“La Náusea no se encuentra en mí; la siento allí, en el muro, en los tirantes, en todas partes al mi alrededor. Se funde con el café, soy yo quien está en ella.”
Jean Paul Sartre (La Náusea)
Hay momentos en la historia universal, por ironía o fatalidad, en que a la humanidad le ha tocado vivir en carne propia sus fantasías más oscuras. Así, en los últimos años, los medios de comunicación global han jugueteado con ideas apocalípticas como meteoritos destruyendo la tierra, invasiones alienígenas, teorías de conspiración, catástrofes mundiales llenas de acción y entretenimiento; un final plausible para un público ávido de acción y novedades. El apresurado mundo contemporáneo solo puede imaginar una catástrofe acelerada y a toda velocidad, al igual que esas películas de acción donde todo nuestro mundo se desintegra en cuestión de una hora y media. Sin embargo, hoy vivimos tal vez una prueba que nada tiene que ver con la velocidad a la que estamos acostumbrados, el mundo contemporáneo pierde celeridad y la humanidad cada día se hace más silenciosa; así como podemos encontrar en informes de geólogos donde afirman poder escuchar el silencio de la humanidad en pandemia. La tierra “vibra” menos, y todo el “ruido” humano se desvanece en estos días; como si la humanidad tomara un descanso de su ajetreada actividad. Las calles y plazas solitarias se vuelven fantasmales y las avivadas noches de la ciudad revelan una inicua sensación de calma. Como si millones de personas contuvieran el aliento y cerraran los ojos esperando que todo pase rápido, soñando que la normalidad llegará en cuestión de días.
Este “silencio” forzado está ralentizando la propia respiración y los latidos de la sociedad contemporánea; así como un organismo vivo que entra en estado de recogimiento ante una dolencia. Las calles vacías trasmiten esa sensación nihilista, donde la humanidad deja de ser esencial al mundo, donde todas las cosas, el pavimento, el banco del parque, los árboles y las señales de tránsito hablan de un mundo dormido, una sensación de recogimiento que impregna las cosas. La velocidad, lo efímero, el desplazamiento y la simultaneidad que definen el principio del siglo XXI comienzan a atenuarse, el mundo fluido encuentra ahora fronteras nacionales. La productividad de bienes básicos está ganando relevancia, las fábricas de productos “olvidados” como telas, alcohol, instrumentos médicos, guantes, productos higiénicos están en auge. La conectividad, la ramificación del capital se detiene en ciertos reglones, mientras se mueve ahora continuamente hacia otros aspectos de la vida más privados, más domésticos, más individuales. El tiempo pierde ligereza y los días se hacen lentos, el capitalismo “líquido” de Bauman baja en niveles de productividad y de “liquidez”. El tiempo cambia de ritmo y el sujeto se confina a un mundo en recogimiento, esperando al próximo despliegue acelerado del capital. En el principio del siglo XXI se establece una problemática, el sujeto contemporáneo ahora tiene que ser capaz de asumir su estancamiento, de incubar su velocidad para periodos futuros, de seguir esta dinámica de letargo. La necesidad de estar anclado, estable y confinado se combina como una exigencia objetiva de una modernidad que reduce en velocidad.
El ruidoso mundo que existía a fines del 2019 se desvanece por un futuro más silencioso, precavido y prudente; nace la exigencia de adaptarse a las condiciones nuevas. El sujeto actual no puede arraigarse al contacto social permanente, ni debe aspirar a hacerlo; siempre debe estar dispuesto a abandonar y apropiarse de nuevo de esta objetividad de control. Moverse se convierte en un peligro y los espacios públicos se vuelven sitios de prudencia, vigilancia y cautela. La sociedad gira más lento y el silencio sobrecoge las avenidas.
La humanidad libra una guerra, no como esas películas de acción de Hollywood, esta es una guerra de resistencia, de paciencia y de silencio. La capacidad de esperar, la producción sostenida de bienes mercantiles y el reforzamiento de los discursos nacionalistas comienzan a tomar posesión de nuestras vidas. La velocidad, la simultaneidad responden a la nueva temporalidad moderna. Bauman nos recuerda a aquellas premisas kantianas del espacio-tiempo. Lo espacial, como lo temporal son aquellas condiciones de posibilidad de la experiencia, formas internas y externas al mismo tiempo en el sujeto. En la medida en que la subjetividad se relacione con el espacio y el tiempo emerge la experiencia humana. Nuestra experiencia del espacio y el tiempo social cambiará en los próximos meses. Los espacios públicos dejan de tener un sentido de encuentro. Las largas aglomeraciones se disipan, los espacios se hacen más grandes, más distantes; el control del movimiento nos recuerda que nuestro cuerpo forma parte de un sistema; una organización viva que reconfigura cada elemento en función de la crisis. La administración del tiempo, su simultaneidad responde a una permanente reclamación de una espera, de una disipación.
En esta guerra, el tiempo puede ser un arma, una herramienta, para la contención de la pandemia; las sociedades modernas han condicionado el tiempo social en función de sus actividades. De igual modo, hoy el tiempo, su transcurso, es objeto de estudio de epidemiólogos y economistas. La estrategia de cómo administramos socialmente el tiempo puede ser un valioso recurso para enfrentar los contagios masivos. Hoy los ciclos productivos y económicos de muchos países miran el escurrir del tiempo, de la curva de contagio y con ello sincronizan valores de venta y compra de recursos mercantiles. Así, de este modo, el tiempo es administrado, controlado en función de las necesidades sociales,
Es bien sabido que Benjamín Franklin proclamó que el tiempo es oro; podía hacer esa afirmación con toda confianza, porque ya había definido al hombre como “animal constructor de herramientas”. Resumiendo, la experiencia de otros dos siglos, John Fitzgerald Kennedy pudo aconsejar a sus compatriotas, en 1961: “debemos usar el tiempo como herramienta, no como un diván”. El tiempo se convirtió en oro una vez que se convirtió en herramienta (¿o arma?) (Bauman, 2004, p. 120)
La modernidad se apropia del tiempo como un recurso, lo administra en función de la producción. El tiempo, al igual que el trabajo, se mide, se cataloga y se genera ganancia en torno a su consumo. En algunos aspectos el tiempo también se ha convertido en algo que se consume; desde una consulta psicoanalítica, hasta la conexión de internet. El tiempo ya es un recurso de la objetividad moderna. Hoy en día nuestra subjetividad apuesta a futuro, todos sueñan con el fin de una crisis que todavía no da inicios definitivos de mejorar. La sociedad contemporánea muestra signos de cambios, de distanciamiento, letargo, enfriamiento, establecimiento de ciclos cerrados, herméticos; la biopolítica se asoma en nuestras vidas y se vislumbra un serio control sobre nuestro movimiento, sobre nuestros gestos, palabras; hoy con mascarillas en el rostro sea tal vez el inicio de un largo trayecto de silencio y de recuerdo de aquellos días bulliciosos que no regresarán tal vez en años.
La sociedad no puede dejar de palpitar
Es claro que, para cualquier sociedad, la producción de bienes básicos no puede ser detenida ni por un día. La humanidad, y con más énfasis la modernidad como nuestra etapa histórica, no puede dejar de producir y crecer. No cabe duda de que es todo un reto hoy en día esta ralentización de la actividad social. Pero, aun así, las sociedades modernas para superar la crisis no pueden parar de producir bienes, algo tan sencillo como sembrar tomates o transportar mercancías de una ciudad a otra en estos días se vuelve tan importante como un problema de seguridad nacional. Queda claro para economistas, políticos y ciudadanos que hoy más que nunca dependemos de sectores básicos de producción; la sociedad se muestra en su conjunto orgánico y la productividad sostiene ese “mundo” al que ansiamos regresar después de la pandemia.
Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse en un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que es lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres. Y aun cuando la vida de los sentidos se reduzca al mínimo, a lo más elemental, como San Bruno, este mínimo presupondrá siempre, necesariamente, la actividad de la producción. (Marx, 1992, p. 159)
El dilema que hoy viven muchos gobiernos y sociedades es torcido, por un lado, las sociedades contemporáneas que prolonguen mucho su letargo económico sufrirán de forma inestimable al punto de afectar seriamente la vida de miles de personas, tal vez llegando al nivel de hambruna en algunos países; de igual modo los gobiernos que obvien las medidas de restricción de la actividad social sufrirán muertes por contagio y colapsarán sus sistemas de salud. De forma independiente a la acción que se tome y las consecuencias que sucedan; la producción no puede detenerse y si la sociedad deja de latir productivamente podemos de forma literal esperar consecuencias nefastas en nuestra historia contemporánea de proporciones bíblicas.
Esto nos lleva a la conclusión de que, hacia finales del 2019, cuando aún ni de lejos imaginábamos que reinaría el silencio en las calles y estaríamos confinados en nuestras casas como en los tiempos medievales de la peste; gritábamos, mientras gozábamos de nuestra vanidad histórica, que vivíamos en un mundo en crisis, por sátira o el destino apenas jugueteábamos con la verdadera noción de una crisis global; una experiencia universal que apenas asoma en nuestras vidas y probablemente tardemos años en superar.
Bibliografía
Acanda, J. L. (2012). Modernidad, ateísmo y religión. La Habana: Editorial Centro Cultural San Juan de Letrán.
Bauman, Z. (2004). Modernidad Liquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
BBC. (2020). Coronavirus: cómo las medidas contra la pandemia están causando que la Tierra vibre menos. Retrieved from www.bbc.com/mundo/amp/noticias-52177361
Marx, K. (1973). La ideología alemana. Moscú: Editorial Progreso.
Marx, K. (1992). La cuestión judía y otros escritos. Ciudad de México: Editorial Planeta De Agostini, S. A.
Sartre. (2012). La Náusea. México, D.F.: Editorial Tomo.
Zizek, S. (2003). El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Editorial Siglo Veintiuno Editores.