Para la mayoría de nosotros, decir la verdad significa hacer una afirmación que se ajuste a los hechos. Es decir, si digo: «Ahora estoy en la isla de Santa Elena observando la residencia de Napoleón», esta afirmación es verdadera si de hecho estoy realmente allí, observando la residencia de Napoleón. Los llamados posmodernos proceden de un modo distinto: reducen la verdad a un «efecto de verdad» a nivel discursivo. Por ejemplo, la noción de verdad de Michel Foucault puede resumirse en la afirmación de que la verdad/no verdad no es una propiedad directa de nuestros enunciados, sino que, en diferentes condiciones históricas, los discursos alternativos producen sus propios efectos de verdad específicos, es decir, implican sus propios criterios de lo que se valora como «verdadero»:
«El problema no consiste en trazar la línea divisoria entre lo que en el discurso entra en la categoría de cientificidad o verdad, y lo que entra en alguna otra categoría, sino en ver históricamente cómo se producen efectos de verdad dentro de discursos que no son ni verdaderos ni falsos»[1].
La ciencia define la verdad en sus propios términos: la verdad de una proposición (que debe formularse en términos claros, explícitos y preferiblemente formalizados) se establece mediante procedimientos experimentales que cualquiera podría repetir. El discurso religioso funciona de otra manera: su «verdad» se establece a través de complejas formas retóricas que generan la experiencia de habitar un mundo con sentido controlado por un poder superior benevolente… ¿Existe una tercera vía entre la visión común y el relativismo historicista posmoderno?
El psicoanálisis lo proporciona: aun aceptando plenamente la importancia de la verdad de los hechos -o, en este caso, no de un hecho físico, sino de la interpretación que explica los síntomas del paciente-, un psicoanalista tiene que decírselo al paciente en el momento adecuado, cuando (basándose en su experiencia analítica) esté convencido de que su afirmación afectará profundamente a la subjetividad del paciente, empujándole a aceptar algunas verdades reprimidas sobre su subjetividad y sus deseos. Si el psicoanalista dice esto a su paciente demasiado pronto, el paciente lo descartará como irrelevante. Para que la verdad tenga efecto en aquellos a quienes se les dice, importa cuándo se les dice – y, obviamente, lo mismo ocurre con las declaraciones políticas, especialmente con respecto a la actual guerra de Gaza.
Poco después del 7 de octubre de 2023, nos bombardearon con fotos de cadáveres de judíos quemados en el ataque de Hamás; un mes más tarde, aproximadamente, Mark Regev, asesor principal de Netanyahu, admitió que los cadáveres que veíamos eran de atacantes de Hamás quemados por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI): «Hemos cometido un error. En realidad son cuerpos que estaban muy quemados. Al final, aparentemente, eran terroristas de Hamás». Hubo otro caso similar: Israel tuvo que admitir que no hay fotos de niños decapitados. Aunque hay que alabar a Israel por admitir sus errores, queda una sospecha: cuando estos dos «hechos» se proclamaron por primera vez, circularon por todo el mundo, todos los grandes medios de comunicación los mencionaron, pero cuando se admitió el error, atrajo mucha menos atención, de modo que los rumores sobre cuerpos quemados y niños decapitados siguen circulando… En resumen, Israel dijo una mentira en el momento en que ésta tenía un gran efecto mundial, y luego dijo la verdad cuando estaba claro que sería recibida como una corrección menor sin gran efecto.
En resumen, Israel dijo una mentira en el momento en que ésta tenía un gran efecto mundial, y luego dijo la verdad cuando estaba claro que sería recibida como una corrección menor sin gran efecto.
Algo muy parecido me ocurrió a mí tras el «escándalo» que he provocado con mi discurso en la Feria del Libro de Fráncfort el 17 de octubre de 2023, en el que llamé la atención sobre la larga historia de sufrimiento palestino. Muchos alemanes que me atacaron públicamente por mi postura se acercaron a mí más tarde en privado, diciéndome que están de acuerdo conmigo, pero que ahora no es el momento de decirlo públicamente. Mi interpretación de su actuación es: sí, ahora no es el momento de decirlo públicamente porque hacer esto PUEDE TENER ALGÚN EFECTO REAL – se nos permitirá decirlo cuando no signifique nada. La libertad de decir algo problemático se nos da cuando no importa: cuando el efecto de decir algo es nulo y no supone ninguna diferencia, somos libres de decirlo.
Lo mismo ocurre con personas a las que por otra parte aprecio mucho, con los dos ex jefes de los servicios secretos israelíes. Ami Ayalon, ex jefe del Shin Bet, dijo el 14 de enero de 2023: «Los israelíes sólo tendremos seguridad cuando ellos, los palestinos, tengan esperanza. Esta es la ecuación»[2] Israel no tendrá seguridad hasta que los palestinos tengan su propio Estado, y las autoridades israelíes deberían liberar a Marwan Barghouti, líder encarcelado de la segunda intifada, para dirigir las negociaciones: «Mira las encuestas palestinas. Es el único líder que puede conducir a los palestinos hacia un Estado junto a Israel. En primer lugar porque cree en el concepto de dos Estados, y en segundo lugar porque ganó su legitimidad estando en nuestras cárceles». En efecto, millones de personas perciben a Barghouti como el Mandela palestino (lleva más de 20 años encarcelado). El único problema con estos jubilados que dicen la verdad es que lo dicen DESPUÉS de haberse jubilado: son libres de decirlo porque sus palabras sólo provocan una pequeña burbuja sin graves repercusiones. Un amigo israelí me habló de alguien que dijo la amarga verdad después de retirarse, pero le volvieron a llamar a filas y volvió a hacer exactamente lo que criticó en su retiro…
Otro aspecto de estas manipulaciones de la verdad es el procedimiento, a menudo practicado por Israel, de que un portavoz oficial admita abiertamente lo que estaba planeando desde hace mucho tiempo, pero sin embargo lo niegue como su objetivo. El 18 de enero de 2024, Netanyahu rechazó el proyecto de un Estado palestino y prometió que Israel se apoderará de toda la región que ocupa actualmente, «desde el río hasta el mar»: «Y por lo tanto aclaro que en cualquier otro acuerdo, en el futuro, el Estado de Israel tiene que controlar toda la zona desde el río hasta el mar». El uso de la frase «del río al mar» ha sido objeto de especial escrutinio en los últimos tres meses. Cuando los palestinos, o cualquier persona de izquierdas, han utilizado la frase para exigir una Palestina libre -como en el cántico popular «Del río al mar, Palestina será libre»-, los de derechas han argumentado, de forma poco sincera, que está pidiendo la muerte de todos los judíos de Israel. Así que la misma frase que hasta ahora había sido denunciada como genocida es ahora utilizada por Netanyahu…[3] Hace aproximadamente un mes, escribí sobre cómo la fórmula «del río al mar» ha sido ahora apropiada de facto por Israel. Dije que eso es lo que Israel está planeando y haciendo en realidad -ampliar el control de Israel desde «el río hasta el mar»- pero nunca lo admitiría en público. Ahora, el eslogan está siendo utilizado por el propio primer ministro israelí, un claro caso de obscenidad pública de nuestro discurso político.
Sin embargo, para añadir un toque final a esta dialéctica de verdad y ficción, también hay momentos en los que la forma más eficaz de socavar una mentira no es anunciar directamente la verdad, sino aceptar la mentira y socavarla desde dentro, sacando a la luz sus implicaciones. Cuando se les pregunta quién controla Cisjordania, muchos judíos (y hay que tener en cuenta que los judíos se cuentan entre las personas más ateas del mundo) recurren al desmentido fetichista: Sé bien que Dios no existe, pero sigo creyendo que nos dio la tierra de Israel… La respuesta atea correcta a esta afirmación no es su rechazo ateo directo (si no hay dios, no puede darte nada). Es mucho más eficaz aceptar la premisa (falsa) y socavarla desde dentro: De acuerdo, en el Antiguo Testamento se dice que dios te dio la tierra de Israel, pero ¿cómo lo hizo exactamente? Ordenó a los israelitas que aniquilaran a toda la nación de Amalec que vivía allí, mujeres y niños incluidos…
Cuando en enero de 2024 Netanyahu se refirió al pueblo palestino de la asediada Franja de Gaza, invocó a Amalec, una nación de la Biblia hebrea a la que los israelitas ordenaron exterminar en un acto de venganza: «Debéis recordar lo que Amalec os ha hecho», dijo en un discurso en el que anunciaba el inicio de una invasión terrestre en Gaza, y añadió que los soldados israelíes formaban parte de un legado que se remontaba a 3.000 años atrás. «[4] Genocidio justificado por el fundamentalismo religioso… Este pensamiento genocida directo alcanzó su punto más bajo cuando algunos genetistas afirmaron que los palestinos son descendientes de los amalecitas, además de que algunos arqueólogos afirmaron que hay pruebas de que los amalecitas eran realmente personas extraordinariamente crueles que sacrificaban y torturaban niños, etc. Dios nos libre de esos científicos que buscan una verdad para justificar una mentira.
[1] Michel Foucault, “Truth and Power,” in Power/Knowledge: Selected Interviews and other Writings, New York: Random House 1980, p. 118.
[2] Ex-Shin Bet head says Israel should negotiate with jailed intifada leader | Israel | The Guardian.
[3] Benjamin Netanyahu Just Said “From the River to the Sea” | The New Republic.
[4] Netanyahu declares holy war against Gaza, citing the Bible – Middle East Monitor.
Time to tell the truth about gaza fue publicado por el autor en su cuenta de Substack Žižek goads and prods.