Donald Trump hablando en CPAC 2011 en Washington
Donald Trump hablando en CPAC 2011 en Washington, D.C. Foto por Gage Skidmore. Fuente: Wikimedia Commons.

Donald Trump: riqueza, predestinación y construcción del Mesías

Este martes se decide el futuro de Estados Unidos y quizás del mundo. Donald Trump, entre riqueza, ambición y una idea mesiánica de poder, redefine el espíritu de una nación en crisis.
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Este martes 5 de noviembre se dirime el destino de la política norteamericana, y para más mal que para bien, el destino del mundo. Cualquiera de los dos contendientes constituye un síntoma: el Imperio en descomposición ahoga su entorno en su piscina cadavérica. Es momento, pues, de intensa campaña, mentiras, y promesas jamás cumplidas.

Hollywood no escapa a la polémica. Siento en Metrópolis de Francis Ford Coppola, un filme electoral, pero solo intuido, pues no he encontrado a nadie que la haya entendido. ¿A quien proyectar en esta utopía distópica de Megalópolis, en esta ciudad del futuro en donde todas las razas y credos tienen lugar? Creo que la balanza se inclina a los demócratas.

Pero hay una película más claramente electoral en cartelera, me refiero a El aprendiz de Ali Abbasi, excelentemente actuada y ambientada en los orígenes de la creación del Trump contemporáneo. Nos muestra a un joven Trump, modesto e idealista, que empieza a ser corrupto por el abogado y eminencia gris de la política Ray Cohn.

Trump busca superar el legado de su padre, ahora es un casero glorificado que exige la renta puerta a puerta. Pero la grandeza de New York y de la nación se le imponen como destino. Debilitada por la guerra fría, Watergate y la guerra en Vietnam, nuestro futuro magnate se propone restaurar la ciudad (y la nación) a su gloria pasada. Pero hay un problema: la familia Trump no quiere negros en sus apartamentos. El estado le exige aloje casos sociales en sus edificios. ¡Soberana herejía!, diría su padre; y por ello son demandados por el gobierno.

Es acá donde el joven Donald entra en contacto con el siniestro Ray Cohn, quien le introducirá en los bajos mundos de la política y la delincuencia (concediendo, por supuesto, que no sean sinónimos). El pedigrí de Cohn es formidable. Hombre fuerte del macartismo, su mayor mérito y contribución a la gloriosa América es haber sido el fiscal que ordena el asesinato de los esposos Rossemberg. Pero no termina ahí, pues resulta que el maestro tiene una red de escuchas y chantajes a toda la comunidad de políticos homosexuales de Washington.

El credo de Cohn es sencillo y efectivo: “Ataca, ataca, ataca. No admitas nada y niega todo. No importa lo que suceda, reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Todo parece indicar que no hay otra forma de enriquecimiento desmedido. Pues el sueño del Trump choca con el muro de la seguridad social: la riqueza del estado se construye a través de los impuestos, y sólo él tiene la capacidad de una distribución justa y equitativa. Pero la riqueza del millonario no sale de la nada, por regla general, y más allá del Paraíso, la construcción individual de riqueza implica el robar a unos para el beneficio de otros. De ahí que la lógica implique que sea el estado el garante de la distribución de la riqueza.

Pero nuestro Prometeo del Capital busca ir más allá y en efecto, chantajes por medio, logra construir su primer edificio evadiendo impuestos. ¡Eureka! Se ha encontrado la llave de la prosperidad: utilizar la infraestructura estatal comunal para lograr enriquecimiento individual. Por ello, y gracias a su particular metodología, el aprendiz encuentra en Cohn un siniestro profesor y la llave del éxito.

Pero lo interesante, más allá del disfrute del audiovisual, es el carácter mesiánico de la construcción psicológica del millonario, así como la noción de destino que se impone el candidato a presidente con respecto de la historia real de los Estados Unidos.

Calvinismo y predestinación

La acumulación originaria del capital, más allá de cuestiones concretas de su realización, se exige así mismo una ideología que funcione como legitimación. En el catolicismo, la idea de comunidad era orgánica al funcionamiento del Feudalismo. Si bien se reconoce la autoridad absoluta de Dios, y de la nobleza como su vicaria en la tierra, el resto de los humanos, prestos al arrepentimiento pecador, eran totalmente iguales. La humildad terrena era el credo, la existencia mundana era una ordalía necesaria hacia una existencia plena ultraterrena. Por ello, las labores mercantiles eran relegadas en muchas partes a los judíos (como Ray Cohn), la usura era pecado, y la posesión de riquezas solo relegada a la nobleza.

Pero llega Juan Calvino y lo cambia todo. Iniciador del protestantismo junto a Martín Lutero, lega al incipiente capitalista la plataforma ideológica para el despliegue del Capital. Si bien las relaciones ahora son directamente con Dios, y en ello descansa cierto espíritu transaccional, el elemento central es la predestinación a la riqueza. El acumular dinero se convierte, a posteriori, en una señal de que se posee un tipo de alma excelsa y superior que te predestina ello.

Lo que instaura el calvinismo es una suerte de genética espiritual favorecedora que indica que la riqueza es un bien ético, una suerte de favoritismo de Dios hacia ti. Otro tanto ocurre con la narrativa del millonario hecho a sí mismo, una suerte de Napoleón moderno, carismático y bribón, que se ha levantado de la mediocridad del populacho para alcanzar la excelencia. Desde el “humilde” garaje de Bill Gates hasta la menos difícil de esconder humilde mina de esmeraldas del padre de Elon Musk, el millonario se construye una narrativa a posteriori que le convierte en una sustancia genética y espiritualmente superior, destinada a la excelencia.

Otro tanto ocurre con Trump, que se construye a si mismo como una excelsa genialidad que pasa por alto la evasión de impuestos y el chantaje que constituyen la fuente de su riqueza. Es por ello que logra tanto rapport con su base votante: los perdedores de la repartición demócrata, clase media y baja iletrada, conspiracionistas, libertarios, y mucho oportunista. Mientras los demócratas se montan en el tren “progre”, y genuinamente debilitan el país en la esfera bélica de garantes de libertad y democracia internacional; los trumpistas buscan esa euforia momentánea de aquellos pacientes desahuciados que habrán de morir en unas horas. Trump es la versión rápida de una muerte lenta en manos de los demócratas.

Espíritu y destino de una Imperio que muere

“Make America great again”, es un lema que busca rescatar ahistóricamente una pasado de hegemonía norteamericana, fruto de una ladina y ambigua política durante la primera guerra mundial, así como el expolio de la América Latina neocolonial y buena parte del mundo. Pero el presente es otro, no existe utópico comunismo, pero capitalismos más eficientes que se adaptan a los nuevos tiempos. Por ello, el lema implica una introspección política de los Estados Unidos, una vuelta hacia adentro; pero hacer tal cosa revelaría la incapacidad del sistema de florecer sin la ruina y depredación de otras naciones.

Su nación es una nación geográficamente bella y llena de potencial, sin embargo, el peculiar sistema financiero cuya base es la industria armamentista, resulta incompatible con una política que busque el enriquecimiento en suelo propio. Resulta, por otra parte, que Trump se lanza a la moda neoliberal de desmantelar el estado, sin saber que es justamente el endeble estado de bienestar aquello que garantiza el débil equilibrio de la sociedad norteamericana.

Por ello, y recordando a Georg Lukács, la nación se divide entre su esencia como nación y su interés como nación. Si bien el pueblo norteamericano es un pueblo mayormente solidario y generoso con aquel que emigra, además de manifestar genuina preocupación por los intereses del mundo; su gobierno, recordando al gran Bolívar, esta destinado a plagar de miserias al mundo. Su interés es, por tanto, mantener su posición de gendarme libertario en el globo.

Sin embargo, el capitalismo norteamericano refleja en su esencia la necesidad de su aniquilación. Como decía el viejo Hegel, solo en la muerte las cosas logran el máximo de determinaciones y contradicciones. El Capitalismo contemporáneo debe adaptarse al cambio climático, así como a desarrollar una política de control que invierta en infraestructura, tal como hace China, a diferencia de la política de intervención mediante el fusil de los norteamericanos.

Por ello, hay una frase del viejo Hegel, cuando no era tan viejo, que reza así: “El destino es la autoconciencia pero como de un enemigo”. ¿Será acaso Trump un purgatorio del presente para los Estados Unidos? Mientras la totalidad internacional exige adaptación a los nuevos tiempos, Trump se resiste al presente en la evocación patética de las glorias del ayer. De ahí que contraponga el destino calvinista y mesiánico, como de un Thanos versión enclenque y anaranjada que insista al mundo: “I am inevitable”. Como en efecto, su victoria instauraría el síntoma de la descomposición del ancien regime en la Casa Blanca.

Largas regresiones aparte, insisto en el valor de la película El aprendiz para entender la psicología del líder, en especial aquel que une riqueza con pretensiones políticas. Trump es la manifestación de la desmantelamiento del estado de bienestar norteamericano, así como la fiebre de evasión fiscal de la década de los 70. Trump es orgánico a su época, y a una constitución desactualizada del capital. Resulta, por demás, la manifestación de la dificultad real del enriquecimiento desproporcionado en una nación donde el contrato social sea fuerte. Citando al lejano Confucio: “En un país bien gobernado, la pobreza es motivo de vergüenza. Pero en un país mal gobernado, el motivo de vergüenza es la riqueza”. Y peor aún, la riqueza indebida, más allá del robo y mal que causa, se asume, para colmo de males, como predestinación mesiánica y urdimbre genética superior: ¡bienvenidos, pues, a tiempos interesantes!

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