Las revoluciones de color son usualmente consideradas un fenómeno específico de la tercera oleada de democratización como la denominara Huntington. Y aunque esta oleada realmente comienza a finales de la década de 1970 con la revolución de los claveles en Portugal que da al traste con el Estado Novo, realmente se pueden establecer ciertas y determinadas distinciones entre estos movimientos políticos contestatarios de fines de los 70s y 80s de los que se organizan y triunfan específicamente entre 1996 y el 2000 y que responden más al prototipo de la revolución de color. De ahí que sea en esta última etapa en la que madura el modelo de la Revolución de color, llamada así por el tipo de simbología que la caracteriza, y es a partir de ese modelo triunfante (a partir de las experiencias exitosas en Croacia y Eslovaquia) que se difunde este tipo de fenómeno político, tanto por las redes de activistas locales en la misma región euro oriental, como por medio de las instituciones encargadas de promover la democracia asentadas en el mundo occidental, que brindan un fuerte apoyo institucional al proceso de formación de movimientos análogos en otros países de la región.
En la simbología adoptada por los movimientos políticos de estas revoluciones predomina generalmente la alusión a algún elemento natural, generalmente relacionado a flores y la evidente asociación a un color específico (de donde deriva la denominación del fenómeno)
En la simbología adoptada por los movimientos políticos de estas revoluciones predomina generalmente la alusión a algún elemento natural, generalmente relacionado a flores y la evidente asociación a un color específico (de donde deriva la denominación del fenómeno) (Будина, 2014). Una parte considerable del arsenal simbólico de este tipo de movimientos consiste en conceptos y categorías fundamentadas en los principios generales de la sociedad civil occidental, en la forma de un liberalismo abstracto, acomodado en cada caso correspondiente, a la realidad sociopolítica del país afectado. Este tipo de discurso democrático realmente cobra un sentido mucho más práctico en dependencia de la correlación de las fuerzas políticas internas y del tipo de acoplamiento institucional y estructural que busca el movimiento revolucionario con el entramado de estructuras políticas asociadas al mundo occidental.
Los procesos de revoluciones de color también logran capitalizar el descontento generado en los estados afectados por crisis políticas o económicas prolongadas, al insistir en las aspiraciones y necesidades de los sectores más jóvenes de la población por integrarse, de manera competitiva o no, a los mecanismos de circulación del capital, o en cualquiera de sus formas, al núcleo del sistema mundo capitalista. Por tanto, es el sistema de necesidades generado por el capital trasnacional en su última fase de globalización (la globalización neoliberal) el que generalmente domina las aspiraciones inmediatas de los jóvenes implicados en este tipo de movimientos.
Debe destacarse que, junto a la búsqueda de nuevos paradigmas de satisfacción de necesidades de la juventud, también han sido determinantes en la evolución y consolidación de estos eventos políticos, el agotamiento de los modos de producción nacionales en las coyunturas de las crisis globales y la pérdida del contacto entre las generaciones más jóvenes con los sectores etarios más envejecidos en las sociedades. Hay que sumarle a todo esto, el hecho de que la pertenencia desigual al sistema de valores que se propone desde el centro sobre el que orbita el sistema mundo globalizado, contribuye indudablemente a potenciar el nivel de conflictividad de la situación política que termina por precipitarla al modelo de revolución de color(Меркулов, 2015).
A esto último se le debe agregar, el efecto masivo que ha tenido en la socialización humana el surgimiento y expansión de las redes sociales, que ha brindado un marco completamente nuevo de comunicación personal y política, en el que las diferencias antes mencionadas se acentúan de manera distintiva. La expansión de las mismas a partir del 2008 fue un factor clave en el cambio de táctica que caracteriza a las revoluciones de color (Rukhadze, 2021). A partir de ese momento, estos movimientos políticos contaron con este espacio digital para la promoción del evento vía online y para construir la imagen política necesaria que garantizase apoyos diplomáticos en caso de un cambio de régimen político.
Este efecto se puede advertir de manera más definitoria en las revoluciones correspondientes a la primavera árabe y las que le han sucedido (como el Euromaidan ucraniano en el 2014) (Bachmann & Lyubashenko, 2014). Tanto Facebook como Twitter, así como los espacios digitales más significativos han jugado un rol crucial en la formación e internacionalización de estados de opinión respecto a diferentes sistemas políticos, y una vez comenzado cualquier periodo de inestabilidad, han servido también como instrumentos de coordinación para los activistas revolucionarios, en diferentes escenarios de rebelión popular (Castells, 2012; Trottier & Fuchs, 2015).
No obstante, las revoluciones de color no se distinguen exclusivamente por su alcance local o nacional, aunque sea lógico que este sea el aspecto más resaltado al interior de cada sociedad afectada. La aplicación específicamente diseñada de este tipo de tecnología política comenzó a finales de los 90 en Europa oriental, donde se trató de replicar el ejemplo de los movimientos de la revolución de terciopelo y los movimientos nacionalistas en el Báltico en la década del ochenta (Carothers & Ottaway, 2000). Tanto en el primer caso, el de Eslovaquia en 1998, como en el caso de la Revolución de los Bulldozers en Serbia, contra Slobodan Milosevic (Sperri, 2015) , se tenía como objetivo el cambio de régimen político para facilitar la asimilación política al bloque occidental, o para eliminar, en el caso serbio, a un gobierno hostil a los planes geopolíticos occidentales de expansión en los Balcanes.
Este uso de las redes sociales tuvo un peso considerable mayor en el agravamiento de las crisis políticas derivadas de los fenómenos políticos análogos ocurridos en el Oriente Próximo, conocidos como la Primavera Árabe.
Este uso de las redes sociales tuvo un peso considerable mayor en el agravamiento de las crisis políticas derivadas de los fenómenos políticos análogos ocurridos en el Oriente Próximo, conocidos como la Primavera Árabe. Estas últimas revoluciones pertenecen también por el amplio uso del mismo tipo de símbolos, así como por el tipo de activismo desplegado en su preparación, a la categoría de revoluciones de color, como lo demuestran la similitud entre Otpor, Kmara y los movimientos insurgentes árabes (Grinin, Korotayev, & Tausch, 2019, pp. 143-144). Aunque las definiciones iniciales limitaran a las revoluciones de color al espacio exclusivamente post-soviético o a Europa Oriental, su recurrencia en el escenario internacional ha supuesto la apertura de esa primera categoría excesivamente estrecha en términos geográficos. Por tanto, sería exagerado reducir las semejanzas solamente a una imprecisión propia del discurso oficial del estado ruso, como hace Nikitina (Nikitina, 2014), en vistas de la concatenación tanto de las revoluciones electorales iniciales, como de la primavera árabe, con el contexto geopolítico e institucional global en el marco de la denominada “tercera oleada de las revoluciones”. Como también es tentador recurrir al argumento de la larga data de los conflictos internos en las sociedades árabes poscoloniales (Esposito, Sonn, & Voll, 2016, p. 4) (como en cualquier otro caso), sería preciso resaltar el carácter particularmente distintivo del contexto, forma y orientación del tipo de revolución política que vivió el mundo árabe a partir de su propia oleada de revoluciones, que lo acercan, a pesar de no ser propiamente “revoluciones electorales”, al fenómeno difundido en el espacio post-soviético.
En esta caso entonces, el presupuesto fundamental para la Revolución de color ha sido hasta este momento, además de la existencia de una situación potencialmente conflictiva al interior de las sociedades, la existencia de programas de promoción de la democracia orientado a las naciones afectadas. El sistema de promoción de la democracia, que entiende a esta última vagamente como poliarquía, en la que los miembros de la sociedad participan como iguales en la toma de decisiones políticas, al menos formalmente (Dahl, 2015), y en la que no se impongan limitaciones a la libre circulación de mercancías, ni a la acumulación del capital, en cualquiera de sus formas. Esta definición, que aun así no es universal, sigue el modelo de la sociedad civil (cuyo modelo más replicado es el anglosajón), pero que puede adoptar simplemente una forma de liberalismo “difuso”, como lo denomina Kurki (Kurki, 2015) a pesar de sus múltiples variaciones, y es el contenido que el mecanismo de reproducción a nivel internacional convierte en el arsenal teórico de sus intelectuales orgánicos que se forman como resultado de la labor de estos programas.
Esta referencia política a Occidente está determinada también por el origen principal de los donantes de las organizaciones a cargo de estas tareas, sean instituciones privadas o gubernamentales. Esta circunstancia se acentúa aún más en el caso de los programas gubernamentales directos de promoción de la democracia, en los que el sesgo geopolítico se manifiesta más claramente. Tal y como amargamente señala Sarah Sunn Bush: “cuando los gobiernos occidentales promueven la democracia, lo tratan de hacer de manera que promuevan sus intereses” (2015, p. 24).
Las revoluciones de color, como cualquier revolución política, cuenta con estas premisas epocales para la evolución institucional posterior que de ellas deriva. Aunque estas no son las únicas condiciones necesarias para el triunfo revolucionario. Las cinco condiciones que determinan el “equilibrio inestable” a partir del cual se originan estas revoluciones (a todas las revoluciones, según el autor) incluye según Jack Goldstone (2014, p. 39) a los problemas fiscales, la alienación de la élite, la rabia popular, las narrativas de resistencia y la existencia de apoyo internacional al cambio. Sin embargo, precisamente el alto grado de conectividad global del mundo en la época en que las revoluciones de color han ocurrido supone otorgarles un peso considerable a las condiciones externas de las mismas. Es por ello que, en el sistema de promoción de la democracia, así como en el entramado internacional que determina el proceso revolucionario antes y después del triunfo sobre el régimen político anterior, se pueden encontrar algunos de los focos principales que nos permiten analizar la importancia de las revoluciones de color como fenómeno eminentemente geopolítico, ubicado en unas coordenadas internacionales de las que no puede ser extraído.
Y como prueba del peso considerable de todo el entramado institucional del activismo de promoción de la democracia en los países afectados por las revoluciones de color, sería pertinente resaltar, la tasa de fracasos de las revoluciones de color, y su relación directa con la falta de coordinación más efectiva, o de apoyo más directo, desde las estructuras institucionales transnacionales. En este último caso, para autores como Bunce y Wolchik (2006) la prevalencia del fenómeno de las revoluciones de color en el espacio post-soviético es posible, gracias a una buena interacción que se establece entre condiciones domésticas de inestabilidad política favorables y un amplio apoyo internacional que permite capitalizar esas condiciones a la consecución de los objetivos de estas instituciones transnacionales. ”
Por tanto, sin el apoyo financiero e institucional (en todos los sentidos posibles) de Europa Occidental o Estados Unidos, que han sido los más activos y evidentes promotores de democracia en el mundo contemporáneo, los intentos de revoluciones de color habrían sufrido muchos más reveses considerables.
Por tanto, sin el apoyo financiero e institucional (en todos los sentidos posibles) de Europa Occidental o Estados Unidos, que han sido los más activos y evidentes promotores de democracia en el mundo contemporáneo, los intentos de revoluciones de color habrían sufrido muchos más reveses considerables. Esta conexión invita por supuesto a reconsiderar el peso relativo de la conexión internacional dentro de la matriz de causas del momento específico de la revolución de color o electoral que ha azotado el panorama político en las últimas décadas, y por supuesto, a revisitar el funcionamiento de los programas de promoción de la democracia, como eslabón estructural e indispensable para esta conexión internacional.
Fragmento del artículo Estados contendientes y revoluciones de color: Un análisis desde la promoción de la democracia, de Rodríguez Martínez, M. C., & García Soto, L. F. (2020). Revista Publicando, 9(36), 25-43. https://doi.org/10.51528/rp.vol9.id2350