Si eso ocurrió, entonces el hombre debe estar preparado para aceptar conceptos del cosmos y de su propio lugar en el vértice vibrante del tiempo cuya mera mención es sobrecogedora.
H.P. Lovecraft, The Shadow out of time
¿Será necesario todavía decirlo? ¡Ea, pongamos en palabras lo evidente!: han sido necesarios millones de años de esfuerzo y carnicerías para sacar a la especie humana de su tenebroso origen, y ahora que se ha logrado de un modo u otro instalar a una especialmente depredadora[1] parte de la población mundial en el confort y la seguridad relativas, creemos que es el momento oportuno de recobrar con una mayor ambición la especulación acerca de los confines -es decir, de todo aquello que no es exclusivamente “hombre”.
Porque parece mentira que los últimos exploradores mentales del cosmos se sitúen ya a casi cuatro siglos atrás en el tiempo, sin que desde entonces hayamos tenido más que una suerte de curioso vacío mitológico repleto de matemáticas crípticas y confusión de disciplinas ¿Es que la arrogancia despectiva de la ciencia nos ha achantado de intentar una interpretación sinóptica de la totalidad, desde el más enigmático polvo primigenio hasta el más inconcebible de los multiversos? ¿Vamos a esperar a que los expertos nos digan si la unificación de las actuales teorías físicas, biológicas, cosmológicas, etc., con todas sus cacareadas complicaciones de cálculos, laboratorios y millones de dólares, tendrá alguna vez lugar o no?
Un famoso norteamericano con apellido de trompetista de Nueva Orleans, del cual nadie distinguiría su rostro bajo la escafandra, pisó la luna si es que lo hizo hace prácticamente nada, y con la lagrimita servida por el Jesús Hermida ya nos quedamos tan contentos hasta hoy. Nuestros antiguos -y no menos los de otras culturas-, no se hubiesen conformado con soñar tan poco, e incluso con esa vista tan rayada de un solar abandonado con fondo de estrellas hubieran concebido una miríada de locas elucubraciones que asombrarían y fascinarían al mundo. Torrente Ballester escribió en un entretenido relato con algo de cachondeo culto y mucha libertad narrativa lo siguiente:
“A Zeus padre de todos, Dios le bendiga, desparramando la mente por ese mismo infinito hasta sus mismos bordes, que es todo lo que él puede alcanzar, y como más allá comienzan la eternidad y el misterio, que no le caben en la cabeza, para ver si alcanza algo, mete la mano en aquel río oscuro y la saca mordida de pirañas”[2].
Será que nos han metido algo de miedo a las abisales pirañas, o que no quieren que hagamos pie en algún río prohibido ni nuestra imaginación vuele más allá de los Men in black (la ciencia/ficción como la reserva cercada de los visionarios domesticados por el mercado de la fantasía y los efectos especiales, pero algo es algo).
Sucede que la realidad se ha disociado de la verdad, y ahora no vamos a meternos en lo que entendemos cada cual por ambas de estas viejas y reverenciadas palabras. El resultado es que si lo real es Madrid un día frío de febrero con sus afanes, su negocietes y sus obras inacabables, entonces la verdad permanece ignorada en una galaxia lejana a la que ni siquiera hemos puesto nombre. Y lo mismo da decirlo al revés: si la verdad es Madrid con sus ruidos, sus viernes y sus cañitas nocturnas, entonces lo real reside desconocido en la milagrosa reduplicación de un virus.
En esto los filósofos no pueden ya ayudarnos: ellos, en el intento (vano o no) de salvar su especialidad de la colonización científica, llevan identificado verdad y realidad desde hace décadas, de manera que se dedican exclusivamente a lo que llaman el mundo de la vida, o sea, a la preocupación por la colmena humana y sus iniquidades organizadas, y lo demás lo despachan altaneramente bajo la acusación de “metafísica”.
Así, los sabios, entre unos y otros a cual más soberbio, han permitido que las últimas tímidas fantasías de los chiflados quedasen enterradas con los escombros bochornosos de los delirios nazis –verbigratia, la aberrante teoría de la Tierra Hueca. Pero hay que negarse resueltamente a este destino de vulgaridad globalizada, y reaprender a encontrar hasta en el mismo hombre un misterio por inventar. Decimos “por inventar”, y no “por resolver”, pues esto último deja en las manos de alguien la decisión de dar la cuestión por terminada, y eso es lo que en ningún caso podemos admitir –por eso la polémica actual entre el neoevolucionismo y el creacionismo (en su variante más técnica de “teorías del diseño inteligente”) tiene tanto interés, más allá de la faramalla política, siempre y cuando permanezca abierta.
Nunca la “aldea global” será tan “aldea” como efectivamente lo es si no permitimos que entre también lo diminuto en nuestros cerebros y la inmensidad en nuestros corazones. Y si ante un desafío tan claramente inútil desde los parámetros de los intereses inmediatos de la humanidad, se nos espeta agriamente que lo verdaderamente urgente es acabar con las guerras, el hambre, las plagas o la bancarrota ecológica, replicaremos sin rubor que la escisión entre verdad y realidad también se cumple allí donde Madrid no es la última realidad o la postrera verdad, sino que ésta se halla más lejos (“ahí fuera”, como decía la teleserie), por ejemplo en África, y que el majestuoso “natura” no equivale en absoluto al castizo “naturaca” -aunque es cierto, también, que las condiciones de existencia no pueden cambiar mucho en las antípodas del ser[3], y lo que aquí es prosaico lo será igualmente para Andrómeda o un neutrino, donde seguramente hay alguna forma de su propio transcurrir ordinario, otra modalidad distinta de la sorge heideggeriana.
¡Mas qué importa, si desde aquí lo ilusionamos con espanto o maravilla! Lo que sí importa es que digamos con Aristóteles que “el hecho de que hay la phýsis es algo que nadie se puede seriamente cuestionar” (Metafísica, precisamente), por mucho que el pensamiento moderno la haya relegado a lo nouménico y con ello a lo vetado para nuestras inquietas cabezas. Este no es más que otro letargo dogmático del que hay que despertar,malgré Kant, y para el cual el mismísimo discurso anti-kantiano (y anti- sus ilustres secuaces) de la fragmentación de los discursos no hace más que venir a asistirnos aquí. Porque nada impide que convivan varios miles de Weltanschauungen cabales o disparatadas, cosmicómicas o tragicaóticas , científicas o subculturales, todistas o parcelarias, y que se apareen, retroalimenten, sojuzguen o colisionen. Crearlas no precisa de título oficial, forjarlas no necesita de un prolijo instrumental, quererlas no depende de su autoría, difundirlas sólo requiere de una terminal de Internet. Pueden generarse clubs, asociaciones de aficionados, juegos celestiales, premios cuánticos… (Todo menos partidos o fundamentalismos, del estilo “Punset contra Sánchez Drago se presentan para Archi-místico”: no se trata de convertir lo no-humano o suprahumano en inhumano o infrahumano). Como dejaba apuntado más o menos en una ocasión William James –Pragmatismo-, la experiencia meramente humana del universo no puede ser la más alta que exista sólo porque es la única que nos dignamos a conocer. Pongámonos en las manos de las cosas y no siempre las cosas en nuestras manos, que nos susurren su naturaleza o nos griten su anhelo de ella: seamos sus diligentes secretarios y sus más elocuentes portavoces. ¡Detritus meteórico el úuuultimo!
[1] A este respecto, es de recordar aquel cuento de Jack London acerca del “estúpido pero inevitable” hombre blanco.
[2] En El hostal de los dioses amables, donde se retoma la genial hipótesis de Heinrich Heine de que las deidades griegas, puesto que son inmortales, deben de andar todavía de incógnito por ahí, alejadas de las miradas indiscretas.
[3] La estupenda canción de Javier Krahe lo enuncia: “en las antípodas, todo es idéntico, idéntico a lo autóctono”.
Me ha resultado un artículo muy complicado de leer pero entiendo que la intención es reclamar la vuelta de la búsqueda del conocimiento por el conocimiento (especulativo y en cierta medida filosófico) en el centro del futuro desarrollo y progreso de la humanidad. Pasar del crecimiento económico de la sociedad al crecimiento de la conciencia de la materia mismo.
Si esto es así y he entendido bien, creo que debemos dar el paso de constituir la psiconáutica como una forma más de conocimiento de nuestro entorno. Estamos poniéndonos palos en las ruedas no usando los psicodélicos en el propio desarrollo de nuestro conocimiento de lo que somos.
Perdona por el galimatías. Sólo quise, creo, ilustrar el principio de proliferación de Feyerabend. Lo de la psiconáutica se probó ya mucho en los setenta, mira a Syd Barret. No sé hasta qué punto explorar dentro pueda servir para explorar fuera, pero algo tienen en común: deja de operar el ppo. de contradicción, el sustento de la Lógica…