El joven Jung: su encuentro con Sigmund Freud
En 1905 Carl Gustav Jung se doctoró en Psiquiatría, convirtiéndose en médico jefe y profesor auxiliar del Burghölzli, la clínica psiquiátrica de la Universidad de Zürich.
En 1906 publica un ensayo en el Semanario médico de Münich, donde escribe sobre la importancia de la teoría de la neurosis elaborada por Freud. Este mismo año le envía su trabajo sobre los Estudios diagnóstico de la asociación. De modo que, cuando en 1907 publica el artículo sobre La psicología de la demencia precoz, Freud le pide que lo visite a su casa. En febrero de 1907 tuvo lugar el primer encuentro de ambos hombres en Viena. Allí conversan casi trece horas ininterrumpidas. Freud hace hincapié sobre la importancia de la teoría sexual. En tanto, su colega le comenta agradecido que a partir de la lectura de su libro la Interpretación de los sueños, pudo identificar cómo actuaba el mecanismo de represión en sus pacientes, cada vez que aplicaba el método de asociación de palabras[1].
Refiere Jung en su autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos (Jung, 2001, p. 427), que la segunda ocasión que visita a Freud, interesado en oír sus opiniones respecto a la precognición, y la parapsicología en general, este rechazó el tema radicalmente, diciendo que eran puros absurdos. Entonces, mientas Freud exponía sus argumentos, debido a tanta incomodidad, Jung experimentó una ardiente sensación en el estómago, y casi al unísono los dos se asustaron debido a que escucharon un fuerte ruido proveniente de uno de los estantes de la biblioteca. Jung predijo que este hecho (de exteriorización catalítica) ocurriría nuevamente, es decir, que este primer suceso sería secundado por otro. A lo que Freud contestó que eran puros absurdos. Unos segundos más tarde, oyeron el mismo ruido.
En respuesta a lo sucedido en ese encuentro, Freud le escribe a Jung desde Viena el 16 de abril de 1909:
Es interesante que la misma tarde en que yo le adoptaba a ud. como hijo mayor, le consagraba como sucesor y príncipe heredero, me propuse observar esto, y aquí le doy mis resultados. En la primera habitación se oyó un ruido inesperadamente allí donde descansaban dos pesadas estelas egipcias sobre dos tablas de roble de la librería, esto es evidente. En la segunda habitación, allí donde lo oímos, se han repetido los ruidos y nunca en conexión con mis pensamientos y nunca cuando me ocupaba de usted o de sus especiales problemas (Jung, 2001, p. 427-428).
En junio de este mismo año ambos colegas son invitados por la Clarck University de Worcester, Massachusetts, a impartir conferencias sobre sus resultados de trabajo. Allí fueron reconocidos con el grado honorífico de Doctor Honoris Causa en Leyes.
Al regresar de los Estados Unidos tienen en 1910 otra plática, en la que Freud le hace jurar a Jung que nunca desechara la teoría sexual:
Mi querido Jung, prométame que nunca desechará la teoría sexual. Es lo más importante de todo. Vea usted, debemos hacer de ello un dogma, un bastión inexpugnable. -Me dijo. Algo extrañado le pregunté: Un bastión ¿contra qué? contra la negra avalancha, del ocultismo (Jung, 2001, p. 183).
Era evidente que a partir de ese momento, comenzaría a vislumbrarse la ruptura de esta amistad. Pues lo que Freud entendía como ocultismo, representaba para Jung, todo lo que la filosofía, la religión y la parapsicología enunciaban sobre el alma.
El 30 de marzo de 1910 es fundada la Asociación Psicoanalítica Internacional por Freud y otros colaboradores, de la cual Carl Gustav Jung en 1911 se convierte en su primer presidente.
Con la publicación del trabajo Transformaciones y símbolos de la líbido (Jung, 1998), Jung realiza un exhaustivo análisis de la teoría de la líbido formulada por Freud y explica el trasfondo mítico de la actitud asumida por el prestigioso psicólogo. Este hecho fue recibido por Freud como una ofensa. De ahí que, ambos hombres rompieran relaciones en el Congreso Psicoanalítico celebrado en Münich.
Presupuestos históricos-filosóficos de la teoría de la sincronicidad
Después de separarse de Freud y del movimiento freudiano, Jung comienza a investigar sobre el fenómeno del inconsciente colectivo[2].
En la década de 1920 a partir de sus visitas a Túnez, a pueblos indios de Nuevo México, y a las tribus de los masai en Uganda y Kenya, Jung se percata del problema de la sincronicidad. Precisamente, sus investigaciones sobre el fenómeno de lo inconsciente colectivo le hicieron tropezar con experiencias muy significativas en la vida de sus pacientes. Estas experiencias Jung las denominó coincidencias significativas, y las describió como la coincidencia del estado psíquico de la persona con hechos que luego sucedían en su vida cotidiana.
Así postuló un nuevo principio que explicaba la presencia de estos fenómenos en la naturaleza, porque desde el principio de causalidad estos acontecimientos solo eran considerados meras coincidencias o casualidades. Por esta razón, el psiquiatra suizo se acercó al pensamiento oriental, y de modo especial, al pensamiento chino.
Es el I Ching (I Ching, 1976), el principal presupuesto que expresa Jung de la idea de sincronicidad. Basado en su experiencia personal con el majestuoso libro, en el Prólogo del texto que escribiera en 1949, expone sus consideraciones sobre lo que representa este monumento del pensamiento chino que se aparta de manera tan completa de la mente occidental:
La mente china, tal como yo la veo obrar en el I Ching, parece preocuparse exclusivamente por el aspecto casual de los acontecimientos. Lo que nosotros llamamos coincidencias parece constituir el interés principal de esta mente peculiar, y aquello que reverenciamos como causalidad casi no se tiene en cuenta. Hemos de admitir que hay bastante que decir sobre la inmensa importancia del azar (I Ching, 1976, p. 10-11).
El I Ching constituyó para pensadores como Lao Tse la principal fuente de inspiración. La idea de Tao, central en la filosofía china, bebe sus influjos de tan poderoso río. La obra que se escribiera por este sabio, aproximadamente en el siglo VI a.n.e., titulada Tao Te King (Lao Tse, 1997), es sin dudas, un referente histórico-filosófico de la teoría de la sincronicidad. Jung se nutre de la idea de Tao, con el objetivo de enseñar al mundo occidental, que existe un orden en todo cuanto acontece en el universo; además de la necesidad de conferir una mayor importancia al factor significativo.
Si se desea encontrar alguna concepción análoga a la idea de sincronicidad en la cultura occidental, se debe dirigir especial atención al modo en que Platón (aproximadamente 427-345 a.n.e.) aborda en la República (Platón, 1996), la relación existente entre el mundo concreto sensible y el mundo inteligible. Esta es una de las razones por la cual Jung plantea, que la sincronicidad presupone la existencia de un significado que, al igual que los modelos trascendentales o ideas puras, se encuentra en el inconsciente colectivo.
Por otra parte, Hipócrates (460-370 a.n.e.), padre de la medicina occidental, expresa la idea de que existe una simpatía entre todas las partes del organismo. En sus tratados anuncia la existencia de tal simpatía en el cuerpo, como si todas las partes se expresasen con autonomía, y respondieran estrictamente a un orden superior (Hipócrates, 2017).
Otros fueron los pensadores en la antigüedad que, desde sus perspectivas, se aproximaron al concepto de sincronicidad. Este es el caso de Teofastro (321-288 a.n.e) y Philo (25-42 d.n.e). El primero de ellos afirma que lo suprasensorial y lo sensorial están unidos por un lazo, un vínculo que no ha de ser matemático. Mientras que el segundo plantea que en el hombre se encuentran imágenes sagradas de la creación (Jung, 1988, p. 98). De estos antecedentes se vale Jung, para desarrollar su idea de la existencia de un conjunto de imágenes de gran significación, contenidas en la mente del hombre que se manifiestan en los sueños.
Nociones similares han de encontrarse en el Renacimiento. Es en este contexto que el filósofo Pico de la Mirándola (1463-1494), desarrolla su idea de la unidad dentro de la diversidad existente en el mundo. Para Pico el mundo es un ser que se presenta como corpus mysticum de Dios (Jung, 1988, p. 100). Y de la misma manera que en un cuerpo vivo, sus diferentes partes trabajan armónicamente y se adaptan unas a otras, así cada uno de los acontecimientos en el mundo mantienen una relación significativa que depende de la voluntad de Dios.
Por otra parte, la idea de que el gran principio o firmamento (macrocosmos) está presente en el hombre (visto como el microcosmos), adquiere gran resonancia en el pensamiento del filósofo y médico Agripa von Nettsheim (1486-1535).
Agripa comparte con los neoplatónicos de su época, la creencia en la existencia de un poder inmanente en las cosas del mundo inferior, que las hace estar en consonancia con las cosas del mundo superior (Jung, 1988, p.101-102). Sugiere esta idea, la existencia previa de un conocimiento o imaginación innatos en los seres humanos.
Este filósofo influenció notablemente al médico y filósofo suizo Teofrasto Paracelso (1493-1541). Para Jung, en Paracelso la antigua sabiduría de resonancia alquímica se unía con la moderna pulsión científica que emanaba de aquellos tiempos. Su pensamiento está impregnado de la idea de las correspondencias. En sus escritos plantea que el filósofo tiene que regirse estrictamente por la idea de que el cielo y la tierra son un microcosmos. (Jung, 1988, p. 105).
En esta misma época, concepciones como las de Johannes Kepler (1571-1630), Gottfried Wilhelm von Leibniz (1646-1716) y Arthur Schopenhauer (1788-1860), Jung las asume como los presupuestos filosóficos inmediatos de la teoría de la sincronicidad.
Lo radicalmente nuevo y valioso en la concepción de Kepler, estriba en la idea de sincronicidad astrológica. Para Kepler, el universo está regido en todas sus partes por leyes de naturaleza estrictamente matemáticas. De ahí que, para el astrónomo la sincronicidad sea un principio de carácter geométrico, que se da en la convergencia de los radios de una circunferencia en un punto.
En otro sentido, Kepler supone que el secreto de la maravillosa correspondencia se encuentra en la tierra. Esta última, está animada por un alma que se manifiesta como un impulso original espontáneo, y que se da con independencia del raciocinio del hombre. (Jung, 1988, 107).
Esta era la base intelectual, cuando Leibniz aparece con su idea de armonía preestablecida. En su escrito Monadología (Leibniz, 2001) la idea de la sincronicidad queda explícita a partir de la relación establecida entre las mónadas. Las mónadas al no poderse influir directamente, es decir, al no poderse comunicar entre sí porque no tienen ventanas, se manifiestan como unidades autónomas que no tienen ningún vínculo con el exterior. Para Leibniz, ellas tienen la capacidad de estar perfectamente sincronizadas por ser Dios el creador del orden existente en el universo.
Por otro lado, Jung en La interpretación de la naturaleza y la psique (Jung, 1984) expresa que el concepto de simultaneidad de Schopenhauer constituye el referente más acabado de la teoría de la sincronicidad. Los acontecimientos simultáneos son explicados en su obra Parerga y paralipómena (Schopenhauer, 2009) como lo casualmente no conexo, resultado del azar. Para Schopenhauer estos hechos son causados por la aparente intencionalidad del destino en la vida del hombre.
Visto hasta aquí, se puede decir que en las concepciones de determinados pensadores de la cultura oriental y occidental, se encuentran las cimientes epistémicas de la teoría de la sincronicidad.
Referencias bibliográficas
Hipócrates (2017). Tratados hipocráticos (Vol. I). Madrid: Editorial Gredos S. A.
I Ching (1976.). Buenos Aires: Editorial Sudamericana S.A.
Jung, C. (2001). Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona: Editorial Seix Barral S.A.
Jung, C. (1984). La interpretación de la naturaleza y la psique. Barcelona: Editorial Paidós.
Jung, C. (1988). Sincronicidad. Málaga: Ediciones Sirio S.A.
Jung, C. (1998). Transformaciones y símbolos de la líbido. Barcelona: Editorial Paidós.
Lao T. (1997). Tao Te King. México D.F: Ediciones Prisma.
Leibniz, G. (2001). Monadología. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva D. L.
Paracelso (1995). Textos esenciales. Madrid: Ediciones Siruela S.A.
Platón. (1996). La República. Madrid: Editorial Gredos S.A.
Schopenhauer, A. (2009). Parerga y paralipómena. Madrid: Editorial Trota.
Notas
[1] Con la aplicación del método de asociación de palabras, Jung observaba que cada vez que una palabra sugerente afectaba un dolor o conflicto anímico, los pacientes no sabían dar una respuesta asociativa o demoraban un largo tiempo para reaccionar. Esto sugería la presencia de un trastorno.
[2] Al estado más profundo de la mente humana Jung le dio el nombre de inconsciente colectivo, concibiendo sus contenidos como una combinación de patrones y fuerzas que imperan universalmente en los arquetipos e instintos. En su opinión no existe nada de individual o único en este nivel de la naturaleza humana.