El Vendedor de Felicidad

mayo 10, 2021

 

Hace mucho tiempo en un pueblo del que no vale la pena mencionar el nombre, en el que todo transcurría de manera rutinaria y aburrida, donde la sensación de la variedad no existía y todo era igual, llego un día un anciano. Llegó jalando un pequeño carrito lleno de botellas repletas hasta el tope de un líquido rojo brillante y encima de ellos un cartel que decía «Felicidad encerrada dentro de una botella».
Al arribar al centro del pueblo el anciano desplegó su carro y empezó a hacer sonar una pequeña campana que saco de entre sus ropajes, al sonido de esta campana los curiosos vecinos, empezaron a asomar sus cabezas por las ventanas para ver que ocurría, pero tan solo salió un pequeño niño que se acercó al viejo y le preguntó:
-Buenas señor ¿porque su cartel tiene escrita la palabra «felicidad dentro de una botella»?
-Porque la vendo, pequeño, con tan solo dos pesos puedes tener la felicidad dentro de una botella y usarla como te plazca.
-Señor ¿y por qué la vende?
-Porque la felicidad hay que pagarla y luchar por ella.
-Entonces, por favor, me podría dar una botella -dijo el niño extendiendo su mano con un billete arrugado y una moneda reluciente.
-Toma – respondió el anciano al tiempo que tomaba el dinero que le extendía el niño-.
El pequeño salió corriendo hacia la casa con la botella entre los brazos como si llevara en ella su vida misma. Instantes después Se empezaron a escuchar gritos de júbilo y algarabía provenientes de su morada. Al percatarse el anciano dibujó una sonrisa amable en su rostro.
Pronto se corrió la voz por el pueblo del hombre que vendía la felicidad en un frasco a tan solo dos pesos. Todas las personas empezaron a salir de sus casas como locos para encontrar al anciano que daba la felicidad y comprar los benditos viales, que consumían nada más tomarlos con sus manos. Así a cada instante el pueblo cambiaba un poco más para irse convirtiendo en un lugar donde todo el mundo sonreía y subsistía tan solo de felicidad.
Este, se volvió el único pueblo donde los enfermos no se acordaban de su enfermedad y todo el mundo se notaba feliz de ir a su trabajo; era lo más normal ver en cada camisa, pantalón o bolso un frasco vacío o casi vacío de felicidad. Mientras todo esto pasaba el viejo seguía en la plaza con el carrito siempre a su lado tocando su campana avisando de su producto hasta que un día la campana dejó de sonar.
El pueblo quedó en silencio. Nadie hablaba esperando volver a oír la campana, pero el silencio siguió tan presente, tan terrible, que vaciaba el corazón de toda esperanza. En la plaza el anciano guardaba todos los frascos vacíos en su carrito. La campana la volvió a colocar entre sus ropas y comenzó a caminar hacia la salida. Mientras todos callaban, un hombre vestido como una figura de autoridad se acercó al anciano y le pregunto:
-Mi buen anciano ¿por qué motivo se marcha de nuestro pueblo?
-Me voy debido a que ya he cumplido mi cometido de repartir toda la felicidad que tenía para vender en este pueblo.
-Pero, mi buen padre, ¿no podría usted conseguir más y seguir vendiéndola en este pueblo o es que no somos un buen mercado para usted?
-No es eso, señor, es simplemente que en este pueblo ya no queda felicidad para vender… ni para comprar – Mientras decía esto, en los ojos del anciano se mostraban a la par de una tristeza extraordinaria, una pizca de crueldad, pero su interlocutor atónito con la respuesta no se percató.
Al terminar de hablar el anciano prosiguió su camino. Al verlo alejarse por el horizonte todos los aldeanos se empezaban a lamentar de su suerte. Nadie vio cuándo el niño que primero compró felicidad salió corriendo detrás del carrito para comprar otro frasco. Encontró al anciano sentado en una piedra descansando o esperando tal vez. Al llegar solo pidió un frasco más a lo que el anciano le contesto:
– Pequeño, ya dije que en el pueblo no quedaba más felicidad para vender ni para comprar.
– Por favor, señor, tan solo un frasco para mi hermanito que todas mis botellas se las he dado a él y ahora no puedo dejarlo sin ella. Por favor, señor, tome todo lo que tengo – Decía el niño mientras sacaba una hucha pequeñita y lágrimas brotaban de sus ojos.
Al ver esto el corazón del anciano se ablandó un poco y le propuso al niño que sacrificara toda su felicidad para dársela a su hermanito, cosa que aceptó. Volvió al pueblo con un frasco lleno de carmín encendido.
Al llegar todo estaba desecho, los aldeanos estaban lamentándose de su suerte y no hacían nada más que restregarse en el lodo que formaron con sus lágrimas. Al ver al niño venir con la botella en la mano todos se abalanzaron sobre él; algunos le suplicaron, otros lo amenazaron y otros intentaron robarle, hasta que por fin todos lo atacaron y le arrebataron el frasco. Todos querían la felicidad y entre gritos, empujones y golpes empezó una reyerta. Nadie quedó en pie y el frasco yacía roto y su contenido, perdido.
Se quedaron sin paz, sin felicidad, sin sosiego. De aquel pueblo ahora tan solo quedan algunas ruinas desperdigas y habitantes que perdieron la cordura. Y del anciano, se dice que sigue con su carrito por los caminos y que cuando llega a un nuevo pueblo siempre hace sonar su campana.

 


Esta colaboración ha sido publicada gracias al esfuerzo conjunto de Dialektika y Barrio 25 y 4. Este último tiene como objetivo exponer los resultados del trabajo social y cultural llevado a cabo con adolescentes y jóvenes pertenecientes a dicho proyecto. Nuevas Voces es el espacio utilizado por sus miembros. A través de la escritura como catarsis y reflexión ponen en práctica las herramientas y habilidades adquiridas durante casi un año de debates y talleres.

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