«En nuestra sociedad quienes mejor
saben lo que está ocurriendo son quienes
también más lejos están de ver el mundo
tal y como es en realidad.
Hasta que no tomen conciencia no se rebelarán,
y sin rebelarse no podrán tomar conciencia»
1984, George Orwell
El siglo XX ha sorprendido a la humanidad con la incómoda noticia de estar viviendo una ficción.
Las condiciones que explican el panorama de la aldea global van sobreviniendo con extrema claridad. El relato es espejo de una Gran Bretaña que, mediante el gesto de la globalización, ha extendido los efectos de la sociedad de control. En este sentido, la colectividad contemporánea lleva el sabor amargo del confinamiento al marco histórico de 1984. Vivir la novela de George Orwell es una crónica del estado actual de las cosas y de un permanente ascenso de los espacios de poder. Poco imaginarían los franceses de la Bastilla, el destino vergonzoso que han tomado sus ideales de 1789: libertad, igualdad y fraternidad, son los elementos de los que más se prescinde en la contemporaneidad.
La imagen actual de la sociedad de control podría resultar confusa sin algunas lecturas entre líneas previas. Su construcción gráfica atiende a la tentativa de fabricar un lenguaje lo más apegado posible al acervo técnico y cultural sobre el que se erige su discurso. Esta cuestión implica cierta responsabilidad y el préstamo de términos descendientes de la ciencia política, de la sociología, la comunicación social, la historia y la filosofía.
La sociedad de control no es un fenómeno reciente, más bien es una suerte de metamorfosis. Es un mecanismo, un entramado de estructuras que se ha caracterizado por redefinir sus funciones adaptándolas a los tiempos que corren. El pensador francés Michel Foucault advierte al respecto, como se hacen particularmente visibles algunos espacios de encierro (la fábrica, el hospital, la prisión, la escuela) en la forma de una estable aceptación social: un modelo de fuerzas elementales que administran la vida. Por otra parte, el también francés Gilles Deleuze, haciendo alusión al sociólogo de la tecnología Paul Virilo, advierte su apreciación respecto a lo que viene sucediendo en estos espacios/instituciones, los cuales han dejado de asumirse como células aisladas, y han asumido la figura de una coalición que desemboca en la representación sistémica:
«Paul Virilio no deja de analizar las formas ultrarrápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duración de un sistema cerrado(…)Los encierros son moldes, módulos distintos, pero los controles son modulaciones, como un molde autodeformante que cambiaría continuamente, de un momento al otro»[1].
De esta manera, el criterio que sobresale es que pese a la diversidad de formatos con que se muestran estos espacios, confluyen en una analogía: el comportamiento pasivo y de aprobación ante las formas sociales en que aparecen y se legitiman. El elemento que justifica el avance pujante de la sociedad de control, es el sistema de creencias culturalmente inscrito en ella, asunto que pone al descubierto el problema de la ideología. Este es un tema que, para el ciudadano común, se disipa en el momento de su abordaje. La condición de sujeto social desconoce las maniobras de enajenación que hacen justificable la existencia del control en todas las aristas sociales.
Sin embargo, el punto de partida del problema de la ideología empieza en la instauración de su discurso y los destinos del lenguaje en el llamado ciclo histórico posmoderno. Pese a la diversidad cultural de cada región, el lenguaje que manejan las sociedades de control es universal: la extravagancia y la vulgaridad matizada con una diplomacia de cuello y corbata.
Estrechamente ligado a esta esencia manipuladora del lenguaje, se encuentra la Policía del pensamiento como un recurso real y de construcción histórica. En este sentido, el control mediático se alza desde varios escenarios como un tipo específico de vigilancia, donde la tecnología se ha tornado tan peligrosa, que se ha convertido en un tópico social sombrío. Pese a las advertencias reiteradas del comunicador social y filósofo español Manuel Castells, los medios de comunicación se han instituido como un cuarto poder que se manifiesta como un sistema satelital de interceptación, de vigilancia electrónica global, capaz de fiscalizar cualquier espacio de comunicación. Un sistema de este tipo implica un fuerte control público, a falta del cual los ciudadanos de los estados democráticos se encuentran desprovistos de las debidas garantías:
«(…) el poder depende del control de la comunicación, a1 igual que el contrapoder depende de romper dicho control (…) la comunicación que puede llegar a toda la sociedad, se conforma y gestiona mediante relaciones de poder enraizadas en el negocio de los medios de comunicación y en la política del estado. El poder de la comunicación está en el centro de la estructura y la dinámica de la sociedad»[2].
El hecho de vaticinar un ocaso refiere que el eclipsar de las sociedades de control está contenido en la práctica regular de un pensamiento crítico; como apunta Deleuze en sus escritos: crear la resistencia para que pueda devenir en insurrección.
Aun cuando el ejercicio de la crítica se ha puesto de moda, todavía faltan escenarios donde se necesita potenciarlo, de modo que trascienda los problemas abiertos por generaciones anteriores y no se limite a una recapitulación estacionaria. Esta misión se encuentra en dependencia del sistema de valores que cada sociedad incorpore y que cada quien como individuo esté dispuesto a aceptar y rechazar.
Notas
[1] Tomado de Gilles Deleuze: Posdata sobre las sociedades de control en Conversaciones 1972-1990, Traducción de José Luis Pardo Edición electrónica de www.philosophia.cl/ Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, pág.150.
[2] Castells, Manuel: Comunicación y Poder, Alianza Editorial, Madrid, 2009, pág.23
El tema es político, con la aplicación del modelo neoliberal impulsado mediante el Consenso de Washington con Reagan y la Sra Tatcher pensaban que iban a acabar con la pobreza, pero luego de más de 30 años de aplicación la economía se ha concentrado en menos manos, y las crisis económicas cíclicas no las superar, es por eso que nos controlan porque las élites quieren un pensamiento único, y están aplicando el derecho penal del enemigo a los que se oponen al neoliberalismo, los tilda de terroristas, eso pasa en Perú, también sucede en España. El argumento de los neoliberales es que las ideologías han llegado a su fin y sólo la ideología neoliberal, así lo planteó Fukuyama, pero la realidad es otra, el neoliberalismo ha fracasado, la solución es el socialismo científico