Foto por Andres Herrera
Muchos pensadores e investigadores ubican al cubano José Martí cerca del platonismo. Idea no descabellada; el poeta cubano fue un profundo conocedor de las ideas de Platón. Sobre el filósofo griego —a quien tanto admiró— escribió palabras de elogio: Platón, el “soñador” en contraposición de Filósofo; “retórico”, “quimérico”, “melancólico”, “heredero de los Faquires”; él, que amó la belleza; él, “el anciano que se sienta a ver hervir los mares, desde las rocas de Egina, y a coloquiar con el espacio vasto, como con natural amigo”; Platón el “dialoguista”, él, “que vio sin miedo, y con fruto no igualado, en la mente divina”; el que “había enseñado, a la sombra de los espesos olivos, en la Academia”; él, el revelador de “sublimes inquietudes del espíritu humano”.
Asimismo, se nota una analogía entre el sentido de la vida (martiano) y la alegoría de la caverna del distinguido pensador griego. Martí en carta a su amigo Miguel F. Viondi, fechada en 1880, escribió, “Tengo pensado escribir, para cuando me vaya sintiendo escaso de vida, un libro que así ha de llamarse: El concepto de la vida. Examinaré en él esa vida falsa que las convenciones humanas ponen en frente de nuestra verdadera naturaleza, torciéndola y afeándola”. Tal intento nunca sucedió: Martí no pudo concretar su idea. Pero, sin embargo, en sus palabras se dejan ver las referencias a la alegoría de la caverna del filósofo ateniense cuando plantea que “examinará” en el libro esa “vida” falsa que nos imponen frente la “verdadera naturaleza”, y que las “convenciones humanas” terminan por torcer la vida misma. O sea, existe un ocultamiento de la verdadera naturaleza humana, muy a lo Platón. Si uno ve en el hombre que las trabas humanas eran la génesis del desconocimiento, privando al Ser de visualizar la Verdad y la Belleza y por la tanto llegar a la idea del Bien; el otro, plantea que la sociedad con sus males, la vida postiza a la cual era llevado el hombre y lo que añaden en él, eran una traba al conocimiento que nos es dado por Naturaleza, en la vida natural. Salir de la cueva y visualizar la luz, en el griego; pensar por-sí-mismo y respetar el pensamiento de los demás, en el cubano: eran las claves de estos grandes maestros para comprender la vida, para alcanzar el Sol.
También fue Martí un profundo conocedor de los paseos socráticos por el Liceo ateniense, de la eticidad aristotélica, de la forma de vida de los griegos. En fin, conoció el pensamiento filosófico antiguo griego. Recuérdese que su introducción en el mundo griego parte de sus años mozos como estudiante en la carrera de Filosofía y Letras en España. A través de los estudios en la Universidad de Zaragoza y sobre todo el estudio libre, le llegaron las categorías griegas.
Uno de los más importantes conceptos de la Antigua Grecia es areté. Areté, del griego antiguo, significa “excelencia”. Para los sofistas areté es la excelencia o la exaltación del “cultivo de la elocuencia”; puesto que aristós significa lo (el) “mejor”. Entonces, areté para los griegos es grandeza, cultivo máximo del conocimiento: es alcanzar la “verdad”. Por lo que areté entre la polis griega era el conjunto de cualidades morales e intelectuales a que todo ciudadano debía aspirar. En este sentido, areté era un concepto y un modo de vivir clasista, pues el ideal de alcanzar el punto culminante en la sociedad era sólo opción para las clases altas. En medio de una sociedad que se sustentaba en el esclavismo, el esclavo —que era la mayoría de la población— no era elegible para lograr el areté: quedaba sin opciones.
Martí fue crítico de la noción griega de areté. No es ni ortodoxo ni positivista en cuestiones educativas. La educación de la “excelencia” consiste “en llevar el amor a lo útil, y la abominación a lo inútil”; y todo ser humano es útil. La concepción utilitarista y práctica de la “excelencia”, en sus formas educativas y sociales, aparece cuando plantea,
Se han hecho dos campos: en el uno, maltrechos y poco numerosos, se atrincheran los hombres acomodados y tranquilos, seguros de goces nobles y plácidos, que les dan derecho de amar fervientemente el griego y el latín: en el otro, tumultuosos y ardientes limpian las armas los hombres nuevos, que están ahora en medio de la brega por la vida, y tropiezan por todas partes con los obstáculos que la educación vieja en un mundo nuevo acumula en su camino, y tienen hijos, y ven a lo que viene, y quieren libertar a los suyos de los azares de venir a trabajar en los talleres del siglo XX con los útiles rudimentarios e imperfectos del siglo XVI. (Martí OCEC 18:140)
Se percibe en el Apóstol claramente su intuición de la discriminación clasista en enseñanza con teoría y objetos teleológicos distintos, así como su rechazo democrático al ocio (improductivo) sibarita que los griegos llamaron areté— que no es otra cosa que el “placer” de esclavista posibilitado por el trabajo del esclavo.
Lo anterior no quiere decir que Martí repulsa la “excelencia” (areté griego). Al contrario, lo desarrolló toda su vida como poeta, hombre de letras, pensador, revolucionario. Siempre anduvo en la búsqueda de la “excelencia”; y más aún el areté griego, con el icónico Platón: máxima figura, y altura, en ir al encuentro de la Verdad, la Virtud y la Belleza. Del griego dijo: “El amor es el lazo de los hombres, el modo de enseñar y el centro del mundo. Lo que dijo Platón, debe repetirse hasta que los hombres vivan conforme a su doctrina”. Lo que no comparte el poeta cubano es la terrible selección ateniense de quien es bueno para lo útil y quien no, quien puede alcanzar el areté y quien no; discurre con tal distinción esclavista. Su discurso americanista e integracionista no permite pasar por alto la totalidad del ser humano: el Todo con sus múltiples partes. El cubano se acuerda del areté existente en “Nuestra América” en la época colonial; que el mismo vivó en su última etapa, con los indios y negros esclavizados, el campesino pisoteado. Areté sinónimo de “virtud”, fue algo que bien cultivó el Apóstol, sin dudas de los más grandes humanistas que han parido estas tierras americanas. Pero el héroe nacional cubano no cultivó el areté en el sentido griego, o sea, clasista, esclavista o en la búsqueda estéril de ser el “mejor”: cualidad ateniense.
Aquel que vio la luminosidad del pensamiento griego, la supo y la tomó en sí, no se dejó engañar por sus oscuras siluetas —y desde la heterodoxia supo compartir su areté con las masas sufridas de América. De América vinimos; a ella nos debemos.