Cristobal Fernández Muñoz, Universidad Complutense de Madrid
La tecnología ha modificado, especialmente desde la aparición de las redes sociales en la primera década del nuevo siglo, los hábitos de comunicación de la población a nivel global. En manos de los jóvenes ciudadanos digitales se han constatado efectos positivos, pero también se han subrayado consecuencias poco saludables de tipo psicosocial.
Además de la mayor exposición a la desinformación, en tanto que el escenario digital se ha demostrado muy propicio y barato para propagar bulos, también se ha destacado, en contraste, una modificación de las pautas del activismo social.
Distintas investigaciones sociales han señalado correlaciones positivas, ya que la tecnología puede permitir una mayor movilización de la ciudadanía en defensa de causas sociales de manera sencilla e instantánea. A golpe de clic es posible participar en distintas causas, como se pudo comprobar hace unas semanas con la acción All eyes on Rafah. En menos de 24 horas se compartió por más de 32 millones de usuarios en Instagram una imagen con la que se denunciaban los acontecimientos en Palestina tras un letal ataque aéreo israelí.
A pesar de los esfuerzos de algunas redes como Meta por limitar la difusión de contenidos políticos, no ha sido posible poner puertas al campo. El poder de las redes sociales consiguió que perfiles de enorme relevancia compartieran públicamente la imagen generada gracias a la inteligencia artificial creando un efecto en cascada entre los seguidores. Esta imagen, además, podrá ser considerada una de las primeras piezas de iconografía viral de activismo creada por inteligencia artificial.
El poder de las redes en la participación democrática
Los rasgos interactivos de las redes sociales pueden ofrecer posibilidades sin precedentes de estar informados y de participar de manera democrática y como ciudadanos digitales. Las posibilidades de interacción a través de un “me gusta” o de un reposteo de expresar sentimientos y de compartir información y opiniones ha dado lugar a una cultura participativa digital entre los jóvenes como usuarios destacados de estos canales de comunicación.
Las motivaciones últimas para movilizarse online pueden ser tan mundanas como lo es el individuo mismo: desde la genuina empatía altruista al postureo egoísta con un cálculo de éxito añadido del alcance de un contenido entre los seguidores.
Desde un punto de vista social, elementos de carácter gregario, la imitación, subirse a la tendencia o la relevancia de quien promueve la iniciativa –en una suerte de nueva reconfiguración de liderazgos– son razones que están detrás de mayor o menor participación online. Con las redes sociales, los jóvenes han cambiado su manera de informarse. Son receptores activos de información y desinformación, y también amplificadores de los mismos como emisores de contenidos.
Ahora bien, no perdamos de vista el diagnóstico de una realidad marcada por la desinformación. Hemos llegado hasta aquí desde la evolución tecnológica que ha desembocado en la era postdigital en un escenario de falsedades y de violencia informativa. La palabra del año 2023 fue, según la Fundeu-RAE, polarización, un concepto estrechamente ligado a su vez con el fenómeno de los bulos y la realidad deformada que propician.
Cuando en España el Gobierno y la oposición se acusan mutuamente de esparcir bulos, y tras las elecciones europeas, la realidad es que los partidos populistas de ultraderecha de la Unión Europea consiguen mayor impacto en las redes sociales que los tradicionales con campañas de desinformación que promueven el miedo y el odio, dirigidas especialmente a los más jóvenes.
Un dato importante: Identidad y Democracia, que incluye formaciones como la Agrupación Nacional francesa o Alternativa para Alemania, dispone de alrededor de 1,3 millones de seguidores en TikTok. En cambio, el centrodrechista Partido Popular Europeo, el grupo más antiguo y con más escaños en la Eurocámara, solo tiene 167 000.
La oportunidad de ser una sociedad mejor
Podemos ser seguramente una sociedad más manipulada, cansada y mentirosa, en buena parte por el efecto de las redes sociales, pero también tenemos al alcance de nuestras manos poder ser una sociedad mejor, más comprometida, con el acceso al conocimiento como jamás antes fue posible. La clave se encuentra precisamente en la educación, en los jóvenes, el bienestar social, el lugar debido de la mujer en el siglo XXI y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Los elementos motivacionales de la comunicación, inherentes a la propia condición humana, no se han visto modificados sustancialmente. Sin embargo, la novedad está en la forma de comunicarnos, de estar informados o desinformados, de movilizarnos socialmente o permanecer inanes ante la posibilidad de contribuir a conseguir un mundo mejor.
A este respecto, se hace vital un marco regulatorio que ofrezca garantías reforzadas ante los nuevos retos derivados de las tecnologías, pero también lo es más si cabe una nueva formación que refuerce los valores humanísticos y las competencias digitales de la ciudadanía, especialmente pensando en los más jóvenes.
Hay que reforzar su formación básica y sus principios éticos y no solo su alfabetización digital. Son elementos imprescindibles para conseguir el desarrollo integral de las personas, pensar en una ciudadanía digital plenamente integrada y socialmente responsable, lo que no deja de ser indispensable para garantizar nada más y nada menos que la propia democracia.
Cristobal Fernández Muñoz, Profesor e investigador en comunicación corporativa digital, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.