Los Pensamientos de Blaise Pascal comienzan con una imagen harto conocida: el filósofo contempla la noche estrellada (“monstruo de mil ojos”, la llama Homero, y para los antiguos “mil” equivale a infinito), y se siente abrumado ante una inmensidad que lo reduce a ser “casi nada”.
Más adelante plasma otra profunda y no menos hermosa imagen: “la naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. Borges especula que en el manuscrito original la palabra “infinita” aparece agregada sobre otra tachada: “terrible”. En cualquier caso, este temor subyace en las imágenes mismas. Es además harto conocido el hecho de que Pascal fue un genio precoz de las matemáticas. Estaba convencido de que mediante el “espíritu de geometría” el hombre podía penetrar los “arcanos” de una naturaleza que era como un gran libro escrito en el lenguaje de la ciencia de los números y de las formas. El razonamiento matemático, si avanza correctamente (y no hemos de dudar de la capacidad de Pascal para este ejercicio), y en la mediada en que se fundamenta en axiomas, proporciona al hombre certidumbre. Por lo tanto, debemos necesariamente concluir que el “terror” aludido no deriva de la consideración de la noche estrellada como “mera” naturaleza. Pascal sabe que la imagen refiere alegóricamente a una experiencia de otro orden: el que contempla hace “proyección”; le aterra, en última instancia, la alusión de la inmensidad celeste a lo insondable del alma humana misma.
El terror de Pascal es el hombre: esa criatura paradójica que es “casi nada”, y que lo es todo a la vez.