. No conforme con la libertad como presupuesto del deber, prefería una libertad absoluta encarnada en el Yo. Su compromiso con la libertad y el espíritu revolucionario lo llevó a la guerra contra Napoleón, muriendo de tifus en la campaña de 1814.
Su interpretación de Kant, al son de los cánticos de la Marsellesa, decanta la escisión kantiana por el lado de la razón y de la intuición intelectual ¿Por qué no? ¿acaso la Revolución francesa no había sido hija del pensamiento? El espíritu parecía en efecto, hacerse carne.
Fichte encuentra en Kant los fundamentos para un Sistema del Idealismo Trascendental y con ello, corona a este pensador como el primero de lo que será el Idealismo Clásico Alemán.
En 1790, Fichte por motivo de la petición de un estudiante, se ve requerido a estudiar la filosofía de Kant. Tras leer la Crítica de la Razón Pura quedó tan atónito que se volvió admirador de la filosofía crítica, al punto de que, al año siguiente, fue a visitar a Inmanuel Kant en Königsberg. Como es natural, Kant no estuvo muy entusiasmado en una visita fuera de sus planes, no obstante, quedó igualmente admirado con un escrito de Fichte, en el cual aplicaba todas las herramientas de la crítica. Tan complacido se sintió, que instruyó a su editor personal que lo publicase anónimamente, lo cual tuvo lugar en 1792.
El aparato categorial y la elevada lógica desplegada en el ensayo hicieron que el público asumiera que el autor era Kant; de manera que mientras se debatía acerca de la autoría del mismo, el propio Inmanuel Kant tuvo que aclarar que la autoría del Ensayo de una Crítica a Toda Revelación pertenecía en realidad al joven Johan Gottlieb Fichte. De esta forma, en su primer ensayo, se dio a conocer al mundo moderno como una de las grandes figuras representativas del pensamiento alemán.
El éxito que alcanzó Fichte no se basó en halagos a Kant, o en aprovecharse de la legitimidad de su benefactor. Que el joven filósofo se declarase seguidor de la Crítica, no le impidió asumir tomar distancia. El profundo esfuerzo intelectual empleado -y cierto nivel de audacia- le valieron de un rápido ascenso al grado de catedrático de la Universidad de Jena; la profunda envidia hacia él, una caída estrepitosa.
Ya en el Ensayo sobre una Crítica a Toda Revelación, su primera obra de relevancia[1], vemos los signos de lo que él mismo intitulará como Sistema del Idealismo Trascendental. El que fuera su primer ensayo no implicó que hubiera sido superficial o incompleto, de otra forma Kant no lo hubiera aprobado. De hecho, constata la unidad de su obra.
El principal aporte de Fichte para la Clásica Alemana (sin ahondar en el resto de los méritos de su filosofía) fue su crítica a la separación entre la finitud y la infinitud presente en Kant.
Fichte, a diferencia de multitud de pensadores sólo tuvo una etapa en su pensamiento (al menos avalado por sus escritos). No podemos decir que haya tenido mucho tiempo para continuar la maduración de sus ideas, puesto que el segundo momento al que transitó su sistema, fue llevado de la mano de otro filósofo ya desde 1800: Fichte contó con menos de 10 años en la vanguardia filosófica, durante los cuales marcó su impronta en el pensamiento universal con su solución al dualismo kantiano.
El Ensayo de una Crítica a toda Revelación, se engarza directamente sobre el contenido de la Crítica de la Razón Pura y elementos de la ética kantiana, encaminándose a tratar el tema de «la revelación» y a cuestionar el papel de la religión en la sociedad. Su preocupación parte de que la religión aparece como un escoyo donde se refugia un pensamiento que niega la libertad y el desarrollo institucional que tanto necesitaba la Alemania.[2]
El principal aporte de Fichte para la Clásica Alemana (sin ahondar en el resto de los méritos de su filosofía) fue su crítica a la separación entre la finitud y la infinitud presente en Kant. Fichte detecta la escisión de estas figuras en las obras de Kant, pero, declara que esta separación es sólo posible por «interpretaciones equivocadas». Pare él, no había dudas de que el sabio de Köningsberg no había querido caer en el dualismo, sino que perseguía entronizar a la actividad del pensamiento como una figura contentiva de la totalidad. El dualismo es solo resultado de interpretaciones poco rigurosas de su filosofía.
La evidencia de la necesidad de superar la lógica fichteana fue el devenir de los acontecimientos que la inspiraron: la paulatina frustración de la Revolución tanto en Francia, como su posibilidad en Alemania[3]. De acuerdo a Fichte, la finitud, dependía de la libertad del Yo, pero sólo con eso no se podía cambiar al mundo, menos cuando el mundo re-actuaba sobre la supuesta sustancia que la había puesto. Era como si el no-Yo se hubiese estrellado contra el Yo.
En palabras de Ilienkov:
«(…) insistir únicamente en el Poder creador infinito del Yo, en la fuerza de su entusiasmo moral ante el obstinado mundo exterior, significaba romperse la cabeza contra un muro de incomprensión que fue lo que ocurrió en fin de cuentas con Fichte.»[4]
Y realmente este fue el destino de Fichte, quien descendió rápidamente de la gloria a la ignominia, producto de una acusación de ateísmo, surgida a raíz de una discusión con un estudiante. Este suceso indujo el desplome del «Titán de Jena»[5], quien ante la acusación asumió una respuesta valiente pero inoportuna, pues en lugar de denegar la acusación la confirmó[6]. Aquellos convocados por la historia a superar su pensamiento tuvieron mucho cuidado en la manera de exponer sus ideas, de forma que garantizaran defenderse contra las hostilidades ideológicas del poder.
Su pensamiento fue una cadena de transmisión entre Kant y Hegel, sobre todo porque los problemas que dejó pendientes, fueron resultado de haber planteado la necesidad de solucionar el dualismo kantiano por el lado del concepto. La única forma, dentro de la metafísica, era absolutizando al propio pensamiento, entronizándolo como contentivo de la actividad, pero para ello fue necesario un retorno a Kant; un retorno que se apartó de la necesidad fichteana de coronar al concepto como señor del mundo.
Notas
[1] Que nos conste Fiche nunca publicó nada con anterioridad a la Crítica a toda Revelación. Las únicas constancias de su pensamiento son El anuncio hecho a María, [Fichte, Johan Gottlieb, Anuncio hecho a María (sermón que pronunciara en Dubrouke en 1786), http://dialnet.unirioja.es, consultado en Diciembre de 2015]; y »Sobre las intenciones de la muerte de Jesús»[ Fichte, Johan Gottlieb, Sobre las intenciones de la muerte de Jesús , consultado en Diciembre de 2015], el cual tenía el objetivo de convencer a las autoridades eclesiásticas de permitirle optar por el examen para pastor, lo cual no le era posible dado que perdió todo financiamiento en 1784. Ambas referencias son exclusivamente teológicas y no veremos asomo del pensamiento filosófico de Fichte en ellas.
[2] La afirmación con la cual cierra su primer trabajo puede darnos una idea de el influjo romántico en un hombre que rechazaba los límites en sí mismos considerados: “Ganamos una completa libertad de conciencia, no en virtud de una coerción de la conciencia por medios físicos, los cuales en realidad, nunca lo consiguen, pues la coerción externa por cuanto puede obligarnos a reconocer lo que quiera de la boca hacia afuera, pero nunca a pensar en nuestro corazón algo semejante.”: Fichte, Johan Gottlieb, Ensayo de una Crítica a toda Revelación, http://www.observacionesfilosoficas.net, consultado en Noviembre de 2015, p. 120.
[3] En palabras de Ilienkov: “Todas las ideas del joven Fichte se concentraban en la revolución psicológico-social que despertaron en las inteligencias los acontecimientos de 1789-1793. Con las acontecimientos y problemas de aquellos años está ligado el despegue de su pensamiento, y con el reflujo de la ola revolucionaria decayeron las alas de su filosofía, sin hallar ya una nueva fuente de inspiración”. Iliénkov, Lógica Dialéctica,Ob. Cit., p. 157.
[4] Ibídem., p. 148.
[5] Villacaña Berlanga, José Luís, La Filosofía del Idealismo Alemán, Editorial Síntesis, Madrid, 2001, p. 174.
[6] Su defensa la realiza en el escrito “Apelación al Público”: Fichte, Johan Gottlieb, “Apelación al Público”, http://dialnet.unirioja.es, consultado en Diciembre de 2015.