Feminismo y género. Algunas acotaciones

Segunda Entrega de «Mujer-Saber-Feminismo»
mayo 24, 2021

El feminismo es una de las teorías que ha ido evolucionando de manera paulatina y que mayor influencia ha ejercido especialmente en las humanidades. La perspectiva de género ha incidido en la filosofía, la sociología, el psicoanálisis, la historia, el lenguaje y las artes.

La filósofa española Celia Amorós escribe sobre el feminismo que en tanto producto moderno este se distancia del premoderno. Antes de la modernidad iniciada a partir del estallido de la Revolución Francesa, la escritura existente sobre los problemas de las mujeres tenía que ver con un memorial de agravios o la descripción de determinadas situaciones con respecto a las mujeres. Puntualiza con argumentos que el feminismo constituye un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como referente la idea ilustrada y racionalista de igualdad entre los sexos (Amorós, 2000; 56-84).

Tomemos entonces el período originario de la modernidad como primera ola del movimiento feminista, no sin dejar de tener en cuenta que tuvo sus raíces en determinados antecedentes históricos desde tiempos inmemoriales, aunque ya en forma precisa y claramente manifiesta coincide con las ideas de la ilustración. Este es un tiempo imposible de obviar, aunque hay otras investigadoras que enmarcan el inicio oficial del feminismo en su etapa sufragista.

Por feminismo voy a asumir el concepto que brindó la cubana Mirta Aguirre hace ¡66 años!   —porque lo interpreta como una ética— en un ensayo premiado en un concurso latinoamericano. La autora dice lo siguiente: «El feminismo es la actividad femenina expresada por cauces cívicos, más que un fin en sí mismo ha sido casi siempre un medio propiciador de la gestión femenina en pro del bienestar y el mejoramiento colectivos» (Aguirre, 1947;107 énfasis propio). Esta es una idea básica en la que me apoyaré en el plano teórico para sustentar el presente trabajo investigativo.

Hay otra clasificación de la historia feminista brindada por la filósofa española Ana de Miguel Álvarez, muy lúcida, porque incluye los antecedentes de este movimiento como parte del proceso, donde sitúa un feminismo premoderno, el moderno que coincide con la obra de Poulain de la Barre y los movimientos de mujeres que surgen vinculados a la revolución francesa, después resurge con fuerza en los movimientos sociales del siglo XIX y termina con el feminismo contemporáneo que abarca los años sesenta y setenta y llega hasta nuestros días.

Con la Revolución Francesa las mujeres pasan de redactar sus propios «cuadernos de quejas» a reclamar sus derechos mediante manifestaciones que demuestran el paso de gestos individuales al movimiento político. Por primera vez la toma de conciencia feminista se trasluce en la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en 1791 por Olympia de Gouges, la cual terminaría por este mismo atrevimiento en la guillotina.

Es la época de una Mary Wollstonecraft diferente al canon femenino y desafiante, quien en 1792 redacta la conocida Vindicación de los derechos de la mujer. Todo el movimiento de mujeres desplegado en el período revolucionario francés, termina en 1793 con el cierre, por parte de los jacobinos, de los más de cincuenta clubes femeninos que habían sido creados anteriormente y la prohibición de participar en cualquier tipo de actividad política.

Posterior a la etapa de la revolución francesa y como resultado del intento fallido de universalizar el lema: igualdad, fraternidad y libertad, el movimiento feminista se deshace, o mejor, lo deshacen; se mantiene aparentemente indiferente o pasivo hasta su activación decimonónica con un verdadero carácter internacional, llega a igualarse a otros movimientos sociales significativos.

El desarrollo capitalista alcanzado en el período había producido una incorporación de grandes masas de mujeres al espacio público en la producción industrial.  Aunque la lucha fue por el derecho al voto, esta no fue la única reivindicación que pedían, sino la igualdad en todos los terrenos incluyendo especialmente en la agenda feminista el tema de la educación.

La lucha de la inglesa Caroline Norton es paradigmática en el proceso de concesión a la mujer de autonomía dentro del matrimonio. Su intervención tuvo que ver con la aprobación de la ley Custody of Infants Act (1839), primer paso para aprobar en 1923 la reforma que otorgó preferencia en la custodia de los hijos a la madre en caso de separación. Hasta esa fecha las esposas eran propiedad de los hombres. Caroline resultó víctima de violencia física por George Norton, su esposo. En 1836, este último pide el divorcio y Caroline comienza a hacer peticiones escritas que condujeron a la aprobación de esta ley sobre la custodia de los niños. Melanipa aparece en la vida de esta mujer, tuvo que argumentar para defender a sus derechos y los de sus hijos, aunque no fue hasta 1925 que aparece la legislación que consideraba a los cónyuges autónomos respecto a sus bienes y su administración (Caporale y Aragón, 2003; 127-130).



El protestantismo, en específico el evangelista y el cuáquero, permitieron determinadas acciones de mujeres en la iglesia, entre estas estaba la intervención pública en la congregación. En 1682 los cuáqueros también consintieron que sus mujeres aprendieran a leer y a escribir. Este hecho representó un antecedente importante para que en EEUU la clase media norteamericana alcanzara un determinado nivel cultural para desarrollar el movimiento feminista que tuvo lugar allí durante el siglo XIX.

En 1848 en el estado de Nueva York, se produce la Declaración de Séneca Falls a la que también se le denomina Declaración de sentimientos que constituye el texto fundacional del sufragismo elaborada en una Convención a la que acudieron 300 personas para analizar las condiciones y derechos sociales, civiles y religiosos de las mujeres. Constituyó uno de los primeros programas políticos feministas, el documento fue firmado por 68 mujeres y 32 hombres. De esta manera las mujeres se convirtieron en sujetos de la acción política (Varela, 2005).

Posterior a estos sucesos en suelo estadounidense, en Inglaterra en 1866 el filósofo John Stuart Mill —autor de La sujeción de las mujeres y esposo de la feminista Harriet Taylor— pide en el parlamento inglés la aprobación del voto femenino. Ambos establecen las bases de la teoría política sobre la que actuó el sufragismo. Poco después, la cubana Ana Betancourt, ya iniciada la Guerra de Independencia en su país, la última por cierto en todo el continente americano, y en medio de la realización de la Asamblea Constituyente de la República en Armas, en el poblado de Guáimaro en 1869, pide a los asambleístas que valoraran también otorgar derechos a las mujeres. Es la primera vez que una latinoamericana tomaba tal iniciativa en el plano político.

La peculiaridad de la participación de latinoamericanas en la tarea independentista, es que las mismas se concentraron -y es muy lógico- en apoyar la gran transformación política que tuvo lugar y no exigieron desde un inicio reivindicaciones propias. En la historia del feminismo esto lo salva para América la cubana, quien con este hecho se convierte en una de las precursoras del feminismo continental, dijo Ana Betancourt:

«La mujer cubana, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora sublime en que una revolución justa rompe su yugo, le desata las alas. Todo era esclavo en Cuba: la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir si es necesario. La esclavitud de color no existe ya: habéis emancipado al siervo. Cuando llegue el momento de libertar a la mujer, el cubano, que ha echado abajo la esclavitud de la cuna y la esclavitud del color, consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su hermana de caridad, abnegada; que mañana será, como fue ayer, su compañera ejemplar» (Aguirre, 1947;75).

A continuación, facilito una tabla con algunos ejemplos de países a los que le fue concedido el derecho al voto femenino. Los datos fueron tomados de múltiples lugares: Internet, periódicos, algunos textos. No he encontrado una única fuente que brinde en su totalidad estos acontecimientos, me imagino que por lo disperso que fue a nivel mundial, se necesitaron alrededor de 89 años para que la mayoría de los países concediera ese derecho. Como podrán constatar, si Nueva Zelanda fue el primero en 1893 me quedé con la boca abierta cuando descubrí que, en el año 2005, Kuwait le otorgó ese derecho a sus mujeres ¡increíble!, por considerar importante el dato, es el único país donde cito el periódico del que lo tomé. Me llamó la atención que fue una noticia muy pequeña, todavía conservo el recorte del periódico que de vez en cuando muestro a los estudiantes. Merecía una reflexión amplia y eso, por supuesto, estaba ausente. Solo la información y punto.

Fechas en que fue concedido el sufragio femenino en algunos países:

 

País año
1 Nueva Zelanda 1893
2 Finlandia 1906
3 Países Bajos 1913
4 Noruega 1917
5 Inglaterra 1917
6 Canadá 1918 Excepto en la provincia de Québec que se concedió en 1952
7 EEUU 1920
8 España 1923
9 Ecuador 1929
10 Brasil 1932
11 Uruguay 1932
12 Cuba 1934

 

13 El Salvador 1939 limitado
14 República Dominicana 1942
15 Jamaica 1944
16 Guatemala 1945 limitado
17 Panamá 1945
18 Trinidad & Tobago 1946
19 Argentina 1947
20 Venezuela 1947
21 Surinam 1948
22 Chile 1949
23 Costa Rica 1949
24 Haití 1950
25 Barbados 1950
26 Antigua & Barbuda 1951
27 Dominica 1951
28 Granada 1951
29 St. Lucia 1951
30 Bolivia 1952
31 St. Kitts & Nevis 1952
32 México 1953
33 Guyana 1953
34 Nicaragua 1955
35 Honduras 1956
36 Colombia 1954 efectivo: 1957
37 Paraguay 1961
38 Bahamas 1962
39 Belice 1964
40 Kuwait 2005

Fuente: (Granma, 17 de mayo de 2005, p. 4)

La década del 70 del siglo XX fue una etapa de trascendencia para el pensamiento feminista. Se pasó de una lucha por reparar una injusticia a una transformación del mundo con otros valores, con otra visión. Se propuso una nueva forma de estar en el mundo para ellas, que no es más que la existencia en libertad. En la peripecia de la búsqueda de la necesaria igualdad no hay que perder nunca esa perspectiva.  No por gusto la anarquista Emma Goldman señalaba: «Si ya no puedo bailar, vuestra revolución no me interesa» (Collin, 2006;77-78).

Para las que hemos vivido más de cincuenta años con la palabra revolución diariamente, esa frase de Goldman constituye una importante idea que debemos tener en cuenta, hay que alejarse para bailar, en esa habitación propia reclamada por la filósofa francesa Simone de Beauvoir para la creación, tiene que estar incluido el baile, la autonomía de moverse. No solo hacer realidad esa frase de Píndaro «llega a ser el que eres» sino también atreverse a serlo. Si pretendemos transformar nuestro mundo, es muy importante no olvidar aquello por lo que queremos cambiarlo. Acabo de escuchar un programa de la televisión cubana de extensión breve, el cual tiene calidad por el nivel de información que brinda sobre figuras desconocidas u olvidadas denominado Elogio de la memoria. En una de sus presentaciones pude observar la dedicada al artista plástico estadounidense, Andy Warhol. Aunque fue muy interesante la información brindada sobre la famosa figura, algo me llamó la atención en la exposición acerca del intento de asesinato de que fue objeto, había sido por parte de una «feminista radical». Lo que más me asombró fue —cuando busqué detalles sobre la vida de la víctima y la de su victimaria- que esta última era esquizofrénica y eso sí que no lo mencionaron, así como tampoco el hecho de que había sido violada por su padre cuando era una niña,  otra cosa que obviaron fueron los detalles de la relación de estas dos personas cuando este original representante del arte pop perdió el guión que Valerie Solanas, la supuesta feminista radical, le había entregado con la esperanza de que se lo aprobaran y las ofensas que Warhol le dijo cuando ella reclamaba su trabajo. Es decir, el mensaje dado a los televidentes es muy simple, si eres una feminista radical, eres una asesina. El peligro de las palabras, de las verdades a medias.

Como muy bien expresa la chilena Julieta Kirkwood, se hace imprescindible tener una mínima información sobre el tema feminista porque es “impresentable” hacer comentarios que denotan ignorancia y, lo que es más, es una falta de sentido común, no tener un par de ideas decentes sobre el mismo (Kirkwood, 1986;14).

Por mucho desarrollo que se alcance en cualquier ciencia, si no se tiene en cuenta la transversalización medioambiental y de género, sería estar en contradicción permanente con las ciencias sociales en el mundo contemporáneo, porque el resultado sería parcial, siempre estaría mutilado por una semiverdad o una verdad relativa. Esa no verdad, es la verdad.

La polémica feminismo de la igualdad/feminismo de la diferencia nace en los años setenta del siglo XX. Sus líneas claves son   tener una percepción fragmentada de la realidad y resignificar el cuerpo femenino, la maternidad, las tareas domésticas. La diferencia constituye entonces -y en eso convergen con Federico Nietzsche- una alternativa disidente.

El feminismo ha caído en el esencialismo universalista que critica en el discurso patriarcal. En ocasiones se observa el establecimiento de una dicotomía entre el feminismo francés y el angloamericano excluyente de otros tipos de feminismos procedentes de otras áreas geográficas, es decir, entre el llamado primer mundo y el tercero y es que las teorías planteadas para un contexto, no deben ser impuestas mecánicamente en otro, sin revisar y adecuar las peculiaridades de los diferentes países y regiones.

Las desiguales regiones marcan y delimitan disímiles mujeres, las diferencias culturales graban diversas manifestaciones del poder patriarcal. Pero se da el caso de las divergencias dentro de un mismo país debido a la pretensión de hacer predominar una única verdad entre las mujeres, esta visión la tuvo el feminismo afronorteamericano.  Una de las más influyentes voces que denunciaron esto fue Bell Hooks, quien llegó a la conclusión que ella y solo ella podía definir su situación. Las mujeres negras que asistían en los años setenta a las universidades, se encontraban que en los cursos de Estudios de la Mujer sus problemáticas no estaban incluidas.