“(…)la educación, entendida dentro de los moldes afincados por una tradición de más de quince mil años de objetualización de las relaciones interpersonales, implica la imposición al educado de esquemas mentales, de estilos de pensamiento, de normas y valores, por parte del educador”
John Dewey.
John Dewey, uno de los grandes pioneros en filosofía de la educación, es conocido por su énfasis en la importancia del pensamiento reflexivo dentro de la educación. Dewey considera que la enseñanza debe ser un proceso activo, crítico y participativo, orientado hacia el análisis y la construcción de conocimiento significativo. Desde esta perspectiva, la educación y reflexión en John Dewey se convierten en piezas fundamentales para repensar los sistemas educativos tradicionales, que han sido construidos sobre una relación de autoridad donde el educador impone normas, valores y esquemas de pensamiento al alumno. Esto ha limitado la capacidad de los estudiantes para desarrollar un conocimiento verdaderamente objetivo del mundo que los rodea.
El conjunto de prácticas educativas tradicionales ha obstaculizado el crecimiento de una educación crítica y analítica. Al imponer pensamientos dogmáticos y reducir la actividad crítica, se ha relegado la educación a la mera repetición, dejando de lado el desarrollo de competencias reflexivas en los estudiantes. Hoy en día, este fenómeno no solo se observa en las redes sociales, donde las opiniones y creencias suelen imponerse sin análisis, sino también en toda la estructura social, lo que hace urgente la necesidad de nuevas lógicas de pensamiento innovadoras en el ámbito educativo.
Breves notas sobre educación y reflexion en John Dewey
Tomemos, para pensar esto último, a John Dewey. En él podemos encontrar ideas que giran en torno a qué entender por pensamiento. Y, en contraste con ello, aparece la más importante de las proposiciones asociada a la actividad académica e investigativa, la actividad reflexiva. Esta última característica del razonamiento lógico desarma sin esfuerzos la autoridad de métodos anteriores y plantea un principio de funcionamiento basado en “un examen activo, persistente y cuidadoso de toda creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de los fundamentos que la sostienen y las conclusiones a las que tiende”[1].
Lo que destaca en esta teoría de Dewey, es el salto cuantitativo que imprime la condición reflexiva al pensamiento. Su conceptualización, como una asociación de ideas referidas a un objeto especifico, trasciende esta imagen y se muestra como un método que da origen a conclusiones más elaboradas y precisas. Razón por la cual, desde el espectro que el propio Dewey confiere, tres son las características que hacen distinguido al pensamiento reflexivo: un encadenamiento ordenado de ideas, una voluntad de control y una finalidad, y el análisis e investigación personal. Además de esto, la reflexión introduce términos como significado y símbolo que, identificados con conceptos generales, designan un modo especifico de examinar un objeto. De aquí se deduce que el pensamiento reflexivo se encuentre en un nivel superior, y entre todas las fuentes de conocimiento, tenga un valor agregado.
En este sentido, la práctica docente, que implementa el pensamiento reflexivo, figura como momento que posibilita mostrar la educación como hecho social permeado de novedad y enriquecimiento cultural. Para el desenvolvimiento armónico de esta actitud, pudiera plantearse una Filosofía de la Educación como método para expresar un campo en la práctica docente enfrentado a un sector de la academia que defiende la inercia en el proceso de aprendizaje.
El asentamiento de esta nueva tendencia pedagógica que fomenta la actividad reflexiva constituye una ruptura con supuestos previos. La capacidad de autorreflexión crítica demanda como inadecuado el sistema tradicional de educación, enjuiciándolo como un sistema de enseñanza que se apoya en la posición pasivamente receptiva y repetitiva de la persona en condición de alumno: “(…)la educación, entendida dentro de los moldes afincados por una tradición de más de quince mil años de objetualización de las relaciones interpersonales, implica la imposición al educado de esquemas mentales, de estilos de pensamiento, de normas y valores, por parte del educador[2]”.
Aunque en Dewey no hay un reconocimiento explícito de las ventajas del pensamiento reflexivo, su estudio presenta un contacto íntimo con cada tópico, lo cual funciona como hecho probatorio de este empeño. La precisión con que desarrolla su meditación prolongada acerca de las condiciones en que surge lo reflexivo, lo coloca en una situación de alto comprometimiento con un lenguaje normativo de la subjetividad. Ahora bien, la identificación de estas virtudes no aleja su teoría de la dificultad.
La implementación del pensamiento reflexivo lleva un nivel de análisis que no debe ser restringido al entorno psicológico y filosófico. A pesar de los esfuerzos que puede hacer el campo pedagógico en este sentido, hay contenidos culturales e ideológicos que escapan a la tangibilidad con que puede ser tratado el asunto. Es así que una limitación del pensamiento reflexivo, puede expandirse a otras cuestiones y resultar en escenarios convenientes para una legitimación.
El pensamiento reflexivo en el cual Dewey deposita toda su convicción implica una nueva metodología sobre la base de lograr un desarrollo científico coherente del proceso de enseñanza. El valor principal de esta observación pone a la comunidad educativa ante la necesidad de descentralizar los postulados academicistas, sin perder de vista el papel del saber y del proceso formativo en la distribución de nuevos valores y la transformación de las relaciones sociales. De esta revolución depende en gran medida, la no proliferación de falsos métodos educativos carentes de análisis y canonizados a lo largo del desarrollo histórico de la pedagogía.
Referencias
[1] Dewey, John: ¿Cómo pensamos? (How we think), Editorial Paidós, Barcelona, 1998, pág.13.
[2] Acanda, Jorge Luis: Educación, Ciencias Sociales y cambio social en Concepción y metodología de la educación popular, Tomo I, Editorial Caminos, La Habana 2004, Pág. 29.
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