Espiral, de Agustín de Rojas

Espiral, de Agustín de Rojas

Con esta mirada a futuro desde los años setenta, Agustín de Rojas propone en Espiral (1980) un recuento crítico de los ideales, aspiraciones y creencias de la sociedad cubana de la época
mayo 5, 2021

 

Corre el siglo XXII y la nave espacial Altair del planeta Aurora arriba a la Tierra para ayudar a los sobrevivientes de lo que parece haber sido una catástrofe nuclear desatada durante el enfrentamiento último entre el Imperio y la Federación Comunista. Con esta mirada a futuro desde los años setenta, Agustín de Rojas (Santa Clara, Cuba, 1949–2011) propone en Espiral (1980) un recuento crítico de los ideales, aspiraciones y creencias de la sociedad cubana de la época. En ese sentido, una de las singularidades de su novela consiste en que al aplicársele el término clasificatorio de ciencia ficción, la palabra ciencia abarca al mismo tiempo las naturales y las humanísticas. Entre ellas, sociología y antropología destacan gracias a que la trama transcurre alrededor de los conflictos individuales y colectivos de los tripulantes, cuyas personalidades están delineadas con tanta profundidad y maestría que uno llega a reconocer a quién pertenecen determinadas palabras o pensamientos sin que sea dicho explícitamente en el texto.

Los aurorianos descienden de los cosmonautas de una nave colonizadora que la Federación lanzó al espacio días antes de la catástrofe. Para auxiliar al planeta de sus antecesores han enviado, en una misión sin retorno, a los diez mejores de sus jóvenes, cinco hombres y cinco mujeres, que encarnan, más allá de su carácter y habilidades distintos, el prototipo del hombre nuevo: son responsables, trabajadores, solidarios, poseen un nivel educacional y científico elevado, compromiso hacia su tarea y sus compañeros, y una increíble capacidad de análisis.

El soporte material de la expedición fue calculado en detalle. Los jóvenes transportan en su nave lo necesario para instalarse en el planeta, descontaminarlo y promover el progreso de sus habitantes. La única imprecisión estuvo, quizás, en la confianza excesiva de los aurorianos en el alto desarrollo de su conciencia moral, cuyos cimientos, sólidos solo en apariencia, comenzarán a desmoronarse poco a poco luego de los primeros contactos de los tripulantes con miembros de las comunidades que han subsistido.

Entonces veremos, en medio de las tensiones generadas por un entorno que a cada página se nos muestra aún más imprevisto, a estos seres ejemplares siendo víctimas de sus prejuicios y su mojigatería; desconcertados y hasta neuróticos; tan incapaces de reaccionar adecuadamente fuera de la burbuja moral de su mundo sin divergencias, como de frenar su regreso a lo instintivo cuando ya ni su ética, que roza la utopía, ni su extremo racionalismo alcanzan a reprimir esos demonios, tan violentos como tentadores, que cada ser humano lleva dentro.

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