Elon Musk

Elon Musk y los movimientos antidemocráticos

Con su visión tecnocrática y narrativa de la decadencia, Musk propone un futuro donde el individuo se subordina a la ambición de un CEO-rey en busca de conquistas interplanetarias.
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El tirador que mató a 51 personas en una mezquita de Christchurch (Nueva Zelanda) en 2019 creía que los blancos están siendo “reemplazados” por otras razas y no sobrevivirán si no se toman medidas. Unos años más tarde, la misma obsesión con las tasas de natalidad se ha convertido en un eslogan del activismo diario de Elon Musk en las redes sociales.

No me malinterpreten, Elon Musk no es ni un supremacista blanco ni un terrorista de derechas. Sin embargo, al igual que otras personas con opiniones extremistas, promueve la opinión de que la sociedad está en declive y que es necesario actuar para evitar el apocalipsis. Estas coincidencias retóricas no son casualidad. Provienen de una filosofía reaccionaria que tiene un largo historial de viralización.

La ansiedad de que las bajas tasas de natalidad conduzcan inevitablemente al colapso de la población ha perseguido a Occidente desde que el consumo de masas se convirtió en su estilo de vida dominante. Esto da la vuelta al antiguo miedo maltusiano al crecimiento exponencial de la población que superará nuestra capacidad de producir alimentos. Desde una perspectiva más amplia, ambas son variaciones de una narrativa genérica conocida como decadencia.

La idea de la decadencia –el declive moral provocado por una indulgencia excesiva– está presente en muchos aspectos de la vida cotidiana, especialmente en la crítica cultural.

¿Ha leído el famoso superventas del historiador estadounidense Christopher Lasch sobre la cultura contemporánea del narcisismo? ¿Se ha topado alguna vez con el popular meme que afirma que “los hombres débiles crean tiempos difíciles”? ¿Alguna vez ha recorrido los 1 293 vídeos de YouTube de Jordan Peterson? Los detalles varían, pero el tema general de la decadencia es siempre el mismo.

La decadencia es un arma de doble filo muy útil como narrativa. Enmarca a las masas como perezosas y necesitadas de disciplina. Las élites corruptas, por su parte, simplemente necesitan ser reemplazadas. Se lamenta de la erosión de la autoridad y se basa en la premisa de que toda sociedad descansa sobre jerarquías eternas. Demasiada libertad, diversión y flexibilidad ponen en peligro el orden y, por tanto, la prosperidad.

De ahí algunas reglas de vida: los hombres deben subordinarse y obedecer en aras de un bien mayor. Las mujeres deben criar para asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para nuestros hijos. Una nueva nobleza deberá sustituir a las élites liberales y recrear la cultura. De lo contrario, la civilización, o al menos las naciones, están en juego. ¿Le suena familiar?

Desde las leyendas bíblicas de Sodoma y Gomorra y el mito hindú de Kali Yuga, los adversarios de la igualdad y el Estado de Derecho acusaron a las sociedades de decadentes.

Desde los antiguos populistas del Imperio romano hasta los fascistas italianos, la decadencia es el andamiaje transhistórico que une las ramas de la filosofía antiliberal.

El filósofo neorreaccionario y defensor de una “ilustración oscura”, Curtis Yarvin, ha declarado en el New York Times que la democracia está “muerta”. Anhela sustituirla por una monarquía americana. El politólogo Patrick Deneen afirma que una “disociación casi completa de la clase gobernante y la ciudadanía” se basa igualmente en una narrativa de decadencia.

Todas estas ideas descansan en una percepción cíclica del tiempo. Auge y decadencia. Florecimiento y decadencia. Apocalipsis y palingenesis, es decir, renacimiento nacional o étnico.

En mi investigación, he analizado cientos de revistas neofascistas alemanas y francesas. Al final, los datos eran la misma repetición interminable de decadencia y apocalipsis. Lo bauticé “narrativas conservadoras de la crisis”.

La política de la crisis

En la mayoría de los casos, no hay por qué preocuparse. La decadencia es solo un cliché. Pero por eso todo el mundo puede vender tan fácilmente sus propias versiones de esta historia, siempre que recapitulen la gran narrativa. Los hechos no importan y el diablo no está en los detalles.

“Si tengo que crear historias para que los medios de comunicación estadounidenses presten realmente atención al sufrimiento del pueblo estadounidense, eso es lo que voy a hacer”, admitió francamente el flamante vicepresidente estadounidense J.D. Vance durante la campaña de 2024. Su confesión revela una verdad sociológica sobre la función de las narrativas de crisis.

Según la antropóloga estadounidense Janet Roitman, que ha profundizado en lo que ella denomina la “política de la crisis”, una narrativa de este tipo “no puede tomarse como descripción de una situación histórica ni como diagnóstico del estado de la historia”. Por el contrario, explica, es una “denuncia necesariamente política”.

Todo relato de crisis refuerza necesariamente la llamada a los redentores. “Las elecciones de 2024 son la última oportunidad para salvar a Estados Unidos”, afirma Donald Trump. “Solo la AfD puede salvar Alemania” reitera Musk. Es una historia escalable.

La filosofía de Elon Musk

En Francia, el filósofo de extrema derecha Guillaume Faye, inspirador del movimiento identitario, inventó una filosofía reaccionaria llamada “arqueofuturismo”. Pretende combinar un progreso técnico vertiginoso y una moral medieval de heroísmo y jerarquías. Eso no dista mucho de cómo Musk responde a la narrativa de la decadencia con una llamada al largoplacismo radical.

La “plaza de la ciudad digital” que X pretende ser, por ejemplo, es un significante de la esfera pública feudal. La recreación digital de Musk de la estética de la antigua Roma refleja el deseo de un César americano de extrema derecha. La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, el libro más influyente de la Alemania prefascista, promovía la misma idea.

La filosofía de Musk parece ser que los hombres deben someterse a la ambición a largo plazo del CEO-rey. Para conquistar el espacio, colonizar Marte y fusionar los cerebros humanos en una inteligencia artificial singular, el individuo y sus necesidades pasan a ser insignificantes. Y de eso trata, en primer lugar, la narrativa de la decadencia.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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