Hay pocas ciencias que revistan tanta urgencia y necesidad como la astrobiología. Que la vida fuera de la tierra se convierta actualmente en centro mediático constituye meramente un epifenómeno, pues la necesaria reflexión acerca de la esencia de la vida es tan vieja como la filosofía. De la generación espontánea en Aristóteles hasta la «vida cibernética» cuya posibilidad se discute en la actualidad, tiene como tronco común la necesidad para la ciencia de determinar los mínimos de la vida, las condiciones sine qua non para diferenciar lo vivo de la materia inerte. Presento aquí algunos puntos iniciales sobre esta novísima ciencia: ¿Brota la vida como azar o como resultado de circunstancias especiales?
Contrapondría aquí las posiciones de Jacques L. Monod contra las del Prometheus de Ridley Scott. Monod, en su El azar y la necesidad, derriba cualquier orgullo antropocéntrico respecto a la emergencia de la vida, afirmando la improbabilidad de repetición del «accidente químico» que generara la vida en la tierra. Scott, por otra parte, defiende en el filme la posibilidad de la inserción de la vida en la tierra por parte de inteligencias externas. La ciencia no descarta nunca ninguna posibilidad: si bien la posición de Monod tiene pocos seguidores en la comunidad científica; «si solo somos un accidente», ¿qué sentido tiene investigar? Mientras que la posición de Scott, amen de no ponderar el aspecto alienígena, ocupa una gran parte de esta ciencia en cuestión. De hecho, el estudio de los cometas como generadores de la vida en la tierra ocupa gran parte de los fondos destinados a esta ciencia.
Ante la pregunta «¿es la vida una necesidad física?» al respecto, ya había contestado Engels en el siglo XIX. Sobre una plataforma hegeliana y spinoziana, no tenía dudas de que la vida era una necesidad de la naturaleza, pues la vida (en especial la del hombre) es el órgano pensante de la naturaleza. Vuelvo a repetir, no tendría ningún sentido la astrobiología si consideramos la vida como un accidente en el concierto de sucesos cósmicos. Resulta desalentadora la posición nihilista, y de cierta forma schopenhaueriana de que la vida sea un mero accidente. La fe, ¿por qué no?, también forma parte del motor de las ciencias.
¿Sirve la concepción de la vida terrestre para comprender la vida en general?
Evidentemente, de encontrarnos un organismo vivo cuya sangre fuera amoniaco, y cuya respiración dependiera del gas cloro en vez de oxígeno, muy posiblemente, pasaríamos frente a él sin considerarlo como tal. Una expansión del concepto de vida debe ir más allá de las unilateralidades que usualmente lo definen. La vida es más que el reduccionismo mecanicista que la restringe a procesos físico-químicos, como también es mucho más que el concepto vitalista (a lo Bergson) que considera que el motor de la vida son las propiedades ocultas que impulsan a su desarrollo.
Posiblemente las concepciones actuales estén más cercanas al materialismo dialéctico. Para Engels lo que define la emergencia de la vida es lo que llama algunas veces como Ley de Hegel, esto es, la ley del paso de la cantidad a la cualidad, o sea, la emergencia de nuevas propiedades en algunos sistemas, que son inexplicables por la mera añadidura mecánica de nuevos elementos.
Tenemos la certeza de que la materia permanecerá eternamente la misma a través de todas sus mutaciones, de que ninguno de sus atributos puede llegar a perderse por entero y de que, por tanto, por la férrea necesidad con que un día desaparecerá de la faz de la tierra su formación más alta, el espíritu pensante, volverá a brotar en otro lugar y en otro tiempo.
Federico Engels-Dialéctica de la Naturaleza
El primer paso para un análisis de la vida desde el punto de vista astrobiológico, es considerar la vida más como forma lógica que como materia: en este tipo de análisis se considera a la capacidad de vivir como una propiedad de la forma, y no de la materia. Si bien este punto de vista podría amenazar con empobrecer el todo, es un momento analítico que toda ciencia debe tener cuando se le presenta un absoluto indistinguible. De los tres momentos que definen a toda ciencia: observación, análisis y síntesis, considero que la astrobiología se encuentra en el segundo. Pocos retos son más grandes que definir la vida, y por ello constituye una certeza metodológica desgajar ese todo y centrarse en este componente lógico.
¿Qué resultados nos permite obtener? Nos permite extender el concepto de vida hacia, por ejemplo, la posibilidad de «vida cibernética». Hablo aquí de sistemas con cierta capacidad auto regulatoria, capaces de ajustarse a los límites de su espacio y los recursos disponibles. Hablo aquí de líquidos en ebullición, del fuego, del movimiento del capital e incluso de la diseminación de noticias y chismes. Permite, por otra parte, que la biología supere su principal prejuicio: el carácter antrópico-cosmológico o, dicho planamente, el «tierracentrismo» de las concepciones de la vida.
Otra aplicación, más allá de los límites específicos de esta ciencia, es la filosófica. La existencia de vida extraterrestre, no necesariamente orgánica, confirmaría la frase inicial de Engels. La apuesta de Spinoza, que es la base de toda dialéctica de la naturaleza, carece aún de constatación científica. De querer el materialismo dialéctico verdaderamente convertirse en ciencia, la astrobiología será su aliada. Permitiría, por otra parte, una constatación igual del paradigma cógito-cómputo de la teoría de la complejidad en la figura de Edgar Morin. De existir nuevas formas de vida, se constataría que el pensamiento no es privativo de las formas de vida superiores, sino que es constitutivo de la vida, y confiere su dignidad tanto al hombre como a la más humilde de las células.
En conclusión, la astrobiología se encuentra aún en sus etapas iniciales, en el desgajamiento analítico del absoluto en cuestión. Permita el Perseverance que las numerosas y curiosas formaciones rocosas que nos muestran las fotos del planeta rojo, devuelvan la mirada como con la misma fuerza que el abismo devolvía su atención a Nietzsche.