sillas y mesa en un café vacío

En el sol jaguar: Lilian Serpas

Lilian Serpas se desvaneció en un sanatorio del Salvador en 1985. Había encontrado al final del viaje la indigencia y la locura. Había perdido para siempre sus papeles, los dibujos de su hijo y la razón
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Café La Habana, México DF, década de 1970. Un DF helado y terrible, tan frío como esos refrigeradores de bajo presupuesto de las abuelas. Tan helado como el que yo mismo conocí en 2018. Un DF donde después de un rato los ojos te arden y las cabezas de la gente se confunden entre la niebla que desciende del cielo gris, de la atmósfera contaminada. Digamos que es 1970 y ella entra al café con una carpeta que contiene dibujos de su hijo y a veces se sienta en la barra y otras veces no, se pide su vaso de leche acostumbrado, tiene 60 años y sus maneras son tan enigmáticas como su presencia. Llevando la misma máscara de muñeca arrugada, hablando con periodistas y escritores, ella, la esposa de un pintor norteamericano, la supuesta amante del Che Guevara, la poeta que nació en San Salvador, que perdió un hijo en la guerra de Vietnam, que tuvo disímiles trabajos y se entregó a la vida bohemia mexicana, al placer de los cuerpos, cuerpos de niños o de fracasados, o de niños fracasados. La mujer que se volvió la noche del DF o el sueño imposible que busca la noche del DF, esa mujer, que 30 años atrás salió del Salvador para matar su alma en México, es Lilian Serpas. Con cualidades parecidas y otras, se le describe también en la novela Amuleto, del chileno Roberto Bolaño. En realidad, son pocas las referencias y los libros que hablan de ella, aunque al menos podemos encontrar todavía en alguna librería de suburbio sus mejores libros de poesía. Que en realidad son dos: Huésped de la eternidad (1947) y La flauta de los pétalos (1951). Así como también hay libros de ella que no encontraremos jamás, como Corazón y esfera, que según dicen fue prologado por José Vasconcelos.

La poesía de la Serpas oscila entre el concepto y lo imaginativo. O es una poesía conceptual que busca desesperadamente la imaginación o quizás sean versos imaginativos que en su conjunto dan vida al concepto. Lo que sí es cierto es que son poemas que trituran el miedo aquel que nos mueve a ser indiferentes ante lo que siempre ha estado ahí, observándonos. Son palabras que realizan la exégesis de esa autodestrucción agazapada. Como en estos versos procedentes de su último libro Girofonía de las estrellas:

Por un ayer extático y remoto

muero viviendo a pausas con la vida;

mas exhumo en mi piel igual al loto,

que del cieno en la flor, busca salida…

Si en flagelos de agobio consumida,

Como una aspiración busco lo ignoto;

Y porque en muerte vivo dividida,

Mi tiempo, en lo fugaz es mundo: roto…

De la vida en un breve itinerario

-con mi lección de muerte abriendo puertas-

al átomo de Dios; mas sin horario

-como trampa dantesca de un infierno-

de este mundo de trágicas reyertas,

sólo afirma mi espíritu, ¡lo eterno…!

Es evidente su dominio de las técnicas y recursos, lo que le permite una clara armonía del contenido con las formas. Son conocidos también sus haikus, poemas breves y fragmentarios:  Ausencia en un suspiro/es la pena que lanzo/como flecha al abismo. A la poeta se le suele inscribir dentro del movimiento del postmodernismo latinoamericano, y bien es cierto que podría situarse junto a las mejores producciones de la Storni o la Mistral, aunque lamentablemente sigue siendo aún, una salvadoreña olvidada.

Lilian. Del latín lilium: lirio. Pero también en otras lenguas significa pureza. Aunque también en la religión hebrea significa “noche” y en la religión hebrea “Lilit” fue la primera mujer, es decir, antes de Eva, que en un acto único de lucidez se alejó de Adán y se convirtió en la noche, o más bien en la Reina de la noche y se hizo amiga de los demonios y tuvo sexo con ellos y hasta tuvo hijos con ellos, una mujer tan demoníaca como libre. Y así fue la vida de Lilian y de sus poemas, un ir y venir bajo los rayos salvajes y maravillosos del sol jaguar, donde ella misma, Lilian, viajó, al igual que el dios Kinich Ahau, como un jaguar a través de la noche de los muertos.

Lilian Serpas se desvaneció en un sanatorio del Salvador en 1985. Había encontrado al final del viaje la indigencia y la locura. Había perdido para siempre sus papeles, los dibujos de su hijo y la razón. Pero sin duda fue la madre de la poesía salvadoreña y la poesía mexicana, como la define Bolaño en su novela, la peor madre que la poesía salvadoreña podía tener, pero la única y auténtica al fin y al cabo.

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