Foto por Markus Spiske
Del hermoso límite
En el mejor de los mundos posibles el límite constituye una virtud. La mónada hombre es sólo un punto de vista de la totalidad, pero para una criatura finita la posibilidad de entrever, aún parcialmente, lo que es de Aquel que constituye todos los puntos de vista posibles, es un don inmerecido (y en muchos casos insospechado).
Si la soberbia no lo cegara, si su pretensión absurda de ser todas sus negaciones no perturbara y obscureciera su claridad de espíritu, el hombre comprendería que es un pequeño dios en su reino finito. La idea de ser todos los puntos de vista posibles de la totalidad es enunciable pero resulta vivencialmente incomprensible. La de ser sólo un punto de vista, mas de la totalidad, es no sólo verosímil, sino sobre todo hermosa. Dignidad del espejo que se sabe elegido por la Luz para reflejarla.
La explosión
Por muy desprestigiada que esté la cronología lineal, los profesores universitarios, seres aislados intramuros (sus experiencias del tiempo por lo tanto son muy pobres), insisten en frecuentarla, cediendo así a las fáciles ventajas de orden expositivo que ella proporciona, y aún son capaces de juzgarla cometiendo la petitio princiipi de hacerlo desde un discurso que se funda en ella misma (pero a los expositores lineales las paradojas les resultan tan extrañas que apenas las reconocen). Si al menos el homo ludens que todos llevamos dentro los aguijoneara, obligándolos a romper la rutina de narrar siempre del mismo modo (sólo narrando es posible dirigirse a un auditorio), entonces podrían vivenciar discursivamente la idea de Leibniz sobre el caos aparente, pues por cualquier conjunto de puntos distribuidos de cualquier modo es posible hacer pasar una curva de ecuación precisa (además de jugar, trazar figuras discursivas les resulta ajeno pues muchos asumen la antítesis de lo estético y lo epistemológico). Pero un bloque monolítico ofrece muy pocas posibilidades de colocación: para acceder a la posibilidad del juego es preciso antes fragmentarlo.