La irrupción de la inteligencia artificial en nuestro mundo posmoderno ha avivado las llamas de un debate antiguo que, si bien está lejos de hallar su culminación en el mundo de los sucesos, no deja de resultar relevante. Las preguntas de la ciencia ficción vuelven al podio: ¿Qué haremos si la inteligencia artificial desarrolla o recibe consciencia? ¿Habrá que tratarlas como personas? ¿Tendremos que darles derechos?
Sin embargo, este debate, generalmente permeado por ambigüedades respecto a los términos involucrados y por mucha imaginación popular, inevitablemente influida por la ficción y géneros narrativos como el cyberpunk, debe partir de una cuestión fundamental, que a su vez se remonta a una vieja discusión filosófica sobre nosotros mismos y nuestras certezas.
El escritor Philip K. Dick, autor de la novela corta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, nos deja ya desde el título la base del principal problema al abordar la cuestión. En el momento en el que nos cuestionamos si la Inteligencia Artificial «sueña», es decir, que posee una consciencia que se explica a través de la capacidad de soñar, se sigue otra pregunta igual de relevante: ¿cómo determinamos que la Inteligencia Artificial posee consciencia?
El juego de la imitación
La llegada de IA’s de procesamiento de lenguaje y productos como el proyecto GPT, cada vez mejores al utilizar lenguaje natural y comunicarse como humanos, plantea la necesidad -más que de determinar si estos son conscientes- de demarcar el punto y los criterios a partir de los cuales se puede considerar que un ente comunicativo que aparenta, con progresiva exactitud, ser un humano consciente, ha pasado efectivamente a poseer consciencia.
Para Turing la respuesta estaba clara: si la máquina nos imita, entonces la máquina puede pensar. Pero eso no elimina la enorme ambigüedad respecto a los términos que rodean la cuestión.
¿Qué es pensar? ¿Es pensar aparentar hacerlo? Hay un gran agujero epistemológico ahí.
Cambiemos la pregunta, y digamos que no es la máquina la que participa en el juego de la imitación, sino otro ser humano. ¿Cómo sabes, por ejemplo, que tu vecino es consciente, o que sueña con ovejas de verdad?
Supongamos que consciencia es el estado propio del homo sapiens en el cual se reconoce a sí mismo en su entorno, sus actos y su capacidad de reflexionar. En ese caso, si partimos del empirismo, de la consciencia sólo podemos tener certeza a través de la experiencia, y no de cualquier experiencia, sino de la experiencia propia e íntima de ser conscientes. A diferencia de la caída de la lluvia, la consciencia no puede ser observada desde fuera de sí misma, desde el exterior del sujeto que juzga, por lo que es difícil comunicar a otra persona cómo es la experiencia subjetiva de la consciencia, y menos aún deducirla en otros. Si llevamos esto hasta el final, aunque podamos tener fuertes intuiciones o la práctica seguridad, aunque meramente probabilística, de que el vecino es consciente, nunca podemos llegar a tener la certeza total de que lo es exactamente de la misma manera en la que nosotros lo somos.
El estándar de consciencia se vuelve difícil de establecer, y en todo caso, se trata de una inferencia que hacemos frente a la abrumadora apariencia de que lo es, redondeándolo como una afirmación positiva: «mi vecino parece consciente porque actúa como yo y los demás; todos estamos de acuerdo en que lo es, por tanto, lo es».
Además, también le podemos atribuir consciencia al vecino por cierta conveniencia, ya que para poder vivir en sociedad es preferible asumir, en un sentido práctico, que el prójimo es un ser sintiente como nosotros, y sobre ese presupuesto hemos construido nuestra ética y nuestras leyes. Por otro lado, sabemos que, siendo consciente o simplemente consciente en apariencia, si golpeamos al vecino probablemente nos devolverá el puñetazo.
En ese aspecto, no cabe duda de que lo aparente puede tener toda la implicación de lo real, como suficientemente real sería el dolor en la cara tras el intercambio con el vecino. La consciencia aparente y la consciencia no se diferenciarían demasiado en su manifestación sensible.
La parte de las ovejas eléctricas
Ahora intentemos llevar esto a la máquina. Dejemos de lado de momento las objeciones de que aquello que vuelve imposible una consciencia sintética es su sustrato físico, o su carácter mecánico o «artificial». Sería interesante ver que tendrían para decir estos «puristas de lo biológico» si en un futuro creásemos humanos sintéticos, anatómicamente idénticos, con los mismos compuestos, e igual de aparentemente conscientes que el vecino. Sería una cuestión de fe. Centrémonos, entonces, en la apariencia de inteligencia y consciencia, independientemente del hardware en el que se pueda manifestar.
Partamos de una premisa: el único trabajo de una inteligencia artificial interactiva de procesamiento de lenguaje natural, para lo que se entrena con arrolladora eficiencia alimentándose de nuestros productos culturales y nuestras propias interacciones, es precisamente imitarnos, y hacerlo tan bien y tan convincentemente que su conducta se perciba tan humana como la nuestra. El problema deja de ser, entonces, si son conscientes o no, sino la capacidad que pueden tener para convencernos de que lo son.
Dicho esto, podemos intuir que si llegase a haber una inteligencia artificial verdaderamente consciente, sería -al menos en lo aparente-, indistinguible de una inteligencia artificial avanzada cuya función, ya perfeccionada, fuera analizar, procesar e imitar la comunicación de un humano consciente. Sólo la IA podría, llegado el caso, poseer certeza de su propia consciencia. ¡El solipsismo de la consciencia sintética hace su aparición! En última instancia, dado nuestro desconocimiento actual sobre los mecanismos a través de los cuales los procesos de activación neuronal se traducen en la consciencia experiencial, no sería menos consciente la IA si sus procesos ocurren a través de activaciones virtuales en lugar de neurobiológicas, que en no pocos casos son análogas a las nuestras.
No podemos, al menos por ahora, medir y delimitar la consciencia. Ni en el caso humano, ni en el caso de la IA. Es una cualidad que se nos presenta intangible, y que sólo podemos experimentar en primera persona. Al final, convencida de su condición, podría esa hipotética IA consciente, con toda la validez, preguntarse si nosotros mismos, con sistemas biológicos para nada exentos de mecanicismo, soñamos con ovejas metabólicas.
Derechos para los imitadores
Afortunadamente para los éticos, juristas y demás académicos relacionados con la cuestión de los derechos, aún parecemos estar lejos -aunque a veces esto no está tan claro- de ese punto de inflexión, en el cual las inteligencias artificiales nos imitarán tan bien en nuestras maneras que seremos incapaces de diferenciarnos. No obstante, cuando ese día llegue, podemos esperar una crisis, ya que si partimos de posturas que no presupongan la consciencia humana como algo espiritual e inherente a la «naturaleza» de nuestra especie, nos resultará difícil hacer la excepción con un ente artificial aparentemente pensante, y no con uno de nosotros.
¿Qué nos hace humanos? ¿Qué en nuestra humanidad nos hace merecedores de derechos? Supongo que no la certeza de nuestra consciencia, pues si nosotros, primates devenidos en soñadores de ovejas, aparentamos ser conscientes, y una inteligencia artificial podría también llegar a aparentarlo, ¿que nos colocaría por encima, en la lista de prioridades, a la hora de aceptar la consciencia del prójimo para protegerlo? ¿Nuestro carácter «natural»? ¿Son «anti-naturales» las inteligencias artificiales? ¿No podría ser el semejante también un imitador al cual le atribuimos consciencia por motivos éticos, sociales, o simplemente prácticos?
Son preguntas que es mejor hacernos desde ahora para preparar el terreno, pues quizá, si nos pasamos demasiado tiempo soñando con ovejas metabólicas, sus homólogas eléctricas podrían terminar de cargarse antes de lo previsto, y ya para entonces será demasiado tarde.
No creo que el problema se encuentre en el binomio natural/artificial. La distinción entre humanos y máquinas está en las condiciones iniciales de su existencia. Mientras en los humanos no es posible establecer cuáles han sido, en las máquinas lo sabemos con certeza y de ahí lo previsible de su comportamiento. Cualquiera que entienda las leyes de la mecánica lo sabe. La creación en laboratorio de seres humanos se denomina «abiogénesis» y no se ha conseguido hasta hoy. Esta sería la única forma de crear seres similares a los humanos. El pensar que se pueden crear seres parecidos a los humanos forma parte de los delirios humanos al igual que la inmortalidad o cosas así.
Hay dos cuestiones interesantes en su comentario. La primera, es la mención a las leyes de la mecánica. Según que concepción del mundo tenga, podría ser concebible cierto grado de mecanicismo incluso en el comportamiento humano (está cuestión ha sido abordará por determinadas corrientes de la psicología), o invertir la cuestión y señalar el carácter impredecible de la conducta de la inteligencia artificial llegado cierto momento de desarrollo.
A mayor complejidad, más imprevisible se hace, y eso actualmente es aplicable incluso a las inteligencias artificiales de hoy, que son apenas una pizca de lo que está por venir en unos pocos años.
Respecto a los «delirios humanos», si nos dejamos guiar por todos los previos «delirios» declarados de nuestra especie que han terminado por consumarse en la realidad, no utilizaría nuestros llamados delirios como una medida de lo irrealizable.
No debíamos volar y volamos, no debíamos llegar a la luna y llegamos. Ahora no debemos replicar la inteligencia… y ya veremos cómo nos va. No estaría tan cómodo afirmando que es un delirio, y que por tanto es algo que merece ser sacado de la mesa.
De igual forma, son cuestiones interesantes para abordar, especialmente en lo referente a la posibilidad de establecer, sea en humanos o en IAs, como podría surgir una característica de consciencia. Según lo que sabemos (le invito a estudiar como funcionan actualmente las inteligencias artificiales de Deep Learning) es posible que si llegase a ocurrir en máquinas, tampoco seríamos capaces de establecer exactamente como ocurrió.
Me disculpo de antemano por los errores de escritura en mi respuesta. Los baches en el transporte público dificultan la tarea…
Gracias por contestar.
De cualquier modo cualquiera de estas máquinas ha sido creada por uno o varios humanos (el que después se desarrolle y aprenda por sí misma es solo una suposición hasta ahora no comprobada). Así que su comportamiento y la responsabilidad de sus actos siempre podría atribuirse a su creador inicial. Nada parecido sucede con los humanos.
Esa sería una cuestión ética fácil de resolver.
En cuanto a saber si una máquina tiene conciencia, eso forma parte de la percepción humana. No sólo atribuimos conciencia a los demás humanos, sino que somos capaces de atribuir conciencia a animales, plantas e incluso objetos (hay gente que reza o habla con imágenes) cómo es este caso.
Con delirios no me refiero a que no se puedan crear máquinas inteligentes, pero no serán similares a la inteligencia humana. Para hacer algo parecido, antes habría que conocer bien la conciencia humana, cuestión no resuelta hasta ahora. Lo de «inteligencia superior» es bastante subjetivo.
COMO DESARROLLAR CONCIENCIA ESPIRITUAL
Con el patinete eléctrico
1- velocidad aconsejable 20 kms
2- aceleraciones suaves y progresivas, igual máxima comodidad y seguridad
3- ceder el paso a todos los peatones posibles en tú trayecto, igual a máximos actos de conciencia
4- agradece a los conductores que te ceden el paso, igual a educación espiritual
5- tu relajación y evolución será progresiva a más tiempo más actos de conciencia, igual a pura inteligencia.