Toda civilización oscila entre dos variables contrapuestas y dependientes entre sí, imprescindibles a la vida social compleja: el orden-ritual, y el caos-creatividad. La primera es necesaria para la estabilidad de los grandes agregados de individuos humanos de intereses no coincidentes, en los cuales la libertad de cada cual necesariamente interfiere con la del vecino, y en que en la mayoría de los casos esa interferencia ocurre con humanos a los que ni tan siquiera se ha visto personalmente alguna vez. La segunda, porque es la creatividad la que asegura el caudal de posibles soluciones a los irregulares desafíos que el medio natural le presenta a la civilización dada.
El asunto está aquí en que, si bien se necesita de cierto orden para que prospere la creatividad, cuando el orden excede cierto límite las variables, inexorablemente se relacionan entre ellas de manera inversa proporcional: a más orden, menos capacidad creativa en la sociedad en cuestión. Mientras que a su vez la relación inversa no es recíproca: la creatividad nunca promueve por sí misma ni tan siquiera la mínima cantidad de orden que es imprescindible para su propia existencia.
Esta última relación nos pone ante las preguntas: ¿Cómo se pueden ordenar agregados humanos cada vez mayores, masivos, si la creatividad pura siempre va contra el orden? ¿Cómo pudieron surgir las primeras rígidas civilizaciones que conocemos, con sus millones o sus decenas de millones de individuos apretados en rebaños, a partir del humano mucho más libre y creativo de la barbarie o el salvajismo? Porque sin lugar a duda ese primer salto humano hacia la masividad social fue necesariamente dado en detrimento de la libertad y la capacidad creativa humana.
Las primeras sociedades humanas masivas solo pudieron estructurarse, tras el descubrimiento de la agricultura en una etapa anterior, en medios naturales altamente regulares, en los cuales se necesitaba poco o nada de la habilidad humana de adaptarse a nuevas e inesperadas condiciones. Solo en un medio así, en que no se necesitaba de la creatividad, sino solo dejarse llevar por las regulares, abundantes cosechas, y por la natural capacidad humana de adaptarse a lo no hostil, de medrar y crecer demográficamente, pudo darse el salto de la barbarie a la civilización.
Por tanto, las primeras sociedades humanas masivas solo pueden darse en los márgenes de los ríos de crecida regular anual[1]. En donde se concentraron los humanos de los alrededores a medida que, tras el final del último período glacial, los terrenos en torno de ellos comenzaron a cambiar con rapidez. Por tanto, las primeras sociedades masivas no son consecuencia de la creatividad humana, de algún Gran Legislador inicial, sino de la presión de un medio ambiente en cambio, ocurrida a un determinado nivel de desarrollo de la capacidad tecnológica de los hombres.
En las márgenes de esos ríos regulares la combinación del explosivo crecimiento de la población que se da de inmediato (crecimiento que ya no puede ser ordenado a los viejos modos de la barbarie), con el no haber necesidad de enfrentar grandes e inesperadas variaciones del medio; tenderá a ritualizar y dividir nítidamente las funciones humanas entre gobernantes, ideólogos (sacerdotes), trabajadores, organizadores (escribas), guerreros, o sea, esa combinación causará que se adopte la forma de orden masivo más elemental. Aquel que se logra mediante la asignación rígida de posiciones hereditarias bien determinadas. Por demás, el tipo de orden que natural e instintivamente tiende a adoptar la sociedad humana en un medio favorable, benigno, en que son las variables internas, sobre todo las innegables y naturales diferencias de unos individuos humanos con respecto a otros, las que determinan entonces la evolución del sistema social (en condiciones externas ideales las sociedades siempre tenderán a retroceder a la jerarquizada manada ancestral).
Estas sociedades son en consecuencia rígidas, de escasa o nula movilidad social, en que todos, desde el campesino hasta el sacerdote o el rey cumplen con una vida ritual. Enemigas acérrimas de la creatividad, como muy a las claras lo demuestra el que por casi 3000 años en Egipto se dibujara exactamente de la misma manera. Sociedades en que en apariencias son los ancestros quienes dominan a través de las tradiciones y costumbres, cuando en realidad lo es el medio natural, mediante los vaivenes regulares de un río.
Pero llegados a este punto, si antes hemos afirmado que al aumentar el orden se restringe la creatividad humana: ¿cómo es qué sin embargo la Historia ha sido testigo del paso de las ritualmente ordenadas formaciones asiáticas, al decir de Marx, a las caótico-creativas sociedades modernas occidentales? Lo cual solo alcanzaremos a responder cuando antes entendamos cómo la civilización se extendió más allá de las riberas de sus grandes ríos de crecida regular.
Sin duda son los adelantos técnicos quienes a largo plazo hacen posible establecer sociedades masivas fuera de las áreas de inundación de los grandes ríos de crecida regular anual. Aunque, reconozcámoslo, nunca tan masivas como en este último caso solo hasta hace, más o menos, 150 años.
Adelantos técnicos dados fuera de los estados rígidos y piramidalizados iniciales (la rueda, el carro, la metalurgia del bronce o el hierro, que permiten preparar suelos más compactos que los de las márgenes de los ríos de crecida anual), pero innegablemente inspirados por el deseo de seres humanos que viven en medios naturales para nada regulares y benignos de trasplantar a los mismos algunas de las consecuencias del orden y vida civilizada que ven vivir allí: por sobre todo la abundancia relativa.
Volvamos atrás para encarrilar aún más lo anterior en nuestro discurso: Tras el descubrimiento de la agricultura las primeras sociedades masivas se estructuran con relativa facilidad gracias a la capacidad humana de adaptarse a un medio muy favorable: a los paraísos originales de la desembocadura de ciertos ríos. Pero las que las sigan, fuera de esos paraísos, lo harán por imitación, por el deseo de los hombres que viven en los alrededores de esos ríos de alcanzar la abundancia y relativa seguridad de la vida civilizada. Sin ese estímulo de las primeras civilizaciones es muy poco probable que se hubieran dado fuera de ellas los adelantos técnicos que permitirían en el largo plazo habitar civilizadamente regiones no tan regulares como las márgenes de un puñado privilegiado de ríos.
Por supuesto que en estas nuevas locaciones, en que el medio es irregular, caótico, no cabe que el orden se establezca tan rígida, jerarquizada y hereditariamente. Para tener esperanzas de prosperar allí, la sociedad no puede organizarse en base a las jerarquías que sus propias tendencias atávicas imponen a toda sociedad que tenga el privilegio de no tener que preocuparse del medio en que vive. Por el número de desafíos que habrá de enfrentar, la sociedad que logre sobrevivir y prosperar en el medio irregular, caótico, solo será aquella que permita algún grado de movilidad social, y en que de una u otra manera se promueva el que ciertos individuos tengan la libertad de crear, y por tanto también la de criticar (sin crítica no hay creatividad, y en la manada ancestral la crítica es precisamente lo que se quiere evitar).
La crítica es algo imposible en aquellas sociedades rígidas y piramidalizadas en que absolutamente toda la vida humana se ha ritualizado, y sobre todo reducido a unos dogmas religiosos fijados por la escritura, que por entonces tiene por sobre un sentido mágico (en sus inicios la escritura no es que fije como recordatorio las leyes que mantienen el orden que se ha consensuado, sino que en un medio regular, en que es este quien en última instancia mantiene el orden, el dejarlo por escrito es para los hombres un acto que lo fija de modo mágico; sobre todo eso le parece a los humanos al leer lo escrito al cabo del tiempo y comprobar la implacable regularidad de lo fijado).
En comparación, en esas sociedades más allá del área regular habrá un grado mucho mayor de libertad humana; asociada a que en ellas, al no darse las condiciones para la ritualización de la vida, se ha conservado el humano primitivo en mucho de su vigor original: aquel humano más capacitado para enfrentar la adversidad y el acaso que su semejante atrapado en las estructuras totales de sociedades que, al crecer demográficamente demasiado a prisa en sus paraísos originales, se han tenido que obsesionar necesariamente con el orden. Aquel humano que conserva ese espíritu propio de quien caza, no del que siembra o administra lo sembrado, siempre según rutinas ritualizadas, que vive rodeado entre tantos hombres que no es capaz de ver más allá de los asuntos de los hombres entre sí, y por tanto no es capaz de vivir su relación con su medio ambiente. Es en definitiva, el humano que conserva el espíritu del cazador, de quien atisba los nimios detalles a su alrededor -esa rama quebrada, ese terrón de tierra que no ha quedado donde debería tras el paso de la fiera, que otea en la distancia esas ligerísimas variaciones de tono en el azul del cielo, allá sobre el horizonte mismo, del que sigue los olores de una fogata a kilómetros de distancia, los rastros de la presa- el humano, en fin, que está muy atento a su medio, a diferencia de ese otro adocenado que vive encerrado en un universo cultural edificado a base de rituales.
Sin embargo la realidad es que establecer sociedades masivas en medios irregulares no es un asunto de un día, ni de un milenio, aun para los humanos más creativos y libres que puedan pensarse. Las sociedades con pretensiones a masivas, que surgen más allá de los márgenes de los grandes ríos, no pueden alcanzar a vivir en mucho tiempo de los recursos de su medio natural irregular más que de un modo muy precario. En este primer momento de la andadura humana, los adelantos técnicos todavía no les permiten a esas sociedades el conseguir poner a producir sus medios naturales en una medida semejante a lo que sucede en las márgenes de los ríos cunas de la civilización (incluso esto no habrá de ocurrir hasta hace relativamente muy poco tiempo).
Con lo que nos encontramos con un segundo cuello de botella: después de haberse dado gracias a las bondades de un medio regular: ¿cómo sacar a la civilización de los márgenes de los ríos de crecida regular para extenderla por todo el planeta?
Sin lugar a duda en las sociedades que surgen en los medios irregulares periféricos a las civilizaciones de los ríos de crecida regular no se llega a tener de manera tan rápida los mismos niveles de prosperidad que en estas. Es evidente para sus habitantes que el lograrlo implica un camino largo, que en todo caso solo podrá completarse en un tiempo que excede con mucho la duración de una vida humana.
En esta situación, los habitantes de tales sociedades y medios, dotados de la siempre mayor plenitud humana aneja a vidas que no se viven según un programa ritual, sino abiertas a los cambios, al acaso, descubren pronto el camino más expedito para alcanzar los niveles de prosperidad a que aspiran: atreverse a conquistar a las sociedades piramidalizadas. Intento ante el que estas últimas, a su vez, por su anquilosamiento ritual, incluso cuando poseen números humanos decenas, o centenas de veces mayores, no tienen más que una capacidad muy limitada para oponer eficaz resistencia.
Las sociedades periféricas descubren pronto el atajo más fácil, en su camino hacia igualarse con el del centro civilizatorio propagador: vivir de la superioridad guerrera que les da su mayor libertad humana.
O sea, los humanos de esas sociedades toman el camino del menor esfuerzo hacia los altos estándares de la civilización. Y es que en definitiva les resulta mucho más expedito conquistar a las civilizaciones que construir en sus medios adversos versiones propias.
Aclaro que hablamos de un cuello de botella porque, tras la conquista correspondiente, la estructura general de Centro civilizador-periferia a civilizar, permanece invariable. La región conquistadora se mantiene en su pasar precario sobre su medio irregular; ahora con el inconveniente añadido de la despoblación real por la emigración hacia las orillas de río de muchos de sus habitantes[2]. Mientras que en el caso específico de la civilización asociada al río tampoco nada cambia en esencia. Si acaso el color de la piel y los rasgos de los actores sempiternos: las ovejas de abajo (campesinos, e incluso artesanos) muchas veces ni se enteran de los cambios, sin dejar nunca de producir cosecha tras cosecha, según los ritmos inalterables de sus ríos, al tiempo que las ovejas de arriba (reyes, faraones, guerreros, a veces, aunque muy raramente, los sacerdotes) son barridas y remplazadas por los hombres libres de la periferia. Quienes a su vez poco duran como hombres libres, ya que casi de inmediato, deslumbrados por la abundancia ahora a sus pies, tras generaciones incontables de carencias, los extranjeros conquistadores-nuevos jerarcas se dejan incrustar a sí mismos en el orden ritual ancestral, lo que muy pronto los convierte también a ellos en ovejas. Con lo que se transforman a su vez en fácil pasto para otros periféricos.
Lo descrito es la estructura esencial de los primeros sistemas proto-mundiales humanos, las primeras sociedades “globales” masivas. Un centro civilizatorio que vive de las enormes cosechas que se obtienen en el medio regular del gran río de crecida anual a las orillas del cual prospera, y toda una amplia periferia a su alrededor. En la que, al estar sus habitantes expuestos a la abundancia en que ven vivir a sus vecinos, se da el impulso para el surgimiento de sociedades cada vez más complejas, masivas, y por ende prósperas, pero que se soluciona siempre con una conquista militar del centro.
Porque si bien los habitantes de esas sociedades periféricas tratan de alcanzar los mismo estándares de consumo del Centro, al promover el adelanto tecnológico que les permita explotar intensivamente sus propios medios naturales, lo dificultoso de ese camino, y sobre todo el que sus posibles resultados solo llegaran a tener algún efecto en el muy largo plazo que supera la duración de decenas de vidas humanas, pronto los lleva a intentar alcanzar esos mismos estándares al simplemente usar de esos adelantos (rueda, armas de bronce o de hierro), y sobre todo de la mayor libertad humana en que viven, para la más sencilla y expedita conquista del centro. Algo que de por sí ralentiza todavía más el desarrollo de la periferia.
Es esta la historia de la China o la India hasta más o menos el 1800, en que fueran obligadas a entrar en el sistema-mundo originado en el Mediterráneo; y la del Valle del Nilo y su periferia hasta la conquista de la Egipto por Roma, en tiempos de Julio César.
Este segundo cuello de botella, el relacionado con el cómo expandir la civilización más allá de las márgenes de los grandes ríos de crecida anual, es consecuencia del contraste que existe entre el medio natural del centro, y el de la periferia. Como este último es muchas veces más irregular que el primero, el resultado lógico será que siempre la periferia preferirá lanzarse sobre el centro a empeñarse en los ingentes esfuerzos necesarios para aprovechar y regularizar su propio medio natural. O sea, en cuanto los adelantos técnicos se lo permitan, impulsados por sus espíritus más libres, los habitantes de la periferia se lanzarán a la conquista del valle del Nilo, o del Éufrates y el Tigris, o del Ganges, o del Indo, o del Río Amarillo, o del Yangtsé.
Esta realidad no permitió en casi ninguna parte el reemplazo del centro por la periferia. Con lo que los diferentes sistemas proto-mundiales quedaron trabados a una escala regional. Compuestos por un centro regional proveedor de lo fundamental de la dieta, y de un impulso civilizatorio demasiado inclinado hacia el orden-ritual, en interrelación con una periferia que suministraba los adelantos técnicos (aunque a un ritmo muy bajo), los minerales y productos minoritarios o no básicos de la dieta, la recirculación de las élites, y también cierta recirculación, mínima, de los rituales. Todo ello en un área geográfica de tamaño limitado: una circunferencia de entre unos mil o tres mil kilómetros de radio, alrededor del río de crecida anual en cuestión.
La principal consecuencia de esta trabazón es que en todos estos sistemas proto-mundiales el orden-ritual predominará sobre el caos-creatividad.
La solución a este segundo cuello de botella civilizatorio se da por primera y única vez, de modo espontáneo, en el sistema proto-mundial centrado en el valle del Nilo, gracias a la presencia en su periferia de un mar muy singular: el Mediterráneo.
Es este mar entre tierras tan diversas el que habrá de permitir que el sistema se expanda en una compleja maraña de periferias interrelacionadas entre sí, y que finalmente el centro egipcio pierda la centralidad que mantuvo en todos los demás focos de civilización humana. Será este mismo sistema-mundo en expansión el que para los 1800 habrá de tragarse dentro de sí a todos los demás proto-sistemas, que no consiguieron en el tiempo histórico superar el segundo cuello de botella civilizatorio.
El Mediterráneo, con las facilidades para el transporte a gran escala que tiene el mar (incluso bajo el organizado, y cruzado por calzadas Imperio Romano, el transporte de mercancías era 60 veces más barato por mar que por tierra), permitió que lo habitantes de las periferias conquistadoras no se vieran obligados a establecerse en el Centro o sus inmediaciones para aprovecharse de su abundancia. Gracias a las facilidades de transporte a gran escala que aportó este mar singular, los habitantes de esas periferias pudieron quedarse en sus locaciones originales, cada vez más distantes, a medida que los antiguos conquistadores eran reemplazados por otros nuevos.
Esto fue un hecho trascendental, ya que sustrajo a los habitantes de las periferias conquistadoras de la ya mencionada jerarquización-ritualización, a que se veían pronto sometidos los invasores del foco civilizatorio, al establecerse sobre él.
Por tanto, a consecuencia del que gracias al mar Mediterráneo ya los conquistadores no tengan necesariamente que establecerse en el antiguo centro, ocurrirá un desplazamiento, o más bien inversión entre este y la periferia conquistadora. Si hasta entonces el mayor peso de la civilización central, asentada en las orillas del río regular, había provocado que en el balance general del proto-sistema la balanza se inclinara siempre del lado del orden-ritual, en el novedoso sistema-mundo mediterráneo, en que por primera vez el centro resulta desplazado hacia una de las culturas afincadas en un medio hostil (una de las culturas que por demás viven del mar, con su escasa predictibilidad constitutiva, en contacto a través de él con incontables otras formas de vida humana diferentes), el caos-creatividad habrá de prevalecer sobre el orden-ritual.
He aquí la explicación última de la superioridad creativa de Occidente sobre el resto de las civilizaciones: Es el primer proto sistema-mundo, el primer conjunto civilizatorio regional, en que la libertad predomina sobre el orden.
Esa superioridad adaptativa que nace de la mayor libertad para la creación, esa capacidad no vista antes de abrirse a lo nuevo y hacer suyo lo procedente de otras culturas, y lo cual representa la fuerza principal de la civilización occidental, que tengamos constancia nace en las ciudades comerciales de fenicios y griegos, aunque muy probablemente tenga su origen algo más atrás, en las de la cultura minoica, o incluso en los asentamientos de la cicládica. No obstante, es solo con Roma que el novedoso sistema, basado en el desplazamiento del centro hacia una periferia, llega a la suficiente madurez.
Conclusiones
Es solo en el proto sistema mundial Nilo-Mediterráneo donde viene a cumplirse con la idea de Andrey Korotayev, según la cual el centro se asocia a la mayor capacidad creativa, no a su mayor capacidad productiva de alimentos. Antes era el mayor orden y la posibilidad de ritualizar la vida, gracias al hecho de vivirla dentro de un medio muy regular, lo que determinaba la localización del centro en los proto sistema-mundo.
Si para todos los demás focos de civilización el conquistar el centro y establecerse allí se convierte en un ritual para los habitantes de las periferias, en el Mediterráneo el asunto será a la larga diferente.
Los griegos conquistarán el Egipto de los persas y se establecerán allí, pero sólo a medias, porque en buena medida su cultura habrá de seguir centrada en la Hélade, no en las orillas del Nilo (de hecho, es muy significativo el que los ptolomeicos hayan sido los primeros faraones que escogieran crearse una capital en el delta del Nilo, a orillas del Mediterráneo, no en lo profundo del país).
No obstante, el pleno desarrollo del sistema solo habrá de llegar con los romanos, quienes ya si no se establecen en el territorio conquistado por Julio César, sino que lo convierten en una zona periférica de su imperio. Uno centrado en una megaciudad, ubicada entre pantanos infestos, que es alimentada en buena medida con el trigo producido a más de mil millas náuticas, a orillas del Nilo, por campesinos que siguen sometidos a la misma visión ritual del mundo que sus incontables ancestros, y que ahora trabajan para alimentar a esa enorme aglomeración de ciudadanos que mantiene bajo chantaje a los políticos romanos[3].
Fue con Roma que el sistema mediterráneo alcanzó el grado de complejidad que habría de permitir que el valle del Nilo fuera convertido en una periferia insalubre del Tíbet, y en la primera agricultura comercial del mundo. Al obligarse a la provincia romana del Nilo a exportar un elevado por ciento de sus producciones al nuevo centro y a sus muchas otras periferias a orillas del mar. Producciones que antes simplemente se derrochaban por el centro egipcio en la destrucción planificada que implicaban el consumo social de los grandes rituales y la construcción de ingentes monumentos funerarios.
El valle del Nilo se convierte así en una zona periférica más, como las especializadas en ciertas producciones que ahora alimentaban al sistema-mundo Mediterráneo de aceites comestibles, vinos, metales, maderas, pescado; porque la novedad romana es esa en esencia: haber creado el primer sistema proto-mundial no centrado en una zona de alta regularidad y benignidad para la vida humana, como las riberas de los grandes ríos de crecida anual, sino en una serie de zonas de alta hostilidad para la existencia de las grandes masas de humanos, que gracias precisamente a esa diversidad consiguen vivir en ellas.
Una serie de zonas que se complementan entre sí gracias a su especialización, y en que predomina el caos-creatividad sobre el ritual-orden.
Notas
[1] En América las sociedades complejas se estructuran sobre el método de la tala y quema del bosque. Pero es esta una solución tan precaria, al agotar muy pronto los suelos, que no permite que ninguna civilización de este lado del mundo alcance a durar más de un milenio. Con lo que el camino hacia la civilización se interrumpe una y otra vez, para retroceder un buen tramo de lo alcanzado.
[2] Esta visión no concuerda con la Andrey Korotayev: No son las áreas más creativas siempre las centrales.
[3] Antes de Roma habían existido grandes ciudades sobre la Tierra, como Babilonia, pero ninguna con más de un millón de habitantes, y todas ellas se alimentaban de los campos cultivados al alcance de su vista- lo cual es más significativo aún porque no se puede decir que Roma fuera ni tan siquiera una ciudad comercial.
Foto por Johannes Plenio