La humanidad, si quiere merecer su nombre, debe organizar en común su defensa contra todos los crímenes internacionales, levantar un dique seguro y castigar de verdad a todos los asesinos de los hombres y los pueblos.
Ivo Andrić
Si un árbol cae: Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes es un libro que combina lucidez y sensibilidad. Esta obra maestra, escrita por Isabel Núñez me ha tocado los nervios. Y, como por arte de magia, ha logrado lo que cinco libros académicos apenas me han logrado explicar.
Las Guerras Yugoslavas es uno de esos temas sobre los que todos tienen algo que decir, casi siempre desde el desconocimiento y la ignorancia. Sin embargo, aún queda mucho por investigar, especialmente en lo que respecta a la violencia desatada que quebró la relación entre pueblos que habían cohabitado como vecinos durante décadas.
El libro de Isabel, originalmente publicado en 2008, se inspira en la obra de Hannah Arendt y también lleva la impronta filosófica de otros autores interesados en el tema de la violencia y la creación del mal.
Una influencia clara en la obra de Isabel Núñez es la autora croata Slavenka Drakulić, cuyo libro No matarían ni una mosca: Criminales de guerra en el banquillo resultó ser uno de los pilares de investigación para la creación del cuestionario que Núñez utilizó.
Permítanme hacer una breve digresión, ya que creo que la manera en que Slavenka comienza su libro ilustra de manera vívida la magnitud del problema en los Balcanes, el cual Isabel intentará comprender:
«Érase una vez, en un lugar lejano de Europa, detrás de siete montañas y siete mares, un hermoso país llamado Yugoslavia. Sus habitantes pertenecían a seis nacionalidades distintas, tenían tres religiones diferentes y hablaban tres lenguas distintas. Eran croatas, serbios, eslovenos, albaneses, bosnios y macedonios, pero todos trabajaban juntos, iban juntos a la escuela, se casaban y vivieron en relativa armonía durante cuarenta y cinco años».
Todo esto fue así hasta que un día, el horror se desató, la vecindad se convirtió en asesinato, violaciones y limpieza étnica, dando lugar a crímenes de guerra.
¿Cómo fue posible que aquellos que hasta entonces eran vecinos y amigos participaran en tales actos? ¿Cómo es posible involucrarse en crímenes de guerra y aprobarlos? ¿Por qué los intelectuales fueron precisamente los agentes ideológicos que sustentaron el nacionalismo? Estas son algunas de las interrogantes cruciales que atraviesan el libro.
Los lectores descubrirán que las respuestas son diversas. Por ejemplo, según Svetlana Slapšak, una de las autoras entrevistadas, «en 1986 se forjó la primera alianza y algunos intelectuales comenzaron a promover un discurso nacionalista». Sin embargo, para la mayoría de los entrevistados, ese discurso se convirtió en una justificación de procesos mucho más complejos.
Es por eso que, aunque el objetivo declarado de la obra es comprender todo el conflicto en los Balcanes, sus páginas van más allá de esta intrincada y compleja situación. En este contexto, Nuñez entrelaza las voces de los protagonistas para tratar de entender por qué la crisis ha asolado la región durante varias décadas.
Según la autora, esta podría ser «la única guerra en la historia planeada y dirigida por escritores». Por lo tanto, debido a la implicación directa de escritores en la construcción del discurso oficial, fue no solo lógico sino también necesario utilizar las voces de una veintena de intelectuales que de una u otra manera vivieron el conflicto.
«…los escritores han desempeñado un papel especial en la guerra de los Balcanes y la fragmentación del país; no han sido meros observadores sino actores principales, desde el Memorándum (tristemente famoso) de la Academia de las Ciencias y Artes de Serbia que marca el inicio del conflicto, o los personajes “individuales y cargos políticos (Milošević y su mujer, Mira Marković; el que fue presidente de la República Srpska Radovan Karadžić, su ministro de Información Miroslav Toholj, Franjo Tudjman y tantos otros). Y también los que se opusieron a la locura y fueron perseguidos».
Por esta razón, el libro está organizado en poco más de 23 capítulos, y en cada uno de ellos, la investigadora utiliza principalmente entrevistas como fuente. Lo destacado es que Isabel también incorpora el ensayo y la crítica literaria en su investigación. Se basa en un sólido marco teórico y presenta una redacción excepcional. No muestra temor alguno a la hora de plantear preguntas o de acercarse a los contemporáneos, ni a la hora de explorar las dolorosas verdades y testimonios que se ofrecen.
La lista de entrevistados incluye a Ferida Duraković, Marko Vešović, Ozren Kebo, Igor Štiks, Roman Simić, Nenad Popović, Zoran Ferić, Jadranka Pintarić, Grozdana Cvitan, Svetlana Slapšak, Andrej Blatnik, Vule Žurić, Igor Marojević, Dušan Veličković, Dubravka Ugrešić, Slavenka Drakulić, Aleksandar Hemon, Aleš Debeljak, Simona Škrabec, Jasmina Tešanović, Vladimir Tasić, Migjen Kelmendi, Shkelzen Maliqi y el infame Miroslav Toholj.
Sin embargo, quizás la fuerza fundamental del texto no radica únicamente en el testimonio en sí, como en su relevancia.
Los lectores familiarizados con esa realidad notarán que lo expresado por Isabel y los demás intelectuales, tanto víctimas como perpetradores, ha evolucionado superficialmente, dando lugar a sociedades disfuncionales que han transformado esas narrativas en otras más sofisticadas y cínicas. El conflicto actual entre Kosovo y Serbia es un ejemplo de esto.
De esta manera, las Guerras Yugoslavas, como la autora sugiere acertadamente, no es un proceso concluido. Bajo la superficie de la violencia manifiesta, se esconden numerosos problemas que contribuyeron al discurso bélico y que hoy en día siguen respaldando el patriarcado, la violencia política, el debilitamiento de las instituciones democráticas, la corrupción, el asalto a los medios de comunicación y, una vez más, el nacionalismo.
Lamentablemente, como dice Dušan Veličković en su entrevista, «la conciencia de todo es el único camino» para la resolución definitiva de estos conflictos interétnicos. Sin embargo, en muchos de los países de la ex Yugoslavia y especialmente en Serbia este proceso ha sido aletargado por actores políticos, académicos y religiosos.
Para algunos de los entrevistados, estas guerras no fueron más que manifestaciones de conflictos por el poder y el territorio. Para otros, también se dirigieron contra las mujeres: mujeres violadas, secuestradas y esclavizadas. A esto se suma la idea de que se desencadenó un conflicto intergeneracional, histórico y, por supuesto, religioso.
Algunos contemporáneos ven la falta de una historia crítica y una reflexión responsable sobre el pasado como una de las condiciones que posibilitaron la fractura en los años 90 y que sigue amenazando con reabrirse. Por último, pero no menos importante, está la responsabilidad de Europa.
Citando a Slavoj Žižek y Zupančić, Núñez nos recuerda que «Europa Occidental había mantenido viva la herida de Sarajevo, preservando la ciudad como ‘un cadáver viviente’, una víctima eternizada en su sufrimiento».En última instancia, los Balcanes han funcionado y siguen funcionando como un «Otro yo de Europa, el reverso salvaje que garantiza que nosotros somos civilizados».
Todos estos niveles y discursos sobre la guerra señalan un asunto aún más profundo: la primera víctima de la guerra es la verdad. Sin embargo, seríamos ingenuos si creyéramos que, tras los acuerdos de paz, se garantiza su restitución.
Creo que Marko Vešović da en el clavo cuando describe el asedio a Sarajevo, el mundo de la posguerra y la verdad como tabla de salvación:
«Me doy cuenta de que la clave era que todo era verdad. Mientras que ahora vivo en un mundo donde nada es verdad…La vida cotidiana consistía en protegerse y huir del sufrimiento. Puro sufrimiento. Ninguna mentira. Intentábamos mitigar el sufrimiento. La gente estaba en cierto modo desnuda y se veía todo claro. Y esa sensación de ser humanos vivos es muy intensa».
Isabel Núñez
Isabel Núñez (1957-2012) fue una polifacética autora que se destacó como escritora, traductora y crítica literaria. Sus contribuciones en el ámbito de la crítica fueron publicadas en prestigiosas revistas como La Vanguardia Cultura/s, Letras Libres y Metropolis. Además, ejerció como profesora en el posgrado de Traducción en la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
Entre sus obras destacadas se encuentran Crucigrama (Barcelona, h2o, 2006), La plaza del azufaifo (Melusina, 2008, con prólogo de Enrique Vila-Matas) y la obra reseñada aquí. Asimismo, mantuvo un blog titulado Crucigrama.