El 23-F y el Triángulo de las Bermudas

febrero 23, 2025
Imagen del asalto al Congreso por el teniente coronel Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981.
Imagen del asalto al Congreso por el teniente coronel Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981.

Decía Nietzsche, mediante una imagen tan grandiosa como potente, que el nihilismo consiste en la enorme sombra que aún proyecta el cadáver de Dios según este se va desplomando. De manera análoga, la historia de los últimos cincuenta del estado español no parece ser otra cosa que la ominosa sombra de ese señor bajito y dubitativo pero taimado, el general Francisco Franco (nunca mejor representado que por Juan Echanove en Madregilda), que nunca termina de caer en su nuevo lugar de reposo de Mingorrubio. Los periódicos de grandes tiradas vuelven a menear el mito del 23-F, a tantos años vista de su chapucera e inverosímil ejecución. Y lo que vienen a decirnos es lo de siempre, al estilo Victoria Prego, eso de que aquella jornada está sembrada de incógnitas, tantas incógnitas como estrellas en el firmamento nocturno, excepto una, que se alza al amanecer en luminosa certeza como el sol de la mañana: el incuestionable papel salvífico de Su Majestad el Rey, sólo que, como ahora que está huido ya le conocemos mejor, hay quien acepta ya matices como que estuvo implicado pero luego se echó atrás, o que los días anteriores no hizo más que repetir el mantra de «¡a mí, dádmelo todo hecho», o que para elefantes los que cazaba después, y nunca blancos.

Sin embargo, Juan Eslava Galán, en su Historia de España contada para los escépticos, que es un best-seller de 2017 concebido para entretener al lector y nada sospechoso de querer favorecer a nada ni a nadie, nos cuenta tranquilamente y con referencia a investigaciones y documentos al alcance de todos que «el golpe contaba con las bendiciones de don Juan Carlos, de los diputados socialdemócratas de la UCD, de la ejecutiva del PSOE, de Estados Unidos, del Vaticano, y hasta de la agencia de espías española, el CSID, una de cuyas funciones consiste en prevenir golpes de estado. Los únicos que no estaban en el ajo eran los comunistas y los partidos separatistas vascos y catalanes, a los que los golpistas no dieron vela en aquel entierro, como es natural, dado que si el golpe triunfaba saldrían perjudicados», y luego pasa a justificarlo todo en nota al pie.

Las reuniones para planear el evento tuvieron lugar, claro, en restaurantes caros, que es donde de verdad se deciden desde entonces hasta hoy los destinos de España, con un puro en la mano y tras haber preguntado por la salud de la familia de los demás en una casa de mala nota. Pero aquello fue tan multitudinario y congregó tantos intereses que también hubo encuentros en la agencia EFE, la sede de la CEOE e incluso, en un alarde de esfuerzo nacional por parar los pies a terroristas y separatistas, en algunos domicilios particulares de los próceres involucrados.

El objetivo era alzar un gobierno de coalición (para que luego digan del actual…) presidido por el general Alfonso Armada y con la vicepresidencia de Felipe González, o eso dice Eslava Galán, hombre que venía fuertemente recomendado por la CIA y Alemania y que tan sólo unos días después del Congreso de Suresnes de 1974, antes de morir Dios, digo Franco, había ya acatado las instrucciones acerca de la continuidad retocada del régimen.

Esto es lo esencial, pero también los detalles son bien conocidos, si uno no se deja embaucar por los medios. No hay misterio, no hay «incógnitas», no hay Triángulo de las Bermudas (un mito en que creíamos a pies juntillas los niños de entonces, y al que sacó partido Spielberg en la mágica e inolvidable Encuentros en la Tercera Fase) en que se esfumen la información y las pruebas, todo lo contrario. Estuvo tanta gente metida que la verdad la sabe todo el mundo, todo el mundo menos usted y yo, que llevamos desde 1981 o incluso antes sin parar de ver la televisión y sus actuales transformaciones tecnológicas.

Porque el libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante, pensado precisamente para blanquear la historia y fijar en prestigioso formato literario la versión oficial, nadie que verdaderamente sepa leer lo ha leído, y allí luce en las estanterías del súbdito español ad maiorem gloriam de la «Santa Transición», como la llamaba irónicamente Paco Umbral. Según parece, lo que ocurrió es que Tejero se negó a hacer el papel tragicómico de muñeco de guiñol que monta el espectáculo y luego es derribado por el virtuoso general Armada, sea porque el militar no había comprendido bien el nuevo tenor de los tiempos, o sea porque ambicionaba él mismo la presidencia del nuevo gobierno -yo me quedo con lo primero: que para Tejero no había muerto Franco aún, como para muchos todavía años después.

Esa mañana, poco antes del asalto al Congreso, las bases americanas de Rota, Morón y otras se pusieron en alerta, el actual rey de España y sus hermanas pretextaron algo para no ir al colegio, el obispero se hallaba reunido en su totalidad, la famosa VI Flota se situó frente a nuestras costas (me parece recordar que también le he leído estas cosas a García de Cortázar…), etc., mientras que usted y yo permanecíamos, claro, completamente in albis.

Esa misma noche me llamo un amigo que tenía 10 años como yo para contarme lo del golpe, y no entendí nada excepto que todo era muy emocionante y casi tan bueno como lo del Triángulo de las Bermudas, con la gran, grandísima diferencia de que en lo de aquel Triángulo ya no cree ni Iker Jiménez…

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