Crónicas de una nueva religión anunciada: la ciencia…

junio 17, 2020
ciencia crítica dogmatismo

 

El nuevo orden social que suponen las revoluciones técnica e industrial de la modernidad ha dejado a la humanidad alienada bajo una nueva fe. Tanto en Oriente como en Occidente y sin importar afiliación ni credo, la vida espiritual y cultural de la sociedad se ha visto sacudida por los efectos de la religión del conocimiento científico. Nuevos fieles desprejuiciados y sumisos engrosan las filas del templo cuya única regla y mandamiento es la veneración de lo experimental, la evolución y el progreso. Esto es, como Feyerabend indica, una alusión a la pretendida superioridad del conocimiento científico.

Las conquistas de la ciencia han sido estimadas como un producto histórico, devenido en una forma suprema del conocimiento. Así, el proceder científico ha provisto de medios y soluciones a un sujeto que se identifica inmediatamente con las leyes generales del movimiento de la naturaleza. Memorias escritas y vitoreadas quedan acerca del recibimiento con beneplácito de los inventos de Da Vinci, las maniobras de la genética o el principio de la relatividad expuesto por Einstein. A este respecto, la actividad científica ha logrado legitimar y sostener prolongadamente la creencia en sus resultados para el bien social.

De estos contextos surge la necesidad de producir conexiones y sistemas de argumentos que, por una parte, justificasen esta condición peculiar de confiabilidad en lo científico, y por otra, sirvieran como una teoría del conocimiento para este último. Dichas concepciones terminaron por concretarse bajo un estigma de la ciencia que ha dado paso al positivismo, al Círculo de Viena y a la Filosofía de la ciencia en general, justo para asestar el golpe de gracia a la canonización definitiva.

Las posturas de estas tres tradiciones epistemológicas, dota a la ciencia de una racionalidad interna que pone fe en su capacidad para la obtención de la verdad. Mediante los fundamentos de un método “preciso” y la concepción de un modelo particular y de influencia, sus aportes teóricos han sido los principales responsables de dictar las coordenadas básicas del desarrollo de la práctica científica tal como se conoce en el orden existente a nivel mundial.

Si la ciencia ha logrado ese status de omnipotencia, es gracias a esta ingenua consideración popular de sus proyectos como una escala ininterrumpida de éxitos: “(…) se tiene cotidianamente la firme impresión de que la certeza y la eficacia de la ciencia no es un problema”.[1] No debe extrañar que, ante los conocidos triunfos sobre la mística, en ocasiones se opaque y se repliegue a un segundo plano, la lucha de la ciencia con sus propios demonios. La interpretación coherente de este supuesto está contenida como momento crítico en las líneas investigativas de Gastón Bachelard y Karl Popper.

El ala reaccionaria que representa Bachelard en su texto La conformación del espíritu científico, hace énfasis en la necesaria identificación del obstáculo epistemológico y las operaciones lógicas que subyacen ocultas bajo un procedimiento científico determinado, cualquiera que sea su naturaleza. Esta concepción nos coloca ante la polémica tarea de advertir las insuficiencias y dificultades de la investigación hasta alcanzar una supuesta madurez científica.

Por otra parte, en el discurso popperiano en Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico, se encuentra un método que pondera la búsqueda de elementos relevantes en los principios del error. Esto resulta una inversión de sentido que presenta la manifestación de la verdad desde la explicación de la falsedad, una alternativa genérica que ubica al error como suministro directo de conocimiento:“(…) al poner de manifiesto nuestros errores, nos hace comprender las dificultades del problema que estamos tratando de resolver”.[2] Ahora bien, en cuestiones de precisión, el aporte más puntual de Popper en este apartado, se encuentra en su teoría de la demarcación. Como crítica a la teoría de Carnap, reconoce el hecho de que encontrar sólidas bases para el conjunto de reglas que dotan de significado a la ciencia, ha sido siempre un problema, por tanto, se convierte en un apremio la búsqueda de un criterio formal desde el cual se pueda delimitar el terreno de la ciencia del campo de la pseudociencia.

Las insurrectas posiciones de Popper y Bachelard replantean modos de asumir la posibilidad del conocimiento científico y el desempeño de sus funcionalidades. Los enfoques de estos autores recalcan cómo las tradiciones científicas moderna y contemporánea han disipado la capacidad sustancial de juzgar, fruto de la ruptura entre la tradición filosófica y la científica.

El siglo XXI en su complejidad postmoderna, se mantiene como heredero de los tambaleos respecto a la misión y cometido de la madre ciencia. No obstante, sus patrones evolutivos se han convertido en una herramienta normativa de lo social que poco importa al ojo humano: “la confianza sin embargo es que las mejores teorías van a ser científicas, porque la confianza básica de la tradición de la Filosofía de la ciencia, es que la ciencia es la mejor manera de conocer”.[3] Lograr esta distinción supone “un modo de criticar el mundo bajo el cual la ciencia es producida y tiene sentido”.[4] De este modo, hablar de límite, permisibilidad y dominio, mantiene fluctuantes una serie de problemas que involucran tanto a la teoría como a la práctica sobre el manejo de los métodos y paradigmas del conocimiento científico.

Notas

[1] [1] Pérez Soto, Carlos: Sobre un concepto histórico de ciencia: de la epistemología actual a la dialéctica, Ediciones Lom, Santiago de Chile, 1998, pág.14.

[2] Popper, Karl: Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico, Ediciones Paidós, Barcelona,1991, pág.13.

[3] Pérez Soto, Carlos: Sobre un concepto histórico de ciencia: de la epistemología actual a la dialéctica, Ediciones Lom, Santiago de Chile, 1998, pág.25.

[4] Ídem. pág.7.