El Realismo ante la Literatura Posmoderna
Para muchos estudiosos la llamada era posmoderna ha traído consigo una nueva escuela estética también llamada literatura posmoderna. Esta debe promover obras que significan una ruptura con la realidad, es decir, no abordan ni recrean al mundo real, sino todo lo contrario; las temáticas objetivas no aparecen, no son tenidas en cuenta. Se trata de cortar definitivamente con la supuesta “copia mejorada” que hace el realismo de la propia realidad, y de crear nuevos contenidos alternativos, fantásticos, y ficticios, casi siempre divorciados de la realidad que nos circunda, y apoyándose en reflejos propios y específicos de la creación literaria. Es como hacer literatura para los propios filólogos, críticos, y literatos, olvidándose en muchas ocasiones de la recepción que el gran público lector va a hacer de la obra realizada.
Y esta suerte de “nueva onda” ha influenciado a un importante sector de la narrativa cubana contemporánea con mucha fuerza, y no son pocos los escritores isleños que abrazan esta nueva escuela estética, más dada a sensaciones introspectivas y claroscuros oníricos, y junto a este llamativo entusiasmo, se siente, de manera cada vez más marcada, una cierta “demonización” de la narrativa realista, y con ella de los escritores que aún nos afiliamos a esta escuela.
Pero es que la narrativa cubana, mayoritariamente, siempre ha caminado por el no del todo trillado camino de la realidad circundante, e incluso de la historia, recreándola, rehaciéndola, a veces con una lectura crítica de los acontecimientos cotidianos, otras con formas más imaginativas y fantasiosas, y de ahí el concepto de lo real – maravilloso de Carpentier, y el realismo mágico garcíamarquiano, escuela esta última que ha tenido sus seguidores y hasta precursores por estos lares.
Y para tratar de fundamentar estos criterios les propongo ir un poco atrás en la historia de la narrativa nacional.
Apuntes para una historia de la narrativa nacional
Si nos vamos a remontar a los tardíos inicios de la narrativa cubana, habría que empezar por decir que en el siglo XIX se destacaron básicamente dos autores y dos novelas: en 1839 la primera versión de Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, (la segunda versión saldría a la luz en 1889), la cual se considera la primera novela realista en América Latina, y Mi tío el empleado de Ramón Mesa, publicado en 1887, también de corte realista y costumbrista.
En esta época aparecen los primeros cuentos con cierto nivel, como “Pascua de San Marcos” de Ramón Palma, y “Lectura de Pascuas”, el primer libro de cuentos cubanos aceptado por todos y aparecido en 1899 con la autoría de Esteban Borrero Echevarría.
Estos cuentos también reflejaban la historia de las contradicciones políticas y sociales de la época, a la manera del realismo crítico.
En los inicios del siglo XX la narrativa cubana avanza primero lentamente. En 1905 el propio Esteban Borrero publica El ciervo encantado, cuyo tema central es la condena a la intervención norteamericana en Cuba, y luego aparecen los nombres de Jesús Castellanos y Alfonso Hernández Catá, que abren un nuevo espacio temático mostrando el mundo campesino, y José Antonio Ramos, que refiere una narrativa preñada de preocupaciones sociales.
Aquí también encontramos las novelas de Miguel de Carrión, Las honradas y Las impuras, las cuales, abarcando un amplio contenido social, enfrentan la corrupción de la sociedad habanera de la época, y de Carlos Loveira, Juan Criollo en 1927, con un contenido también realista y puramente cubano.
Aparece Luis Felipe Rodríguez, que luego se convertirá en referente para narradores de generaciones posteriores, el cual aborda la temática rural cubana con sus tipos y conflictos en obras como La pascua de la Tierra Natal y los relatos de Marcos Mantilla. Se inicia también Enrique Serpa, cuya Aleta de tiburón para muchos es el antecedente temático del famoso relato de El viejo y el mar, de Hemingway.
En las décadas del 40 y 50 se consolidan un buen número de narradores con calidad de merecer, y aunque la publicación de libros es mínima, se populariza la publicación de cuentos y relatos en revistas y periódicos. En sentido general son narradores con una obra comprometida desde el punto de vista social.
Fuera de Cuba publica Alejo Carpentier Guerra del tiempo en México, y Virgilio Piñeira Aire Frío en Argentina.
Carlos Montenegro publica la novela Hombres sin mujer, la que pudiera considerarse como la primera novela – testimonio publicada en Cuba.
En resumen, muchos estudiosos consideran que para el 1910 ya hay una primera generación de narradores puros que, permeados por modernos recursos estilísticos provenientes de Europa, (aprehendidos de autores como Maupassant, Anatole France, Eça de Queiros), hacen un cuento universal, americano, y de amplia tendencia social en cuanto al abordaje temático que en ocasiones llega a ser de franco carácter revolucionario y antiimperialista.
Hay una segunda generación alrededor de los años 20, influida por novelistas como Gorki, y cuentistas como Horacio Quiroga, de profundo corte realista, y que busca ambientes muy cubanos, como la manera de vivir de la población más menesterosa, el propio acontecer nacional, los problemas raciales, el campesino y el latifundio, la penetración de Estados Unidos, todo ello cerca del costumbrismo y a la manera de un relato documental.
Cerca de la década del 50, muchos dicen que sobre 1948, se ha considerado que el cuento cubano alcanza la mayoría de edad, manteniendo una gran vigencia por cuanto, al no existir editoriales, se hace casi imposible publicar libros, y sólo es viable darse a conocer en periódicos y revistas, que exigen a su vez de los autores trabajos breves. Aquí aparecen narradores, los menos, que se apartan algo de la tendencia realista, y se acercan al cuento imaginativo y fantástico. Dos narradores descuellan: Labrador Ruiz con su Conejito Ulán y Alejo Carpentier con Viaje a la semilla. Otros autores continuadores de esta corriente son Virgilio Piñera, Eliseo Diego, y luego Miguel Collazo y Ezequiel Vieta, que abordan temas de carácter lúdicro, onírico, macabro, de ciencia ficción, de humor negro, y manejan la sátira y la fábula.
Aparecen revistas como Espuela de plata en 1939, y Orígenes en 1944, que le dieron impulso a la corriente fantástica e imaginativa dentro de la narrativa de la época.
Como se observa, a pesar de la existencia de autores que cultivan la literatura imaginativa y fantástica, la mayoría de los narradores hacen un discurso realista, comprometido, y de denuncia crítica a la situación prevaleciente en el país, tanto en lo que respecta a lo social, y lo económico, como lo político, y en lucha denodada por mantener la nacionalidad cubana a toda costa.
En general la casi totalidad de los autores avanzan con una tendencia cercana al realismo crítico, y un mensaje directo que a la vez decanta el populismo complaciente, y sale en busca de su universalización.
En esta etapa se destaca con muchísima fuerza la obra de Onelio Jorge Cardoso Taita, diga usted como, Hierro Viejo, Juan Candela, Los carboneros, y la mujer está representada en la figura de Dora Alonso, que maneja con acierto el cuento campesino.
Con la llegada de la Revolución (1959), comienzan a agigantarse las posibilidades de creación. Aparece la Imprenta Nacional de Cuba, dirigida por Alejo Carpentier, y surge en 1961 la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Los temas generales que aborda la narrativa cubana de esta primera época siguen siendo críticos del pasado, muchos del pasado reciente, y lo contraponen con las nuevas condiciones que se vislumbran.
La literatura cubana de entonces empieza a moverse en varias direcciones: los escritores cercanos a Lunes de Revolución, un suplemento literario del periódico Revolución, los próximos a la Revista y grupo Orígenes, los que cierran filas con la revista Ciclón. En sentido general el grueso de la narrativa cubana se mueve dentro de los cauces más ortodoxos del realismo, pero también hay otros autores, pocos quizás, que se mueven hacia corrientes más imaginativas e introspectivas, algunos de ellos fueron considerados realistas por muchos, y no lo eran de modo clásico, como es el caso de Lezama en Paradiso, que maneja un realismo simbólico y críptico sin dejar de ser fantasioso.
Aparece casi enseguida una narrativa de la realidad inmediata, que condenaba al pasado, y proclamaba la negativa de volver a vivirlo.
Se destacan escritores como Guillermo Cabrera Infante (dirigía Lunes de Revolución), Calvert Casey, Humberto Arenal, Antonio Benítez Rojo, Antón Arrufat y otros, que comenzaron a tomar de la historia la etapa de lucha contra la dictadura, o abordaron también el vacío existencial predominante en la época para propiciar sus creaciones.
En una suerte de segunda generación inmediata aparecen nombres como Jesús Díaz, Los años duros, Norberto Fuentes Los condenados del Condado, Eduardo Heras León La guerra tuvo seis nombres y Los pasos sobre la hierba, que abordaban temas de mucha actualidad como la lucha contra los alzados en el Escambray, los combates de Girón, las jornadas de los cortadores de caña para la zafra azucarera. Esto es, operaban con la mayor inmediatez, y ello da lugar a que aparezca la llamada Narrativa de la Violencia muy influida por la literatura rusa de autores como Isaac Babel, Caballería Roja; Alenxandr Bek, La carretera de Volokolamsk y Los hombres de Panfilov.
Aparece también el testimonio como un nuevo género literario, preciso para abordar la inmediatez, y se destaca en primera fila la novela de corte antropológico Biografía de un cimarrón; de Miguel Barnet.
En los años 70 siguen esta tendencia en el abordaje de la actualidad, y se mantiene una narrativa cercana a los temas emanados de la Revolución, pero comienza a observarse cierto rechazo de muchos autores reconocidos a seguir formas convencionales de contar, y aparece el miedo al panfleto literario, y a escribir obras de franco contenido político, porque ya se ha establecido con fuerza la tendencia, impulsada por cierta línea oficial, de la potenciación del realismo socialista como corriente estética.
Los 70 fueron los primeros años del Quinquenio Gris, que para algunos es un decenio y es negro, y fue la parametrización, la UMAP, el caso Padilla, y otros acontecimientos conocidos por todos los cubanos, y sufridos por muchos.
Entonces era de interés político que apareciese una nueva generación de escritores para sustituir a los viejos creadores que no se “adecuaban” al momento, y se crearon los Talleres Literarios y los concursos literarios para escritores jóvenes, la Colección Pluma en Ristre y el concurso David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para lograrlo. Este esfuerzo, al pasar de los años, trajo consigo la aparición de una nueva hornada de narradores, alguno de ellos con marcada importancia en la narrativa cubana actual, pero sucedió que, junto a la acción loable de darle espacio a los más jóvenes y desconocidos, se comenzó a aplicar la política de fomentar, estimular, y publicar mucha literatura de baja calidad, descuidada, escasa de valores literarios, mal acabada y mal hecha, pero militante.
Es de destacar que entre el 75 y el 82 publican su primer libro 45 autores, y aparecen nuevas tendencias temáticas en las obras, como es el aspecto de las luchas internacionalistas.
Se potencia, también oficialmente, la literatura policíaca y el género testimonio, al punto que Ediciones UNION, la casa editorial de la UNEAC, entre 1978 y 1985 publica 20 títulos del género testimonio. Por otro lado, se crea un concurso nacional de literatura policíaca.
Esta etapa se caracteriza porque muchos escritores reconocidos se ven condenados al ostracismo, y dejan de escribir. Es absolutamente comprobado, por ejemplo, con los autores de obras de teatro a partir de la investigación realizada por Ester Suárez Durán entre los principales dramaturgos cubanos.
Ya en los 80 comienzan a aparecer textos donde la épica y la violencia son sustituidas por la reflexión individual y dramática.
Muchos investigadores coinciden que con la aparición de Noche de fósforos y Campamento de artillería de Rafael Soler se inicia un estilo de narrar que ya no refleja, admira, alaba, y reafirma la realidad, sino que la interroga desde una perspectiva ética, haciendo recaer el interés temático en sus conflictos personales y sus propias contradicciones. Ya no es el hombre de acción participando y contando, ya la narrativa se hace más intimista, reflexiva, cotidiana.
Se abordan temas cercanos al miedo a la muerte, la pérdida de la inocencia, el miedo en general, el dolor, puede incluso darse toda la acción en un ambiente rural pero ya no se muestra al campesino explotado o dueño de su tierra trabajando por el bienestar social, si acaso es el mundo interior del campesino lo que sale a flote, su vida íntima.
Es entonces que comienza el declive de la literatura épica, de la literatura de compromiso social, incluso la de compromiso político, y ahora mismo pienso en la Elegía a Jesús Menéndez de Guillén o en muchas de las cosas de Onelio, que son perfectas obras de arte y responden a un verdadero compromiso político o social, pienso además en alguna narrativa bien escrita con un corte cercano al realismo socialista, que al decir de Ambrosio Fornet no era una escuela demoníaca en sí misma, sino que la demonizaron cuando fue impuesta como única forma de creación, pero que pudo ser una escuela literaria más dentro del universo creativo soviético y universal; pienso en la propia literatura testimonial desaparecida de nuestras librerías, (habría que ver en las estadísticas cuántos libros del género testimonio se publican hoy en Cuba, pienso en la literatura policíaca, de amplio gusto popular que ha disminuido considerablemente en la narrativa cubana actual.
Todo ello se ha trasmutado por una narrativa que se identifica con el dramatismo cotidiano de la vida, que se ha hecho intimista y muchas veces alejada totalmente de la realidad, o abordándola de manera desenfocada e hiperbolizada, en fin, más fantástica, más espiritualista.
Y no abogo por ninguna exclusión y mucho menos porque se potencie un realismo fotográfico. Me parece que la madurez que ha alcanzado la narrativa cubana contemporánea, permite que se mueva, como nunca antes, dentro de un amplio diapasón de libertad creativa, manteniendo una gran multiplicidad de formas y viéndose favorecida con el hecho de que, con escasas excepciones muy puntuales, los libros rechazados a los autores por las editoriales son por causa de evaluaciones negativas de los Comités de Lectores, que están formados por profesionales del oficio y miembros legales del gremio, y que generalmente no hay factores extraliterarios que exijan posturas ajenas a la ética y al profesionalismo de nuestra tarea; que se desarrollan por doquier nuevas formas, nuevos estilos, nuevos abordajes y puntos de vista, que no hay homofobia, ni posiciones racistas o exclusión de género, y que lo bueno o lo malo que hagamos dentro de la misión que tenemos como creadores, será hijo de nuestra capacidad y nuestro trabajo, sin la “ayuda solidaria y desinteresada” de nadie.
Pero por desgracia, quizás sea verdad aquel mal achacado a nuestro pueblo de que o nos pasamos o no llegamos, y la narrativa realista está venida a menos, es mal considerada por muchos estudiosos, no está de moda excepto en los trabajos del llamado “realismo sucio”, que incluso sufren el asedio y el acecho de la comercialización, y en fin, es como agua pasada que no mueve lo que tiene que mover a pesar de su secular historia.
Hay valiosos narradores cubanos de los que nadie se acuerda, como Félix Pita, Antonio Benítez Rojo, Samuel Feijoo y hasta Onelio Jorge Cardoso a quien se tiene en cuenta demasiado poco para mi gusto.
En estos momentos en la Isla hay corrientes estéticas que según mi punto de vista, están siendo más favorecidas por la crítica y los instrumentos de promoción que otras. Considero que se debe trabajar porque se amplíe el diapasón, y no sólo tengan reconocimiento social determinadas estéticas. No se trata de reprimir a ninguna escuela, sino, como parafraseando a Mao tse Tung, lograr que nazcan miles de flores.
Conclusiones
Definitiva y personalmente considero que no es inteligente abandonar las raíces realistas históricas de la narrativa cubana por otras quizás muy novedosas, pero que no están lo suficientemente sustentadas desde el punto de vista estético, ni por la apreciación del público lector.
Pero es que también sucede que en nuestra República de las Letras, el libro, que por suerte, no es objeto del mercadeo soez y vulgar que existe en otras latitudes, por razones no suficientemente clarificadas no es tenido en cuenta, por lo menos oficialmente no conozco que existan estadísticas y estudios sobre ello, a la hora en que es recibido por el lector, no conocemos con cuánta rapidez desaparece o no de los estantes, cuáles son los títulos que más se venden o son prestados en las bibliotecas públicas y cuáles los que se quedan de alimento de las polillas y otros congéneres, en fin, algo que nos responda si el libro cumplió o no su objeto social que es la lectura colectiva y popular, o solo fue un disfrute estético para ciertas élites creadoras y algunos académicos.
Y como se que este es un tema muy discutible, no he de inmiscuirme demasiado en sus complejidades, pero se me hace amable terminar este trabajo con una anécdota.
Hace algunos años apareció en la Revista La Gaceta de Cuba un texto de la investigadora Cira Romero, el cual “comparto hasta en las pausas”, como diría un clásico cubano, y como tiene cierta coincidencia con este espinoso asunto, se los muestro como colofón de mis aproximaciones:
“Advierto desde hace bastante tiempo que nuestras letras de ficción, en particular la narrativa, va alejándose cada vez más de la literatura en lo que el término encierra en su más prístino sentido y que cualquier diccionario, el peor que consultemos, define como arte de la palabra, a lo cual me atrevería a añadir: arte de decir algo, de expresar algo sin demasiadas complejidades o pirotecnias que, en lugar de atraer al lector, del más común al más exigente, lo que hace es alejarlo del acto de la lectura. Es de lamentar que, cada vez con mayor fuerza, nuestros narradores se olviden de eso. Por suerte, aún contamos con varios (no muchos) que al momento de ejercer su oficio lo hacen, entre otras razones, para “llegar” a un público”.
Al final, amigos, considero que resulta demasiado riesgoso, (quizás es que ya estoy viejo y en un viejo no habrá nunca audacia), en apostar la trascendencia de nuestra obra a una escuela estética que está por ver cómo mantiene su vigencia a lo largo del transcurrir del tiempo, cuando el realismo ya ha demostrado su perdurabilidad a través de los siglos, y se ha reciclado, se ha transformado, se ha rejuvenecido, (ya a nadie se le ocurre escribir de nuevo La montaña mágica de Thomas Mann o incluso El ingenioso hidalgo…) y mantiene, eso sí, un público lector a escala mundial y nacional ávido de buenos textos y buenos contenidos escritos con altos niveles de excelencia.
Por lo pronto estoy sospechando que quienes, al igual que Fukuyama que auguró el fin de la historia sin que sucediera, ahora están pronosticando “el pase a mejor vida” de la literatura realista, tendrán que, como el japonés nacionalizado norteamericano, arrepentirse de sus profecías cuando suceda el lógico movimiento pendular que pondrá de nuevo “en onda” la estética realista, e irrumpa en la concepción y realización de la nueva y fuerte narrativa realista cubana. El 11 de agosto del 2008, el periódico La Nación de Chile, publicó un trabajo del periodista Gonzalo Aragonés titulado “El espíritu crítico escasea entre los escritores rusos actuales”, donde en uno de sus párrafos se lee:
“Los escritores rusos más jóvenes protagonizan actualmente una vuelta al realismo tras años dominados por los postulados posmodernistas. Pero el realismo que respiran las nuevas novelas está muy lejos del siglo de oro de las letras rusas (el XIX)(…)”
¿Sucederá igual en la historia de la narrativa cubana?
Por mi parte seguiré tozudamente nutriendo mis relatos del entorno que me rodea e interactúa conmigo, y continuaré apoyándome en el devenir histórico y mis recuerdos como materiales de mis obras, tratando de construir una ficción que beba directamente de la experiencia colectiva.