“En cada uno de nosotros hay como dos principios que nos rigen y conducen…Uno de ellos es un deseo natural de gozo, otro es una opinión adquirida, que tiende a lo mejor. Las dos coinciden unas veces pero, otras, disienten y se revelan y unas veces domina una y otras otra. Si es la opinión la que, reflexionando con el lenguaje, paso a paso, nos lleva y nos domina en vistas a lo mejor, entonces ese dominio tiene el nombre de sensatez. Si, por el contrario, es el deseo el que, atolondrada y desordenadamente, nos tira hacia el placer, y llega a predominar en nosotros, a este predominio se le ha puesto el nombre de desenfreno” (Platón, Fedro, 237d).
Originariamente el placer asociado a la preeminencia de las emociones y de las sensaciones, nos haría desembocar en la definición de pathos como sufrimiento, en contraposición a la propuesta del cuerpo colectivo de lo griego, de lo logocéntrico, vinculado a la prudencia como el vehículo que nos conduciría a lo bueno, lo bello y lo justo.
Muchos siglos después, el retroceso de la palabra o la mutilación de lo conceptual, del término como significante a un conjunto de vocablos que se difuminan en el espectro, reconvertido del número, nos encontramos en la hegemonía (para no hablar de dictadura) de lo empático.
El supuesto reconocimiento del Otro, en verdad se convierte en la hipocresía abreviada, en la figuración aparente de darle entidad, conjeturalmente a ese otro “desustancializado”, es decir sólo valorado en cuanto a que nos despierta una sensación o emoción, que en el mejor de los casos será la fugacidad de la lástima o de la conmiseración.
Pero no por forzar un reconocimiento, por el natalicio a Sigmund Freud (6 de Mayo de 1856) destacaremos su “fuga” de ir más allá del principio de placer: “una función del aparato anímico que, sin contradecir al principio de placer, es independiente de él y parece más originaria que el propósito de ganar placer y evitar displacer…(Freud, Sigmund. El Yo y el Ello. Obras Completas, tomo VII. Traducción de Luis López-Ballesteros. Madrid: Biblioteca Nueva, 1974, p. 2.723) “el placer es la sensación agradable percibida por el yo cuando disminuye la tensión; el goce, en cambio, consiste en un mantenimiento o un agudo incremento de la tensión” nos dice en su artículo Sobre el placer, el dolor y el goce, Pepa Medina.
El placer cambia de equipo al irrumpir el inconsciente, deja el ámbito del cuerpo de la bío y pasa al recinto de la carencia que se hace sentir. Necesitará el placer su contrapartida con el goce, que tendrá luego y especialmente con Lacan toda una conceptualización propia que irá a otro espacio y tiempo de fuga que en esta instancia no abordaremos.
El placer no puede ser detectado en su realización. Freud diferenciará claramente la excitación sexual (el placer preliminar, o placer) con la satisfacción sexual (a la que sobreviene “la pequeña muerte”) que se realiza en la medida que el cuerpo abandona sustancias o se abandona en distensión.
Claro que el “cuerpo” desaparecido, en verdad, desapareció solamente para algunos (muchos) pero no para otros (menos) y en tal tensión se dirime la experiencia de lo que denominados democrático.
“La apropiación corporal es, bajo el aspecto sensible, la manera más perfecta de la posesión, porque yo estoy, inmediatamente presente en ella, y precisamente por eso, mi voluntad es reconocible” (Hegel, G.F. Filosofía del Derecho. Traducción de Angélica Mendoza de Montero. México: Juan Pablos, 1998, 55, p. 77.)
Nos dirá nuevamente Pepa Medina, en el artículo up supra citado:
“El amo no goza tanto de las cosas, como de la disposición de su propio cuerpo. El privilegio del amo es que goza de su cuerpo. El esclavo, por el contrario, goza de la cosa, en tanto que la transforma, pero está privado de su cuerpo. Un cuerpo es, así, algo que puede gozar. Cuando Hegel habla de goce, habla de un cuerpo que goza. Gozar implica poseer mi cuerpo, se pone en juego la voluntad y la libertad”.
El demos, el pueblo, las mayorías, las masas, la ciudadanía o la horda, al no constituirse en un cuerpo de lo común, no puede experimentar su placer, dado que tampoco previamente fue invitada a perseguir un deseo como entidad o noción colectiva.
Está es la razón mas determinante por la cuál algunos representantes del poder político (que no se reconocen como tales, en una auto-percepción de la irresponsabilidad ante el gobierno o la representación y que depositan en el afuera sus incumplimientos en el clímax de la perversidad) empiezan a dar cuenta que lo planteado desde hace tantos años, por plumas como la que esto suscribe, advertimos bajo fuerza de argumentos.
El riesgo democrático, es en verdad la inmanencia de que la democracia, hasta tanto no defina un cuerpo social prioritario (un sujeto histórico de los tiempos actuales) seguirá generando insatisfacciones y por tanto frustraciones tan contundentes y angustiantes, que en la diáspora de tal malestar, las individualidades sueltas, al desconcierto y apelando a libertad como último recurso y por ende no sin carga de violencia, se pueden aglutinar en una propuesta o en un orden de lo político, que vaya más allá de lo democrático (y lo que esto implique) para, subyacentemente, ir por construir o reconstruir, el cuerpo social, el cuerpo colectivo o porque no, incluso el cuerpo de lo democrático, dado que sin tal formato no hay experiencia de lo placentero y sin placer no hay sentido.