Mi hija me cuenta un apólogo didáctico que le ha narrado otra amiga suya, me es igual si de cosecha propia o recogida de fuera, como una canción popular o una leyenda urbana. Dice algo así como -y a mi me parece brillante:
“Creo que voy a educar a mi futuro hijo varón para que sea homosexual. Ropa, sensibilidad, costumbres, amistades, todo. Así, si luego de mayor me sale hetero, y un aciago día me confiesa que está saliendo con una chica, ¡¡¡¡con una chica!!!!, le puedo expulsar de casa con cajas destempladas”.
Es una genialidad, y muestra hasta qué punto las cuestiones de género están caldeando el ambiente de modo casi insoportable. Es este nuevo libro mío, que no es más que un montaje cronológico a posteriori de los textos que un servidor ha escrito, bajo un criterio de estricta e irrenunciable admiración, sobre grandes mujeres y el porvenir del feminismo, esquivo en gran medida, para qué engañarnos, lo que tiene la situación actual del Primer Mundo de masa crítica, tanto en este como en los demás aspectos que infunden pavor a la vez que esperanza.
El futuro como un puercoespín, del que ya ni sabemos por qué espina empezar. En algún lugar de estas páginas digo (lo recuerdo: en las dedicadas a la promiscuidad de Robert Graves) que tal vez la solución pase por comenzar entendiendo a las mujeres como “gente”, así de fácil, esa gente que hemos tenido a oscuras durante milenios y que ahora quieren ver la luz. Naturalmente, lo mismo podría decirse de los indígenas, de los trans y de los pueblos sometidos a la lógica extractiva del Capital. Pero no fue ese mi objetivo específico aquí. Yo lo que quería era salirme del tiesto, lo confieso, y hablar con voz propia acerca de figuras históricas y problemas actuales para los que en principio se me consideraba más bien inapto. Sin embargo, creo que no es del todo justo. Del mismo modo que para ser un experto en insectos no hay por qué ser insecto (al contrario: ayuda no serlo, puesto que no parece que las hormigas sepan nada de las abejas, por ejemplo), o que para evaluar la cultura de la antigua Roma no hay que vestir toga (¿en dónde quedaría, entonces, la obra del gran Edward Gibbon?), yo me atrevo aquí a hablar acerca de las mujeres y sus peculiares cuitas, sencillamente porque no veo en qué sentido eso me pueda ser completamente ajeno.
Lo femenino, si tiene sentido hacer esa distinción dentro de la “gente” que simplemente nos rodea y con la que convivimos, no es el Dios de los filósofos judíos, no es lo Absolutamente Otro de mí, o todo intento de reposición de los abusos pasados y de reconciliación para un porvenir común terminaría como el Manifiesto SCUM de Valerie Solanas, o, en el bando opuesto, como la “Derecha Alternativa” estadounidense, a la que, según refiere con elocuencia Guillermo Fesser, molesta extraordinariamente que las mujeres salgan de su casa temprano para hacerse un Meryl Streep o, lo que es peor, un Alexandria Ocasio-Cortez.
El feminismo no es una moda sociológica, ni un capricho de las blancas acomodadas, es por derecho propio un acontecimiento ontológico, sobre todo y ante todo porque involucra la libertad.
El feminismo no es una moda sociológica, ni un capricho de las blancas acomodadas, es por derecho propio un acontecimiento ontológico, sobre todo y ante todo porque involucra la libertad. La libertad no es elegir el outfit de cada día, o no sólo, la libertad es crear realidad compartida, aunque eso incluya también el outfit de cada día -y, si no, allí están las revueltas y protestas que no cesan en las calles de Irán.
En los textos que integran este libro se pulsan todos los géneros, no sólo los sexuados, sino los literarios. Hay mera exposición, hay sátira, hay evocación histórica, hay apología y hay crítica cultural. Aparece, sí, Virginia Woolf, de acuerdo, pero no -esto es broma, pero acabo de darme cuenta- ni Madame Curie ni Hipatia de Alejandría (Ocasio-Cortez…), que bien lo hubieran merecido. Se ha tratado, creo, de abrir un poco más el angular de la cámara. No me ha cabido Hedy Lamarr, desgraciadamente, pero sí alguna que otra cita suya. El título, claro, alude a la célebre novela de Gabriel García Márquez, pero más allá del juego de palabras barato, de lo que se trata, como siempre debe tratarse directa o indirectamente al escribir ensayo, es de doblar el brazo de la tiranía.
He oído decir que la igualdad de género completa en todo el planeta tan sólo tendrá lugar dentro de 300 años. Como ni siquiera sabemos si la humanidad llegará a ser tan longeva, creo que no hay un minuto que perder.
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