Quizás en el viejo continente no quede una imagen tan diáfana y elocuente que evoque al filósofo en su condición de ensayista y periodista, como la que acoge España respecto a José Ortega y Gasset. Aparecen así, lo principal y decisivo, la vida y el movimiento como base sustancial de toda la diversidad de cuerpos y sus cualidades. En las condiciones propias de un siglo XX plagado de nuevos saberes y aportes filosóficos, se advierte el sello de un momento único en la escena contemporánea: “Una realidad nueva y una nueva idea de la realidad”. [1]
El principio activo que rige el trabajo orteguiano, es reflejo de un recurrente compromiso con la historia desde el análisis de la situación de España; en estrecho vínculo con el estudio de los avatares y vacilaciones de la modernidad. Con estos motivos, la cuestión filosófica que ocupa a Ortega, no es otra que la búsqueda de una razón de nuevo tipo para explicar la realidad, diferente a la hegemónica razón kantiana.
La Lección de 1958
El principal aspecto con el que Ortega identifica a la filosofía, es su enunciación como un estudio radical de la totalidad del universo. Refiriéndose a esta cuestión, el pensador español emplea un método que redefine todas las raíces de los estudios pretéritos. Allí donde la filosofía antigua y moderna dieron por sentadas sus teorías acerca del ser y el conocer entendidas como el ser de las cosas, la reflexión orteguiana se preocupa por ahondar en la esencia estricta del ser: la crítica a los fundamentos de la ontología.
Como resultado de esta teorización, el ser, como concepto central de la filosofía, es reconocido como vivir, término que sintetiza la relación de la subjetividad consigo misma y con las cosas. La apertura de este tópico, según Ortega, se halla en Descartes al presentar el cogito en interdependencia con un mundo sensorialmente percibido. Esta posibilidad de contemplar el mundo supone cierto posicionamiento o punto de vista individual (lo que Ortega llama perspectiva) desde el cual se reconoce como legítimo el acto de conocer: “(…) no son las cosas las que mandan, sino el ojo (…) había demostrado no que la perspectiva consista en una relación derivada de las cosas, sino que parte del sujeto. Y así, cada cosa es perspectiva, es perspectiva todo lo visto en un mirar”.[2]
En la interconexión lógica del ser y existir, Ortega requiere del término estar para afianzar definitivamente su nueva propuesta epistemológica. Esto implica que ser y estar se manifiestan de modo que, estar inscrito espacio-temporalmente en una realidad determinada es interactuar en una circunstancia. Por tanto, cabría decir que se está siempre ocupado con algo perfectamente localizado fuera de nuestro yo, que funciona sobre mí en la misma medida que yo sobre él: yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo.
Aclarado todo esto es necesario distinguir, que las nociones de perspectiva y circunstancia, surgen en el sentido en que Ortega lo interpreta de Martin Heidegger. Comprender el yo y mi circunstancia, es el ejercicio de estar en el mundo, la apertura a la posibilidad de existir. Se trata de una existencia novedosa fruto de un impulso exterior (el estar arrojados heideggeriano) que proyecta un margen de posibilidades dentro del mundo: “Nuestra vida empieza por ser la perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos, en un orbe impremeditado”.[3]
Conviene subrayar que otra de las tesis que Ortega defiende es la que diseña el calificativo y propósito de su sistema filosófico, a saber, la razón vital. Esta conceptualización surge de una crítica radical a la incapacidad y limitaciones de la razón pura kantiana en su afán de conocer. Ante semejante limitación se alza la idea de concretar una razón que aprehenda la vida, en un sentido biologisista no restrictivo, sino en el sentido de sistematización de un obrar en ajuste a los efectos de la realidad misma: “(…) La razón es sólo una forma y función de la vida (…) El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad, supeditarla a lo espontáneo”.[4]
Los supuestos anteriores sintetizan la función de la razón vital, en un hecho innegable: “vivir es encontrarse en un mundo (…) vivir es saber lo que hacemos, encontrarse a sí mismo en el mundo y ocupado con las cosas y seres del mundo”.[5]
La idea que late bajo esta tesis, distingue la posibilidad de otra aseveración de peso que recalca la condición dialéctica de la realidad: vivir, es convivir con una circunstancia (espacio sujeto a continua renovación) por lo cual vivir es constantemente decidir lo que vamos a hacer, “la vida es futurición, y lo esencial de ella nace desde su proyectarse”. [6]
Ortega acomoda el sentido de la aportación cartesiana cogito ergo sum (pienso luego existo) al principio mismo de la nueva filosofía que se propone: primero es vivir y luego filosofar. Ciertamente no se trata del estudio de la intimidad psíquica del hombre. La filosofía orteguiana apunta más bien al ejercicio de fusión/superación (racio-vitalismo) que el propio Kant practicara dos siglos antes. Una vez planteado su sistema, nos deja Ortega ante dos preocupaciones: la rebeldía de la circunstancia y nuestra constante vigilia de ella.
Notas
[1] Ortega y Gasset, José: ¿Qué es filosofía? Lección X, Obras completas, VII. Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid, pág.1.
[2] Granell, Manuel: Ortega y su filosofía, Editorial Equinoccio, Caracas, pág. 58.
[3] Ortega y Gasset, José: ¿Qué es filosofía? Lección X, Obras completas, VII. Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid. pág.8.
[4] Ortega y Gasset, José: El tema de nuestro tiempo, Edición electrónica, pág.56.
[5] Ortega y Gasset, José: ¿Qué es filosofía? Lección X, Obras completas, VII. Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid, pág.9.
[6] Granell, Manuel: Ortega y su filosofía, Editorial Equinoccio, Caracas, pág.61.