El periodismo filosófico a trasluz

La industria de la comunicación del siglo XXI está enfocada en la novedad, lo inmediato y la primicia; fuera de ello no existe realidad alguna
agosto 11, 2023

El momento contemporáneo sitúa a la filosofía en el eterno retorno de las cosas: hastío de la Academia, la muerte del sujeto y una estratégica reducción a círculos intelectuales que se regodean de un éxito teórico/social inexistente. Y esta situación de la filosofía es heredera de los ya conocidos tópicos fluctuantes del pasado, ellos son: la pobreza en sus vías de comunicación, lo radical y denso de su lenguaje, y sus pretensiones explicativas universales, cuestiones que ubican al conocimiento filosófico como un saber deslustrado y para nada promotor del desarrollo social: el problema gravita en torno a que este contexto es el olvido del filosofar como un ejercicio íntimo de la cultura.  

Pese a su apremiante situación, el género comunicativo de esta época contemporánea ha condensado sus esfuerzos para sociabilizar la filosofía en la zona infranqueable del periodismo. Es esta la fórmula/espacio desde la cual se ha logrado patentizar de manera crítica el hecho histórico, materializando el presente y dándole sentido en un formato comprensible para el demos. Si de filósofos consagrados a la profesión se trata, en este apartado es lícito el reconocimiento al Karl Marx cronista de su tiempo, interventor de lo social y corresponsal del Rheinische Zeitung, Deutsche-französische Jahrbucher y del New York Tribune.

Aparece así, un Marx cuya actividad intelectual no se resume a los denominados escritos de madurez, El Capital y los escritos económicos-científicos. Se trata de un Karl Marx cuyas coordenadas teóricas empiezan a trazarse de forma paralela al análisis ensayístico de los diversos problemas socio-políticos de Alemania, que explora los terrenos de la investigación histórica y que se adentra en el ámbito de lo concreto a través de lo noticioso; dejando como resultado la articulación de un enfoque crítico con dimensiones globales, poniendo el acento en «analizar, vincular e intervenir coyunturas político económicas poniendo en relación antagonismos en un nivel cada vez más amplio».[1]

Más cercano al siglo XXI, del bregar intelectual del español José Ortega y Gasset, llega una de esas visiones paradigmáticas del filósofo inserto en el medio periodístico.

En la memoria escrita de sus textos aún perduran las lecciones y la responsabilidad cívica de un filosofar del que se hacía eco la prensa: «un estilo periodístico consciente en la búsqueda de la claridad como norma, y en la huida de un lenguaje especializado y esotérico que habría encerrado su filosofía en el ámbito hermético de la cátedra y el manual universitario».[2]

Su labor en El imparcial y en la Revista de Occidente ponen ante el lector un número inusual de lecciones de pensamiento que sitúan en un horizonte otro el trabajo filosófico tomando en cuenta lo eventual, lo breve y lo ocasional: «supo leer el sentido de su tiempo, dominado por la prisa y el ruido, y adaptó su mensaje al cauce de comunicación preferido por el hombre moderno».[3] ¿Y acaso no es esa una de las misiones de la filosofía, intervenir en lo momentáneo y cotidiano?

La lista de filósofos vinculados al periodismo es extensa, más sirva la visión de Marx y Ortega como un sistema de referencia necesario.

El reto informativo del presente digital

El acercamiento ingenuo a la llamada modernidad tardía, al presente de lo trans, genera dos tipos de actitudes en el sujeto: una exaltación sin precedentes dada la excesiva movilidad de su configuración, y una inercia absoluta derivada de ese mismo grado de exaltación y de un pensamiento débil y acrítico.

Ante una realidad que se presenta como flujos de información y datos, no se trata de la inclusión forzada del ámbito filosófico, sino del hecho preciso de que la humanidad atraviesa una verdadera revolución cultural que afecta todos los ámbitos de la vida: «La cuestión parece hoy particularmente significativa. Desde muchos puntos de vista, la edad contemporánea, la llamada era de la globalización y de la realidad virtual, es una época específica y profundamente filosófica».[4]

La industria de la comunicación del siglo XXI está enfocada en la novedad, lo inmediato y la primicia; fuera de ello no existe realidad alguna.

La industria de la comunicación del siglo XXI está enfocada en la novedad, lo inmediato y la primicia; fuera de ello no existe realidad alguna. Al respecto parafraseando a Byung-Chul Han se tiene que: «la realidad se allana en flujos de información y de datos. Todo se extiende y prolifera, en la hipercomunicación, nadie escucha». Lo que viene a plantear esta experiencia de la realidad del mundo y del ser, llamada cultura digital globalizada, es una necesidad de afrontar e interrogar los destinos de la actualidad desde el efecto comunicativo y el impacto veraz de la noticia en el ciudadano.

Sin embargo, este escenario en que la totalidad de la población mundial tiene acceso a información ilimitada, estimula el fin de la comunicación unidireccional (emisor-receptor) así como su ineficiente procesamiento e interpretación, en tanto genera un analfabetismo digital y la emergencia de nuevos agentes periodísticos devenidos comunicadores sociales legitimados: «llegados a este punto, aparece el periodismo 3.0. En él, la socialización alcanza un nivel inaudito hasta ahora. El público participa también en la creación de la noticia. El volcado del artículo no es el punto final del proceso comunicador, como hasta ahora sucedía en los medios tradicionales».[5]   

Gran parte del periodismo de la actualidad ha derivado en esta forma de dirección social, razón por la que la cual el horizonte informativo se ha restringido a reconfigurar los procesos de generación de contenido, de consumo y condicionamiento de un público bien determinado, o la expansión de un mercado. Más no se debe olvidar que el periodismo como actividad intelectual social compete también un conjunto de elementos políticos, principios éticos y morales, además que involucra tanto a sujetos como instituciones; y desde el reciente despliegue de una racionalidad científico-tecnológica, se ha visto inmerso en su conversión total como mecanismo condensador de prácticas de control social.

Estas condiciones han permitido que se piense, por parte de teóricos y expertos en el tema, en nuevas variantes que pudieran, o bien corregir aquellas deficiencias respecto a este periodismo tradicional, o reivindicar su papel social y tratar de ofrecer cambios sustanciales en su operatividad.

 Tomando posesión circunstancial del término desde los efectos riesgosos que pudiera provocar al lector, se puede hablar de un periodismo filosófico. Y aludiendo a esta nueva propuesta, no se trata de afianzar un espíritu infantil en que se resaltan los argumentos a favor y se multiplican los elementos menguados de la vieja variante para dar mayor sentido y credibilidad a la nueva afiliación. El denominado periodismo filosófico, no viene a inscribirse en este juego de la superación respecto al periodismo tradicional, tampoco viene a poner en jaque las formas hasta ahora normalizadas y aplaudidas socialmente de hacer periodismo. El periodismo filosófico es colateral y simultáneo al periodismo tradicional, solo que pretende desde un principio/ejercicio crítico, enfatizar en aquellas dinámicas societales que deben ser objeto de análisis permanente. El periodismo filosófico parte de un análisis oculto de la noticia que no excluye la novedad como fenómeno fáctico, pero que además persigue y pondera un ritmo de producir información libre de contaminantes por parte de las formas posmodernas de enajenación cíclica. La forma filosófica de hacer periodismo no claudica ante la norma de asumir o no una libertad de prensa, sino que erige un pensamiento que desecha la censura.

El periodismo filosófico es una suerte de epistemología social que (d)escribe desde la cotidianidad y para la cotidianidad aquellas dimensiones individuales de adquirir conocimiento e información. Dicho periodismo filosófico mantiene como centro rector, la idea de que el periodismo tradicional es una actividad intelectual, pero a su vez dialoga con la visión extendida del periodismo como negocio de la información que vende soluciones. Difícil resulta no ver en estos días al profesional de la Filosofía como autor en blogs, magazines, periódicos o simplemente convertido en emisor desde la  web ejerciendo lo que se conoce como filosofía pública.

Dicho esto, no se debe perder de vista el hecho de que la filosofía necesita adaptarse a un lenguaje nuevo que le es ajeno y trabajoso. Sin embargo, es en los márgenes del ensayo o el periodismo donde la técnica ofrece al lector múltiples maneras de comprender y reflexionar su realidad. La inserción de nuevos canales para hacer filosofía ha colocado a la profesión en un momento digital de Revolución permanente. Esta situación a corto y a largo plazo dará prevalencia al paso/mudanza al Internet y colocará frente a la guillotina las formas tradicionales de ejercer la crítica.

Al margen de un mundo que cambia constantemente, se trata de una transición hacia nuevas fórmulas de expresarse, tan solo resta asumir las nuevas perspectivas y analizar con suficiente rigor lo que está ocurriendo.


Notas

[1] Espinoza, Mario: Karl Marx, un periodista en la Era del Capital, en Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política, No.50, Enero-Junio,2014, pág.107-122, ISSN: 1130-2097.

[2] Blanco Alfonso, Ignacio: El periodismo Filosófico, trabajo presentado como parte del Proyecto de Investigación, Universidad CEU San Pablo.

[3] Ídem.

[4] Vattimo, Gianni: Vocación y responsabilidad del filósofo, Herder editorial, Barcelona, 2012, pág.10.

[5] García Alonso Montoya, Pedro: Periodism