He escrito ya tanta chapa
de la sacralidad del orbe
que a fuerza de ser ignorado
no puedo sacralizarlo más.
A vuestro ejemplo debo
una sacralidad singular
más mía que vuestra;
tampoco lo puedo evitar…
– Conmomalo, Ripios incompletos.
Desde fuera de Alemania, y al contrario de lo que hiciera Ortega y Gasset, la figura cultural de Johann Wolfgang von Goethe parece aún más colosal. Esto ocurre precisamente porque sigue destacando, incluso a la distancia, como aquel mito de que se podía divisar la Gran Muralla China desde la Luna. Goethe no solo es un gigante de la literatura, una cordillera de grandes creaciones similar a Thomas Mann, sino que también está asociado a una «joie de vivre» deslumbrante y admirable, incluso desde las libertades que nos permitimos hoy. Goethe trató de vivir como un ser de luz. Todos los seres vivos lo somos, aunque no sea perceptible para nuestro espectro visible. Este es precisamente el tipo de cosas que a Goethe le habría encantado investigar.
A diferencia del personaje que le dio fama, Werther, Goethe logró, en gran medida, alejar de su vida a los melancólicos y cenizos. Se cuenta, en la biografía de Rafael Cansinos Assens, que cuando Napoleón pasó por Jena (inmortalizado por la hipóstasis del Geist montado a caballo de Hegel), quiso entrevistarse con Goethe. Al despedirse, comentó a sus ayudantes: “¡Eso es un hombre!”. Bonaparte era el espíritu avanzando por Europa con el código napoleónico, pero Goethe era más que eso. Representaba al hombre realizado, el fruto más esperado de la cosecha histórica, a pesar de ser un potencial enemigo de Francia.
Nietzsche compartía esta visión, y hasta los estadounidenses reconocieron la grandeza de Goethe, prohibiendo la lectura de sus obras durante el período de desnazificación. Y eso que lo más peligroso que Goethe hizo en su vida fue electrificar una rana muerta. Hoy se habla mucho de la «Tercera Cultura», como si la mejor forma de cerrar la absurda brecha entre ciencias naturales y humanidades fuese crear otro departamento estanco, con el resultado de saturar las mentes de quienes intentan comprenderlo todo. Goethe, que vivió antes de este disparate, pudo abarcarlo todo. Era poeta, dramaturgo, naturalista1 y polemista, y participaba en discusiones sobre arte, como la del grupo escultórico Laocoonte. Sus amigos hacían lo mismo, sin sentir la necesidad de ser hombres del Renacimiento. Espigaban conocimientos de aquí y allá porque no se sentían acomplejados, y creían que el mundo es un Gran Animal que se expresaba vitalmente en formas artísticas, desde una sinfonía hasta una planta, como las que Goethe examinaba.
Incluso la sexualidad era un campo natural donde estallaba la vitalidad del universo, y tanto científicos como artistas se sentían igualmente involucrados. Goethe fue a Roma y escribió los versos más eróticos que un alemán hubiera osado escribir. Poco después, Friedrich von Schlegel concibió la primera novela abiertamente sexual del Romanticismo, donde retrataba su vida con su mujer sin tapujos.
El universo es una suerte de inmenso y divino Proteo, un infinito que se pliega sobre sí mismo (Schelling estaba en auge entonces), y aquella generación se dejó consumir como polillas acercándose a la luz. Goethe, seguramente el patriarca de todos, junto con Schiller, fue el más pagano y el más feliz de todos. Ya anciano, quedó prendado de los largos poemas épicos de George Gordon, Lord Byron, porque aún ardía en él el deseo de correr aventuras y conquistar el mundo, como los personajes oscuros del británico. Le molestaba mucho la idea de tener que morir, y no lo disimulaba en lo más mínimo. Así vivió muchos más años que el atormentado joven Werther, y pudo componer poemas como el siguiente, llenos de misterio, donde el desenlace promete más que clausura.
El pescador
Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.
Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!
¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muestra?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?
Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.
Notas
- Por cierto que su teoría de las formas plásticas, por decirlo con Leibniz, y su teoría del color puede que a partir de la Física del caos y del actual cambio de paradigma pasen a tener una segunda oportunidad de ser consideradas algo más que un episodio curioso y exótico de las ciencias naturales -puede incluso que lleguen a ser reconocidas y revisadas como antecedentes… ↩︎