Sobre lo que promete la serie
Amén de los detalles dramatúrgicos, El juego del calamar pretende, a nivel del sentido común, ser una historia sobre encantadores pero inmorales enajenados, víctimas del capitalismo brutal que los obliga a descender a los abismos de la inhumanidad. Que los V.I.P. se comuniquen en inglés deja un mensaje claro: el Imperio Norteamericano, los Iluminati, los hombres reptil, el Tea Party; todos ellos son los culpables de las miserias del pobre hombre trabajador surcoreano.
Pero el asunto no es tan unilateral. Los jugadores eligieron jugar, los jugadores cometieron crímenes, y podían salirse del juego cuando quisieran. ¿Acaso es la serie una reflexión sobre la codicia? Podría ser, pues el hecho de estar endeudado no te hace deshonesto. De hecho, la deuda es consustancial al Capital, pero no por ello se justifica que le robes a tu familia, ni que mates para conseguir dinero.
Por supuesto, la serie se blinda contra este argumento, pues con su dramaturgia pone a los personajes en situaciones en donde tienen que delinquir sin más remedio. Explota, por otro lado, un argumento que el manga japonés utiliza ad nauseam, esto es, la ambivalencia de los personajes amigos/rivales como eje central forzado (sobre todo hacia los últimos capítulos) de toda la serie.
Dicho todo esto, ¿quiénes son los verdaderos sujetos del “juego del calamar”? Encontrará usted múltiples análisis caracterológicos y morales en infinidad de sitios de internet, sin embargo, yo les propongo un análisis sociopolítico y filosófico sobre la serie. Veremos entonces que, más allá de las evidentes opciones, en la serie, los emisores de actividad son principalmente dos: la pobreza de los ancianos en Corea, así como una reflexión de la necesidad del contrato social.
Pobreza en cifras
La guerra de Corea de 1950 a 1953 deja a Corea del Sur, país agrario semifeudal, en la mayor de las ruinas. Aún así, sobre la base de un conjunto de inversiones extranjeras, el sudor de su población y la constante renovación de la industria, el país pasó rápidamente de una de las naciones más pobres hacia una de las economías más competitivas en el mercado actual. Si seguimos las cifras de Yoon (2021), podemos observar un decrecimiento lento, pero constante, de la tasa de pobreza relativa: entre el 2011 y el 2019, dicha tasa ha decrecido de un 18,6% a un 16,3%, lo que muestra una tendencia positiva hacia una mayor prosperidad en Corea del Sur.
Sin embargo, existen dos grandes olvidados en la prosperidad coreana. Según YongJin (2020) los ancianos y los trabajadores de tiempo parcial cargan con niveles de pobreza mayores a la media. Con respecto a los últimos, representan la alarmante cantidad de un tercio de toda la masa trabajadora, mientras que reciben un tercio menos del salario normal devengado a un trabajador a tiempo completo. Ello genera, a su vez, menor acceso a seguros sociales, y una mayor incidencia de accidentes laborales
Los ancianos, por su parte, tienen una situación más precaria. El ritmo frenético de renovación tecnológica supera la curva de aprendizaje de los emigrantes digitales. Por ello la edad usual de retiro pasa de los 60 a los 50, lo cual, como veremos a continuación, cuando se une al desempleo juvenil y las bajas pensiones, somete a las personas mayores a marcados niveles de exclusión.
En su excelente artículo, No country for old Koreans, Kim Jaewon entrevista a un conjunto de ancianos en situación de pobreza. Uno de ellos considera que se necesitan al menos 10.000 wones (cifra central durante toda la serie) para subsistir al día, lo cual equivale a unos $8 a cambio actual. De la pensión de 250.000 wones al mes, gran parte se gasta en cuentas, dejando a los ancianos con muy poco para comer (Jaewon, 2019).
A todo ello se une el marcado olvido de la tradición confuciana de cuidado de los ancianos, pues la juventud mira hacia otros imagos mundi occidentales en busca de legitimación. El Estado no puede acceder a todos estos ancianos con la celeridad suficiente, por lo que Corea del Sur alcanza cifras astronómicas de suicidio en la ancianidad. Entre 70 y 80 años se suicidan unos 48 ancianos por cada cien mil habitantes, mientras que mayores de 80 años se suicidan a razón de 70 por cada cien mil habitantes (Jaewon, 2019).
Y es que una nación con una de las pensiones más débiles de Asia, propició que para el 2015 Corea del Sur alcanzara la astronómica cifra de 47,7% de pobres en la población mayor de 65 años. Para el catedrático Kim Yu-kyung: “La estructura familiar de Corea se ha hecho más pequeña a causa de una sociedad cada vez más individualista. El Pueblo cree que el Estado puede y debe hacerse cargo de los ancianos y no la familia”(Jaewon, 2019).
Pero toda esta situación se agudiza con la pandemia, pues un índice muy bajo de natalidad, la pobreza de los ancianos y un desempleo juvenil de un 8% crean un coctel mortal para este sector, ya excluido antes del 2019 (Song & White, 2021). En la medida en que la tecnología de la maquinaria se hace más compleja, y considerando el decrecimiento natural de las fuerzas, este desempleo juvenil tiende a resolverse antes que el desempleo en los mayores de 65 años. Ello, unido a la tendencia a los retiros anticipados, genera un coctel sombrío de circunstancias para la ancianidad en Corea del Sur.
De vuelta a la serie
Dicho todo esto, ¿qué relación guardan estas cifras con la serie? Realmente mucha, pues alrededor de los personajes principales orbitan ancianos, el móvil principal para que dichos personajes entren en el juego. En caso de Seong Gi-hun, se hace evidente que su pulsionador principal es enmendar los malos tratos a su madre, así como conseguir dinero para los gastos médicos de su diabetes.
En el caso de Cho Sang-woo, también se hace evidente la relación, pues la culpa de haber empeñado la modesta pescadería de su madre lo impulsa a aceptar las condiciones del juego.
«Por todo lo cual, podemos decir que “El juego del calamar” es, en primer lugar, una reflexión sobre la ancianidad, y las consecuencias funestas de defectuosas políticas sociales en los marcos del neoliberalismo surcoreano».
Por todo lo cual, podemos decir que El juego del calamar es, en primer lugar, una reflexión sobre la ancianidad, y las consecuencias funestas de defectuosas políticas sociales en los marcos del neoliberalismo surcoreano. Incluso la historia, políticamente atintada de Kang Sae-byeok, orbita alrededor de unificar la familia, y traer a sus padres a la “libertad” del mundo capitalista. Otro tema central sería, en consecuencia, la unificación familiar, ya que es el eje central de Kang y de Abdul Ali. Pero si lo viéramos desde ese punto de vista, la inequidad económica sería la causa central de igual manera.
Una reflexión sobre el contrato social
Analicemos ahora las tres leyes del Juego del Calamar: 1. El jugador no podrá dejar de jugar. 2. El jugador que se niegue a jugar será eliminado. 3. Los juegos pueden terminar si la mayoría acepta. La primera y la segunda son leyes consustanciales al juego, al mundo del juego, mientras que la tercera es la condición de posibilidad para salir de ese mundo.
Recaséns Siches (1941), nos brinda, por su parte, un resumen de las teorías del contrato social desde la antigüedad hasta Kant. En términos generales el contrato social es una teoría acerca de la posibilidad de surgimiento de un estado sobre la base de un contrato entre partes, las cuales entregan parte de sus libertades naturales para conseguir un estado de legalidad que garantice el gozo de determinados derechos en igualdad de condiciones.
En Freud y el lenguaje inclusivo realizaba un análisis similar desde el psicoanálisis. Para Freud existen dos estados de existencia para el hombre: el principio del placer y el principio de realidad. En el primero, se busca que cada pulsión, cada deseo, encuentre su satisfacción inmediata. Pero el límite de tal deseo es, lógicamente, el otro que busca una realización ilimitada de sus propios deseos. Por todo ello el hombre inaugura la vida en sociedad, en el principio de realidad, en donde la realización de la pulsión es retardada pero segura, a diferencia de una realización inmediata, pero insegura.
El contrato social no es más que eso, una toma de acuerdo de que cada deseo humano no puede ser realizado, pues ello es incompatible con la vida en sociedad. Por todo esto distingue tres momentos: 1. Estado de naturaleza: El homo homini lupus de Hobbes, un estado de precariedad absolutamente libre, en el que rige la ley del mas fuerte. 2. Pacto: aquí se reconoce la imposibilidad de vivir en estado natural, y su incompatibilidad con el despliegue de las potencialidades humanas. 3. Estado de sociedad: Aquí se forman los estados que quedaron pactados, ellos pueden ser monárquicos o republicanos, y es aquí en donde existe más discusión en la teoría.
Veamos, entonces, un esquema que explica mi punto con respecto a la serie:
Reglas del juego | Momentos del Contrato | |
1. El jugador no podrá dejar de jugar |
Estado de naturaleza |
|
2. El jugador que se niegue a jugar será eliminado | ||
3. Los juegos pueden terminar si la mayoría acepta |
(Equivalencia) |
Pacto |
4. (Regla hipotética) Si no gustas de la forma más rápida, existe una forma “ética” de alcanzar tus deseos | Contrato social |
Evidentemente, tanto en el juego como en la vida, el jugador nunca puede dejar de jugar. De igual manera negarse a jugar es dejar de vivir. La insistencia del juego de que todos los jugadores están en igualdad de condiciones es un sueño húmedo anarquista, pues en realidad no hay nada de igualitario en la naturaleza, ya que en ella (al igual que en el juego) prima la ley del más fuerte. La única ves que se viola ese principio es en el juego de la cuerda, pues sus diez jugadores trabajaron como equipo, tal como debería funcionar el ser humano.
Que los juegos puedan terminar si la mayoría acepta, constituye simbólicamente el alba de la humanidad. No por gusto los juegos son juegos infantiles, pues representan algunas situaciones simbólicas a las cuales se enfrentaba el hombre primitivo (cazar, discernir qué es comestible o no, huir de las bestias, etc.). Es por ello que la tercera regla se equipara al pacto social, pues es el reconocimiento de la injusticia del mundo natural, y la necesidad de existencia de una comunidad ética de deberes y derechos.
El salir del juego es el volver al mundo real. La serie insiste mucho en el carácter extra mundano y onírico de los juegos. Es por ello que existe una cuarta regla silente: hay una forma ética, pero retardada, de realizar tus deseos. Salir del juego, evidentemente, significa volver a un mundo hostil e injusto. La única diferencia es que el mundo social es perfectible, mientras que el mundo natural no. Por ello no todo el que tiene un problema recurre a delinquir. Todo esto hace, en mi opinión, éticamente inferiores a los personajes, equiparables muchas veces a sus captores, a pesar de todo el melodrama que pueda justificar sus acciones.
Por todo lo anterior, El juego del calamar es, también, una reflexión sobre la necesidad del contrato social y sobre los peligros del dinero fácil.
Finalmente, sobre la trascendencia de la serie
El juego del calamar es una serie olvidable que no merece, ni por asomo, todos los elogios que la “neofilia” contemporánea le ha otorgado.
La serie tiene un formato Battle Royale, que fuera popularizado por la novela homónima del japonés Koushun Takami. Diría, incluso, que la serie que nos ocupa es muy poco original al respecto. El público norteamericano ya ha visto este formato en Los juegos del hambre y, en cierta forma, en Maze Runner. El argumento siempre es parecido: un imperio o asociación malévola que apresa a un conjunto de personas para que realicen algún tipo de juego de corte sádico.
Lo más interesante de la serie, en mi opinión, es el desvío del canon clásico al brindar a las víctimas del juego el poder de elección. Pues sólo así se identifica El juego del calamar, como un llamado de atención a la podredumbre interior de una sociedad que vende constantemente humo en sus productos mediáticos.
La desoladora situación de la ancianidad, así como la exigencia de una gobernación justa y ética, son los temas trascendentales de la serie. Todo lo demás, es mera purpurina y hojarasca. ¿Vale la pena verla? Por supuesto que sí, pero para que nos lleve hacia la Surcorea profunda, no para que nos desvíe la atención hacia edulcoradas teorías conspirativas de lo malo que es el capitalismo, así sin más, sin ningún lugar, causa o apellido.
Referencias
Jaewon, K. (2019, septiembre 29). No country for old Koreans: Moon faces senior poverty crisis. Nikkei Asia.
Recaséns Siches, L. (1941). Historia de las doctrinas sobre el contrato social. Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia UNAM, 3(12).
Song, J., & White, E. (2021, septiembre 6). South Korea shatters national debt taboo to tackle inequality. Financial Times.
YongJin, Y. (2020, febrero 25). History of poverty in South Korea. The borgen project.
Yoon, L. (2021, abril 8). Relative poverty rate in South Korea from 2011 to 2019. www.statista.com.