Foto Hang In There, por Ayşegül Altınel.
La marcha silenciosa del coronavirus ha dejado el sabor amargo de un cambio abrupto en la sociedad. No solo el sabor, también ha perpetuado una imagen apocalíptica que deja tras de sí ansiedad e incertidumbre ante el recuerdo de un modo de vida anterior. Como lector activo y de ojo crítico, la humanidad se interroga qué pasará a continuación, cuáles serán los efectos colaterales. Por consiguiente, la voz de expertos, gobernantes y especuladores, más el ruido mediático que arrastran consigo, no ha tardado en diseminar el terror de convivir con el virus y la necesidad de viabilizar una teoría conspirativa que explique las consecuencias de estrenar la nueva normalidad.
En un irregular efecto dominó, Asia y Europa han descongelado paulatinamente sus naciones del encierro. Este movimiento arriesgado pone en la mira el peligro de un rebrote, pero también sitúa en el centro de atención asuntos de otra índole. Esta será la otra pandemia real: el estado de caos y desconcierto que puede generar la nueva circulación. Un paso en falso sería pretender un pronóstico con certeza respecto al devenir futuro, no obstante, algunas aproximaciones pudieran inferirse. La crisis desatada por el coronavirus hace notar a la sociedad contemporánea como una institución de salud mental que dicta la normativa de lo cotidiano. Así, bajo un supuesto nuevo modus operandi, se expresa simbólicamente el retorno a un estado ideal de las cosas.
Aunque la apertura social orbita en torno al cumplimiento de distintas fases, el espíritu dominante atiende a que se apure el cambio. La conmoción por restaurar el sistema mundial a enero de 2019, agregará nuevas pinceladas al tenue sentido de la percepción del ciudadano. Con regocijo será recibido el regreso a las escuelas, a los amigos, a las playas y a todo espacio público que legitime el imperio de lo social. La psicología podrá consignar algunos tratamientos, la sociología hará un estudio de campo, e incluso la filosofía se jactará de haber escudriñado algunos vaticinios, pero ninguna tendrá la capacidad para diagnosticar y mucho menos frenar la avalancha de acontecimientos y de actitudes que provocará el retorno a lo mismo.
El semblante vulgar y los excesos postmodernistas volverán a pautar el arte y el lenguaje. Son ellos los verdaderos moderadores y la fuente de inspiración en el espectáculo del mundo post-Covid. Las extravagancias artísticas, los realities, la recreación del antes y el después, las nuevas expresiones y todo fenómeno que consolide la industria del entretenimiento, será recibido en su repatriación y completo esplendor. En la memoria permanecerán aquellas imágenes de la titánica tarea de desprejuiciar a un público aliado del gel antibacterial, y convidarlo al hacinamiento de un teatro, una biblioteca o un cine.
Interpretar la nueva normalidad conduce a pensar con sumo cuidado cómo el tiempo de reclusión puede haber lacerado el ideal de libertad. Sin embargo, nada impide que aun de vuelta a la supuesta normalidad, la humanidad continúe bajo las mismas condiciones de encierro. Lo mismo ocurrirá con la libertad de expresión, que seguirá siendo noticia y necesidad en unos medios de comunicación tan sumisos como rebeldes. En este camino es probable que el pensamiento crítico perpetúe su inercia en la población y solo unos pocos ponderen el sapere aude. Pero esto es solo una punta del iceberg, la verdadera complejidad inicia cuando las principales aristas sociales confluyan.
El espectáculo político retomará el lugar que le corresponde en los escenarios electorales; en noviembre próximo está el mejor ejemplo. Nuevamente los periódicos expondrán faroleros candidatos a presidentes que cantan y bailan, votos manipulados, elecciones fraudulentas, golpes de estado, ascenso de la derecha y promesas en el aire. Claro, en este contexto, la democracia seguirá colgada en la muralla de la utopía.
La nueva normalidad seguirá legitimando un santuario para el poder, tal como lo venía haciendo antes su predecesora la sensatez. Mientras cientos de economías tocan fondo, los sistemas políticos a los que responden se mantendrán agonizando en pie. Las crisis financieras proliferarán con mayor intensidad, pero antes se saldarán, de modo conciliador, las cuentas pendientes con las altas cifras de desempleo, inflación y fuga de capitales. El consumismo desmedido y alienante seguirá siendo la mejor droga del mercado capitalista, y dada la debacle económica actual, es probable que pase de una supuesta moda a una masificación estratégica.
La inmigración, en las nuevas condiciones, tendrá el privilegio de definirse como el delito más popular y severamente castigado: ante los escandalosos niveles de desconfianza y desconocimiento, cualquiera puede ser portador del virus. Es así como las fronteras empezarán a jugar su nuevo rol, no solo se catequizarán como zonas de riesgo, sino que además serán las próximas prisiones preventivas.
El compromiso ético con nuevos valores conservará su estatus anterior de vacío legal. Si ya se han dejado morir a cientos, ¿qué tanto representan unos pocos más? A los ojos del prójimo el cinismo se puede seguir potenciando aún, y la vista gorda a los asuntos humanitarios se puede establecer como práctica regular. La solidaridad y la cooperación solo aparecerán como de costumbre, ante las situaciones límites en que el ser humano reacciona. Aunque la lucha por el racismo ha tomado otra connotación, permanecerá junto a la homofobia y la desigualdad de género, en el pedestal de rechazo que tantas alabanzas han construido.
El mayor suceso de la nueva normalidad será el quiebre del envoltorio cristalino en el cual la naturaleza ha resistido estos meses de confinamiento. De vuelta a la unión con un ventilador artificial, seguirá la madre natura junto a sus ecosistemas planetarios, su riña permanente por conseguir un soplo de vitalidad. El daño ecológico tendrá su más destacado rebrote con un número ilimitado de casos.
La nueva normalidad como concepto, como ficción y como ideología práctica, habla de una gran estrategia llena de contradicciones. Pese a que la OMS no ha puesto fecha límite para la desescalada, la nueva normalidad puede tocar a la puerta mañana, ahorita o en unos instantes. Si se observa con detenimiento, el castillo de naipes de la nueva normalidad, se desploma minuto a minuto (es una lucha interna entre el no ser y el ser). Los datos arrojan que pocas cosas habrán cambiado de enero de 2019 hasta la actualidad. El mayor descubrimiento no será la vacuna que contrarreste los defectos respiratorios del coronavirus, sino el reencuentro con una sociedad que se creyó podría lograr un cambio de actitud frente a su propio reflejo.