“¿Qué es entonces la esencia del hombre, de la que este es consciente, o qué es lo que constituye en el hombre el género de la humanidad propiamente dicha? La razón, la voluntad, el amor. El hombre perfecto debe poseer la facultad del pensamiento, la facultad de la voluntad, la facultad del corazón. La facultad del pensamiento es la luz del conocimiento, la facultad de la voluntad es la energía del carácter y la facultad del corazón es el amor. Razón, amor y voluntad son perfecciones, son facultades supremas, constituyen la esencia absoluta del hombre en cuanto hombre y el fin de su existencia. El hombre existe para conocer, para amar, para querer. Pero ¿Cuál es el fin de la razón? La razón misma. ¿Y del amor? El amor. ¿Y de la voluntad? La libertad de querer. Conocemos para conocer, amamos para amar, queremos para querer, es decir, para ser libres. El verdadero ser es el ser que piensa, ama, quiere. Verdadero, perfecto, divino es solamente lo que existe para sí mismo. Pero así el amor, así la razón, así la voluntad. Razón (imaginación, fantasía, ideas, opinión), voluntad, amor o corazón no son facultades que el hombre en sentido estricto tiene –pues él es nada sin ellas; el hombre es lo que es solamente por ellas–; son elementos que fundamentan su ser, ser que no tiene ni hace, fuerzas que lo animan, determinan y dominan, fuerzas absolutas, divinas, a las que no puede oponer resistencia alguna”.
Ludwig Feuerbach (La esencia del cristianismo)
El hombre desde la perspectiva de Feuerbach es el hombre del humanismo, comprendiéndolo como la vinculación natural y necesaria entre los hombres que estima no solo el desarrollo sino la existencia de estos a partir del propio género. Razón, amor y voluntad es la afamada trinidad que constituyó al hombre feuerbachiano; ese hombre que desarrolla su humanidad con otro hombre, así lo explica:
“(…) es el hombre pensándose a sí mismo, el hombre que es y sabe que es la esencia autoconsciente de la naturaleza, la esencia del Estado, la esencia de la historia, la esencia de la religión, el hombre que es y sabe que él es la identidad real (no imaginaria) absoluta de todos los antagonismos y las contradicciones (…)”. (Feuerbach, 1974, pág. 83).
La proyección de Feuerbach se filtra mayormente como discurso sobre Dios. Desde su enfoque, la religión es cavilada siempre como un proyecto subjetivo, pura hermenéutica humana, una respuesta de sentido amenazada por el titubeo y la sospecha ante el carácter proyectivo del conocimiento. La insistencia de Feuerbach en el condicionamiento humano de las representaciones religiosas puede ser un antídoto contra cualquier pretensión absoluta en el lenguaje y en la reflexión sobre la divinidad. La religión, para Feuerbach, es la conciencia del objeto que coincide con la conciencia del sujeto, en otras palabras, es la conciencia primaria pero indirecta que tiene el hombre de sí mismo. La cuestión en torno a la esencia del hombre se da por la necesidad de reconocer la otredad y, por ende, también responde a la búsqueda de la propia identidad y al establecimiento de sus propios límites. Cuando Feuerbach plantea que: “La religión es la esencia individual de la humanidad”, (Feuerbach, 2013, pág.11) está afirmando que el objeto sensible es diferente del objeto religioso, porque este último sí está dentro del hombre, y a su vez, el objeto del hombre es su propia esencia objetivada. Lo esencial de la crítica feuerbachiana consistirá entonces en ver la religión como el producto que irrumpe naturalmente de la mente y del corazón del hombre, cuando éste no se encarga por sí mismo de su propia existencia, y se desatiende pasivamente ante poderes extraños creados por él mismo para su debido consuelo. (Fraijó, 1994, pág. 294)
Desde Freud
Por otro lado, Freud, en su búsqueda de una respuesta a la raíz psíquica de la religión, pone mucho énfasis en la cuestión del Padre, podría esta ser la causa de recurrir a la figura de Moisés, quien es el padre de la religión hebrea, el padre de la fe judía. La posición del Padre como lo supremo y el rescate de la estampa paterna como todo fundamento de protección contra la orfandad humana, fue la respuesta que encontró a la necesidad religiosa. Al enfrentar las fuerzas naturales, el ser humano se enfrenta con su impotencia y trata de influir sobre ellas humanizándolas y personificándolas de manera cándida e ingenua. La relación desigual que se establece determina los rasgos paternos que adquieren las fuerzas naturales, y Dios sobreviene en criatura, o sea, de ser el creador del hombre pasa a ser su creación. Es el hombre en su condición de impotencia el que crea los dioses, que a su vez le ofrecen sosiego y que generan pavor, haciendo resurgir la ambivalencia original en relación con el Padre. He aquí el punto de convergencia entre Feuerbach y Freud con respecto al hombre y a la religión, aunque, muy a su pesar, Freud reconoce que los elementos más importantes de la retahíla psíquica de la humanidad son las representaciones religiosas de una cultura o sus ilusiones, como las denomina. La religión, el más poderoso “patrimonio espiritual de la cultura” (Freud, 2003, pág.6), junto a la moral, los ideales, la producción artística, son los medios con los que el ser humano se indemniza de las privaciones que sufre a lo largo de su existencia.
La figura de Moisés, libertador y legislador del pueblo judío (Freud, 1939, pág. 7) fue el personaje que Freud escogió para muchas de sus reflexiones psicoanalíticas por su innegable resonancia en la historia de la humanidad, es Moisés el protagonista de muchas obras de arte en distintas épocas y en variadas manifestaciones, por ejemplo, en escritos de Freud, pinturas como la de Guido Reni “Moisés”, la de Rembrandt “Moisés con las tablas de la Ley” o del famoso pintor italiano Tintoretto “Moisés hace manar agua de la roca”, además de esculturas como la de Miguel Ángel. Esta última, la estatua de Moisés es la obra en cuestión para el análisis que Freud hace sobre Moisés partiendo de varios criterios y obviamente de sus propias apreciaciones de la obra.
Cuando observo esta magnífica estatua y leo simultáneamente a Freud, vienen a mi mente las palabras de Nietzsche en su libro “Cómo se filosofa a martillazos”:
“(…) El hombre transforma las cosas hasta que éstas reflejan el poder que emana de él, hasta que éstas son un reflejo de su propia perfección. El tener que transformar las cosas en algo perfecto es arte (…). El pintor, el escultor y el poeta épicos son visionarios”. (Nietzsche, 2004, págs. 90-92)
La religión propone una desvalorización del mundo terrenal y una voluntaria renuncia o inhibición a las pulsiones, es evidente el malestar que genera esto, y de mayor grado, mientras que el arte va en la dirección opuesta. Esta obra artística de Miguel Ángel que concreta a Moisés, el legislador de los judíos que sostiene las Tablas de los diez mandamientos divinos produce un efecto en el espectador de la estatua, quizás tan inquietante como la cólera que sintió Moisés al descubrir la traición del pueblo a su Dios, según los relatos bíblicos. Digo quizás, porque al ver la estatua no encontré al Moisés bíblico, sino al Moisés del artista; sobre esta cuestión reflexiona Freud, preguntándose si puede otorgarle a Miguel Ángel esa libertad de cambiar la esencia divina del guía de Israel. Freud expone cómo el artista moldea a Moisés con rasgos sobrehumanos, con una definida musculatura, así con ese estilo renacentista que magnifica al hombre, afirmando que dichas cualidades físicas constituyen, en sus propias palabras en su ensayo “El Moisés de Miguel Ángel” de 1914: “el medio de expresión corporal para el supremo logro psíquico asequible a un ser humano, que es sujetar su propia pasión en beneficio de una destinación a la que se ha consagrado, y subordinándose a ella”. (Freud, 2003, pág. 75)
Sin embargo, ¿quién ha sublimado la propia cólera, Freud o Moisés? Esta es la pregunta que viene a colación cuando se lee a Freud a la par que se observa la obra de Miguel Ángel y se tienen en cuenta la relación existente entre la interpretación de determinada obra y la particular subjetividad del intérprete. Esa interrogante planteada encuentra su basamento en una de las cartas que Freud le envía a Jung diciéndole: “si yo soy Moisés, usted como Josué tomará posesión de la tierra prometida de la psiquiatría que a mí me está permitido ver solo desde lejos”. (Fromm, 1980, págs. 77-89) pareciera entonces que se está identificando con el líder del pueblo judío, de tal modo, se justifica su profunda admiración por este personaje bíblico.
El Moisés tallado en ese mármol no parece ese hombre irracional e irascible, más bien, se me presenta como un hombre consecuente, que empoderado por ser el elegido para conducir a todo un pueblo, nunca perdió de vista su misión, justamente cumplir siempre con la voluntad de su Dios. Entonces, teniendo en cuenta las teorías tanto de Feuerbach como de Freud en cuanto a la esencia del hombre y del fenómeno religioso ¿las cualidades de iracundo y excitable deben atribuírseles al propio Moisés o al Dios del Antiguo Testamento? Solo me queda acoger la equivalencia entre Moisés y Dios que leo en la Biblia:
“Moisés, sin embargo, trató de calmar al Señor su Dios con estas palabras: -Señor, ¿Por qué vas a arder de enojo contra tu pueblo, el que tú mismo sacaste de Egipto con gran despliegue de poder? (…) Deja ya de arder de enojo; renuncia a la idea de hacer daño a tu pueblo (…) El Señor renunció a la idea que había expresado de hacer daño a su pueblo. Entonces Moisés se dispuso a bajar del monte, trayendo en sus manos las dos tablas de la ley (…) En cuanto Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y los bailes, ardió de enojo y arrojó de sus manos las tablas, haciéndolas pedazos al pie del monte”. (EX 32.11-20, págs. 98-99)
Bibliografía
Colomer, E. (1990). El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, Vol. III. Barcelona: Herder.
De Robertis, D. (1995) La psicoanalisi e l´affiliazione ermeneutica, Ricerca Psicoanalitica, VI, p.p 37-57.
Feuerbach, L (2013) La esencia del cristianismo. España: Editorial Trotta S. A.
Feuerbach, L. (1974) Aportes para la crítica de Hegel. Buenos Aires: La pléyade.
Fraijó, M. (1994). Filosofía de la religión. Estudios y textos. Madrid: Editorial Trotta, S. A.
Freud, S (2003) Obras completas, Tomo XIII. Buenos Aires: Editorial Amorrortu.
Freud, S. (2003). “El porvenir de una ilusión” en Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, 1996. Traducción de L. Ballesteros.
Freud, S. (2003). Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos. Buenos Aires: Losada
Fromm, E. (1980). La misión de Sigmund Freud. México: Fondo de Cultura Económica.
La Biblia. (2015). Brasil: Dios habla hoy.
Nietzsche, F. (2004). Cómo se filosofa a martillazos. México, D. F.: Grupo Editorial Tomo, S. A. de C. V.
Me encanto este artículo. Muy bien desarrollado y detallado. Te ayuda a entender las ideas de religion de Ludwig Feuerbach desde una perspectiva completamente nueva y simple.