“La literatura fantástica, maravillosa, alegórica, lírica, no está necesariamente ligada a misticismos o a la búsqueda de signos de mundos ignotos. Diría que se trata más bien de lo contrario. Y aun cuando se crea que es así, si es poesía verdaderamente, sus símbolos no son nunca indistintos y oscuros, sino más bien imágenes no menos concretas, racionales, ligadas a la vida, de aquellas de la literatura realista, toda materializada en minúsculas partículas, en datos ambientales recogidos en la experiencia”
(Calvino, 2012, p.28, traducción del autor).
En una pensión del centro de Turín, a pocas cuadras de la sede de la editorial Einaudi, el 27 de agosto de 1950 se suicidaba el escritor Cesare Pavese. Quien fuera el promotor del ingreso de Italo Calvino a trabajar en la prestigiosa editorial turinesa y también el principal impulsor de la publicación de su primera novela, El sendero de los nidos de araña, tenía por entonces cuarenta y un años. Poco tiempo después de ese trágico hecho, Calvino daría clara cuenta de lo que el gran escritor e intelectual había significado para él: “Terminaba un relato y corría a verlo para dárselo a leer. Cuando murió me pareció que no estaría bueno seguir escribiendo sin el punto de referencia de aquel lector ideal”.
Por suerte, Calvino siguió escribiendo y tampoco fue azaroso que la década que se había iniciado el año mismo en que Pavese se quitó la vida, haya coincidido con un cambio de gran significación en la producción literaria del joven escritor. En efecto, son los tiempos en los que Calvino toma distancia del realismo presente en sus primeras obras para asomarse de modo definitivo al universo fantástico. Serán las primeras pruebas de ello las tres obras que integran su famosa trilogía englobada bajo el título Nuestros antepasados integrada por El vizconde demediado (1952), El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959).
Un ineludible rito de pasaje
Muchas veces se pasa por alto –al considerarlo un subproducto de las preocupaciones intelectuales del escritor ligur y no una experiencia estrechamente vinculada y hasta fundante de buena parte de su obra- el trabajo llevado adelante como recopilador de cuentos y fábulas populares italianas. Luego de varios años de una meticulosa investigación encargada por Einaudi, la selección de 200 cuentos de tradición oral de todas las regiones de Italia vio la luz en 1956 bajo el título de Cuentos populares italianos. En la Introducción a este volumen de casi mil páginas, el propio Calvino pone a consideración del lector el significado de esa monumental empresa, así como de los objetivos que la guiaron, de los criterios en los que se basó para su presentación y de las conclusiones a los que arribó al finalizarla. Hay en este emprendimiento editorial –pero sobre todo en los mismos textos de las fábulas recopiladas- claves para comprender, entre otras tantas cosas, el pasaje que Calvino experimentó en su propia producción, es decir, entre el realismo de los primeros años de la postguerra tan evidentemente presentes en El sendero… y la trilogía Nuestros antepasados, que lo instala plena y definitivamente en el género fantástico con inocultables sesgos históricos.
Potenciando el juego ambiguo y a la vez irónico entre los componentes imaginarios y los reales del que siempre se jactaría en la mayoría de sus obras, Calvino sintetiza la significación que tuvo para él haber echado mano a aquella tradición popular y que comenzaría a cuajar en las obras de los años cincuenta. Así lo define en la mencionada introducción: “… simultáneamente, mi parte lúcida, no corrupta sino sólo excitada por el progreso de la manía, descubriría que la tradición narrativa popular italiana posee una riqueza, una limpidez, una variedad y una oscilación entre lo real y lo irreal…”. Y continúa: “Ahora que el libro está concluido, puedo decir que no se trataba de una alucinación, de una suerte de enfermedad profesional. Se trataba, más bien, de algo que ya sabía en el instante de la partida, ese algo al que anteriormente aludí, la única convicción propia que me había impulsado a emprender el viaje; y lo que creo es esto: los cuentos de hadas son verdaderos […] son una explicación general de la vida, nacida en tiempos remotos y conservada en la lenta rumia de las consciencias campesinas hasta llegar a nosotros; son un catálogo de los destinos que puede padecer un hombre o una mujer, sobre todo porque hacerse con un destino es precisamente ser parte de la vida…” (Calvino, 1998, pp. 18-19).
No era un dato menor –mucho menos para la época- que mientras Calvino se ocupaba de las fábulas, Pier Paolo Passolini hiciera lo propio con el cancionero italiano que publicaría, incluso, un año antes que la compilación del escritor. En una carta que este último le envía al poeta y director de cine y que comparaba la significación de ambos emprendimientos, Calvino sintetizaba la propia: “… la problemática que sobre todo este trabajo mueve en mí, no es de orden lingüístico sino más bien sobre el origen del acto de contar historias, de dar sentido a la vida humana disponiendo los hechos en un cierto orden” (carta a P.P.Passolini citada en Perrella, S., 2010. P. 39, traducción del autor).
Los tres relatos que integran Nuestros antepasados, aún en la diversidad de sus temas y en los modos diferentes en como irrumpe la fantasía en cada de uno de ellos, son expresión de aquello que Calvino expresaba a Passolini y, sobre todo, de ese profundo giro que comenzaba a experimentar en su producción. El título genérico del volumen, además de una síntesis de esas preocupaciones, funciona como un verdadero homenaje a los antepasados de su patria pero, también y como se verá, a los propios.
Un emprendimiento editorial había hecho posible ese tránsito en la biografía intelectual de Calvino. Sea como fuere y como tantas otras veces luego, tampoco en esta sería posible distinguir entre el editor, el lector y el escritor.
El vizconde demediado: un cañonazo al centro de la condición humana
Medardo de Terralba es un vizconde que en una batalla contra los turcos en tierras bohemias recibe un cañonazo que parte su cuerpo en dos mitades exactamente iguales:
“Al levantar la sábana, el cuerpo del vizconde apareció horriblemente mutilado. Le faltaba un brazo y una pierna, y no solo eso, sino todo lo que era tórax y abdomen entre el brazo y la pierna había desaparecido., pulverizado por aquel cañonazo cogido de lleno. De la cabeza quedaba un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media frente; la otra mitad de la cabeza era pura papilla. Por resumir, se había salvado solo la mitad, la parte derecha, que por lo demás estaba perfectamente conservada, sin un rasguño, salvo el enorme desgarrón que la había separado de la parte izquierda hecha trizas”.
“Los médicos, encantados: -¡Hay, qué bonito caso! Si no moría mientras tanto, podían probar incluso a salvarlo. Y se le propusieron alrededor, mientras los pobres soldados con una flecha en el brazo morían de septicemia. Cosieron, pegaron, amasaron; quién sabe lo que hicieron. El caso es que al día siguiente, mi tío abrió el único ojo, la media boca, dilató la nariz y respiró. La fuerte fibra de los Terralba había resistido. Ahora estaba vivo y partido por la mitad” (EVD, Calvino, 1993, pp. 16-17).
De allí en más, una serie de aventuras –todas detalladas por su sobrino narrador- llenas de perversidad y violencia, serán protagonizadas por la parte mala del vizconde, y otras –mucho más edificantes y constructivas- por la parte buena. Hasta que el amor por la misma mujer y que pone frente a frente a ambos fragmentos del mismo protagonista, encuentra en el matrimonio la fusión definitiva de ambas mitades.
El barón rampante: entre la rebelión y la distancia
“Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cosimo Piovasco di Rondó, mi hermano, se sentó por última vez entre nosotros”. Tal la frase –esta vez a cargo de un narrador hermano del protagonista- con la que se inicia la segunda de las novelas de la trilogía.
En este caso, se trata una vez más de otro noble –otro de los “antepasados”- quien decide abandonar el aristocrático seno familiar y llevar una vida independiente subido a los árboles y de los cuales jamás volverá a bajarse. Más bien todo lo contrario: desde esas alturas y distancias y con la férrea oposición de sus progenitores, será testigo y protagonista de prácticamente todas, aunque de nuevo cuño, las acciones centrales que dan forma a la vida individual y social. Desde los desafíos de la supervivencia inicial fuera de la familia de origen al amor, pasando por los desafíos de la convivencia, la relación con la legalidad y la violencia, las posibles gestas colectivas y, desde luego, por la lectura como medio para construir los propios modos de ver el y hacer en el mundo, en tiempos que ineludiblemente comenzaban a ser otros:
“…Cosimo había adquirido una desmesurada pasión por la lectura y el estudio, que perduró luego toda su vida. La actitud habitual en la que se lo encontraba ahora, era con un libro abierto en la mano, sentado a horcajadas de una rama cómoda, o bien apoyado en una horqueta como en un pupitre escolar, con una hoja posada en una tablilla, el tintero en un hueco del árbol, escribiendo con una larga pluma de oca” […]
“Pero Cosimo, que devoraba libros de todas clases, y pasaba la mitad de su tiempo leyendo y la otra mitad cazando para pagar las cuentas del librero Orbecche, siempre tenía alguna historia suya que contar. Sobre Rousseau que paseaba herborizando por los bosques de Suiza, sobre Benjamin Franklin que atrapaba rayos con cometas, sobre el Barón de Hontan que vivía feliz entre los indios de América” (EBR, Calvino, 1993, p. 175).
El caballero inexistente: una interrogación sobre la existencia humana
El tercer protagonista de los “antepasados”, es de lo tiempos de Carlomagno…
“Bajo las rojas murallas de París se alineaba el ejército de Francia. Carlomagno debía pasar revista a los paladines. […]. Paraba el caballo ante cada oficial y se volvía a mirarlo de arriba abajo…” […] – Y vos ahí, con tan pulido atavío… -dijo Carlomagno, que cuanto más duraba la guerra menos respeto por la limpieza veía en los paladines.
-¡Yo soy! –la voz llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, como si no fuera una garganta, sino la propia chapa de la armadura la que vibrase, y con un leve retumbar de eco- Agliulfo Emo Bernardino de los Guildivernos y de los Otros de Cobentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez!
[…]
¿Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro?
[…]
-Porque yo no existo, sire.
Agliulfo pareció vacilar un momento, y después, con mano firme pero lenta, levantó la celada. El yelmo estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridiscente cimera no había nadie” (ECI, Calvino, 1993, p. 293).
La novela es una sucesión de aventuras entre diversos personajes del ejército entre las que, por supuesto, no están ausentes las amorosas, pero que tienen en el nudo mismo de su trama la puesta en duda de la legitimidad como caballero de Agliulfo frente a la permanente voluntad de ser que en cada peripecia pone en juego. Incapaz de demostrar su razón de ser, su misma existencia, Agliulfo terminará desapareciendo.
Novelas de y para una época
Que en los años cincuenta Calvino se alejara del realismo para parapetarse en la fantasía no implicó que se alejara de la realidad. Por el contrario, aquella toma de distancia –en todo caso, como la de Cosimo- no era otra que cambiar de posición; en efecto, “subirse”a la fantasía era el primer paso que daba cuenta de la búsqueda de un método propio para escrutar el mundo sin dejar de vivir en y ser parte activa del mundo.En definitiva, dar con un modo propio para asirlo. Él mismo había afirmado en ocasión del trabajo con las fábulas, que este había sido uno más de antropólogo o de sociólogo que de lingüista. O más aún: de alguien que dejaba entrever aquella predisposición “científica” heredada de su padre agrónomo. De hecho, la década de los cincuenta que se había abierto con la muerte de Pavese –su padre cultural- continuaba con la de su otro “antepasado” personal: al año siguiente muere su padre, acontecimiento que lo encuentra de viaje por la Rusia comunista, ideología que por ese entonces Calvino no ocultaba profesar. Resulta, pues, inocultable que las obras que en los años siguientes produce Calvino no solo dan cuenta de aquellos duelos personales, sino también de una deliberada y consciente toma de distancia de sus “antepasados” intelectuales y políticos que, con el tiempo, le permitirán fraguar aquel modo propiamente calviniano. No es casual, pues, que junto con el realismo, el escritor rompa también –como tantos otros intelectuales de la época- con el comunismo soviético luego de los acontecimientos de Hungría. O que contemporáneamente con la recuperación de Italia luego de la Guerra y su ingreso en lo que aparecía como un irrefrenable capitalismo industrial, se hagan presente reflexiones –más metafísicas si se quiere- en torno a las demediadas bondad o maldad de un Vizconde; la libertad y rebeldía de un Barón, o los atribulados cuestionamientos a la identidad y a la existencia misma que exhibe gallardamente un –en apariencia al menos- vacío Caballero.
En una carta que en 1951 Calvino le envía a Marcello Venturi (Calvino, 1994, pp. 32-33) luego de leer el original de una de sus obras, el editor de Einaudi al tiempo que le habla al colega acepta que lo hace a sí mismo:
“16 de marzo de 1951
Querido Venturi,
He leído tu manuscrito. Todavía no funciona. El segundo de los dos cuentos es un paso adelante. Pero realmente no funciona. […]
En mi opinión deberías cambiar de método. Escribe una frase, reléela y si sientes que tiene algo ya oído, algo que cosquillea tu gusto, bórrala y rehazla, hasta sentirla perfectamente normal, sin ninguna complacencia, pero que describa las cosas como son. Y sigue así. No escribas cosas demasiado fantasiosas y movidas: describe lo que haces desde la mañana cuando te levantas, hasta la noche cuando te vas a dormir. Al cabo de poco descubrirás un montón de cosas y te darás cuenta de que tocas la realidad con sus manos. Toma a Svevo [Italo] como modelo, por ejemplo, que el pobrecito peor no podía escribir, pero miraba las cosas como son”.
[…]
“Te devuelvo el manuscrito. No lo tomes a mal. Te suelto este sermón y, en realidad, ando en las mismas que tú y no sé cómo salir del paso. Yo también estoy escribiendo una novela, y quiero terminarla aunque sea casi seguro que se quedará también en el cajón.
Chao”.
A esta altura, ni un cañonazo al centro mismo de Calvino habría podido escindir al escritor y al lector, del editor.
Bibliografía
Calvino, Italo (1993). Nuestros antepasados. El vizconde demediado. El barón rampante. El caballero inexistente. Madrid. Alianza Literatura.
Calvino, Italo (1994). Los libros de los otros. Correspondencia (1947-1981). Barcelona. Tusquets.
Calvino, Italo (1998). Cuentos populares italianos. Madrid. Siruela.
Calvino, Italo (2012). Sono nato in America…Interviste 1951-1985. Milano. Mondadori.
Perrella, Silvio (2010). Calvino. Bari. Edizioni Laterza.