pueblo que se manifiesta

Contra el gobierno incondicionado de las mayorías

Las dictaduras de mayorías, o democracias, se decantan por el conformismo y no por la capacidad creativa, y en general condicionan los derechos humanos individuales
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Los derechos humanos y la voluntad de la mayoría se contraponen en no pocas ocasiones. En sí, el concepto de derecho humano individual se concibió precisamente para marcar el límite que el Estado y la mayoría no pueden transgredir en la vida del individuo, si lo que se persigue es asegurar la autonomía de este y no el mantenerlo seguro, cebado y saludable en algún corral.

Sin embargo, para algunos, que no valoran en mucho la autonomía del individuo, e incluso la tienen por el peor de los males, la voluntad de la mayoría tiene precedencia sobre los derechos humanos. A esta dictadura de las mayorías sobre las minorías la tienen por el más democrático de los gobiernos. Y no les falta razón, si vemos que democracia es por definición el gobierno del demos, del pueblo, término que, aun en toda su ambigüedad, es evidente se refiere en todo caso a la mayoría de los habitantes de una sociedad cualquiera.

Por ese camino de elevar a la voluntad de la mayoría, en precedencia, por sobre los derechos humanos individuales, se termina por llegar a la dictadura menos útil: a la de los menos capaces, sobre los más. Porque sin duda siempre los más capaces son minoría. Algo manifiesto a primera vista en las curvas de distribución de las habilidades humanas, elaboradas a partir de estadísticas objetivas.

En la campana invertida de Gauss, donde los niveles más altos de capacidad humana corresponden a porcentajes minoritarios de individuos, mientras en los medios e inferiores se concentra la absoluta mayoría de la sociedad –para ahondar la diferencia, las campanas de Gauss que representan las curvas de distribución de las habilidades humanas no resultan ser simétricas, ya que las estadísticas poblacionales objetivas tienden a darnos muchos menos individuos ubicados en el lado de la mayor capacidad que en el lado simétricamente contrario de la menor capacidad.

Buenos ejemplos de dictaduras de las mayorías lo son las de pobres en las democracias de los burgos medievales, o las dictaduras del proletariado en los socialismos reales leninistas. La democracia participativa cubana actual es en este sentido una democracia plena, digamos lo que digamos sus críticos: es una dictadura de esa mayoría que se encuentra a bien con lo que hay, con cómo se vive en este, en el mejor de los mundos posibles, sobre la minoría disidente, inconformista y contestataria. Es también, como toda dictadura de la mayoría, una dictadura de los menos capaces sobre los más. No ya solo porque los más capaces sean siempre personas con tendencia a la inconformidad con su presente, dada su condición de personas diferentes en un medio que por ello tiende a rechazarlos, sino porque simple y llanamente todas las mayorías tienden a ser solidarias entre sí, y por lo tanto el triunfo de una específica, sea la mayoría de los más pobres o de los que cascan el huevo de una manera determinada, a su vez impulsa el predominio de todas las demás. La mayoría se identifica en la mente de quienes pertenecen a ella con normalidad, con sentido común, o con lo correcto, y por ello cuando una triunfa de inmediato todas las demás son adoptadas en base a alguna de esas mismas consideraciones.

Es necesario dejar en claro, no obstante, que la mayoría de quienes nos oponemos a la democracia participativa cubana actual, lo hacemos no porque todos seamos inconformistas por temperamento, o porque alguna de nuestras habilidades esté demasiado por encima de la media en la sociedad cubana, sino porque al no vivir aislados como rebaño nacional dentro de esa sociedad, sino en un mundo en que los aislamientos nacionales son cada vez más imposibles, tenemos enfrente otros ejemplos de organización política que nos resultan más atractivos por sus consecuencias materiales. Aunque no tanto por sus principios políticos, respetuosos de los derechos humanos individuales de los demás, y sobre todo de los de las minorías que se salen de la normas –así, la mayoría anticomunista actual es más de lo mismo.

Por tanto, algo de verdad hay en la afirmación del gobierno cubano de que la disidencia se origina en las influencias externas a la sociedad cubana. Pero insistimos, solo parte de verdad, como también solo de parte de la disidencia, y del espíritu disdente, puede afirmarse que tienen su causa en esos ejemplos externos. Un porciento de la disidencia, e incluso un porciento del espíritu contestatario en cada disidente particular, se origina en la propia sociedad, y no en los ejemplos externos a esta.

Si bien es cierto que las dictaduras de mayorías no aseguran el derecho de quienes se salen de la medianía, o de los inconformes por temperamento, en ellas los que rara vez se saldrán de lo que piensa o desea el pueblo, suelen vivir más felices que en cualquier otro régimen político. Es innegable, por tanto, la superioridad de la dictadura de mayorías, o democracia popular o participativa, si lo que se persigue es asegurar al mayor número el mayor grado de felicidad.

En verdad, las democracias del conformismo generalizado serían los mejores regímenes posibles, y se justificaría plenamente el sometimiento de los inconformes, incluso hasta su erradicación, si vivieramos en un paraíso: o sea, si las condiciones externas a las sociedades humanas fueran benignas, pensadas por Dios -o una Naturaleza que se le parece sospechosamente demasiado, para su florecimiento, y solo hubiera que preocuparse del caos que al interior de ellas crean los inconformes. Lo cual, por desgracia para los populares y mayoritarios, no es el caso.

Aunque durante los últimos 10 000 años las sociedades humanas han podido prosperar en condiciones practicamente ideales, cercanas a lo paradisíaco -durante ese tiempo la temperatura media de la Tierra se ha mantenido para todos los efectos prácticos invariable, y las catástrofes han sido pequeñas, escasas y limitadas a regiones muy pequeñas-, la realidad es que el principal desafío para la sobreviviencia humana no está al interior de las sociedades mismas, sino en el medio natural, externo, con el que estas luchan por asegurar la continuidad de su existencia. De hecho la organización social, cada vez más compleja, no es más que un recurso adoptado por los humanos para enfrentar en común ese medio en que vivimos, esa Naturaleza, indiferente a nuestra presencia, que si hoy puede sernos benigna, nada nos asegura que en el próximo instante no nos será abiertamente hostil.

Las democracias del conformismo generalizado solo son los mejores regímenes posibles cuando el problema principal de los humanos no está en lo externo a la sociedad, sino en lo interno a ella.

Organizarnos en sociedades es un recurso que tomamos impulsados por la necesidad, a pesar de que trae consigo nuevos problemas relacionados: los que tienen que ver con las sociedades mismas, y su ordenamiento interno. El que a pesar de esos problemas no renunciemos al recurso socializador, es una demostración de que lo que nos preocupa en primer lugar es ese medio externo al humano, la Naturaleza, que sabemos enfrentamos mejor en conjunto y no aislados –aunque enfrentarla en solitario es, y siempre será, el deporte más atractivo para el humano.

Las democracias del conformismo generalizado solo son los mejores regímenes posibles cuando el problema principal de los humanos no está en lo externo a la sociedad, sino en lo interno a ella. Cuando no es así, como es siempre, con sus períodos de inusual estabilidad natural en que podemos fantasear con lo contrario, pierden esa condición.

El asunto está en parte en que en enfrentar al medio, a la Naturaleza, las habilidades que esos regímenes premian: el conformismo, y en general las “habilidades” menos sobresaliente que no crean dificultades al rígido ordenamiento social, no son útiles, sino más bien una rémora. En la realidad, los humanos y nuestras asociaciones requerimos de grandes dosis de inconformismo, y de una diversidad de habilidades y puntos de vista lo más amplia posible. Las cuales habilidades y puntos de vista multipliquen nuestras opciones de respuesta ante un mayor número de situaciones inesperadas.

Para sobrevivir a nuestro medio indiferente, que ahora nos resulta paradísaco, y un segundo después infernal, o viceversa, a los humanos nos son vitales más bien las habilidades que nos permiten sentir con mayor nitidez lo que sucede en nosotros y en derredor, comprender cómo funcionan las cosas, preveer su comportamiento, y en un final sacar provecho de esa sensorialidad, conocimiento y previsión, en organizar concertadamente nuestros esfuerzos comunes para adaptarnos al medio, y sobre todo para adaptárnoslo -los humanos nos adaptamos al medio, sin duda, pero lo fundamental en nosotros es que lo adaptamos a nuestras necesidades. En pocas palabras: nos son vitales las habilidades creativas. Es así, porque precisamente estas fueron las características que la evolución natural desarrolló en nosotros, animales gregarios desde nuestra misma aparición como especie hace unos pocos millones de años, en las praderas de África, y no olfatos muy finos, garras poderosas, o ritmos de reproducción vertiginosos.

Por tanto, como nuestro principal capital de supervivencia son esas habilidades creativas, los mejores regímenes sociales en el Universo real, en la realidad, son aquellos que promueven la diversidad de habilidades creativas humanas, y los que premian a ese porciento mínimo de individuos con mayores habilidades que la media: los más capaces. Condiciones que evidentemente no cumplen las dictaduras de mayorías, o democracias del conformismo generalizado, con su tendencia a reducir las habilidades a las mínimas y más comunes, a estandarizar a los individuos, y en definitiva a convertir a las sociedades humanas en rebaños.

Conseguir adaptarnos mejor el medio en que vivimos, sacar más provecho a los recursos, e incluso tener mayores posibilidades de superar variaciones importantes e inesperadas en ese medio, la indiferente Naturaleza, depende de que en nuestras sociedades los individuos más capaces tengan el ámbito vital mínimo para desarrollar sus habilidades creativas, y de que también puedan acceder a los puestos clave en la sociedad, desde los cuales puedan hacer uso en bien común de esas habilidades superiores a la media. Por tanto se necesita de un espacio vital mínimo, en el cual las mayorías no puedan inmiscuirse, espacio que los derechos humanos individuales se ocupan de demarcar, pero también de mecanismos de ascención social que le permitan a las minorías acceder a posiciones con un poder mayor al que les tocaría, en regímenes de mayorías, a resultas de su carácter minoritario.

Conclusiones

Sin duda, en caso de que las sociedades humanas medraran en un medio antropocéntrico, pensado por Dios para que prosperasen, las democracias del conformismo generalizado serían los mejores regímenes políticos. Por fortuna para los inconformes no vivimos en tal medio, y a Dios, en caso de existir, le importamos menos que lo que a cualquiera de nosotros un grano de comino -un Dios demasiado atento es el terror de la inconformidad humana, así que dejémoslo por allá, en lo suyo.

Las dictaduras de mayorías, o democracias, se decantan por el conformismo y no por la capacidad creativa, y en general condicionan los derechos humanos individuales, por lo que resultan las sociedades menos indicadas para cumplir con la principal función de estas: adaptarnos el medio, y multiplicar nuestras posibilidades de sobrevivencia ante las inesperadas variaciones de la Naturaleza.

Las sociedades, en su ordenamiento interno, deben preocuparse primero por su función primaria de permitirnos enfrentar a la Naturaleza, o realidad, y solo en segundo término por su estabilidad interna. Por tanto, las mejores sociedades, las que permiten el que nos adaptemos cada vez más el medio indiferente en que vivimos, son aquellas en que los inconformes prosperan, y llegan a tener la posibilidad de usar sus superiores capacidades en bien común. Pero claro, no hasta el punto en que la inconformidad se convierta en un valor por sí mismo –la inconformidad por la inconformidad, y ponga en peligro el propio ordenamiento social, y el caos se termine por adueñar de nuestras sociedades.