Aquel que calificaba a Prometeo como el santo y mártir más sublime del calendario filosófico, porque se sacrificó para darle fuego a los hombres, quizás no estaba consciente de que, por el planeta, y no en el Olimpo griego, andaba ya, de carne y huesos, alguien que no fue santo ni mártir pero que la historia reconocería como el Prometeo de Tréveris.
El hegelianismo en tiempos del joven Marx, especialmente en sus estudios universitarios, fue el sistema filosófico de la época; incluso llega a convertirse en la ideología oficial del Estado prusiano de Federico Guillermo.
Este gran movimiento filosófico se desarrolla en Berlín desde 1835 hasta 1844, dando lugar a un grupo de estudiantes y profesores universitarios conocidos como los neohegelianos, hegelianos de izquierda o jóvenes hegelianos, seguidores del filósofo alemán Jorge Guillermo Federico Hegel, del cual Marx forma parte poco tiempo después de su llegada a la Universidad de Berlín.
Entre sus principales integrantes, además de Marx, se encontraban Bruno Bauer, Ludwig Feuerbach, Karl Friedrich Köppen, Arnold Ruge, David F. Strauss, Moses Hess, Adolf Rutenberg, Eduard Meyen, Max Stirner, y su gran amigo Federico Engels. Muchos de ellos pertenecieron al Club de los Doctores, donde Bruno Bauer ejercía como el verdadero jefe de los hegelianos.
El joven Carlos Marx matricula la carrera Derecho el 22 de octubre 1836 en la Real Universidad “Federico Guillermo” de Berlín. Un año antes, había iniciado estudios de Jurisprudencia en la Universidad Renana de Bonn, para complacer a su padre Enrique, pero la abogacía no era su gran motivación, por eso al trasladarse a Berlín asiste más a las lecciones de Filosofía que a las de jurisprudencia.
Su conversión al hegelianismo fue descrita, con apasionantes palabras, por el propio Marx (19 años) en carta enviada desde Berlín a su padre el 10 de noviembre de 1837:
Una cortina había caído, mi santuario estaba demolido y había que instalar allí nuevos dioses. Si antaño los dioses habían habitado por encima de la tierra, hogaño habían devenido su centro.
Mi última frase era el comienzo del sistema de Hegel (…) este trabajo [realizado] me llevó, como una sirena pérfida, a los brazos del enemigo. (…) el despecho que me roía por haberme visto obligado a hacer de una concepción, que me era odiosa, mi ídolo, me pusieron malo. Durante mi indisposición había leído a Hegel de un cabo al otro y me había familiarizado con la mayoría de sus discípulos.
(…) comprendí que sin filosofía era imposible alcanzar mi propósito.
En efecto, la filosofía de Hegel se había entronizado en aquella Universidad mucho más que en vida del fundador. Aunque el joven Carlos rechaza la institución, en un primer momento, por la dolorosa separación del amor de su vida, Jenny de Westfalia, y por los duros señalamientos del padre. Reduciendo la costumbre de relacionarse con el mundo exterior a las cuatro paredes del cuarto, entre el desorden y las cartas de amor de Jenny, Marx direcciona sus lecturas hacia el padre del idealismo alemán y al arte de razonar lo abstracto, para continuar su incansable lucha por conquistar la verdad. Cambiaba la obligación del deber ser por el amor a la sabiduría.
En una época donde el sistema político, así como el idealismo filosófico de Hegel le venían como anillo al dedo al Estado prusiano, en la forma de gobierno ideal como la razón absoluta y el fin supremo de cada individuo. La alianza pactada entre la filosofía de Hegel y el Estado de Federico Guillermo no era más que un matrimonio de conveniencia; ciertamente, esto no era culpa del sabio pensador. Ello contrastaba con el método dialéctico que como filósofo profesaba. Intentó demostrar que en todo se manifiesta la Idea absoluta como inmanencia de Dios en el Universo.
La vaciedad de la sociedad berlinesa influyó notable en el grupo de jóvenes hegelianos que con el tiempo se fue radicalizando hasta que se produce una profunda escisión. Marx, en sus años como neohegeliano, teniendo en cuenta que incursiona a finales de 1837 y se doctora en 1841, pasa de una filosofía reaccionaria oficialista a la contundente crítica de ésta, llegando incluso a refutar al gran Hegel, para llegar a una filosofía revolucionaria sin precedentes en la historia.
Lo que no se puede negar es la fuerte influencia que recibió Marx de la filosofía de Hegel y su método dialéctico para entender el mundo. Muestra de esto, es su tesis doctoral Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y de Epicuro, donde analiza mediante la lógica dialéctica hegeliana la física de Epicuro, para así obtener las diferencias con respecto de la física de Demócrito; por solo citar uno de sus primeros trabajos fuertemente influenciado por el hegelianismo.
Toda la obra de Marx se basa en el método dialéctico. Al respecto, en su obra cumbre El Capital afirmaba que en Hegel “la dialéctica aparece invertida, puesta de cabeza. No hay más que ponerla sobre sus pies, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional”.
Aquel que calificaba a Prometeo como el santo y mártir más sublime del calendario filosófico, porque se sacrificó para darle fuego a los hombres, quizás no estaba consciente de que, por el planeta, y no en el Olimpo griego, andaba ya, de carne y huesos, alguien que no fue santo ni mártir pero que la historia reconocería como el Prometeo de Tréveris.
Comenzaba así, para aquel joven, el difícil camino en el universo del pensamiento, pero esta vez no sería un pensamiento elitista de academia, sino un original pensamiento de utilidad social que por primera vez se alzaría por encima del señorío burgués para sentar las bases de la futura emancipación de los oprimidos.