Construida alrededor de las relaciones de afecto entabladas entre el adolescente John Wesley, el fugitivo Marion Sylder –el asesino del padre de John, aunque al conocerse ninguno lo sabe– y el ermitaño tío Ather, en Red Branch, un pueblito perdido del sur de los Estados Unidos, El guardián del vergel es el ejemplo perfecto de la novela que no puede ser «contada».
La simple enumeración de las acciones que en ella ocurren no alcanzaría a abarcar, ni de cerca, la riqueza emocional de un libro cuyos verdaderos protagonistas son la naturaleza –la humana y la otra–, y las poderosas imágenes que su autor despliega al describirla.
Con El guardián del vergel (1965), Cormac McCarthy (Estados Unidos, 1933) se inició en el mundo de las letras bajo el peligroso título de ser el heredero de William Faulkner (1897–1962). Sin embargo, tanto el autor como la obra superaron la comparación. McCarthy es considerado hoy uno de los mejores escritores vivos –No es país para viejos (2005), La carretera (2006)–; y a despecho de su relativa juventud, su opera prima es ya un clásico de la literatura estadounidense.
Cierto que El guardián del vergel tiene mucho de los usos literarios popularizados por Faulkner –las voces múltiples, la estructura errática de lo narrado, la significación de los diálogos a pesar de su aparente futilidad, y esa capacidad envidiable de sugerir más que explicar y de llevar al lector hacia la epifanía por los senderos menos ortodoxos. Pero hay en esta novela un abandono de la preocupación por los motivos psicológicos de los personajes, tan típica de Faulkner, y que McCarthy sustituye por la aceptación sin remilgos de lo instintivo, lo azaroso y lo circunstancial.
Los habitantes de Red Branch no persiguen sueños de honor y trascendencia; al contrario, viven presos en el barro y se hunden en él con el anhelo de poderlo hacer tranquilamente y de que quizás, en algún momento especial de sus vidas, la maravilla, que puede ser tan simple como la contemplación del paso de las nubes o la policía no cruzándose en su camino, se producirá para ellos. Es en esa espera que John, Marion y Ather están atrincherados, tratando de defender, desde los feudos de esperanza que se han erigido, lo que les queda de bueno y digno en medio de una violencia que también ellos generan y que, a la larga, irrumpirá una y otra vez en sus pretendidos paraísos hasta destruirlos.
del. fragmento. leído destacan las metáforas y otros elementos. del. lenguaje. poético sin duda alguna. es maravilloso