Edición y familia. La Casa Ricordi y la emergencia y consolidación del editor moderno

diciembre 27, 2022
Maria Carrara Verdi, Barberina Strepponi, Giuseppe Verdi, Giuditta Ricordi, Teresa Stolz, Umberto Campanari, Giulio Ricordi, Leopoldo Metlicovitz - Giulio Rossi, Sant'Agata, 1900 (Wikimedia Commons)
Maria Carrara Verdi, Barberina Strepponi, Giuseppe Verdi, Giuditta Ricordi, Teresa Stolz, Umberto Campanari, Giulio Ricordi, Leopoldo Metlicovitz - Giulio Rossi, Sant'Agata, 1900 (Wikimedia Commons)

“Tu estatura moral y tu estado financiero son espantosos!!!! Pero el mayor espanto, por su honor y por su nombre, es el de tu padre, quien constata que ningún cambio se produjo en ti. El nivel de conciencia acerca de tu presente es nulo, eres arrogante, ligero, frívolo, como si tuvieras millones en el bolsillo con los que silencias a tus acreedores (muy sucios por cierto) pero con los cuales llevas una vida de príncipe, de millonario! […] Es de locos querer llevar una vida de millonario cuando los millones no existen.

(…)

Estoy atónito viendo tu serena imperturbabilidad, mientras por todas partes estás metiéndote en disparatados gastos.

(…)

Esperaba otro tipo de conducta: pero la esperanza de que ese hijo que tenía tantas cualidades para convertirse en el verdadero continuador de nuestro nombre y el verdadero pater familiae del futuro, se ha evaporado. Este es el golpe más duro que he recibido en mi vida. Pero nada parece alterar tu espíritu, salvo el espejismo de los millones.

(…)

Dos dueños de casa no puede haber en un hogar como tampoco puede haber dos patrones en una misma empresa. Por lo tanto, he decidido convocar a los socios para informarles que ya no reconoceré al actual Gerente y que deberán decidir entre tú y yo. No estoy dispuesto a asumir más responsabilidades por culpa tuya. No, por Dios, nunca más, nunca más! Y si es necesario, mando todo al infierno.

Mientras tanto cancelo todos tus viajes, basta con eso. Cuando seas millonario viajarás con tus propios trenes, tal vez llevando a tu padre para que se entretenga.”

Giulio Ricordi a Tito II Ricordi, Carta del 5 de julio de 1907[2]

Estos son algunos de los términos expresados en la carta que el 5 de julio de 1907 Giulio Ricordi –en ese momento a cargo de la ya por entonces consagrada casa editora de música milanesa- le envía a su hijo Tito II -Gerente de la empresa familiar durante los años finales del liderazgo de su padre- con el fin de expresarle lo que, a su juicio, era un modo irresponsable y frívolo de administrar la parte de sus responsabilidades en el negocio.

Pero la furibunda misiva no era solo la expresión de dos maneras o estilos personales de llevar adelante la gestión de una empresa dinástica fundada por el primero de los Ricordi en 1808. Ese texto daba cuenta de modo más significativo del proceso de transformación que se estaba evidenciando, en el umbral entre el siglo XIX y el XX, en, al menos, tres dimensiones de la vida socio-cultural. En primer lugar, a nivel económico y social del capitalismo de ese entonces y que el historiador inglés Eric Hobsbawm ha sintetizado como “la era del imperio”. En segundo lugar y como consecuencia inevitable de estas últimas mutaciones, resultan significativos los cambios experimentados en los modos de concebir, producir y poner en circulación las tradicionales -pero también las más nuevas- expresiones de la vida cultural. Finalmente –aspecto en el que pondrá centralmente la atención este texto-, a nivel de las prácticas editoriales y, en particular, en la figura del editor, sea en su aspecto emprendedor como en el estrictamente profesional-intelectual. En síntesis y en el marco de estos tres niveles de transformaciones, el presente artículo aspira a postular que la crisis operada a comienzos del siglo pasado al interior de la empresa familiar más importante de edición musical del mundo de la época –la Casa Ricordi- constituye una expresión emblemática y fuertemente reveladora de un momento-bisagra en la historia de la edición –musical, pero no solo- y, en particular, en la del oficio mismo de editor. El perfil de los editores, algunas de sus prácticas y, entre ellas, los nuevos modos que comenzaron asumir los formatos de relación autor-editor, son algunos ejemplos de esas transformaciones que, en el pasaje de un siglo al otro, parecía revelar la disputa entre padre e hijo Ricordi.

Casa Ricordi: cuando historia familiar e historia editorial se confunden

En un escenario europeo –y también italiano- atravesado por las invasiones napoleónicas, en 1808 surge la Casa Ricordi a instancias de quien sería el fundador de una dinastía de empresarios de la música cuyo sello no tardaría en expandirse más allá de Milán e incluso más allá de la música, y convertirse, por más de un siglo, en el emblema por antonomasia de las ediciones musicales.

Violinista y también copista, con la vista ya puesta en la inminente apertura de la empresa, un año antes Giovanni Ricordi viajó a Alemania con el fin de tomar contacto con una prestigiosa casa alemana en donde aprendió todo lo relacionado con la impresión de partituras, viaje del cual volvería provisto de una máquina calcográfica. Llevar adelante su propio catálogo –el paso siguiente- le permitiría consolidar el que sería durante décadas el eje central de su negocio: el alquiler de partituras de las obras que los diferentes teatros italianos ponían en escena en sus temporadas operísticas. Pero Giovanni comenzaba a dar señales de convertirse, al menos en el ámbito de la edición musical y de modo paulatino, en un “editor profesional” moderno.

Maria Carrara Verdi, Barberina Strepponi, Giuseppe Verdi, Giuditta Ricordi, Teresa Stolz, Umberto Campanari, Giulio Ricordi, Leopoldo Metlicovitz - Giulio Rossi, Sant'Agata, 1900 (Wikimedia Commons)
Maria Carrara Verdi, Barberina Strepponi, Giuseppe Verdi, Giuditta Ricordi, Teresa Stolz, Umberto Campanari, Giulio Ricordi, Leopoldo Metlicovitz – Giulio Rossi, Sant’Agata, 1900 (Wikimedia Commons)

Recordemos con Chartier que “… a partir del siglo XIX, en toda Europa, se autonomiza la función editorial. Un editor podía tener una librería, como algunos todavía la tienen; o podían tener una imprenta. Pero lo esencial de la función consta en la constitución de un catálogo que identifica una política editorial, las discusiones y negociaciones con los autores y la comercialización de libros. Es un cambio fundamental en la edición moderna, que está desvinculada de la imprenta y de la librería” (Chartier, 2012, p. 69).

En sintonía plena con este proceso, su fundador comenzaría a despuntar también la centralidad de otro de esos roles, sumando a sus tareas la de promover y sostener una estrechísima colaboración personal y comercial con el compositor operístico más famoso de la historia de la música, Giuseppe Verdi; todo ello, al compás de un proceso de efervescencia política en el que Ricordi y el compositor se vieron fuertemente comprometidos: el de la Unificación italiana.

De allí en más y por décadas, los Ricordi combinarían de manera eficaz el engrosamiento de su catálogo con la promoción de autores, especialmente el que hasta su muerte acaecida en 1901, sería el compositor-emblema de ese catálogo. Así, Giovanni “instituyó contratos en exclusividad con los grandes músicos del momento, modificó completamente el cuadro musical nacional, cuidando y respetando la integridad de los textos, uniformando la calidad de los montajes, creando un repertorio basado en las propuestas de los autores más brillantes, alumbrando una tradición reconocida y protegida a través de una forma germinal de los derechos de autor” (Francia Ferrero, 2013, p. 23).

Dentro de este proceso, pareciera que el historiador inglés Eric Hobsbawm  hubiera tenido en mente a la Casa Ricordi cuando caracterizó a esta época –“la era de la Revolución”- como la de una “carrera abierta al talento”: “Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones [la de 1789 y la de 1848] fue, por tanto, el de que abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad de trabajo y la ambición” (Hobsbawn, 2012, p. 183).

Con la muerte de Giovanni en 1853, su hijo Tito I –que sumaba a los créditos musicales de su padre su condición de diseñador, impresor y tipógrafo- asume la conducción de la empresa. Junto con la continuidad del apoyo a Verdi (quien por ese entonces se encontraba entrando en la plena madurez de su genio creador), Tito I fue muy activo en apoyar todas las iniciativas mundiales tendientes a la consolidación e institucionalización de los derechos de autor, una dimensión que jugó un rol clave, en ese tiempo, en el doble proceso de afianzamiento de la figura del editor moderno: el profesional y el económico. Este último aspecto se vería a partir de ahora fuertemente Impulsado por el espíritu de la época, ahora, la “era del capital” nuevamente en el decir de Hobsbawm: “Era el triunfo de una sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada competitiva y en éxito de comprarlo todo en el mercado más barato (incluida la mano de obra) para venderlo luego en el más caro. Se consideraba que una economía de tal fundamento, y por lo mismo descansando de modo natural en las sólidas bases de una burguesía compuesta de aquellos a quienes la energía, el mérito y la inteligencia habían aupado y mantenido en su actual posición no sólo crearían un mundo de abundancia convenientemente distribuida, sino de ilustración, razonamiento y oportunidad humana siempre crecientes, un progreso de las ciencias y las artes, en resumen: un mundo de continuo y acelerado avance material y moral” (Ídem, p.  334).

Poniendo en marcha la maduración del oficio editorial, durante el “reinado” de Tito, Ricordi volvió multiplicar su catálogo mediante nuevos acuerdos contractuales con compositores y hasta incluso adquiriendo el fondo editorial de la Casa Musical de Francesco Lucca, el gestor de los derechos de Richard Wagner en Italia. Esas más osadas transacciones económicas en torno a la por entonces consolidada dimensión patrimonial de derecho de autor, hacen comprensible la activa participación de Tito I en los foros de discusión previos y en la firma del Convenio de Berna de 1886 sobre propiedad intelectual. En la figura del segundo miembro de la dinastía parecían cristalizarse, ahora sí, las dimensiones que irían delineando las dimensiones que definen la especificidad del quehacer editorial: la cultural-intelectual, la comercial y la industrial.

Cuando hacia 1888 faltaban todavía más de quince años para su muerte, Verdi, que seguía plena y magistralmente activo, entierra al segundo Ricordi y ve la asunción del nieto del fundador, Giulio, como presidente de la empresa. Al igual que su padre, ya de joven Giulio venía participando de los negocios familiares, en especial en todo aquello relacionado con los procesos técnico-industriales de impresión. Tan fue así esto que es al nuevo líder de la empresa familiar a quien se debe el importante cambio que evidenciaron desde el diseño y el cuidado de los aspectos materiales, los productos que veían la luz desde las Officine Grafiche Ricordi, área de la empresa fundada en 1874 y que comenzaría a asumir un rol revolucionario en el mundo de la cartelería comercial y la publicidad. En su minuciosa investigación en torno al rol cumplido por la Casa Ricordi en esta materia, Francia Ferrero afirma: “Giulio Ricordi, mecenas ottocentesco, estaba convencido de que la editorial debía ejercer una función preminentemente educativa del gusto y que las Officine Grafiche debían ejercer de centro dinamizador, no solo de la música, también de otras artes” (Francia Ferrero, 2013, p. 17).

Aun manifestándose muy activo en relación con la “materialidad del texto” de sus ediciones, Giulio no dejaría de estar atento a la producción de un Verdi[3] ya maduro pero a la vez milagroso en la calidad de sus creaciones y, sobre todo luego de su muerte, a dar con y promover a un nuevo compositor-estrella. Habría de hallarlo ahora en el joven Giacomo Puccini, a quien acompañaría y sostendría plenamente y desde los diferentes aspectos en los que habitualmente se expresa el particular vínculo entre autor y editor. De alguna manera, lo mismo que vio Giovanni en Verdi, lo vería Giulio en Puccini. A juicio de Francia Ferrero, Giulio fue “…sin duda la personalidad más destacada, desenvuelta y culta de la empresa […]. Gran experto en teatro y sobre todo en finanzas, según Vergani, supo crear con los propios autores una relación de solidaridad y colaboración  del todo singular y ciertamente única en la historia de la editorial” (Ídem, p. 24).

Pero los tiempos –del mundo, de la cultura de la época y también los de la empresa milanesa- ya no serían los mismos.

En 1908, la Casa Ricordi festeja su centenario y se encuentra en el punto más alto de su consolidación, habiéndose expandido de un modo espectacular en sus diferentes expresiones: sedes en diferentes partes de Italia y Europa, gran cantidad de títulos en su catálogo, varios autores-emblema, una gran cantidad de contratos exclusivos y la propiedad de más del 70% de las obras que representaba el “templo” máximo de la ópera de entonces: El Teatro Alla Scala de Milán.

Pero sería en ese punto culminante al que llegó Ricordi en tanto modelo por antonomasia de empresa editorial moderna, cuando el signo de los nuevos tiempos comenzaba a dar sus señales. El período conocido como “la era del imperio” fue (según Hobsbawm) uno de “… una profunda crisis de identidad y de transformación para una burguesía cuyos fundamentos morales tradicionales se hundieron bajo la misma presión de sus acumulaciones de riquezas y su confort […] Las personas jurídicas (es decir, las grandes organizaciones compañías), propiedad de accionistas y que empleaban a administradores y ejecutivos, comenzaron a sustituir a las personas reales y a sus familias, que poseían y administraban sus propias empresas”. Más aún: “… la vida cultural e intelectual del período muestra una curiosa conciencia de ese modelo, de la muerte inminente de un mundo y la necesidad de otro nuevo” (Hobsbawm, 2012, p. 680)

Concomitantemente, ese otro nuevo mundo anunciaba un nuevo tipo de práctica editorial y en la historia de la familia Ricordi, Tito II sería su encarnación más clara, y el ya aludido conflicto con su padre, una expresión emblemática de aquel cambio.

Un nuevo editor para el nuevo siglo

Tal como se hipotetizó al inicio de estas líneas y teniendo un mundo en plena efervescencia y transformación como escenario excluyente, el conflicto entre Giulio y Tito II comenzaba a reflejar el pasaje entre un perfil de mediador cultural –el editor- que sin dejar de atender la dimensión económica que de modo creciente el negocio editorial reclamaba para sí, en buena medida siguió conservando durante casi todo el siglo XIX aquella impronta de mecenazgo que durante siglos había caracterizado a quienes ocupaban la función promotora o intermediadora de las producciones artísticas.

En efecto, hasta las postrimerías de ese “largo siglo XIX”, predominó un tipo de editor –Giulio- que si bien no aspiraba –al menos en este caso emblemático de la edición musical- a empardar su relación con el creador, intervenía –a la manera de algunos príncipes en el pasado- sobre la producción del artista desde competencias compartidas.

Sin abandonar esa dimensión, a caballo entre los dos siglos Tito II le iría sumando a aquélla, todos esos componentes no esperables en los creadores, más afincados ancestralmente a la fórmula del “arte por el arte mismo” que a la del creador “que debe ganarse la vida con su trabajo”. Estaba llegando el tiempo del editor que a la intuición sumaría el cálculo de beneficios, la exploración de nuevos mercados y una más precisa y atenta exploración y conocimiento de los públicos destinatarios.  Aunque analizando el caso argentino y para las décadas siguientes, bien vale para este caso la caracterización que hacen Delgado y Espósito en torno al modo en que “… la figura del editor registra una inflexión que le otorga un carácter diferencial, indisociable, por otra parte, de la índole comercial que va cobrando el mundo cultural. Este nuevo editor, a medida que sus prácticas se vuelven más especializadas, se va alejando de aquellas figuras cristalizadas de los viejos agentes de la cultura […] ligados a la edición y a la “propaganda” cultural: por ejemplo, los dueños de una imprenta o taller, impresores generalmente vinculados con la factura de los libros u otros materiales; los editores-publicistas, bien característicos del siglo XIX y de la alta cultura letrada….” (Delgado y Espósito, 2006). En definitiva, “…con Tito II entra en la empresa el nerviosismo del nuevo siglo, la ambición, la inquietud y la aventura” (Francia Ferrero, 2013, p. 162).

Al menos cuatro dimensiones de aquellos procesos socioculturales podrían ilustrar el tránsito en el caso objeto de este análisis.

En primer lugar, un espíritu empresarial más efervescente, inquieto y dispuesto a asumir mayores riesgos, algo que comenzó a reflejarse en una más decidida exploración de nuevas expresiones, lenguajes y estilos artísticos. Al interior de la ópera, atender cada vez más el gusto del público por el verismo, por ejemplo, comenzaría a ser un diferencial competitivo en este orden dentro del universo de la edición musical. Hacia las últimas décadas del siglo XIX, de hecho, Ricordi comenzaría a sufrir la competencia de la Casa Sonzogno, editora de uno de los más resonados éxitos del verismo operístico del momento: Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni (1890).

En segundo lugar y en sintonía con la progresiva internacionalización del capitalismo de la época, comenzó a registrarse una más activa y decidida búsqueda por llevar los negocios artísticos a escala cada vez más global. La apertura de cada vez más filiales de Ricordi en el mundo –en 1924 se abre la de Buenos Aires, desde hacía tiempo una capital operística indiscutida-, los recurrentes viajes -que Giulio le reprocha duramente a su hijo- y, en particular, la seducción que los emergentes Estados Unidos genera en Tito II –alma mater de La fanciulla del West de Puccini[4]– son ejemplos indiscutibles de esta transformación en marcha.

Retrato de Giulio Ricordi, editor (1840-1912). Fotografía de autor desconocido, antes de 1912 (Wikimedia Commons)

En tercer lugar e íntimamente relacionados con los fenómenos anteriores resultan los intentos de diversificación –con mayores o menores niveles de éxito dada la novedad de algunos de los procesos- de los negocios, a partir de la creciente aplicación de las innovaciones tecnológicas a las producciones y consumos artísticos. Por ejemplo, es Tito II quien de modo más decidido explora las potencialidades técnicas de la impresión, desplegando de forma revolucionaria la cartelería propagandística de los estrenos y funciones operísticas pero, también, de la publicidad de las más diversas marcas de bienes de consumo (de bebidas alcohólicas como Campari al automóvil de la FIAT). Algo similar ocurriría con las primeras pruebas de registros fono-magnéticos, ensayos que el conflicto entre padre e hijo terminarían por abortar y que pre-anunciaban, con Benjamin, el irrefrenable ingreso de “la obra de arte en tiempos de su reproductibilidad técnica” (Benjamin, 2017).

Finalmente, todos estos procesos no podrían no tener consecuencias en la transformación paulatina en la relación entre autores y editores. Tal como se ha sostenido en otro lugar: “Suele decirse con frecuencia que la relación autor-editor es el vínculo fundante de la actividad editorial. Y también que dicha relación ha asumido las formas más variadas como resultado de la subjetividad que ambos polos ponen en juego a partir de la puesta a disposición que el primero hace al segundo de su “manuscrito”.

De la mano de una inocultable profesionalización de las prácticas de ambos términos de aquella relación, comienza a darse forma a un nuevo formato en aquel núcleo vincular. Las trayectorias de Verdi y de Puccini –la del primero más propiamente romántica; la del segundo, más claramente moderna- están allí como testimonios ilustrativos de este proceso de cambio significativo en las prácticas artísticas en general y de las editoriales en particular. Francia Ferrero, por su parte, refuerza esta línea interpretativa del pasaje de un tiempo a otro cuando sostiene que “Tito y Puccini tenían mucho en común, cultivaron su amistad y disfrutaron de su éxito y fortuna todo lo que pudieron, a pesar de los reproches que recibían de il commendatore Giulio Ricordi, mucho más austero y responsable” (Francia Ferrero, 2013, p. 163).

Conclusión

Hacia 1917 y en el marco de una crisis profunda de la empresa, Tito II deja finalmente la compañía familiar y de allí en más se vería a la Casa Ricordi ingresar en nuevos derroteros que de modo zigzagueante la traería, totalmente transformada por efecto de las sucesivas globalizaciones culturales, a nuestros tiempos. Lo cierto es que para la época en que Tito toma distancia del negocio familiar, el trasvasamiento generacional al interior de la dinastía se había ya producido y, con él, la inexorable reconfiguración de la figura del editor. Aquella salida y la desaparición física de Puccini, siete años después en 1924 dejando trunco no solo Turandot, el último de sus títulos sino también y fundamentalmente la consustanciación que entre compositor y editor había definido, aún con sus alteraciones, la práctica editorial de la Casa Ricordi por más de un siglo. Será recién luego de los años del fascismo, de la crisis del ’29 y sobre todo luego de la Guerra cuando comience a escribirse un nuevo capítulo en la no tan larga pero sí siempre compleja y llena de matices, historia del oficio de editor.

Se espera que el presente abordaje haya contribuido a esclarecer, mediante el abordaje de un caso, la especificidad de un segmento de la edición –el musical- poco atendido aun en el marco del actual auge de los análisis sobre el libro, la edición y la lectura. Pero mucho más que eso, se espera haber podido confirmar, con Bhaskar, la importancia decisiva que el abordaje de la edición tiene –y ha tenido- para una mejor comprensión del mundo, tanto “…como catalizadora para el cambio, como elemento cohesionador de la gente; humilde intermediaria pero cuyo impacto es incalculable” (Bhaskar, 2014, p. 243). 

Bibliografía

Barros, Diego F. (2017). “Formatos de la relación autor-editor. El caso de Verdi y Ricordi en la edición musical” en www.razoneseditoriales.blogspot.com

Bhaskar, Michael (2014). La máquina de contenido. México. Fondo de Cultura Económica.

Benjamin, Walter (2017). La obra de arte en tiempos de su reproductibilidad técnica. Buenos Aires. La marca editora.

Chartier, Roger (2022). El pequeño Chartier ilustrado. Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita. Buenos Aires. Ampersand.

Delgado, Verónica y Espósito, Fabio (2006). “La emergencia del editor moderno. 1920-1937” en de Diego, José Luis. Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

Francia Ferrero, Rut (2013). “La editorial Ricordi y su aportación a la publicidad italiana de principios del siglo XX” (Memoria para optar al grado de Doctor). Madrid. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Ciencias de la Información. Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad II.

Hobsbawn, Eric (2012). La era de la revolución (1789-1848). La era del capital (1848-1875). La era del imperio (1875-1914). Buenos Aires. Crítica.


Notas

[1] Sociólogo (Universidad de Buenos Aires) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (Universidad Nacional de San Martín). Lleva más de treinta años trabajando en la industria editorial. Se ha dedicado a la formación de editores y a la investigación y reflexión sobre el mundo de la lectura, los libros y la edición.

[2] Traducción realizada por el autor del original en Archivo Histórico Ricordi- Colección Digital.

[3] Es la época de sus dos últimas y magistrales creaciones: Otello (1887) y Falstaff (1893), ambas con libretos basados en textos de William Shakespeare.

[4] Ópera compuesta especialmente para el público norteamericano y estrenada en el Metropolitan Opera House de New York en 1910 con la presencia de la dupla Puccini-Ricordi.

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