La emergencia global ha llevado a declarar a varios de los más poderosos gobiernos del planeta que estamos en guerra. La democracia fracasa porque la guerra nunca ha sido ni podrá ser democrática. La oposición española cede ante los diferendos y únicamente solicita al presidente que encarne la fuerza y la autoridad de una corona cuyo depositario luce ridículamente desde hace mucho tiempo. La estupidez del presidente norteamericano queda depuesta ante la necesidad de una figura fuerte (stark) que quizás, por fin, pueda él ahora representar. La prácticamente olvidada canciller alemana, quizás por su edad, quizás porque los alemanes estaban ya demasiado acostumbrados a ellas, parece tener que convertirse ahora en la figura de un Führer que ponga límites que resultan inimaginables sobre todo para los más jóvenes. Los chalecos amarillos reciben sus reclamos sin necesidad de salir a la calle, o más bien, a condición precisamente de que no salgan, porque… ¡Nadie puede salir!
El enemigo avanza con rapidez en todos aquellos estados donde todavía encuentra visos de democracia, con algo de lentitud donde la movilidad ha sido coartada. Su peligrosidad, su riesgo, el pánico que nos genera, radica precisamente en que no sabemos dónde está. En una caricia, en un beso, en un ser amado, en un saludo. Se reproduce sin presentar síntomas. No es como la peste negra, ni como la varicela, ni como el VIH, nuestro cuerpo (Körper) “no se transforma”. El enemigo solo nos corta el aliento, no nos deja respirar, o más bien, nos ahoga en el aliento.
En alemán el verbo que se emplea para respirar es atmen, cuyo origen etimológico remonta al indoeuropeo ēt-men, concepto central en la filosofía hindú que en sánscrito -ese pariente no tan lejano de la lengua germana- se refiere a la esencia individual: ātman, al autoconocimiento que debemos alcanzar para lograr nuestra identificación con ese principio universal supremo: Brahman.
Para el budismo se trata de la constitución primaria de la realidad: de la originariedad del ser que trasciende a todo ser individual, incluyendo al ser humano ¡Por supuesto! La liberación nos conduce hacia ese ātman, en cuanto oculto equilibro originario de la totalidad de las cosas que son y que no son. El ātman nos recuerda también el anima latino -alma-, que remite el ánemos (ἄνεμος) griego, en cuanto soplo vital, aliento, viento, eso que da vida y gracias a lo cual podemos respirar: ¡El Alma!
El ātman, más allá de las connotaciones estrictamente individuales que pueda tener, se refiere a una totalidad originaria que podemos designar como el Ser (Seyn). El “mundo” para mantenerse vivo debe respirar y en ese aliento descubrimos la sintonía, originariamente anímica (Stimmung), entre los diferentes modos de ser: desde la planta al animal y al ser humano, pero también la piedra, la tierra, el agua y el fuego forman parte de esa sintonía anímica porque contribuyen al ātman universal con su aliento, por imperceptible que pueda ser.
¡Pero ahora el ser humano resulta atacado por un enemigo que le impide respirar! ¿Será una estrategia o un modo de autoorganización de ese ātman universal que procura regresar a ese equilibro anímico originario? ¿Se tratará de un modo de autoorganización ecosófica?
Mientras cada vez más seres humanos resultan ahogados en el aliento, el ātman universal recupera el aliento. Cada vez menos aviones en el cielo, las fábricas detienen la producción, los autos no transitan, los pocos trenes que todavía circulan en Europa lo hacen prácticamente vacíos. El mundo se dirige hacia un paro universal. Los gobiernos ruegan por el menor movimiento. Los documentales que hace un mes criticaban el aislamiento antidemocrático de los ciudadanos en China, la violación de sus derechos humanos bajo la excusa del Covid-19, llegan demasiado tarde a las plataformas digitales de países democráticos. La crítica se transforma en admiración y muchos ciudadanos aguardan a que sus gobiernos actúen con la autocrática resolución del zar ruso.
El principal ejercicio de la solidaridad consiste hoy en “no hacer nada por el otro”, sino dejarlo en su sitio mientras nosotros alcanzamos el nuestro y nos mantenemos, serenamente, en él. El ātman universal nos lanza un mensaje que no todos pueden escuchar, es necesario afinar el oído para descifrar el “rumor”: solo en la soledad, en la serenidad y en la meditación, podremos continuar conservando el aliento desde el cual el mundo se abre para nosotros.
Ese mundo en tanto totalidad originaria, de la que nosotros somos unos simples partícipes, no se abre en la velocidad de nuestro movimiento, en la frecuencia de nuestros viajes, en la acumulación de recursos, sino en la posibilidad de respirar, en la posibilidad de vibrar (schwingen), de resonar en armonía (einschwingen) con esa totalidad originaria. El mundo se abre cuando desde un temple de ánimo fundamental (Grundstimmung) podemos explorar la amplitud de su horizonte sin la necesidad de viajar a más de mil kilómetros por hora.
Los medios hablan de tres soluciones a la crisis: 1) Una vacuna, 2) Una supuesta inmunidad universal ante el virus o 3) Una transformación radical de nuestro modo de vida. La segunda resulta descartada por su escasa probabilidad de éxito, el riesgo que supone y el prolongado tiempo que requeriría. No obstante, una buena parte de esa entusiasta juventud democrática reclama esta variante bajo la excusa de que no se les pongan más límites a sus libertades de movimiento, mientras que, entre ellos, presumen la fortaleza de su sistema inmune. La comunicación digital ahora parece insuficiente para esos que hace un mes no podían escuchar al otro porque estaban absortos en sus dispositivos móviles. Pero si hace un mes no podían escuchar al prójimo ¿cómo pensar que puedan escuchar ahora el rumor silente del ātman universal que los impele al recogimiento? ¿Cómo podrán recogerse aquellos que nunca han estado un minuto en silencio consigo mismos? ¿Cómo pueden aceptar estar solos aquellos que nunca han estado en soledad? ¿Cómo pueden presentir el aliento aquellos que solo han utilizado agitadamente su sistema respiratorio?
La mayoría se decanta por la primera opción. Una acelerada carrera para producir la vacuna en el menor tiempo posible congrega a científicos de todos los rincones del planeta. Se saltan las pruebas con animales -quizás también como imperativo del ātman, cuyo aliento vibra por igual en cada modo de ser- y sus prematuras pruebas las colocan directamente en seres humanos. Los gobiernos “alientan” a que todo volverá a ser como antes y la mayoría de las personas reciben gratis este consuelo que los coloca en la disposición de esperar el tiempo que sea necesario por la llegada de este bendito pinchazo. En un gesto de superioridad pretendemos colocarnos nuevamente por encima del ātman universal y subordinarlo a nuestros imperativos técnicos, a la prepotencia de nuestro ego in-finito, porque nunca hemos sido capaces de asumir nuestro carácter fáctico, finito y frágil. La vacuna es la victoria que todos esperan, la imposición de la voluntad de poder, el autocratismo de la voluntad humana que bajo la figura de la tecnocracia científica procura retomar su centro como voluntad universal. En cualquier caso, esta sería solo una solución transitoria, la conquista de una pausa en la que escasamente podríamos prepararnos para enfrentar al siguiente enemigo.
Sobre la tercera opción muy pocos hablan, porque la mayoría no escucha. Es la posibilidad más efectiva, porque no nos cubriríamos frente al enemigo -como con la vacuna-, sino que este se autoaniquilaría a sí mismo para dar paso a la sintonía originaria del ātman universal. Recientemente un médico español expresó su deseo de que el mundo no volviera a ser como antes, en contra del lastimero y consolador discurso del monarca que instaba a cumplir las medidas para que todo…volviera a ser como antes. Yo complemento el argumento del médico español con lo siguiente: lo que necesitamos es que el mundo justamente vuelva a ser como antes, si entendemos este antes como la decisiva originariedad de la sintonía anímica universal. ¡Ojalá esta sea una ocasión para recobrar esa sintonía! Para derribar nuestros prejuicios, desestructurar nuestros esquemas significativos y renunciar a la prepotencia de la racionalidad técnica, potenciando nuestros vínculos afectivos, no solo con el prójimo, no solo con nuestro alter ego, sino con el diferente, con el otro frente al cual se abre un abismo y, sobre todo y mucho más originariamente, con esa pluralidad de modos de ser que no solo se resumen en esa caricaturesca Humanitas.
El enemigo no ha hecho un llamado a la muerte, sino a la vida en el sereno recogimiento de nuestro espíritu. ¡Hoy es más importante que nunca respirar! Depongámosle la “corona” al Covid-19 contribuyendo a mantener el aliento originario -el ātman– mediante la sintonía de nuestros vínculos anímicos. El Buda lo sabía, Jesús de Nazaret supongo que también: solo el que respira en sintonía con el ātman puede alcanzar la trascendencia originaria.
¡Solo el que respira siente!
Excelente artículo viniendo de una mente brillante.
Elena Urraca, España.