Marta Alonso, Universidad de Navarra
En los últimos meses la geopolítica ha cobrado fuerza. Desde la crisis de la invasión de Rusia a Ucrania, en febrero de 2022, al reciente anuncio del presidente chino Xi Jinping (tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán) de no renunciar a la fuerza para la reunificación de China, las relaciones internacionales se han cargado de tensión.
Taiwán, pieza clave en las relaciones EE UU-China
Durante cuatro décadas, los sucesivos gobiernos republicanos y demócratas de Estados Unidos han debatido una entrada militar en defensa de Taiwán si China pusiese en entredicho su libertad. Sin embargo, actualmente la mayoría de los países, incluido EE UU, no reconocen a Taiwán como país soberano independiente, cediéndole el reconocimiento de soberanía a la República Popular China. Solo catorce países mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán.
La censura china considera que hay tres T de las que no se puede hablar: Taiwán, Tiananmen y Tibet.
Taiwán es el archipiélago al que huyeron los nacionalistas chinos derrotados por los comunistas en 1949. Más adelante, tras la ruptura de China y la Unión Soviética, EE UU vio una oportunidad de tender puentes y apoyó el principio de una sola China, postura que ha beneficiado al país oriental, sobre todo en los aspectos económicos y comerciales.
En 1972, como parte de los esfuerzos diplomáticos para estrechar relaciones con la China de Mao Zedong, el gobierno estadounidense de Richard Nixon se comprometió a no cuestionar la idea de que Taiwán es parte de China y manifestó su deseo de que hubiera un arreglo pacífico entre los propios chinos. El 1 de enero de 1979 Estados Unidos y la República Popular China establecieron relaciones diplomáticas, lo que conllevó la ruptura de relaciones de EE UU con Taiwán.
En abril de ese mismo año el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Relaciones de Taiwán, por la que Estados Unidos ponía a disposición de la isla los artículos y servicios de defensa necesarios para permitirle mantener su capacidad de autodefensa.
En agosto de 2022, la congresista demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense Nancy Pelosi visitó Taiwán, a pesar de la oposición de China a ese viaje, acelerando las tensiones entre las dos potencias.
A principios de verano, el gobierno chino manifestó en un comunicado que su política de una sola China es lo que asegura la estabilidad y la paz en el estrecho de Taiwán.
Xi Jinping, hacia el tercer mandato
No es casualidad que el Gobierno chino esté interesado en hacer notar su poder ahora que está a punto de comenzar el tercer mandato del presidente Xi Jinping.
Xi, también secretario general del PCC, ha protegido su autoridad eliminando las reformas introducidas por Deng Xiaoping para limitar el número de mandatos a una única reelección.
En estos años el líder chino se ha rodeado de las élites, a las que ha beneficiado y colocado en posiciones de poder. Además, la corrupción se ha expandido, algo que suele suceder en los países que crecen muy rápidamente.
Cuatro décadas atrás, Deng explicó con una elocuente frase que la liberalización del mercado traería externalidades negativas:
“Cuando abres las ventanas, entran moscas”.
Ahora, Xi Jinping ha utilizado a las empresas estatales para crear un nuevo modelo de economía global.
La guerra de los semiconductores
Aunque la inversión en China sigue creciendo, el crecimiento del PIB es el más bajo de las últimas décadas.
Las tensiones China-EE UU-Taiwán han llevado a los grandes bancos internacionales a ajustar los riesgos de sus negocios en China.
Las empresas chinas no pueden financiarse en el mercado estadounidense sin dar a conocer antes su estructura legal y financiera, y explicar de manera transparente los riesgos para los inversores.
Pero los principales campos de batalla de la guerra económica entre China y Estados Unidos están en el comercio y, sobre todo, en la industria tecnológica.
La guerra de los chips supondrá un cambio en la cadena de abastecimiento con efectos económicos considerables.
Hasta ahora, era común que las empresas tecnológicas estadounidenses diseñaran sus chips en el país pero llevaran fuera su producción.
El gobierno de Biden aprobó la CHIPS Act, que limita las exportaciones de semiconductores e incrementa las ayudas hacia la industria doméstica de semiconductores. Antes, en 2019, la administración de Trump anunció que Huawei suponía “una amenaza para la seguridad nacional de los americanos”.
China también busca su independencia tecnológica. La fabricación de chips es altamente intensiva en capital y cuenta con fuertes subvenciones del gobierno. La startup Pengxiwei IC Manufacturing Co. (PXW), que ha salido al auxilio de Huawei y a su vez está subvencionada por el gobierno local de Shenzhen, ha comprado terrenos de una extensión equivalente a treinta campos de fútbol para la instalación de sus fábricas de semiconductores. Todos estos cambios en la cadena de abastecimiento tendrán consecuencias económicas considerables.
La nueva globalización
La globalización ha traído consigo paradojas inesperadas. La tesis que asumía que sus extensas redes económicas iban a reducir los conflictos de poder entre gobiernos ha resultado ser un mito. Los Estados utilizan la información y el poder que tienen sobre las empresas y el comercio como armas para imponer su ideología, cuestionando los beneficios de la globalización, cambiando las cadenas de suministros y poniendo en peligro la estabilidad de las instituciones.
Marta Alonso, Profesora de Finanzas, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.