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El problema de la estética en la teoría hegeliana

La primera vez que Hegel enuncia la famosa frase sobre el fin del arte así como todas las reflexiones alrededor de tal enunciación, fue específicamente en el invierno de 1828/29 en sus Lecciones de estética en la Universidad de Berlín
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El fin del arte como distanciamiento

La primera vez que Hegel enuncia la famosa frase sobre el fin del arte así como todas las reflexiones alrededor de tal enunciación, fue específicamente en el invierno de 1828/29 en sus Lecciones de estética en la Universidad de Berlín. Es cierto que en tales lecciones se nos muestra la naturaleza peculiar del arte respecto a su contexto que no es otro que el siglo XIX. También es cierto que allí la poesía, por ejemplo, no es entendida por el filósofo alemán como objeto de alguna teoría necesaria, es decir lo poético no llega a ser lo verdaderamente filosófico puesto que no alcanza lo que él llama “su sí mismo auténtico”; lo cual significa que el arte para Hegel no ha comprendido aún su hacer y su actividad, no es consciente de sí mismo. Algo contrario al pensamiento que se piensa a sí mismo cuyo movimiento comprende la totalidad. Lo poético al respecto, resulta ser para el filósofo suabo “más” filosófico si se quiere que cualquier otra historiografía o crónica positivista, pero justamente ser más filosófico no equivale a convertirse en filosofía.

En la Fenomenología del espíritu se argumentará que el saber filosófico es algo superior al concepto estético del arte ya que la estética es un tipo de experiencia que no llega a comprenderse ella misma plenamente. Para Hegel, el Arte y el conocimiento de él, no llega a comprender su propio hacer, no logra plantearse un contenido de su proceder y por tanto lo producido por la obra no es objeto del propio saber del arte. O sea, se muestra lo estético en Hegel a partir de una clara diferenciación entre el saber y el hacer. La esencia del arte se refiere sólo a la forma, a la plasmación de una forma universal y que como ya vimos es incapaz de pensar su contenido.

Precisamente esta pareja de forma y contenido para entender el arte proviene de Aristóteles y ha sido el horizonte determinante de comprensión de lo estético en general hasta el punto que el pensamiento hegeliano aún es deudor de esta relación.

Sobre lo explicado anteriormente dice Hegel en su Fenomenología: “Así como la estatua le es esencial ser obra de manos humanas, no menos esencial es al actor su máscara, y no como condición exterior de la que deba abstraerse la consideración artística; o bien que, en la medida en que la consideración artística deba hacerse abstracción de ello, con esto se viene a decir que el arte no contiene aún en él mismo su sí mismo verdadero y peculiar” (Hegel, 2003, p. 425).

 Lo que plantea Hegel, sobre la definición del arte, nos muestra que el arte posee una gran debilidad por cuanto no contiene “el verdadero sí-mismo auténtico”. Al respecto, se deduce que su caracterización del arte es “estética” en el sentido moderno del concepto. Porque en primer lugar tal debilidad es una debilidad referida al famoso “de sí”, o sea al tema de la autoconciencia. Esto indica que de cierta forma presupone al arte y su concepto como un objeto de conocimiento y como susceptible de ir al encuentro de un sí mismo que experimenta y observa y es consciente de sí. Para Hegel el dilema estético estriba en un atraso del saber del arte ante su propio hacer u obrar.[1]

Ahora bien, a pesar de todo lo planteado y de que aceptemos el nombrado lugar inferior del arte dentro del sistema hegeliano, es preciso hacer notar algunas consideraciones al respecto. La frase que se aludía al principio como parte de las Lecciones de 1828/29 es la siguiente:

El arte, desde la perspectiva de su determinación suprema es para nosotros algo perteneciente al pasado (…) ha perdido también para nosotros su auténtica verdad y vitalidad (Hegel, 1989, p. 27).

La susodicha tesis ha provocado diversas interpretaciones que van desde un diagnóstico de la época histórica que le tocó vivir, hasta un pensamiento atrasado e inútil dentro de la perspectiva de los tiempos actuales. Ha sido criticada y admirada y supuestamente superada por las diferentes teorías del arte. El sentido común de la frase indicaría incluso que el arte queda relegado a un tiempo pretérito o a una fase de la historia que no será más. No obstante, quisiera que nos detuviéramos en el propio concepto que ahí se expone.

Hegel no está hablando del “arte” en general. Se está refiriendo al arte “como determinación suprema”. Arte como determinación suprema se traduce en Hegel en el arte como siendo bello, o también como también lo expresa otras veces: lo ideal. Este ser de lo bello o ideal no hace alusión a otra cosa que a la conocida unidad relacional del contenido intelectual con la forma sensible. Esta unidad armoniosa por otra parte implica una manifestación o reflejo de la realidad. Por ende, puede resumirse que determinación suprema quiere decir la posibilidad de la conexión del espíritu humano con esa realidad que se le escapa o que se encuentra sesgada. Se trata obviamente de una correspondencia en lo sensible pero que denota al mismo tiempo una armonía con la realidad social con consecuencias éticas y políticas. Las obras de arte en este sentido constituyen la manifestación fenoménica armoniosa de un todo previamente armonizado como lo es la totalidad de la realidad social. Entonces la primera conclusión es que para Hegel la estética nunca es pura, sino que se encuentra imbricada en la realidad práctica y política. Y al relacionar la belleza con las normas de una sociedad brinda a este concepto una historicidad específica.

Ahora bien, todo lo anterior arroja definitivamente luces sobre la famosa frase citada. Para Hegel el arte como determinación suprema, es decir como una figura reconciliada con un mundo establecido en tanto “obra” armoniosa en sentido ético-político, es una cosa del pasado. La frase está atinando una bofetada a la historia tradicional de la metafísica y las formas normativas clásicas. La frase indica que desde el propio movimiento del espíritu la naturaleza del arte, así como su contexto práctico-político no es más. Lo interesante es que no sólo no es, sino que, para este pensamiento dialéctico, “no puede” ser más; y por eso poco tiene que ver con el rasgo de nostalgia hacia el arte pasado que muchos autores actuales le adjudican a Hegel. Aquí podría hablarse de un distanciamiento de la obra de arte, en la medida en que lo bello pues, ya no representa un paradigma de realización del ámbito axiológico y político. Dice Hegel (1989):

Pero así como el arte tiene su antes en la naturaleza y en los ámbitos finitos de la vida, asimismo tiene también su después, esto es, un círculo que a su vez excede a su modo de comprensión de lo absoluto. Pues el arte todavía tiene en sí mismo un límite y pasa por tanto a formas superiores a la conciencia. Esta limitación determina también, pues, el lugar que ahora solemos asignarle en nuestra vida actual. El arte ha dejado de valernos como el modo supremo en que la verdad se procura la existencia (p.79).

Se trata de una bofetada no sólo a los tiempos clásicos griegos sino también a los ideales utópicos de la estética en la Modernidad. Al espíritu conciliador que ha caracterizado a lo bello en la historia moderna. Como consecuencia, esta disolución de la estética como utopía moderna implica al mismo tiempo una disolución de toda una normatividad ética y política, un desgarramiento necesario tanto de la forma como del contenido que da paso al estadio romántico cuyo ámbito acoge otra experiencia de lo artístico diferente. El propio Martin Heidegger en el Epílogo a El origen de la obra de arte se refiere a esta sentencia del fin del arte y su actualidad para comprender nuestra distancia respecto a una realidad que no es otra que la nuestra:

Pero, sin embargo, sigue abierta la pregunta de si el arte sigue siendo todavía un modo esencial y necesario en el que acontece la verdad decisiva para nuestro ser-ahí histórico o si ya no lo es. Si ya no lo es, aún queda la pregunta de por qué es esto así. Aún no ha habido un pronunciamiento decisivo sobre las palabras de Hegel, porque detrás de esas palabras se encuentra todo el pensamiento occidental desde los griegos, un pensamiento que corresponde a una verdad de lo ente ya acontecida (p. 143).

La sentencia acerca del carácter pretérito del arte describe pues, un sesgo, el desgarramiento inherente de la sociedad en general. Un desgarramiento donde de igual manera el espíritu es capaz de alcanzar su más profunda verdad.

El fin del arte como acercamiento

Aunque me he referido a un lado, digamos, negativo dentro de la estética hegeliana por cuanto se indicaba una crítica a lo bello en la tradición, a su vez dicha tesis posee un rasgo positivo en su interior. Incluso lo ya expuesto alberga tal positividad, de ahí el título de este ensayo. Lo positivo radica en que justamente es el arte como fenómeno y acción, el que hace que su determinación misma (como algo armonioso e ideal) se vuelva algo del pasado. Fenomenológicamente hablando el arte pone sus cualidades y conceptos en figuras disueltas fuera de una época. Esto es posible porque en la estética hegeliana hay un movimiento inmanente del contenido mismo. La fisura de lo bello antes mencionada no es un acontecimiento histórico que ocurre exteriormente al arte, sino es un proceso que acontece por y a través del arte como tal. El arte se sabe a sí mismo mediante sus formas de aparición en un proceso de desarrollo y donde “aparecer” ya no significa sensibilidad sino más bien remite a la exigencia de pensar el arte desde otra profundidad más allá de la relación entre lo sensible y lo inteligible y de la cual son deudores todavía disímiles contemporáneos de Hegel como Fichte, Schiller, etc. Ahora, este desprendimiento de lo bello como ideal y utopía al tiempo que de lo ético y práctico en su aspecto clásico nos lleva al tema de la libertad.

La teoría hegeliana del arte está íntimamente vinculada a una teoría de la libertad. Ante todo es preciso señalar, a pesar de que ya se vislumbró en lo analizado, lo esencial de este concepto. La libertad en Hegel no está dada ni tampoco es algo que se encuentra al final en forma teleológica como algo que se deba alcanzar. La libertad es liberación. Proceso de liberación permanente. La comprensión de la libertad como liberación se deriva de su cualidad fundamental de estar consigo misma en su limitación, en ese “otro”. Tal distancia, en que reconozco lo otro desde mí mismo es la condición de mi autorrealización, por ende, la posibilidad de acercarme a lo universal y ser en él. Este estar – el estar-consigo-mismo-en-el-otro – denota una actividad o principio de actividad.

La voluntad libre para Hegel (y en esto coincide con Nietzsche) no es un Sujeto ya dado, sino que solamente existe en el proceso de su activa autorrealización. Esto quiere decir que la libertad no es atributo de estados o actos internos, sino que estos más bien pueden ser libres sólo cuando adquieren “existencia” y, con ello, si existen justo como puestos “frente a sí mismos”. Sobre ello el parágrafo 23 de la Filosofía del derecho:

La voluntad reside simplemente en sí misma, sólo en esta libertad, porque ella no se refiere a ninguna otra cosa, sino a sí misma; del mismo modo que desaparece, por consiguiente, toda relación de dependencia de cualquier otra cosa. La voluntad es verdadera, o más bien, es la verdad misma, porque su determinación consiste en el ser, en su existencia, esto es, frente a sí misma, y este es su concepto; bien, el concepto puro considera la intuición de sí mismo como su fin y realidad (p. 59).

Es necesario un distanciamiento del sujeto de lo otro, de lo extraño pero también es clave un descentramiento de lo que le es propio para justamente autoconocerse y pensarse en una proximidad verdadera en relación al mundo y la visión del mismo. En el reconocimiento de lo opuesto hay un desprendimiento de las leyes inmediatas y las normas aceptadas. Una salida de lo inmediato. Esta libertad marca el paso entonces donde el espíritu se pone, se produce como objeto, es decir, libertad individual en la comunidad y viceversa. El arte pues, en su actividad percibe y experimenta su producir en los productos que produce. Lo que produce (la actividad) debe hacerse presente en los productos que le son propios pero que a su vez están alienados de su productor.

De ahí que sea explícita en Hegel una estética práctico-reflexiva que se mantiene siempre dentro de esta tensión arriba explicada. El sujeto gana una distancia en este reconocimiento y lo acerca a una reflexión de sí mismo. Por eso la estética hegeliana es reflexividad. Pero eso no significa reflexión racional sino otro tipo de reflexionar que no es el contenido de verdad en tanto tal. En esta tensión justamente respecto al contenido de verdad surge la belleza de la obra de arte.

El arte desde su reflexividad es capaz de liberar la praxis habitual y el uso cotidiano en la sociedad, liberarse incluso de sus propias presentaciones y manifestaciones ya establecidas. El arte por su propia naturaleza reflexiva evade el orden del lenguaje y las comunicaciones que constituyen como tal a la sociedad. Un arte de esta naturaleza se sitúa pues, fuera del campo de lo social pero al mismo tiempo es capaz de volver experimentable y desenterrar lo que en la propia sociedad hemos dado por supuesto o quizás hemos olvidado. Esto queda claro cuando se pone lo estético como una forma del espíritu objetivo y que no llega a alcanzar lo Absoluto, ámbito sólo de la filosofía. Dice en las Lecciones:

Pero el fin del arte es precisamente abandonar tanto el contenido como el modo de manifestación de lo cotidiano, y sólo transformar, a partir de lo interno y mediante la actividad espiritual, lo en y para sí racional en la verdadera figura externa de lo mismo. Por eso no tiene el artista que apuntar a la objetividad meramente exterior, carente de la plena sustancia del contenido. Pues la aprehensión de lo ya dado puede ciertamente ser luego de máxima vitalidad en sí misma y, como ya antes vimos en unos cuantos ejemplos de obras juveniles de Goethe, ejercer con su animación interna una gran atracción; pero cuando carece de un contenido auténtico, no lleva a la verdadera belleza del arte (Hegel, 1989, p.254).

No obstante, volvamos a la frase ya citada. “El arte sigue siendo, para nosotros, algo del pasado”. Y subrayo el nosotros porque ese nosotros indica lo que había explicado en el párrafo anterior. La frase una vez más acaba con el sentido común porque ese “nosotros” no refiere a todo el mundo sino a nosotros, los que hacemos filosofía y nos hacemos cargo de la reflexión. La frase en su interior está reclamando, exigiendo volver a pensar desde otra reflexividad, está defendiendo una nueva reflexividad en lo estético y que se precisa cuando los viejos modelos ya se han disuelto. Realiza una crítica pues, a la teoría del arte a la vez que exalta el movimiento del propio arte como fenómeno que produce sus propias determinaciones. No refiere a un rechazar nuevos lenguajes o artes más contemporáneos etc., como suelen interpretar hoy día varios autores. Incluso Hegel (1989) aprecia esta disolución desde un punto de vista sociológico:

el arte ha dejado de procurar aquella satisfacción de las necesidades espirituales que sólo en él buscaron y encontraron épocas y pueblos pasados, una satisfacción que, al menos en lo que respecta a la religión, estaba íntimamente ligada al arte. Ya pasaron los hermosos días del arte griego, así como la época dorada de la baja Edad Media (p.14).

El problema del fin del arte para Hegel no pretende otra cosa que demandar otro tipo de profundidad. Por eso aquellos que toman el sentido literal de la frase, como si el arte fuera una cosa del pasado que ya no existirá, no comprenderán el alcance del cuestionar. Para comprenderlo es primordial tener en cuenta el sistema filosófico hegeliano, así como el lugar que ocupa el arte dentro del sistema. Por eso el arte de la muerte del arte, el de esa disolución en el siglo XIX y de este siglo tiene la tarea de repensar una relación entre el objeto de la estética y una noción de la libertad. Adentrarse en una (salvando las distancias con Heidegger) destrucción de la historia de la metafísica que revalúe los conceptos y las producciones ligadas al concepto y que han sido fijadas de manera positivista. El propio Hegel determina que:

He aquí por qué ahora no se trata tanto de purificar al individuo de lo sensible inmediato y de convertirlo en sustancia pensada y pensante, sino más bien de lo contrario, es decir, de realizar y animar espiritualmente lo universal mediante la superación de los pensamientos fijos y determinados. Pero es mucho más difícil hacer que los pensamientos fijos cobren fluidez que hacer fluida la existencia sensible (2003, p.24).

De ahí la paradoja que caracteriza a nuestra época moderna y cuya afirmación del fin del arte diagnostica. Como modernos hemos heredado un legado de lo universal ya hecho pero es un universal coagulado, presupuesto y fijo que forma un momento del despliegue de la figura artística como tal que es preciso transformar y su transformación viene dada justo desde esa tensión. Un proceso de transformación donde lo “verdadero es el todo”, como se refleja en el prólogo de la Fenomenología. Por consecuencia la sentencia no estriba en enviar al almacén de cosas antiguas lo que puede ser el arte, etc. Más bien el pensamiento hegeliano sobre el fin del arte está haciendo una descripción si se quiere, una descripción de una objetividad fenomenológica que piensa lo estético desde una experiencia de la libertad.

Consideraciones finales

La tesis sobre el carácter pretérito del arte no es una tesis aislada. Así como tampoco se trata del sentido común de que ya no habrá más arte o que el arte ha quedado relegado a un segundo plano muy limitado en la sociedad de su tiempo. La tesis se ubica dentro del sistema en un lugar esencial que presenta una constelación de problemas donde todos versan acerca de la reflexión estética y que además van más allá de ella. Algunos autores como Gadamer opinan que justo por hablar de reflexión, Hegel se quedó en los albores de la metafísica. Es posible que tenga razón pero se debe considerar la naturaleza de esta reflexividad más atentamente y que de algún modo ya se puso en evidencia en este ensayo. Sin embargo, Gadamer (1989) tiene razón cuando expresa que todavía está vigente la cuestión de esta tensión o momento relacional de un arte supratemporal y un arte singularizado radicado en un momento histórico concreto.

Heidegger continúa en lo cierto al declarar en el Epílogo al Origen de la obra de arte que esta sentencia no ha sido del todo estudiada en su profundidad, así como tampoco se ha llegado a una aclaración real y detenida de la filosofía del arte hegeliana donde se exponga los límites y el alcance de todo ese marco conceptual de finales de aquella década de los años 20. También el tema de la religión juega un papel fundamental en este problema y que merecería todo un artículo independiente. Si Hegel habla del pasado del arte es también porque en cierto sentido ve a la Modernidad como una etapa donde ya no hay una preocupación por lo divino ni se hace presente en el mundo como en los tiempos más antiguos; es la disolución pues, de determinado mito o discurso narrativo, por eso exige una justificación esta vez y expresa la necesidad de una forma de reflexividad para esta disolución. Forma de reflexividad que él mismo ya no nombra como estética en su rasgo tradicional sino “filosofía del arte”.

Como ya hemos analizado antes, el presente para Hegel demanda que esta filosofía ya no vea la obra de arte como algo que debe producir ciertos sentimientos ni tampoco desde lo bello natural (Kant) sino desde una praxis reflexiva desde lo artístico mismo que forma parte del espíritu. De ahí que hayamos hablado de libertad. Algunos contemporáneos del filósofo aludían incluso que el arte servía únicamente a un fin exterior a sí mismo (un simple vehículo) y por ende no era libre. Opuesto a tal cuestión, Hegel considera al arte desde una práctica histórica de una comunidad o pueblo y que está por encima de cualquier disposición natural: “cualquier ocurrencia, por desdichada que sea, que se le pase a un hombre por la cabeza será superior a cualquier producto natural, pues en tal ocurrencia siempre estarán presentes la espiritualidad y la libertad” (Hegel, 1989, p. 8). El arte adquiere en esta circunstancia un rol clave al constituir una de las prácticas llevada a cabo por el espíritu, es decir, la comunidad humana, para reflexionar acerca de lo que puede ser legítimo y vale como ley para sí misma. Por eso el arte representa una salida de la inmediatez cotidiana, es una manera de situarnos ante lo más esencial que somos como seres humanos y autointerpretar nuestro lugar en el mundo.

Se puede resumir entonces que con el pasado del arte no estamos hablando de un estado de decadencia del arte en un contexto específico sino más bien de un estadio al que ha llegado el arte y donde se da el paso de liberación de los contenidos que se le presentan, por lo que no estriba en una contingencia o alguna desgracia. Por ello, lo pretérito es tan sólo lo fijo y congelado de un contenido al que le pertenece un modo de presentación de ese contenido. La llamada disolución del arte romántico, que es la etapa que le tocó vivir al filósofo alemán, no es otra cosa que un ir más allá de sí del arte, pero bajo la forma del arte mismo y desde su propio devenir generando el retorno del hombre hacia sí mismo. Estas consideraciones sin duda alguna abren el camino para el arte y toda la literatura moderna que vino después de Hegel.

Referencias

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Gadamer, Hans Georg. 1989. Truth and method, The crossroad, New York.

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Hegel, G. W. F. 2003. Fenomenología del espíritu (trad. Wenceslao Roces), Fondo de Cultura Económica, México.

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Hegel, G. W. F. 1989. Lecciones sobre la estética, Editorial Akal, Madrid.

Heidegger, Martin. 2016. El origen de la obra de arte, trad. Arturo Leyte, La oficina ediciones, Madrid.

Innerarity, Daniel. 1993. Hegel y el romanticismo, Editorial Tecnos, Madrid.

Jiménez, Marc. 1999. ¿Qué es la estética? Traducción Carme Vilaseca y Anna García, Barcelona, Idea Universitaria.

Nancy, Jean-Luc. 2005. Hegel, la inquietud de lo negativo, Arena Libros, Madrid.


Artículo publicado originalmente en Parra, Y. M. (2022). El Arte de la muerte del arte: el problema de la estética en la teoría hegeliana. Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social4(11), 1-9. https://doi.org/10.51528/dk.vol4.id85